Partida Rol por web

¡Salvajes! Gentes como aquellas sólo aparecían en las historias de bardos errantes y viajeros achispados por el alcohol. Su existencia era algo más que una incerteza para Glinthalas, tal vez eran tanto o más inverosímiles que los silvanesti en una población puramente humana aislada del mundo. Cuentos.

Aquellos cuentos iban a acabar con el grupo como les dieran opción. Afortunadamente el pícaro elfo había decidido dar un rodeo y gracias a ello pudo avisar a sus compañeros antes de que cayeran sobre ellos por sorpresa. Tal vez eso les salvara.

Por desgracia para el silvanesti los salvajes parecieron identificarle como objetivo prioritario y no fue capaz de esquivar todos los golpes, encajando impacto tras impacto hasta caer al suelo desfallecido.

─¡No, otra vez no, por todos los dioses!

¿Vería su vida entera desfilando ante sí una vez más o su mente ya le ahorraría el esfuerzo?

Cierto era que la noble se encontraba con la guardia relativamente baja, observando el rostro de ese joven... ¿Sería un anterior enviado de Belleria? ¿Serían los mismos salteadores miembros desertores de estas tierras? Su pensamiento e investigación no tardó en verse interrumpido por la señal del elfo, seguido de un intercambio de proyectiles del que apenas pudo reaccionar... Antes de que cayese al suelo malherido. Miró a un lado y hacia el otro. Uno... Dos... Seis asaltantes, a la vista al menos.

Sus compañeros esta vez tomaron una mayor iniciativa, y ya habían dado voz a sus órdenes. - Ya escucharon ¡A sus posiciones! - Fue su rápido pero tardío grito y, habiendo dada ya la instrucción a Lluvia de que se encargase de levantar a Glinthalas, ella haría lo posible por acompañar a Lowen en entorpecer sino terminar de ahuyentar a aquellos asaltantes. Comenzó a avanzar rápidamente hacia uno de ellos, levantando su enorme arma de hasta y apuntando hacia el árbol más bajo, desde el cuál podría hostigarlo.

Sus ataques, nuevamente eran defensivos, con movimientos gráciles y llenos de agilidad, girando continuamente con su enorme lanza no sólo para impedirle disparar con comodidad sino para defenderse a sí misma. El disparo de Lowenherz había pasado cerca suyo pero muy lejos de su blanco. Esperaba otra vez no estuviese dudando. - Recuerda al ciervo blanco, Lowenherz. Él te ha escogido. No podemos permitirnos dudar aquí... Los dioses están de nuestro lado. - Fue su conciso discurso, quizás algo estoico pero no menos cierto. Debía ser firme, aunque tuviesen el aspecto de hombres, lejos estaban de poseer humanidad. Un caballero siempre debía darlo todo por su cruzada.

La emboscada me pilla totalmente por sorpresa y me siento estúpida por haber pensado que tal vez humano y goblins se habían matado entre sí. Estaba más pendiente de los cuerpos que de las armas que les dieron muerte y, si no lo hubiera estado, seguramente me habría dado cuenta de que este tipo de manufactura no se parece en nada a las que habíamos visto durante el asalto de Belleria.

Devoradores de hombres. Eso es lo que son estos seres primitivos que habitan en este bosque a juzgar por sus adornos y su conducta. Los cadáveres dispuestos para no eran sino carnaza para atraer a una presa mejor: nosotros. Han salido de caza y nos han escogido como manjares para su banquete.

Los proyectiles silban a nuestro alrededor. Armas impregnadas seguramente de algún veneno para entorpecernos y evitar que escapemos. Sé bien lo que tengo que hacer y no necesito que Kylian me lo repita una segunda vez.

Necesitamos a nuestro mejor tirador para disuadir a estos antropófagos y atender las heridas ajenas se me da mejor que causarlas. Así pues echo a correr hacia Glin, agarrándome las faldas para no tropezar, y me encomiendo en silencio a los espíritus de mis antepasados. Es su poder el que obra el milagro de devolvernos a nuestro Glinthalas y yo le dedico una sonrisa cansada cuando le veo abrir los ojos entre mis brazos.

