Partida Rol por web

1 Reorxmont 433 AC

El tiempo que habéis pasado gozando de la hospitalidad del Cónclave de Magos de la Alta Hechicería se os ha hecho extraño. Resulta difícil saber en qué día vives cuando no tienes apenas referencias del exterior y cuando tienes a tu disposición cama, comida y bebida de forma continua. Y nada mejor que hacer que dormir, comer y beber a la espera de que los magos terminen de atender las peticiones de encantamiento formuladas por Kylian; las de Lluvia Estelar, en cambio, deberán esperar a vuestro regreso.

Para cuando Corwyn y el anciano líder de los Túnicas Negras os confirman que están listos para llevaros hasta la Desolación, vosotros estáis impacientes por hacerlo.

El viejo seguidor de Nuitari posa una de sus temblorosas manos en el hombro de Kylian y la otra en la pringosa cabeza de Klunurig, quien a su vez se abraza a Makuwa siguiendo las indicaciones del mago. Enrielle y Lluvia Estelar toman entre sus brazos a Nudillos y a Jilhazhí respectivamente y la Señora de Wayreth coloca sus pálidas manos sobre las espaldas de ambas.

Uno y otra pronuncian entonces de forma sincronizada las palabras de un conjuro de teletransportación. De repente tenéis la sensación de que el suelo se hunde bajo vuestros pies y sentís un repentino vacío en el estómago. La magia os engulle en un remolino huracanado de colores informes y, cuando cesa finalmente, os encontráis pisando de nuevo tierra firme. Solo que todo el paisaje ha cambiado a vuestro alrededor.

Os encontráis en mitad de un páramo yermo, arrasado totalmente por el fuego. Aquí no crece nada y el único hito geográfico reconocible es un volcán de proporciones monstruosa en cuya base os encontráis. Al mirar hacia arriba, no podéis evitar quedar boquiabiertos ante su tamaño colosal.

El cráter está tan lejano, que alcanza las nubes, oscurecidas por la ceniza que sale de su interior. Varias columnas de humo negro se elevan furiosamente desde la boca del volcán y otras chimeneas secundarios, llenando el cielo de una empalagosa suspensión de hollín y gases nocivos. Lúgubres ríos de lenta e hirviente lava bajan desde la parte superior del cono volcánico y desde otras heridas abiertas en la ladera, creando unas venas retorcidas que parecen latir con su hipnótico resplando ígneo como si la montaña fuera un ser vivo.

Siendo finales de la estación estival, la temperatura resulta asfixiante, notablemente por encima de los cuarenta grados. No hay ni uno solo de vosotros que no se arrepienta de vestir armadura.

—Allí, a tres kilómetros y medio de altura, están las ruinas de la Torre de Alta Hechicería de Losarcum —os indica el líder de los Túnicas Negras, señalando a la cima del volcán con un índice tembloroso y la voz cargada de orgullo.

—No queda nada de valor allí —se apresura a intervenir Coryn—, restos calcinados y arrasados por la lava. No necesitaréis subir hasta ahí arriba para entrar en el volcán. Existen muchos túneles secundarios para adentrarse en su interior mucho más aptos para ello que tener que descender por la chimenea principal. La dragona roja Malystryx tenía aquí su guarida y, aunque hace más de una década que murió, algunos de sus antiguos sirvientes todavía merodean por la región, así que tened cuidado. Os estaremos observando y regresaremos a por vosotros una vez que hayáis conseguido salir de nuevo. Mucha suerte.

Y con esto, sin esperar réplica por vuestra parte, ambos magos pronuncian nuevamente las palabras de su hechizo de teleportación y desaparecen.

1 Reorxmont 433 AC

Te encuentras en mitad de un páramo yermo, arrasado totalmente por el fuego y tan diamentralmente opuesto a tu tierra natal que casi parece irreal. Aquí no crece nada y el único hito geográfico reconocible es un volcán de proporciones monstruosa en cuya base te encuentras. Al mirar hacia arriba, no puedes evitar quedar boquiabierto ante su tamaño colosal.

