Partida Rol por web

25 Chislmont 434 AC

A las pocas horas de dejar atrás Señal Oeste, el tiempo se vuelve tormentoso y los cielos encapotados acompañan vuestra travesía marítima con esporádicos aguaceros.

Durante la siguiente jornada y media circunnavegáis la península de Tanith a pocas millas de la costa, aprovechando el viento cuando este sopla a vuestro favor y arriando las velas del único mástil de la Kaziganthi cuando lo hace en contra. En ambos casos, los remeros ogros bogan sin descanso a través de las aguas del Océano Túrbido.

Hace un par de horas que dejasteis atrás la fortaleza de Ryx, a la que los minotauros han bautizado como el Alcázar del Remolino, y puesto rumbo hacia Mirivale. El cielo plomizo continúa descargando una lluvia persistente y lo único que ilumina el tormentoso firmamento es algún relámpago en la lejanía que anuncia (a aquellos que miráis por la escotilla de ojo de buey de vuestro camarote) que avanzáis lentamente hacia el corazón de una tempestad.

No ha pasado mucho tiempo desde que el cocinero de a bordo os ha traído unas escudillas de contenido incierto con lo que debe ser la cena, cuando algo hace que la galera se escore peligrosamente a estribor antes de enderezarse de nuevo. La violencia del impacto hace que salgáis despedidos y choquéis contra los muebles claveteados al suelo y las paredes de vuestros sencillos aposentos.

En todas partes se escuchan quejidos de dolor y también gritos impartiendo órdenes. En un primer momento teméis que el barco se haya estrellado accidentalmente contra algún arrecife rocoso del lecho marino o encallado en algún bajío. Pero las voces del exterior os alertan de que estáis siendo atacados.

Enrielle se incorporó lo más rápido que pudo después del violento golpe. Incluso Bruma Gris, que estaba tumbado plácidamente había salido despedido golpeándose duramente contra la pared de enfrente, casi aplastando a la pobre kender en el proceso. Aullaba y ladraba asustado, mientras que su dueña maldecía entre dientes y Bugambilia sollozaba.

─¡Vamos compañeros! ¡Llegó el momento! ─ el maldito momento, de noche y sin plan alguno. Pero ya poco importaba. ─¡Conmigo Bruma Gris, junta! ¡Bugambilia, detrás!

Recogió su arco, se colgó su carcaj de flechas a la espalda y abrió la puerta del camarote de un fuerte empujón. Con la galera aún moviéndose de un lado a otro, Enrielle corrió en involuntario zig zag entre los esclavos ogros, directa hacia la escalera que daba a la cubierta.

─Ay, ay...─ Bugambilia se levantó sollozando. Se había dado un susto terrible con el golpe, y peor cuando se vio a Bruma Gris casi caerle encima.

Pues ya estaban liados otra vez. Los momentos de descanso siempre eran una angustia porque tarde o temprano vendrían los problemas a ellos, o ellos mismos los buscarían.

No demasiado convencida Bugambilia asintió y corrió, algo más despacio, en pos de su mentora y el gran lobo gris.

La terrible sacudida hizo que Wyl acabara empotrado en la pared de madera más cercana. Se había dado un golpe contra una viga, o como fuera que se dijera en lenguaje naval. Dado que estaban en mar abierto (o al menos eso pensaba), era harto improbable que hubieran embarrancado. No, había llegado el momento.

Y llegado el momento había que... ¿qué demonios debía hacer? Se iban a enfrentar, supuestamente, a un monstruo marino. ¿Quién le había mandado meterse en semejante berenjenal? Bueno, pues ya que estaba ahí, se trataba de sacar el mejor partido.

Cuando saliera de las dependencias de los oficiales se iba a encontrar con la cubierta principal, lo que fuera que estuviera atacando la nave y las armas de la nave. Unas armas que él no sabía manejar. ¿Dónde sería de mayor utilidad? Podría encaramarse a la cofia, refugiarse allí y a la vez hacer de francotirador. No era una mala opción. Pero la verdadera solución al problema pasaba por los pasajeros. Si no llegaban a la cubierta principal no habría servido de nada traerlos hasta allí.

