Partida Rol por web

Recorrió el perímetro de la tumba, fijándose en todos los detalles hasta que, visible en una esquina comprobó las grietas que la surcaban, bien claras se veían las marcas de haber sido forzadas aquella losa con algún objeto.

-No somos los únicos que han mostrado interés en este sepulcro. Mirad, alguien antes ha abierto esta tumba, se ven las grietas de haberla forzado con algún hierro o algo parecido. Busquemos algo que nos sirva como palanca y levantemos por aquí.

Diego miró a su alrededor antes de aceptar con un bufido a ayudar con el sepulcro. No le hacía ninguna gracia, pero tal y como estaban las cosas, el gigantón era el más adecuado para ayudar a profanar el sepulcro. Sin decir más se arrodillo y buscó lugares donde clavar la espada para poder levantar unos centimetros el sepulcro.
 

Entonces la empresa es inutil. No encontraremos nada ya. respondió a Bermudo.

-Eso no lo sabremos hasta que no lo comprobemos.

Bermudo contestó a Diego mostrando su sorpresa al ver cómo el alguacil buscaba dónde clavar su espada para levantar la losa. ¿Acaso no le acababa de indicar el lugar exacto donde alguien lo había hecho con anterioridad? Resopló encogiéndose de hombros y apartándose un poco mientras observaba los intentos por abrir la tumba.

El moro anduvo  dándole la espalda a la tumba  vigilando,como si aquello le repugnase o le aterrorizase y en vista de que no se veía a nadie empezó a murmurar algo mientras no perdía detalle de cualquier sonido que allí se pudiese escuchar, particularmente, el sonido de alguien al caminar. Rezaba a Alá que tuviese tiempo de avisar al resto o improvisar algo si a alguien le daba por aparecer por allí.

Observé como el cristiano intentaba hacer palanca con su espada mientras yo buscaba algo más grueso, algo más parecido a un candelabro lleno de velas con el que hacer mejor palanca una vez la espada del alguacil hubiese levantado la losa.

Profanar tumbas era algo que no me gustaba y de lo que sin lugar a dudas no me sentiría orgulloso en un futuro, al menos era de una infiel y no de un hermano, pensé para animarme.

Nos habíamos puesto manos a la obra, solo falta conseguir levantar esa losa y ver que se encontraba dentro. El tiempo pasaba y de momento nadie se había percatado de tan extraño grupo dentro de un templo santo. 

Poca palanca podía hacer con mi bracamante para ayudar a mi hermano y, después de intentar rascar un poco con mi cuchillo las grietas y ranuras que la lápida pudiera tener, me levanté e intenté encontrar algo que pudiera ayudarme en mi empresa.

Pareciera Diego hombre de poca fé en eso de encontrar o no algo allá adentro (insólito, tras haber sobrevivido a un ajusticiamiento que podía haber sido un gran espectáculo); et que dijo aquesto justo antes de fijarse, al igual que lo había hecho Bermudo y Abid, la susodicha grieta de la tumba enlosada que teníais delante.

Fue en éstas que, mientras Nazeh poníase algo nervioso y le daba por rezar et que Zaif no sabía muy bien que hacer con su tan sólo bracamante, que Durán vio acercarse al caballero Casimiro. Había estado vigilando un rato, y ningún suceso, segun os contó cuando llegó a vuestra posición, parecía acaecerse.

Nadie parece haberse percatado de presencias en la catedral -comentó-. Y no falta nada de valor en ella, no habíendo tampoco desperfectos en paredes o columnas... Nosé. Et que entonces enseñásteisle el epitafio de la losa y luego la inscripción al calatravo. Éste se agachó, acarició con el dedo la abertura en forma de trueno, y luego introdujo los dedos por la ranura... ¡La losa podia moverse!

¡Ayudadme! -pidió Casimiro-. Si alguien ha entrado aquí -recordaba ahora que al llegar, la puerta de los Deanes estaba abierta- puede que se hayan escondido bajo esta losa -no podría habérsele pasado a nadie, durante el día (fuera feligrés o sacerdote) que una losa encontrárase quebrada, por lo que tenía toda la pinta de que había sido forzada en no hacía mucho-. Et ya que estamos en aqueste sitio, poco más perdemos... Válgame el cielo -Casimiro se santiguó-, pero... ¡¡venga, levantemos esta piedra!!

Los dedos y brazos de Casimiro Lopez fueron la palanca base. Seis hombres más allí reunidos le ayudaron, y entre todos una tumba enlosada no pesaba mucho. Nada más retirarla, vísteis oscuridad, y un hedor que os azotó la cara apareció de repente (tranquilos, era humedad, una humedad relativamente notable respecto al piso superior en el que estábais).

Casimiro miró hacia abajo.