El cráter está tan lejano que alcanza las nubes, oscurecidas por la ceniza que sale de su interior. Varias columnas de humo negro se elevan furiosamente desde la boca del volcán y otras chimeneas secundarios, llenando el cielo de una empalagosa suspensión de hollín y gases nocivos. Lúgubres ríos de lenta e hirviente lava bajan desde la parte superior del cono volcánico y desde otras heridas abiertas en la ladera, creando unas venas retorcidas que parecen latir con su hipnótico resplando ígneo como si la montaña fuera un ser vivo.

Siendo finales de la estación estival, la temperatura resulta asfixiante, notablemente por encima de los cuarenta grados. Vestir armadura es un suplicio, pero un suplicio al que te resistes a renunciar.

Coryn Brinefolk te advirtió al traerte aquí que, aunque la dragona roja Malystryx que tenía aquí su guarida hacía más de una década que murió, algunos de sus antiguos sirvientes todavía merodean por la región. Te prometió también que te estaría observando, que regresaría a por ti una vez que hubieras conseguido averiguar qué sucede en el interior del volcán y que te enviaría refuerzos si le era posible.

Hasta el momento te has estado aferrando a esta última promesa, remoloneando por la base del volcán esperando esa ayuda prometida que no termina de llegar. Pero ahora que tus reservas de agua están peligrosamente cerca de agotarse, has decidido no esperar más y ponerte en camino.

Te han dicho que la cima se encuentra a más de tres kilómetros de altura del suelo y sabes que muy pocos podrían llegar hasta allí. Por suerte para ti no solo eres un escalador formidable, sino que tampoco necesitas trepar hasta allí. Al parecer, existen muchos túneles secundarios para adentrarse en el interior del volcán mucho más aptos para ello que tener que descender por la chimenea principal. Solo esperas encontrar uno antes de morir de deshidratación.

Klunurig observó aquel ambiente con una expresión anonadada en el rostro. Aquella tierra-de-fuego era un lugar sorprendente para él, completamente diferente de cualquier cosa que hubiese podido contemplar en el pasado. Un lugar yermo, y que sin embargo parecía latir con vida propia. Una vida ígnea, primigenia, como la que debía latir en el corazón del pájaro-de-llamas-azules, pero más roja e intensa. Se acuclilló y tocó la tierra, una roca dura y negra que, pese a todo, escondía con toda certeza la semilla de la vida. Pero esta no afloraría en tanto el fuego no se apagase del todo.

El druanti miró, aún con cierta desconfianza, a aquellos sabios-asesinos que les habían llevado hasta allí con sus dones. Ciertamente, algo había de poderoso en aquel prodigio, aunque el bakali no lo comprendía del todo. Los sabios-asesinos habían rehusado entregarle sus crías, pero, al menos, habían sacado algo de la pústula, y con eso, dijeron sus compañeros del vendaval-de-muerte, ya no podrían moverla. Tendría que servir. Si el bakali había entendido algo - cosa que dudaba - en aquel lugar hallarían ciertas pistas sobre un gusano-rojo de fuego, aún peor que Mohrlex, y así podrían impedir que despertara la madre-ramera de todos los gusanos del mundo. Parecía razonable querer impedirlo.

- Humph. - murmuró el bakali, con gesto contrito - Esta es la tierra-de-fuego de la que nace el poder de las llamas, y la vida misma. Honrémosla, pues aquí la muerte está en todas partes, pero la muerte es vida en potencia. Nosotros somos el vendaval-de-muerte. El vendaval-de-vida en potencia.

Aquello no tenía ningún sentido, pero igualmente lo dijo. Después de eso, palmeó el cráneo de Makuwa, dispuesto a iniciar la marcha... sin saber muy bien a dónde.

Aquello era una especie de cruel broma del destino: ¿un morador de los hielos en semejante lugar? Ni que hay que decir que Drey estaba sudando la gota gorda, pero pese a todo, cabezota de él, se resistía a quitarse la armadura. Si le habían enviado a aquel lugar no era a simplemente pasar calor. Allí había enemigos, algo peligroso. Que no le hubieran podido concretar no le daba buenas vibraciones. Y que le hubieran dicho que le enviarían refuerzos tampoco. ¿Acaso no se fiaban de él? O tal vez era que el problema que esperaban se podía zampar a guerreros como él como si fuera un simple aperitivo.