─¡Que enciendan las luces y armen las catapultas y balistas! ¡Voy a por los huéspedes! ¡Les necesitamos aquí arriba!

Y sin esperar respuesta alguna Wyl se precipitó hacia el exterior de la sala, todo lo rápido que pudo, dirigiéndose hacia la cubierta inferior.

De manera inesperada, la escudilla con mi cena sale volando y mi cuerpo la sigue medio segundo después cuando el camarote rota más de 60 grados antes de comenzar a cabecear con violentas sacudidas. En la primera de ellas, me estrello contra el cuerpo emplumado de Shilara y eso amortigua parte del golpe. Después caigo de bruces contra uno de los catres mientras mi leal compañera aletea frenética y confundida.

Algunas de mis pertenencias han quedado desparramadas por la estancia y continúan moviéndose de acá para allá junto con el propio camarote. Trato de recuperarlas, gateando lastimosamente, al tiempo que soy consciente de lo afortunado que es que el mobiliario esté clavado al suelo y las paredes o probablemente me habría aplastado.

No estoy convencido de haber salido del todo ileso, pero desde luego no parece que me haya roto nada. Y eso no es nada desdeñable a juzgar por lo que veo en cuanto consigo salir de mis aposentos.

Ogros malheridos sangrando por sus extremidades laceradas por las cadenas o contusionados allí donde los remos hechos astillas les han golpeado.

O el timonel no sabe por dónde va o estamos siendo atacados. En el segundo y probable supuesto, poco importa si nuestro atacante es el dragón marino, barcos de guerra minotauros, los cultistas de Zeboim o la propia diosa del mar encolerizada con nosotros. Lo único que importa es salir de este ataúd flotante antes de que se hunda.

Mientras todo continúa sacudiéndose a mi alrededor, consigo agarrar las riendas de Shilara con una mano y trepar a su silla de montar. Una vez arriba, extraigo un frasquito con resina de acacia de mi bolsa de componente de conjuros y, unos segundos después, ambos avanzamos penosamente por la cubierta inferior tratando de tropezar lo menos posible con los remeros encadenados; ocultos a sus ojos por la invisibilidad mágica que he conjurado sobre ambos.

Una vez en el exterior, puedo sentir el viento y la lluvia azotándome y empapando mi blanca túnica. Molestias con las que no me queda más remedio que lidiar por el momento.

Espoleo suavemente a mi montura y siento cómo su poderosa musculatura leonina se tensa bajo mi cuerpo un instante antes de levantarse sobre sus cuartos traseros batiendo sus negras alas con fuerza.

Cuando Enrielle se había dirigido a ella, Freya le dedicó una mirada reprobatoria al principio, pero luego sonrió.

- Yo también me alegro de tenerte cubriéndome las espaldas. - dijo, y después bajó la cabeza un instante, al escuchar hablar sobre el orígen de la legendaria lanza - Haré lo que esté en mi mano para honrar la memoria de tu amiga. - miró a Enrielle a los ojos, y luego apartó la mirada, antes de que la emoción se delatase a través de los suyos. La capitana podía sentir en su piel la vieja camaradería, esa que le unía con sus compañeros de batallón, y que haría que luchasen hasta el final solo para no abandonarse los unos a los otros.

Cedió las flechas sin dudarlo a la legionaria, posando en su hombro una mano amiga, pues sabía que ella les sacaría mucho más provecho. Después se retiró al camarote. Había recibido la enorme lanza de manos de Ailas, y se pasó el rato tratando de habituarse a su tacto y peso. El arma era impresionante, pero su manejo no era algo a lo que ella estuviese acostumbrada. Le obligaba a usar el músculo y a no confiar tanto en su velocidad de movimiento. Tendría que esforzarse para hacer que valiese la pena.