—Arriba, no es momento de echarse una siesta —bromeo con el joven elfo, para quitarle dramatismo a la situación que estamos viviendo—. Necesitamos tu ayuda para convencer a los nativos de que han escogido una pieza de caza que no van a poder cobrarse.

La mula de Lowenherz escapa a la carrera, dolorida y asustada, tan pronto como se ve alcanzada por el dardo enemigo. Su espantada altera a las otras dos bestias de carga pero, por el momento, permanecen su lugar.

Kylian no se lo piensa dos veces y en cuanto recibe el primer impacto de un proyectil, extrae un pergamino escrito con una breve plegaria que eleva una a su dios para que le conceda su protección. La hoja de papel se convierte en cenizas entre sus dedos mientras una multicolor barrera surge a su alrededor.

La manifestación mágica parece alterar mucho a los salvajes, que comienzan a gritar desde las alturas y a desatar una nueva lluvia de proyectiles sobre vosotros. En esta ocasión tenéis mejor fortuna y estáis prevenidos. Uno tras otro, lográis evitarlos todos; algunos esquivándolos ágilmente y otros, gracias a vuestras defensas mundanas o sobrenaturales.

El único que recibe el rasguño de una jabalina en esta segunda andanada es Lowen y, aunque la herida es superficial, basta para hacerle perder la concentración de su propio disparo. La flecha se pierde entre el follaje de un árbol cercano y reaparece segundos antes de caer blandamente al suelo sin haber alcanzado a nadie.

Glinthalas continúa desangrándo en el suelo pero inconsciencia dura tan poco como el tiempo que tarda la mística que-shu en llegar hasta él y detener la hemorragia con sus poderes curativos. Una exhibición que consigue alterar todavía más a los salvajes, quienes seguramente nunca hayan presenciado un milagro semejante.

Aprovechando la conmoción causada entre vuestros enemigos, Briand se lanza hacia el árbol más próximo con su arma de asta en la mano y lancea desde abajo a uno de los aborígenes encaramado a una rama baja; al mismo al que Glin hirió con su flecha hace un momento. Herido en sus desprotegidas piernas, el salvaje cae de su atalaya y queda tendido en el suelo, con su cuerpo doblado en una posición extraña e inmóvil.

La fortuna nos sonríe esta vez y prácticamente todos los proyectiles que nos lanzan los salvajes fallan, tan solo uno consigue rozarme en su trayectoria. La herida es pequeña y sangra, pero no es nada que no se pueda aguantar.

Aprovechando el alcance superior de su arma Briand es capaz de tirar a uno de nuestros enemigos del árbol en el que se encontraba, quedando inconsciente en el suelo. No sé si por la caída o por el ataque de nuestra querida noble, pero eso poco importa. Son uno menos y con Glinthalas de nuevo en pie nuestras posibilidades de sobrevivir comenzaban a aumentar.

Con renovado ánimo armo otra flecha en el arco y trato de dispararle al aborigen que vea con más claridad y esté más cerca.

Glinthalas recuperó la consciencia en cuanto Lluvia invocó sus poderes curativos. Parpadeó varias veces, vio el rostro de la Que-shu y sonrió, pero sólo durante un instante. Su joven rostro élfico se endureció mientras la magia curativa acababa de hacer su trabajo, se levantaba y cargaba una nueva flecha en su mortífero arco, que ni siquiera había abandonado en ningún momento su mano.

Su mano experta disparó el arco tomando por objetivo el más cercano de aquellos salvajes. Les superaban en número y le habían abatido una vez, pero no dejaría que tal cosa fuera a pasar de nuevo. Es más, tampoco permitiría que su falta de acción causase que los enemigos hicieran blanco en sus amigos. Su rápido disparo salió con toda la fuerza de la que fue capaz. Fuera quien fuera el que recibió el flechazo no iba a disfrutarlo.