─¡Pues este aperitivo tiene palillo punteagudo! ─pensó para sí, airado.

En realidad tenía varios palillos punteagudos... y otros romos. Incluso si no llegaba al cuerpo a cuerpo todavía podía ser peligroso. Peligroso era una buena palabra para definirle, sí. De eso estaba convencido. Y además estaba con muy malas pulgas. Las vivencias de los últimos días le habían hecho pasar del estupor al hundimiento de su moral y al surgimiento de una ira que sólo se aplacaría con ríos de sangre. O eso se decía. Tal vez no fuera así. Pero merecía la pena poner a prueba su teoría.

─Al menos podrías haberme lanzado algún hechizo para protegerme de estas temperaturas, ¿no? ¿Brinefolk?

El hecho de que aquella mujer fuera de su misma raza acrecentaba la sensación de que, aunque los magos querían resolver esa situación, fuera lo que fuera, se les daba bastante mal empatizar, incluso con uno de sus compatriotas. También era verdad que hacía años que se había habituado a las altas temperaturas al norte del Muro de hielo, pero eso no quitaba que el verano siguiera siendo la estación que peor soportaba. Y, pese a todo, no desfallecía.

El ya veterano guerrero se enjuagó el sudor de la frente con su manga y comenzó a avanzar en busca de uno de aquellos túneles secundarios de los que le habían hablado. Seguramente era su mejor opción para huir de aquel calor abrasador y poder completar con éxito aquella misión.

Asumir que hemos perdido para siempre a Thorwyn me resulta inconcebible, incluso habiéndole visto devorado por la planta carnívora. Está muerto y no pudimos hacer nada para evitarlo. Es como un mal sueño y cada vez que despierto en la torre de Wayreth estoy convencida de que eso es exactamente lo que es. Pero me engaño a mí misma.

Tener que confiar mi vida y las de los demás a los mismos magos responsables de que Thorwyn perdiera la suya me parece una locura. Y el hecho de que se avengan a inutilizar los mandos de nuestra fortaleza no se si ayuda o si dificulta el fortalecimiento de mi confianza en ellos. Sin embargo, existe cierto consenso en que es la única posibilidad que tenemos para llegar hasta la otra punta del continente sin invertir en ello varias semanas.

Aunque Kylian ha estado hablándonos de la geografía de la Desolación, lo cierto es que no estoy en absoluto preparada para lo que descubro cuando los magos nos traen hasta aquí en un parpadeo. Se parece demasiado a los relatos de mi pueblo acerca de cómo Qué-Shu quedó reducido a cenizas por el aliento de fuego de los dragones en tiempos del abuelo de mi abuelo.

El calor es insoportable y el paisaje, desolador. Aterrador incluso. Nunca había visto una montaña que vomitara ríos de sangre candente, ni columnas de humo tan densas que ocultan la luz del sol como la más negra de las tormentas. 

—No quiero estar aquí ni un minuto más de lo imprescindible —confieso a mis amigos, preguntándome si los magos cumplirán su promesa y vendrán a rescatarnos cuando se lo pidamos—. Será mejor que nos pongamos en marcha y encontremos la manera de entrar en la montaña para poder abandonar esta región del Abismo cuanto antes. Quién sabe qué criaturas diabólicas lo habrán elegido como su hogar.

El único consuelo que me queda es que al menos mi pequeño Jiłhazhí no parece llevar tan mal el calor extremo como yo lo llevo.

Miro hacia arriba, hacia lo alto del volcán y me mareo de solo pensar en tener que trepar por su oscura superficie. Ojalá se me hubiera ocurrido traer el material de escalada de Thorwyn.

Eres un auténtico titán y no estás dispuesto a dejarte vencer por un poco de calor. Estás decidido a descubrir lo que quiera que se oculte en el interior del volcán y regresar victorioso con tu informe a los magos de Wayreth. Una condiciones climatológicas adversas no van a impedírtelo.

Por encima de tu cabeza el cielo está encapotado. Parece que una negra tormenta va a decargar bondadosamente sobre ti pero en realidad solo es una densa nube de hollín, que ensombrece la luz del sol pero no parece amortiguar el calor.