La sacudida que zarandeó el barco lanzó a Freya contra un lateral, aunque sus reflejos le permitieron rodar y evitar darse un golpe. Maldiciendo su suerte, y sospechando que el momento temido había llegado, la qualinesti salió al exterior, sintiendo en su rostro la brisa marina. Los gritos de alarma se sucedían, y la evidencia de que no tenían nada parecido a un plan resultaba un tanto angustiosa. Pudo ver a Enrielle y a Bugambilia en medio de aquel caos de órdenes inconexas. Comprendiendo que nada que gritase mejoraría la situación, se centró en prepararse ella misma para golpear. Pronunciando unas palabras mágicas, su aspecto mudó, tomando su piel un tono azulado, y tornándose sus cabellos rubios, haciéndola parecer uno de sus lejanos parientes, los elfos marinos. Decidió conservar sus rasgos, para de ese modo ser reconocible por sus amigos. Luego se dirigió hacia la borda, blandiendo la Drangonlance, al tiempo que intentaba localizar a la bestia marina.

- ¡Enrielle! - gritó - ¡Hacia mi! ¿Puedes ver a la criatura?

- Ha llegado el momento. - Se dijo a si mimsa. 

Había estado rezando a su traicionero dios Chemosh durante las últimas horas y ni tan siquiera se habia dignado a probar las asquerosas gachas que le habían ofrecido. Consideraba que sus dones divinos tenían un papel muy importante que jugar ese día y no quería dar pasos erráticos en falso, como muchas veces hacía ante los desafíos a los que debían enfrentarse.

Trató de mantenerse cerca de la elfa amante del imbécil del Emperador, pues al parecer ella iba a portar la Dragonlance. No acababa de gustarle la idea de que una fanática imperial conociera que estaban en posesión de tan notable artefacto, pues como su amada fortaleza de Mem, su casa, podía ser robada por aquel bastardo sin escrúpulos. Desde luego, a partir de ese momento, Markham iba a saber de la Dragonlance a no ser... a no ser que Freya no lo contara.

- Me gusta ese color de piel... - Se atrevió a bromear ante al azulado tono de piel de su compañera vendabalesca.

- ¡Oh Chemosh, que tu poder libere de toda impedimiento a la portadora de la muerte! - Imploró la goblin.

Wylas cruza la cubierta principal de popa a proa, sin caer por la borda en el proceso, impartiendo órdenes a todo el mundo que encuentra en su camino. Órdenes que, en ocasiones, se contraponen con las que gritan otros suboficiales o incluso la propia Hegara.

Arriba reina el caos, con los marineros chocando entre sí a causa de los violentos balanceos de la nave, que ahora flota a la deriva al envite del viento y las olas sin el impulso de los remeros ogros. Se escucha el grito de "¡hombre al agua!" pero el mar está oscuro como la boca un lobo.

Algunos galeotes echan mano de un par de linternas de ojo de buey para iluminar la noche, pero las sombras que proyectan hacia la mar embravecida parecen arrojar más confusión que claridad a la escena y no logran localizar al desgraciado que ha caído al agua.

La capitana minotauro ha tomado los mandos de la nave, situándose en el puesto del timonel, y grita a los marineros que desplieguen las velas. También los tres suboficiales, que se disponen a utilizar las armas de asedio de popa para repelar la desconocida amenaza siguiendo las indicaciones de Wylas, gritan a los marineros que les traigan munición de la armería. Los condenados no saben realmente a quién de todos obedecer y el movimiento del barco tampoco facilita su labor.

Para cuando el falso contramaestre consigue finalmente abrirse paso hasta las escaleras que conducen a la cubierta inferior, el resto de vosotros habéis logrado salir de vuestro camarote y avanzáis penosamente hacia el exterior.

Nadie vigila a los remeros ogros en este momento, pero estos no parecen tampoco una amenaza ahora mismo, algo conmocionados tras la colisión de lo que sea que ha impactado contra la galera.