Kylian observó a los asaltantes, al parecer la batalla se decidiría con un intercambio de proyectiles. Solo esperaba que los arbustos sirvieran de defensa, junto a la bendición de Gilean, para acabar con la amenaza. Seguía dándole vueltas al sentido de todo aquello ¿Qué extraños salvajes enloquecidos estaban atacándolos?¿A quién rendían culto aquellas bestias?¿Y porqué el ciervo blanco los había conducido hasta allí?

Cuando registraran los cadáveres de esas bestias, que parecían más animales rabiosos que seres inteligentes, darían con alguna respuesta. Desenvainó su ballesta amartillándola y disparó un proyectil a uno de los atacantes. Iba a ser otra lucha encarnizada.

Uno caído, cinco restantes. Aprovechando la posición que había obtenido, y no quedando tan a su alcance los demás contrincantes, decidió ensartar su lanza de tres puntas en el suelo para irse detrás del mismo armo y tomar en mano su arco compuesto. Agarró una flecha de su espalda, la tensó, y cuando estaba lista, se asomó para disparar a otro de los escaramuzadores.

Un tiro certero y oportuno. Con suerte, serviría para ahuyentar a los atacantes restar y sino, levantaría la moral general. Ya habían enfrentado y triunfado sobre rivales mucho mejor armados y mejor organizados. Ésto ya no representaba una amenaza para ellos, y se lo harían saber.

Con Glinthalas recuperado y su increíble puntería haciendo estragos entre nuestros atacantes, siento que ya he sido de utilidad al grupo. Sin embargo, no soy de las que se quedan de brazos cruzados mientras los demás se juegan la vida opto por probar fortuna con mi nueva ballesta.

Nunca he tenido entre mis manos un arma semejante pero me convenzo a mí misma de que si los salteadores de Belleria pudieron usarlas con cierta destreza, es posible que yo también consiga hacer algo de provecho con ellas.

Una enorme sonrisa se dibuja en mi cara cuando, tras conseguir amartillarla con éxito, mi primer disparo consigue hacer diana en uno de los caníbales. Mi disparo no es tan certero como los de Lowen y Glin, pero yo lo considero todo un éxito personal.

El clérigo de Gilean, protegido por la bendición de su dios, carga su ballesta y dispara sobre el atacante más cercano. Su virote queda clavado en una rama tras desgarrar superficialmente el costado del salvaje.

Inspirado por el éxito de Kylian, Lowenherz vuelve a tensar el arco que le arrebató al caballero negro y hace diana con su disparo en el pecho de un segundo nativo. La flecha le atraviesa el estómago de parte a parte y el infeliz pierde el equilibrio, cayendo a tierra y rompiéndose una pierna a consecuencia de ello. Sus gritos de agonía se suman a los de sus enloquecidos compañeros.

Una nueva andanada de proyectiles enemigos cae sobre vosotros desde las alturas. Dos son desviados por la mística barrera conjurada por Kylian y otro más aterriza a los pies de Briand sin alcanzarla. El último, un dardo emponzoñado, sí consigue hacer diana en la noble de Kalaman; aunque con su férrea determinación, ella logra sacudirse de encima el entumecimiento que le induce el veneno.

El certero disparo de Glinthalas atraviesa el hombro izquierdo de uno de los tiradores y lo deja clavado al tronco del árbol, gravemente herido y aullando de dolor mientras intenta arrancarse la flecha y liberarse. El disparo de lady Le Besco pone fin a sus sufrimientos.

Y Lluvia Estelar, animada por la puntería de todos sus compañeros, prueba suerte con el salvaje alcanzado por Kylian y también logra hacer diana en su desprotegido y pintarrajeado cuerpo.

Ahora ya solo quedan encaramados a los árboles la mitad de vuestros atacantes y uno de ellos, herido por los disparos de la pareja de sanadores de vuestro grupo.

—¡Sí! —exclamo con satisfacción al ver que mi flecha consigue impactar en el blanco y derriba a uno de los salvajes. Al caer parece llevarse un buen golpe y por ahora no volverá a ser un problema.