La ladera del volcán es irregular, con una pendiente pronunciada pero practicable en su primer tramo. Aunque la grava es traicionera y se desprende en ocasiones a tu paso, siendo como eres un escalador profesional, ni siquiera necesitas valerte de tu equipo de montaña para salvar los desniveles que encuentras durante la primera hora de caminata.

Has recorrido un buen trecho buscando sin éxito una entrada al interior del volcán, cuando llegas a una sección particularmente empinada entre las orillas de dos afluentes magmáticos. Consciente de que vas a tener que dar un largo rodeo si quieres evitarla, decides echar mano de tu material de escalada.

Estás rebuscando todavía en el interior de tu saco, distraído, cuando sientes un calor creciente a tu espalda. Instintivamente tratas de apartarte pero algo te golpea por detrás, haciendo que tu armadura se ponga al rojo vivo allí donde te ha impactado. Gotas de lava salpican en todas direcciones del el lugar del impacto, causándote algunas pequeñas quemaduras adicionales.

Girándote para afrontar el origen del ardiente proyectil que te ha impactado a traición, descubres alzándose ante tí no una sino dos criaturas aparentemente compuestas por lava, con el cuerpo iluminado por un tétrico brillo carmesí. Tienen una forma más o menos humanoide, con la cara retorcida en una mueca de odio y los ojos candentes de ira y tormento mientras fluye hacia delante. Sus cuerpos despiden lenguas llameantes esporádicamente, creando arcos de fuego que chisporrotean y mueren, estallando en un torrente de chispas. Nunca has visto ni oído hablar de nada semejante, pero está claro que no quieren nada bueno.

El más cercano, el que te ha lanzado la bola de lava a juzgar por la dirección de la que venía ésta, desprende un calor tan intenso que enrojece tus musculosos brazos al descubierto.

Enrielle parpadeó varias veces. La bofetada de aire caliente y seco fue casi peor que el aire malsano que respiraba. Y frente a ellos, el descomunal volcán que era su destino. Esperaba que no definitivamente. Jamás había visto tal cosa, y no pudo sino sobrecogerse. No podía pensar como Klunurig que aquel terrible lugar fuera semilla de la vida de nada, sino que sólo podía albergar muerte y desolación. 

—Estoy de acuerdo contigo. — respondió a Lluvia. — Esto es peor de lo que había esperado, y aunque prefiero no imaginarme quién puede llamar a este infierno hogar estoy segura de que lo que sea tiene que ver con esa sensación de los magos de que algo terrible se está cociendo.

Liberó del abrazo a Nudillos y lo hizo posarse en su antebrazo.

—Vuela Nudillos. Busca. — le dijo al tiempo que movía el brazo para que alzara el vuelo para que buscase cualquier cosa viva o que lo pareciese, ya fuera para ir hacia lo que fuera o evitarlo.

Tras eso empezó a hacer una torpe danza muy parecida a la de Klunurig, salvando las distancias. Por la descripción que los magos habían hecho acerca del lugar sospechaban que haría un calor de mil demonios, así pues Enrielle estuvo consultando a Klunurig si el pantano podía ser de ayuda en este caso. No le terminó de quedar muy claro a la legionaria si así era, aunque de las palabras enigmáticas o directamente inconexas del enano bakali casi desprendía que sí, que el pantano les ayudaría como siempre hacía. Así pues, tras terminar la danza, gruñó un poco y tocó con sus manos a Lluvia Estelar. Luego repitió la operación y se tocó a sí misma, esperando que el pantano mitigase una parte del calor.

Tras ello, comprobó sus pertrechos y, arco en mano, echó a andar con los demás hacia el volcán, con un ojo puesto en su fiel halcón.

─¡Arrrrg! ─exclamó el sureño al notar el insoportable calor de las quemaduras que acababa de provocarle el ¿elemental?

El especialista en saber contra qué luchaba y cómo derrotarlo era su hermano. El traidor de su hermano. Sin él Drey daba palos de ciego. ¿Tendría esa criatura vulnerabilidad al frío, o al agua bendita? ¿El hierro frío le causaría mayores daños?