Uno tras otro lográis salir al exterior, donde la lluvia arrecia y la amenaza de caer al mar es muy real.

En manos de Freya, la pesada lanza de caballería resplandece con una suave luz dorada; aunque no es lo suficientemente brillante para proporcionaros una verdadera iluminación a aquellos que no podéis ver en la oscuridad. La Túnica Roja no se deja distraer por la locura que impera a su alrededor y toma la apariencia de una elfa marina. Al menos lo que ella cree que debe ser una. Son muy pocos los elfos terrestres que han tenido la fortuna con encontrarse con uno de sus aislacionistas congéneres subacuáticos y, desde luego, Freya no es una excepción. ¿Se ha transformado en una dimernesti o en una dargonesti? No está segura, la verdad es que no está segura de nada. Ojalá no se hunda como una piedra al saltar al mar y muera ahogada...

La transformada maga qualinesti se asoma a la batayola de babor a tiempo de ver fugazmente cómo una sombra enorme se sumerge bajo el casco de la nave y la golpea desde abajo, haciéndola saltar. Si sigue así mucho tiempo, acabará abriendo una vía de agua y el barco se hundirá sin remedio.

Enrielle y Bugambilia se asoman por la borda en el lado de estribor, pero no logran ver nada en las oscuras aguas.

Entretanto, la sacerdotisa goblin se ha agarrado a uno de los asideros que hacen girar sobre sí misma la catapulta ligera de proa y le reza a su dios para que os confiera la capacidad de respirar bajo el agua en caso de que alguna acabe zambulléndose en el océano voluntaria o accidentalmente.

Por su parte, el invisible Ailaserenth sobrevuela la Kaziganthi a lomos de su igualmente invisible montura. Desde la perspectiva privilegiada de la que goza, puede ver que la mitad de los remos de babor se encuentran destrozados y que no hay ningún islote ni afloramiento rocoso visible en las inmediaciones del barco. Y tampoco naves enemigas a la vista, ni se ve la lejana costa. Nada que justifique los cabeceos del barco excepto la embestida de una fuerza submarina.

Freya alcanzó a discernir una figura golpeando el casco por el lado por el que se estaba asomando, casi a la par que la siniestra goblin se le acercaba y celebraba su color de piel.

- ¡Gracias! - dijo, queriendo darle un tono irónico que no alcanzó a reflejar, por la tensión del momento - ¡ESTÁ AQUÍ! ¡LO HE VISTO!

Gritó a quien pudiese oírla, pero el caos era total. La magia de la goblin le resultó familiar, por los gestos y palabras. ¿Podía parecerse en algo la brujería impía de ese ser al arte arcano que con tanto desdén había estudiado ella misma? Tendría que confiar en que fuese así, y en que realmente estuviese invocando sobre ella una bendición.

- ¡Necesitamos luz ahí abajo! - gritó a través del caos - ¡Ailas! - llamó inútilmente, no veía al silvanesti por ninguna parte.

Trató de concentrarse, invocando unas breves palabras arcanas, que vincularon su mente con la de sus aliados más cercanos. Señaló con el dedo a Enrielle, Bugambilia y, a su pesar, a Kylian. Entonces comenzó a hablar entre dientes, confiando en que oirían las palabras en sus mentes.

- Necesito luz, sobre mi lanza. No he preparado ese hechizo. - porque soy idiota, se reprimió de añadir - El dragón ha asomado por este lado. Sin luz no puedo arrojarme tras él.

─¿Luz? ─maldición, siendo un hechizo de tan poco poder y coste, ¿cómo era que no tenía ninguno? Ah, claro, revelan la posición...─ ¡Luz! ─exclamó Wylas al comprender repentinamente que sí podía conseguir una fuente de luz. Una, de hecho, que no se apagaría bajo el agua─ ¿Te sirve esto? ─añadió extrayendo una vara de hierro con punta de oro de su morral.