Con la motivación que me da el haber tenido éxito en aquel ataque, cojo otra flecha más y me dispongo a repetir la misma acción. Apunto con calma a uno de los salvajes que quedan, tenso la cuerda con firmeza y exhalo antes de soltarla y que la flecha salga disparada a toda velocidad contra mi objetivo.

Sin prisa pero sin pausa, el elfo no se da tiempo para disfrutar de sus pequeñas victorias y vuelve a cargar su arco. Un enemigo derrotado es una gran noticia, pero no podían permitirse el lujo de celebrar cada impacto de flecha o el siguiente podría ser el de un salvaje hacia uno de sus compañeros... o él mismo.

Glinthalas apuntó al siguiente enemigo, tensó su arma hasta el límite de sus fuerzas y disparó sin que apenas hubiera tiro parabólico, tan potente y rápida salió disparado su proyectil. Un impacto casi seguro, pero no por ello celebraría el acierto. No hasta estar seguro de que no había más enemigos al acecho. Si no hubiera sido por su precaución ahora podían estar todos muertos. Y nada impedía que volviera a suceder igual.

Las amenazas empezaban a caer, como pájaros cazados por el arco del experto cazador. Por suerte la defensa de la fe resultó acertada ante la lluvia de muerte que desató su enemigo. Observó entre los árboles y dejó su ballesta en el suelo, necesitarían de una aproximación más agresiva para acabar con esa batalla cuanto antes. Dio un paso acercándose a uno de los salvajes que seguía atacando desde las alturas y desenvainó dos de sus dardos, no estaban envenenados pero serían útiles igualmente. 

Con un solo gesto entrenado desenvainó ambas flechas astadas y los lanzó hacia las ramas del árbol más cercano. 

En cuestión de unos pocos segundos, mis compañeros abaten a dos de los indígenas más con sus disparos, reduciendo su número original a la mitad. Y eso significa que hemos ganado ya la escaramuza, aunque tal vez nuestros atacantes no se hayan dado cuenta todavía.

Confío tanto en la puntería de mis amigos que guardo mi ballesta, consciente de que en ese terreno puedo aportar muy poco. Ato a Duna al árbol más cercano y me acerco a atender al gimiente caníbal derribado por el disparo de Lowen. No estoy segura de que podamos interrogarle, pero ha dejado de ser una amenaza para nosotros y no quiero dejarle morir si puedo evitarlo.

Me aproximo con mis armas envainadas y las manos extendidas para que vea que no soy una amenaza e intento sanarle para que pueda regresar a la aldea de la que salió. Seguramente tendrá una familia que se alegre de verle con vida y que merece saber lo que ha ocurrido aquí, aunque solo sea para que aprenden la lección y no ataquen en el futuro a grupos de desprevenidos viajeros como nosotros.

Una última y fallida flecha de advertencia aterrizó sobre el tronco por donde se posaba posiblemente el último de los salvajes, tras la certera lluvia de disparos que había arrojado su compañía. Se asomó de su cobertura, sólo para dar claramente su cara e imagen.

- La próxima no fallará ¡Tomen a sus compañeros y retírense ahora! - Les gritó con ferocidad y sin el más mínimo temblor en sus labios. Incluso aunque no fuesen capaz de comprender su idioma, su expresión y tono se esforzaron en ser más que claro. En este territorio no serían más los cazadores, sino los cazados.

─Izquierda ─dijo simplemente el elfo apuntando al salvaje que huía por la izquierda. Pero su voz tuvo un tono más titubeante de lo esperado.

Así como no tenía problema alguno en abatir a sus atacantes, que ponían en peligro su vida y la de sus amigos, atacar por la espalda, impunemente, no era... honorable. ¿Qué sabía un pícaro niño de la calle como él de honor? Lo que le estaban enseñando a marchas forzadas aquellos amigos nuevos suyos.