Drey dirigió su airada mirada de loco hacia la criatura ígnea, rebosante de odio, una mirada capaz de helar la sangre al más fogoso de los adversarios... sin causar efecto aparente alguno en él. Pues si la criatura había iniciado las hostilidades, sería Drey el que las acabara, no faltaba más.

─¿Qué coño eres tú? ¿Tienes nombre? ¡Dime qué eres y así sabré qué estoy a punto de aniquilar!

Guerrero experto, Drey, aunque no supiera cuál era la manera más eficiente de matar una cosa de esas, sí sabía cuándo guardar las distancias, por lo que aprovechó la lanza que tenía depositada en el suelo, junto al saco en el que hasta hacía unos momentos estaba rebuscando, la empuñó rápidamente y avanzó un par de pasos bien medidos para conseguir que la punta de la lanza fuera a perforar a la criatura. Una y dos veces en rápida sucesión. Un guerrero humano convencional ahora empezaría a toser sangre y se desplomaría. ¿Pasaría lo mismo con el elemental?

Tan pronto como apeláis a vuestra magia para aliviar los síntomas más perniciosos del calor, os ponéis en camino hacia la cima del volcán.

Por encima de vuestras cabezas el cielo está encapotado. Parece que una negra tormenta va a decargar bondadosamente sobre vosotros pero en realidad solo es una densa nube de hollín, que ensombrece la luz del sol pero que no parece amortiguar el calor.

La ladera del volcán es irregular, con una pendiente pronunciada pero practicable en su primer tramo. Aunque la grava es traicionera y se desprende en ocasiones a vuestro paso, os ayudáis los unos a los otros para no tener que recurrir por el momento al equipo de montaña que lleva Enrielle para salvar los desniveles que encontráis durante la primera hora de caminata.

Habéis recorrido un buen trecho buscando sin éxito una entrada al interior del volcán, cuando escucháis los chillidos de Nudillos en el cielo. Un poco más adelante podéis ver una sección particularmente empinada entre las orillas de dos afluentes magmáticos y no necesitáis avanzar mucho más antes de descubrir a cierta distancia lo que ha alarmado al halcón.

Un humano corpulento se encuentra en apuros combatiendo a dos seres hechos de pura lava. Tienen una forma más o menos humanoide, con la cara retorcida en una mueca de odio y los ojos candentes de ira y tormento mientras fluye hacia delante. Sus cuerpos despiden lenguas llameantes esporádicamente, creando arcos de fuego que chisporrotean y mueren, estallando en un torrente de chispas. Nunca has visto ni oído hablar de nada semejante, pero está claro que no quieren nada bueno del desconocido.

Notas el calor que desprende tu rival enrojeciendo tu pálida carne y también el del espaldar de tu armadura al rojo vivo ampollando tus músculos dorsales. Pero ahora no tienes tiempo para pensar en quitártela, tienes amenazas más urgentes que afrontar.

El primero, el más cercano, se arranca una parte de su propio vientre en llamas y te lo arroja. Por fortuna, logras esquivarlo ágilmente y empuñas tu lanza decidido a acabar con él. Sin embargo, antes de que tengas ocasión de acerlo, el segundo se te aproxima y te lanza un proyectil ardiente que impacta contra tu costado, salpichando gotas de lava en todas direcciones y haciéndote apretar los dientes de dolor.

Decidido a desembarazarte de ellos rápidamente, arremetes contra el más próximo y le atraviesas con tu lanza. La criatura lanza un grito de dolor pero puedes ver cómo la punta de tu arma comienza a ponerse al rojo debido al calor extremo que emana del cuerpo de tu víctima.

El refrescante tacto de Enrielle resulta un alivio inmediato al insoportable calor y no puedo evitar mirarla con una mezcla de asombro y profunda gratitud por ello. Todavía puedo sentir en mis carnes morenas las elevadas temperaturas circundantes pero ahora resultan casi agradables después de haber recibido la bendición del pantano que mi amiga me ha impuesto.

Con Jiłhazhí y el halcón de Enrielle sobrevolándonos a corta distancia para anticiparnos cualquier peligro o el hallazgo de alguna entrada al volcán, nos ponemos rápidamente en marcha sin saber qué nos deparará el camino.