Con un rápido y preciso golpe contra la rejilla cercana la vara se iluminó como si se tratara de una antorcha, ajena a la lluvia. Era un cetro solar, un invento enano. O gnomo. Por lo que le importaba bien podría haber sido goblin, la cuestión era que ese pequeño artefacto iluminaría durante horas en cualquier condición, presumiblemente también bajo el agua. Si lo que aquella elfa lo que quería era iluminación, podría tomar el cetro solar y colocárselo en el cinto. Con eso y su vista élfica tendría suficiente, seguro. Eso y... ¿qué coño era esa lanza que llevaba en la mano?

─¿Piensas atacar al dragón con ese mondadientes ligeramente luminoso? ─dijo el "contramaestre" mientras le alargaba a Freya el cetro solar.

- ¡Acerca esa lanza! - Le dijo a Freya de forma imperativa.

La goblin tocó la Dragonlance y concentrándose recitó una breve oración a su dios patrón.

- ¡Ilumina esta lanza, para que pueda causar muerte! - Imploró.

La siutación era límite, pero no todo estaba perdido. Tenían un arma letal contra dragones y aunque ese era un dragón marino, funcionaría igual de bien que con una lagartija terrestre. O eso esperaba la goblin. No obstante, la embarcación seguía flotando y tenía algo de tiempo para rezarle a Chemosh pidiéndole por sus dones. Esperaba que el dragón les concediera el tiempo necesario para preparase para el combate.

A mis pies veo a los esforzados tripulantes y pasajeros de la galera ir de un lado para otro sin saber cómo defenderse de las invisibles acometidas. Y ciertamente no hay nada que puedan hacer a menos que hallemos el modo de hacer emerger a la superficie al causante de tales ataques o lo enfrentemos en su propio terreno.

Sin embargo, su emboscada nos ha cogido por sorpresa y no estoy preparado para combatirlo a menos que se asome por encima de las olas.

—Shilara, continúa sobrevolando alrededor del barco —le indico a mi montura en lengua élfica—. Así, pasadas suaves. Ahí abajo van a necesitar la ayuda de mi magia.

—¿¡Dónde!?— preguntó Enrielle sin ver nada más que la negrura del mar.

Se giró para mirar a Freya bajo el aguacero, pero ya no era Freya, sino una elfa de piel azul. El recuerdo de los elfos que le mostraron los espectros de Mem a los que devolvió su tridente en una agobiante visión. ¡Era tan hermoso!

Sacudió la cabeza. No había tiempo. La luz de la Dragonlance y del cetro del contramaestre/buscador de tesoros charlatán iluminaron los alrededores. Ella necesitaba luz también.

—¡Bugambilia! ¡Luz! — vociferó por encima del caos.

Con el mundo moviéndose bajo sus pies, la legionaria agarró la enorme cabeza del lobo y, a falta de barro, le escupió a las fauces mientras hacía un torpe baile pélvico que a duras penas recordaba al de su maestro.

 —¡Jummm jumm! — gruñía, mientras los colmillos del lobo parecían crecer sutilmente, y acto seguido se coló bajo las patas del animal hacia la borda junto a Kylian.

Bugambilia, viendo que iba a acabar cayendo al mar y desapareciendo para siempre, corrió a resguardarse bajo la barriga de Bruma Gris. Se agarró a una de sus patas con fuerza y empezó a rezar a todos los dioses, de los cuales no se sabía el nombre de ninguno, pero a veces le daba la sensación de que algo le ayudaban. No mucho, sin embargo.

—Ay por favor, sé que últimamente os pido continuamente, pero es que mi vida es muy ajetreada últimamente... Por favor, no dejéis que ese bicho tan grande nos hunda el barco y nos coma uno a uno como si fueramos arándanos diminutos flotando y hundiéndose en el mar... que es demasiado grande.

Las zarpas de Bruma Gris arañaban la cubierta, arrastrando a Bugambilia antes de volver a recolocarse. Estaba con las patas muy abiertas, el rabo bajo y aullaba, asustado.