Sentí la humedad salir de la tumba y al igual que el calatravo miré forzando la vista todo lo posible para ver lo que la lápida había escondido.

No sin esfuerzo pudieron al fin levantar la pesada losa, mas nada más hacerlo Bermudo tuvo que apartarse por el olor que de allí venía... Humedad, sólo era eso, pero el frío que parecía elevarse de allí dentro, así como la oscuridad, no presagiaban algo bueno y Bermudo no pudo evitar un escalofrío.

Mirando a su alrededor, acercose a los cirios que permanecían encendidos en honor a los santos y, agarrando alguno, acercose a la boca para intentar dar un poco de claridad en aquella oscura tumba.

Parecía que al final no había que romper ninguna losa, la habían movido hace relativamente poco, y con el esfuerzo de unos cuantos, pudimos desplazarla lo suficiente para dejar un hueco amplio. 

De allí salía un olor desagradable, pero algunos estábamos preparados y nos tapábamos la boca y la nariz con un pañuelo para evitar ese golpe.

Viendo a Bermudo, coger un cirio, raudo hago lo mismo y me dispongo a seguirle. 

Diego contempló el espectáculo sin moverse demasiado. Cómo alguacil había visto muchos cadáveres y había contribuido también a convertirá mucha gente en cadáveres, sin embargo no sabía si le iba a gustar ver a uno descompuesto. Los cadáveres frescos eran interesantes y aún conservaban el aroma del miedo a la muerte y al dolor pero los que llevaban un tiempo muertos... Bueno, aquello estaba por ver.

La luz que tomó Bermudo, tenue pero suficiente, hizo mención en Casimiro, que enseguida reparó en ella y descendió el trecho que ahora era visible. No era más de una vara, según vísteis, y el calatravo, ni harto ni perezoso, se agachó junto al borde y saltó, cayendo al instante de pie y sin problema. Acto seguido, Casimiro señaló algo que parecía estar viendo. A sus pies descendían unas pequeñas escalerillas. Parecía el calatravo estar contando algo mentalmente, con el leve fulgor de la velita.

Dos, cuatro, seís... -musitaba sin dejar de mirar la pequeña escalinata-: hay diez escalones -afirmó-, luego... un pasadizo -anunció-. ¡Es el pasadizo del que se habla en el fragmento! -Casimiro dejó llevarse un poco por la emoción de encontrar algo que sabía que estaba ahí-. Efectivamente, parece un desagüe, o tal vez una atarjea* llena de inmundicia... Puajjj -refirió pensando en qué podía haber allí-. Habrá que agacharse para meterse ahí.

Entonces el calatravo se santiguó y poniendo la mano en el pomo de su espada, que descansaba a su costado contrario de la diestra, se internó algo agachado ahí. Le perdísteis de vista.

Al escuchar al caballero se dio la vuelta para ver qué era lo que hacía. La curiosidad pudo más y se asomó para ver los escalones y al calatravo sumergiéndose en el fango. Hizo una mueca de disgusto y volvió a su posición para seguir vigilando, no sin antes hacer un gesto al resto para que estuviesen tranquilos, sus espaldas estaban bien cubiertas.

A pesar de lo poco halagüeño que describía el trayecto por el que deberían adentrarse, Bermudo siguió al calatravo en las entrañas de la tierra, por aquel hediondo desagüe por el que se habían metido. Alguien antes que ellos había recorrido ese trayecto y, sin lugar a dudas, a algún lugar debía llevar.

Con el cirio en una mano^(*) y la otra puesta en el mango del hacha, Bermudo siguió al calatravo para descubrir de una vez qué demonios estaba pasando.

Se situó Diego a la diestra de Nâzeh, pues era evidente que un hombre de su tamaño no era muy útil en un sitio donde moverse con ligereza podía ser importante en caso de un combate. Eso por no hablar de posibles trampas...por muy ágil que fuese Diego, este no veía demasiado bien y por tanto sería peligroso, tanto para él como para el resto del grupo.

Una vez llegados hasta allí carecía de sentido quedarse a la espera. Cogí otro de los cirios y descendí siguiendo los pasos de Bermudo y Casimiro.

El grupo descendía por las escaleras que se habían descubierto ante nuestros ojos, y yo no iba a ser menos. El olor y la poco luz no lo hacían muy amigable que digamos el paseo, pero era necesario, el misterio que nos había envuelto en los últimos días parecía que estaba a punto de terminar. 

PNJOTIZADO.

Hermano -dijo Zaif al otro alguacil-; temer deberia el meterme en más oscuridades, que no hemos librado la vida por poco que ya estamos en otras parecidas... Mas, prefiero moverme que quedarme a esperar y que me recoma el pensamiento. Bajaré con el grupo. Ahora volvemos.

Zaif marchó tras el leve resplandor del cirio que había cogido Abid y tras sus pasos.