A pesar de haber nacido y crecido cerca de las montañas de la Muralla del Este, esta montaña de fuego no se parece en nada a ninguna otra que haya conocido en mis viajes. Por el momento nos las hemos apañado bastante bien pero temo el momento en que tengamos que empezar a trepar por sus negras laderas.

Cada vez que el contenido de nuestros odres comienza a mermar a causa del calor y la sed, convoco un pequeño manantial de agua fresca y pura para que brote del suelo, pero no tarda en ponerse calentorra y con un sabor como a huevos cocidos a causa del azufre y los minerales de la zona. Es desagradable, pero mucho mejor que morir deshidratados.

No hace mucho que hemos hecho nuestro último alto para llenar nuestras cantimploras cuando escuchamos los chillidos de advertencia de Nudillos y descubrimos qué es lo que los provoca.

Está claro que los seres de magma han debido surgir de los ríos de lava candente que abundan por aquí. Lo que me resulta imposible de saber es si el humano al que atacan es un desafortunado viajero o alguno de los pérfidos caballeros de Neraka que tienen su residencia en las inmediaciones. En cualquier caso, nos conviene capturarle con vida para poder interrogarle.

Enrielle abrió mucho los ojos al ver las criaturas por las que Nudillos había vuelto a ella chillando, que no eran sino dos seres hechos de lava. El individuo que se debatía con esos dos parecía un hombre de carne. Un hombre que no debería estar aquí, igual que ellos, por lo que seguramente era algún fanático que Neraka había enviado. Podrían dejarlo morir, pues, a manos de esos monstruos de fuego y ahorrarse el trabajo de hacerlo ellos, pero si tenía información de algún tipo, que lo más probable era que sí, debían salvarle por el momento.

Así pues, Enrielle soltó el saco que portaba en el suelo de roca negra y se hizo bien visible, arco en mano. Pensó en conminar a esos seres de magma para que dejaran de atacar al humano, pero sospechaba que en esta esquina del mundo no hablarían ningún idioma conocido por ella, si acaso era que hablaban alguno. Y dado que ese individuo podía tener respuestas que indudablemente estaban en peligro se decidió por imitar a su amiga y hacer uso de la fuerza, disparando la primera de las flechas sobre uno de aquellos monstruos.

El calor sofocante de aquella región les asfixiaba, y Klunurig no tardó en invocar la ayuda de Krik'k lettz para que les protegiese a él y a Makuwa. Una fina capa de barro húmedo creció en torno a sus pieles, aliviando la sensación abrasadora en la piel, y haciendo que la sequedad no les consumiese. Pese a todo, el druanti anduvo alerta todo el tiempo, evitando intuitivamente las posibles trampas naturales que les pudiesen llevar a zonas de mayor calor, o a sufrir quemaduras en los pies. De ese modo avanzaron un tiempo, hasta que el pájaro de Enrielle-flechamuerte lanzó un chillido de advertencia. Entonces pudieron contemplar la batalla encarnizada entre un humano y dos seres de fuego. Klunurig observó a aquellos seres, tratando de discernir su naturaleza. ¿Qué clase de criaturas eran? ¿Tal vez los custodios naturales de aquel paraje de fuego ardiente? El pájaro-de-llamas-azules a veces enviaba a sus siervos ardientes para ciertas tareas. No tenía muy claro que debiera interferir en aquella batalla natural, aunque pronto vio que el vendaval-de-muerte se afanaba en arrojar proyectiles en aquella dirección.

- Humph... - soltó un gruñido indeciso, sin saber muy bien qué hacer - ¿Conocéis a ese humano, Flechamuerte?

Sospechaba que símplemente le ayudaban, porque eran otros humanos. Él no tenía muy claro qué hacer.

—Pues no. — respondió Enrielle desde su posición con la bota sobre una roca, viendo cómo la flecha alcanzaba a uno de los extraños seres de magma, aunque sin saber si causando daño alguno o si se había quemado nada más tocarle. — No sé quién es, pero si ese hombre ha llegado hasta aquí está claro que debe saber algo, y si esos dos lo matan nos vamos a quedar sin saberlo nosotros. Ya veremos luego si es amigo o enemigo. ¡Eh, vosotros dos, estúpidos cagafuegos! ¡Aquí! — voceó tratando de captar la atención de los monstruos llameantes.