Glinthalas no tenía ninguna necesidad de causar daño. Aquellos no eran seres inferiores ni enemigos al acecho. No eran más que unos pobres diablos que habían tratado de masticar más de lo que podían comer. Tendrían familias. No estarían emboscando por el placer de causar daño. Seguro que el grupo, como los goblins y el humano que les precedieron, habían invadido sus tierras y lo único que hacían era defender su territorio. Igual que pasaría en cualquier bosque élfico...

El elfo disparó, sí, pero desganado, repentinamente falto de todo interés por acertar. La flecha, claro está, erró el objetivo y se perdió entre el follaje.

Kylian se acercó al salvaje inconsciente, sin mucho interés por los salvajes que huían. Había información que sonsacar de aquel desconocido que se comportaba como si estuviera poseído por una ira irracional. Trató de apuñalar a la joven Que-Shu, por suerte falló pero debían tener cuidado. Primero habría que registrar los cadáveres en busca de algún símbolo o algo que ofreciera luz a sus incógnitas ¿Por qué los habían atacado? Claramente no eran miembros del grupo de caballeros de Neraka, de lo contrario no habrían abatido a los goblins con las mismas ansias de sangre con las que les atacaron a ellos. Parecían humanos, pero podía haber sangre mestiza de elfo salvaje. 

Rebuscó en su mente cualquier dato que pudiera ofrecer luz sobre alguna tribu de salvajes de la zona. Quizás eran un grupo perdido de salvajes que-Shu algo más agresivos que sus primos del sur. Observó sus pinturas de guerra, y los patrones que formaban para ver si se correspondían con algún culto conocido. 

- Deberíamos irnos cuando saquemos algo en claro de este ataque. Lo más seguro es que vuelvan con refuerzos para atacarnos. No parecen caníbales, si no habrían devorado estos cadáveres.. el del humano al menos. Aunque desconozco si son capaces de razonar o que lenguaje utilizan.

Sin pudor alguno empezó a rebuscar entre los cuerpos abatidos, robando todo cuanto pudiera serles de utilidad para identificarlos, saber de ellos o algo de oro saqueado de los goblins. Había que aprovechar todos los frutos que había a su alcance.

Había sido suficiente. Los atacantes habían huido. Con cierta calma, aunque no bajando del todo la guardia, volvió a meter su torso dentro del arco y acto seguido su arma de asta entre su escudo y la espalda de su saco. Se sacudió y quitó un poco el polvo del mismo, antes de acercarse a la Que-Shu que había intentado sanar al único sobreviviente. Era algo que normalmente ella también haría con cualquier humano, para poder llevarlo ante la ley correspondiente de Belleria, sin embargo...

- Entiendo por qué lo has hecho... No obstante, no debes ceder ante su apariencia. Podría ser tan salvaje y primitivo como cualquier trasgo, o incluso peor que un animal, a juzgar por sus instintos. Éstos no son nuestros iguales. - Le dijo a la sanadora, no tanto para consolarla sino para ilustrarle una lección que a ella le habían enseñado hace mucho. Un exceso de bondad, no era más que una gran debilidad que cualquier serpiente disfrazada de humano no dudaría en explotar. De haber sanado a ese salvaje sin escrúpulos, quizás le hubiese devuelto una apuñalada con mucho más vigor.

- No debe ser más que su territorio... Dudo que podamos nutrirnos mucho de un interrogatorio con esto. - Le comentó a Kylian observando con cierto desdén al desmayado indígena.

—No deberíamos detenernos aquí más de lo imprescindible —respondo una vez que los dos últimos salvajes desaparecen de mi vista. Los había seguido con la mirada, por si acaso, pero en cuanto confirmamos que estaban huyendo guardo al fin el arco y recojo mi escudo que había dejado en el suelo unos metros más allá —. Si estamos en su territorio es probable que quieran vengar a sus compañeros caídos, mejor que no nos encuentren cuando eso ocurra.

Luna había sido herida por uno de ellos, por raro que pudiese parecer. Malditos, es un animal indefenso... pienso mientras trato de buscarla en las inmediaciones y calmarla si llego a encontrarla.