—Oh, pobre Bruma Gris, en qué situaciones nos tenemos que ver cada dos por tres. — se lamentó Bugambilia, aferrándose aún más fuerte a la pata. Cerró los ojos un momento deseando que el lobo estuviera a salvo también, pobrecito.

Freya casi se arrepintió de haber pedido tanta luz. Ahora la gloriosa Dragonlance brillaba con un destello siniestro, fruto de la oscura brujería de la goblin. También aquel contramaestre alocado había sacado un objeto que producía luz, que se apresuraba a entregarle.

- ¡La lanza es suficiente! ¡Necesito las dos manos para luchar!

Entonces una nueva sacudida zarandeó el barco, amenazando con enviarlos a todos al fondo del mar. Freya confiaba en que su magia, combinada con las retorcidas bendiciones de la goblin, le permitiesen luchar allí abajo. Pero la perspectiva de zambullirse en solitario en aquellas aguas hostiles no le resultaba demasiado seductora.

- ¿Podéis seguirme ahí dentro? - susurró a sus compañeros de operaciones - Si seguimos así, nos hundirá.

Tendría que correr el riesgo, pero no lo haría sin antes tomar agunas precauciones más. Comenzó a formular unas breves palabras mágicas, gesticulando con su mano izquierda. Al terminar su conjuración, desapareció de la vista de todos.

- ¡Sigo aquí, entraré en cuanto podáis seguirme! - susurró de nuevo.

Wyl tuvo una súbita revelación: el dragón marino iba a hundir el barco. Sí, ya, no hacía falta ser muy listo para darse cuenta, claro. Pero había esperado a la noche, noche de tormenta, y no se había mostrado en ningún momento. Hundiría el barco sin exponerse a sus armas (diseñadas para atacar objetivos en la superficie) y luego se daría un atracón de ogros.

─¡Hay que conseguir que se muestre! ¡Si no asoma la cabeza no le podremos hacer nada!

En realidad sí que se podía. Uno podía sumergirse en las frías y oscuras aguas e intentar pincharle cuando lo tuviera cerca, pero lo más seguro fuera que, si conseguía siquiera verlo, fuera para asistir a la veloz aproximación de unas enormes fauces repletas de dientes a punto de engullirte... Porque, eso había que tenerlo claro, aquel era un animal acuático, era harto improbable que pudieran moverse o reaccionar antes que él en el agua.

Y si asomaba la cabeza, ¿qué? Sus escamas eran serían más duras que el casco de un barco de guerra. ¿Tal vez podría intentar herirle en un ojo? Había que intentarlo.

Así que Wyl, mientras seguía desapareciendo gente de su vera, sacó su arco corto y trató de colocar en él una flecha. Lo que no era poco meritorio dada la situación.

—¿Vas a saltar? — preguntó Enrielle a la invisible Freya — ¡Entonces átate un cabo a la cintura por si te tenemos que sacar rápido! ¡Acércate a mí y te la ataré a la cintura!— buscó alguna cuerda por allí a gritos —¡Algún marinero, traed una maldita cuerda!

No la veía, pero se guiaría por el tacto a la hora de apretar bien la cuerda alrededor de la cintura de la elfa.

—¡Muy agudo, Wyl! — respondió al tipo del bigote — ¡Si se te ocurre alguna forma de hacerlo, hazlo!

- ¡Oh Chemosh, que tus dones hagan que ella se mueva como pez en el agua! - Imploró la goblin mientras tocaba a Enrielle.

Luchar en el agua era una posibilidad, no obstante esperaba que no fuera de forma inmediata y si podían abatir a la criatura desde la superficie del barco, mucho mejor. No obstante, tenía bastante claro que eso iba a ser muy improbable. También tenía claro, que sin las armas necesarias sería un suicidio.

- ¡Aguanta un poco más, Freya! - Le dijo a su compañera de armas. - ¡Tengo que rogar a mi dios sus bendiciones! ¡No tengo nada que hacer allí abajo sin ellas!