Aquel lugar era horrible. No estaba en equilibrio. El elemento fuego sobresalía por encima del resto y eso lo hacía totalmente inhabitable. Restaurar el equilibrio en aquel lugar sería difícil, sino imposible. No obstante, no estaban allí para eso, no era aquella su misión. 

Antes de comenzar a caminar, Kylian lanzó una plegaria al dios de la Neutralidad e inmediatamente se hizo para él más soportable el permanecer en aquel inhóspito lugar. No tardó en ofrecer a sus compañeros la misma bendición que Gilean le había otorgado y no dudó en orar en favor de sus compañeros. Por suerte había sido precavido y había memorizado tres de esos conjuros entre sus dones diarios y por su fuera poco, tenía otros cuatro pergaminos divinos con dicho sortilegio inscrito en ellos. 

Pronto el ave amiga de Enrielle, regresó junto a ella con noticias y les condujo junto a lo que parecía ser una trifulca. Dos seres ígneos estaban atosigando a un hombre. Kylian no puedo hacer más que sonreír. 

- Y cuando unos de tus agentes cae, otro aparece... - Asitió convencido de aquel acto divino y premeditado de su señor y patrón.  

El sacerdote, con apariencia de uno de los gnomos más feos que había visto nunca y encerrado en el cuerpo de una goblin, se acercó hasta el lugar del combate y cuando estuvo a la distancia adecuada, conjuró con una súplica, un bastón espiritual que castigaría a los enemigos de quien todavía no sabía, que era el nuevo agente de la Neutralidad del Vendaval de la Muerte. 

- ¡Oh Gilean, golpea duro con tu vara y apaga el fuego que alimenta los rocosos cuerpos de nuestros enemigos! - Alzó la voz con convicción. 

El guerrero sureño sudaba a mares y notaba cómo le escocían los ojos. La piel, le ardía. Las manos parecía que las hubiera metido en un horno, pero el recubrimiento de cuero que se usaba para acolchar la cota de mallas y tal vez el hecho de que aquella no estaba fabricada con materiales convencionales, le protegía. Aguantaría. Y se llevaría a aquella criatura por delante...

─¿Eres mudo? ¿No sabes común? ¿Cómo voy a disfrutar acabando contigo si no me das conversación?

Drey se obligaba a decir tonterías para rebajar la tensión. Su tensión. Cualquiera al otro lado de una de sus armas seguramente no se relajaría demasiado si tenía un poco de cerebro entre oreja y oreja. ¿Tendrían cerebro aquellas cosas? Estaba por demostrar. De momento comprobaría si tenía pulmones o corazón. Sus lanzadas iban dirigidas al torso, una forma de mantener las distancias bastante efectiva. Y necesaria. Si esa cosa se le acercaba más acabaría con importantes quemaduras. Pero para eso tenía que seguir viva...

El ser de magma más próximo a Drey se arranca otro pedazo de su cuerpo ardiente y se lo arroja al rubio sureño, pero este esquiva una vez más su flamígero proyectil.

Antes de que la segunda criatura de lava tenga ocasión de hacer otro tanto, un bastón hecho de pura energía divina se descarga violentamente contra su espalda. Los dos bastonazos a punto están de arrojarlo de bruces al suelo, pero el llameante individuo se da media vuelta para encarar a sus atacantes.

Un extraño grupo se acerca a esta zona del volcán compuesto una humana pálida, un enano desaliñado, un gnomo y una salvaje de las llanuras de Abanasinia; acompañados de un cocodrilo, un gato y un halcón.

—¡Eh, vosotros dos, estúpidos cagafuegos! ¡Aquí! —les grita la exploradora de la Legión de Acero.

La magmática criatura arroja en su dirección una bola de lava extraída de su propio cuerpo pero el proyectil aterriza inofensivo a pocos metros del grupo. La mística que-shu y Enrielle responden al ataque a distancia con sus propios disparos, haciendo diana en el brillante cuerpo candente y provocando que estalle en una lluvia de lava que salpica en todas direcciones antes de solidificarse en el negro suelo.

Drey no desaprovecha la ocasión y embiste con su lanza contra el malherido superviviente, condenándolo a un destino semejante al de su compañero de dos certeras lanzadas.

Enrielle se sorprendió al ver estallar a las criaturas de lava, pero lejos de perder un instante colocó una segunda flecha en su arco y apuntó al individuo que restaba. Un tipo como aquel, tan enorme, con cara de loco, músculos en los músculos y armado hasta los dientes, había que mantenerlo a raya hasta saber sus intenciones

—¡No te muevas! ¿Quién eres y qué has venido a buscar aquí? — ordenó la legionaria  con voz autoritaria en la lengua común, sin dejar de apuntarle.

- Tranquila "Flechas de Muerte". - Dijo Kylian interponiéndose entre ella y el enorme y aparentemente descerebrado hombre de desaliñados cabellos. - Él es un agente de la neutralidad, aunque probablemente no lo sabe. - El gnomo emanaba tranquilidad y con una mano y de forma lenta tocó el arco de su amiga tratando de que lo bajara, sin dejar de mirarle a los ojos. 

Kylian cada vez entendía mejor los propósitos de Gilean, aunque por otra parte, se le hacía cada vez más obtuso el objetivo final de todo aquel viaje a través de aquella extraña senda. Fuera como fuera, tenía el convencimiento se que aquel hombre había sido entregado a ellos para cumplir con una nueva etapa del camino, que irremediablemente les conduciría al equilibrio soñado. 

- Deja que hable con él. - Le dijo a Enrielle asintiendo con una sonrisa. Acto seguido se dio media vuelta y caminó junto al bárbaro. 

- Haría buena pareja con Lluvia Estelar... - Pensó mientras se acercaba a él. - Rudo y vestido con harapos. Muy del estilo de nuestra amiga... 

​​​​​Eso le hizo recordar a Lowenherz. Una lastima perderlo, aunque el estúpido código solámnico había envenenado su cerebro, convirtiéndole en alguien peligroso tanto para él, como para el resto del grupo. Cumplió su función a la perfección y Kylian le guardaba respeto y cariño por ello. Gilean le recompensaría. No tenía duda. 

- Mi nombre es Kylian Brickstone y ellos... - Señaló a sus compañeros. - ... son los agentes de la Neutralidad. - Afirmó como si hubiera dicho una verdad universal. - Estamos muy contentos de conocerte. Bueno... - Soltó una pequeña risita. - Lo estaremos cuando te presentes, claro...

─Me llamo Drey Drachentod y estoy de paseo. Sí, sí, en serio, me encontré con una mujer vestida con túnica blanca que me ofreció una experiencia ardiente y me mandó a paseo. Así que aquí estoy... ¿Sois por casualidad los refuerzos que me prometió Coryn Brinefolk? ¿No llevaréis un poco de agua de sobra verdad? Y vale que yo soy del muro de hielo y sudar a chorros con este calor se puede considerar normal, pero, ¿de dónde coño sóis vosotros que ni sudáis? ─contestó el "bárbaro" a "Flechas de muerte", ignorando alegremente a Kylian.

Kylian parecía un gnomo. Drey no había conocido a ninguno a quien tomar en serio, ese no iba a ser la excepción. Aunque hablara muy despacio. Y lo de "agentes de la Neutralidad" no le impresionaba. Pocas cosas lo hacían, un nombre sería difícil que lo consiguiera.

─¿Tenéis idea de dónde encontrar la anomalía? Iba a ponerme a trepar montaña arriba cuando me sorprendieron esas cosas...

Mientras decía esto, el musculoso guerrero arktos revisó la lanza larga que empuñaba con ojo crítico, la deshechó con un encogimiento de hombros y se dirigió de regreso a su "hatillo", un enorme saco repleto de pertrechos, y comenzó a extraer lo que se había quedado a medias de sacar cuando le sorprendieron las criaturas ígneas, equipo de escalada.

─Llevo equipo de escalada, puedo echaros una cuerda cuando supere la primera pared y llegue a un repecho. Salvo que tengáis una idea mejor o algún truco mágico en la manga. Y si llevárais ungüento para las quemaduras, también me iría de fábula, pero supongo que será mucho pedir.