Partida Rol por web

- Puedo sacaros de aquí... - Les dijo a sus compañeros de desventura. - Puedo pedirle al artífice de los hilos que mueve el destino, para que nuestros cuerpos se vuelvan vaporosos y podamos huir... 

El conjuro requería un tiempo para que su efecto surtiera efecto. Por ello, cuanto antes le respondieran, antes podrían salir de allí. Ella había sentido en sus propias carnes lo que aquellas flechas podían hacer, no quería arriesgarse a permanecer allí y que aquella horda, acabara lo que había empezado. Pues si algo tenía claro, era que si salían de allí a pecho descubierto, iban a ser acribillados.

-¡No! ¡Ailaserenth! ¡Hay que averiguar qué ha pasado con el túnica blanca! Si nos vamos ahora toda esta sangre derramada no habrá servido de nada.

- Si nos quedamos, la sangre derramada será la nuestra... - Le respondió con seriedad al elfo. 

Le gustara o no, estaban rodeados de enemigos y pocas opciones tenían de sobrevivir si se quedaban allí, expuestos a los ataques de los enemigos, que por otra parte, tenían el factor sorpresa de su parte y el terreno a su favor. Además, Aiaserenth era un superviviente nato. Si todo lo que se contaba de él era cierto, sin duda se las sabría arreglar el solo sin necesidad de su ayuda.

Vherima cerró los ojos un instante, respiró hondo y extendió ambas manos, con los dedos ligeramente curvados como garras.

- Niebla eterna, escucha mi llamada... - Inició las palabras arcanas. Una luz pálida, plateada, comenzó a emanar de su pecho y se extendió a través de sus brazos, serpenteando como humo de luna por sus venas. - Guíanos por los vientos sin forma. -Levantó la mano derecha en alto, con la palma hacia el cielo, y trazó con el índice un símbolo en espiral, como un torbellino que giraba hacia dentro. – De aire nos tornamos... que el éter nos disuelva...

—¿Para ir a dónde, Vherima? Hay que asegurarse antes de ver qué ha pasado con ese vidente elfo. No nos vamos a ir sin más. Sólo agacha esa enorme cabeza tuya y escóndete detrás del muro.— respondió mientras ésta ya movía las manos.—Además, no me voy a ir sin mi caballo y mis cosas.

Volvió a asomarse por el lateral del parapeto y afinó el oído. ¿Se habían largado de allí o era una nueva trampa?

Viendo que no todos eran partidarios de escapar en ese momento, Vherima decidió interrumpir el lanzamiento de su conjuro, postergándolo para más tarde si era necesario y bien creía que iba a serlo. 

- Está bien... - Comentó. - Probemos otra cosa...

Se acercó a Hark y le tocó el brazo transmitiendo su energía positiva para sanar las heridas que aún eran visibles tras el combate.

Os preparáis para resistir la segunda oleada de atacantes. 

La oscuridad a vuestro alrededor y los relinchos de dolor del poderoso caballo de guerra de Harkon no contribuyen en nada a disminuir la sensación de amenaza inminente.

Casi a tientas, con el escudo de Beher'b embrazado y Lengua Negra en su diestra, el ex-caballero del Lirio avanza hacia donde se encuentra su montura. Casi siente alivio al tropezar en la oscuridad con su propia armadura y escudo, apilados sobre una reducida lona impermeable. Si los ladrones se han llevado algo, al menos no han sido sus pertenencias más valiosas.

Entretanto, Elaris y el minotauro se asoman al otro lado del muro por la segunda brecha abierta en él. Invisible, el arquero elfo se aventura unos pocos pasos fuera de la seguridad del muro con su arco preparado y atento a la menor señal de peligro, pero parece que vuestros atacantes se han retirado por el momento, en una suerte de guerra de guerrilla que él mismo conoce tan bien y tantas veces lideró en el pasado.

Tampoco Beher'b, con sus sentidos mágicamente agudizados, alcanza a ver más que sombras que se escabullen entre la maleza. ¿Huyen, escarmentadas tras vuestro ataque; o, por el contrario, se repliegan a la espera de una nueva oportunidad para acosaros? No hay forma de saberlo. A quien sí puede ver con claridad es al invisible vidente silvanesti aterrizando en el claro.

El elfo parece malherido, con su blanca túnica manchada de sangre fresca allí donde le asoma el astil de una flecha; y su montura da la sensación de haber salido incluso peor parada que él, a juzgar por la cantidad de proyectiles que asoman entre sus negras plumas.

Vherima aguarda expectante de noticias. Sus compañeros parecen tranquilos dentro del nerviosimo que aquella situación debería provocarles. Ella lo tenía claro, aquella batalla, ganada o perdida, poco o nada iba a aportarles, por lo que mejor era retirarse cuando pudieran. Si Harkon recuperaba sus cosas, debía volver a su lado con los demás y todos juntos salir de allí. Su misión, la Senda, no estaba en ese bosque, ni esos bandidos eran unos dignos enemigos.

- ¿Veis algo? - Murmuró con la esperanza de que le oyeran y regresaran a su lado para escapar de allí antes de que alguno de ellos resultara muerto. 

—Nada. — respondió Harkon, acercándose a su caballo sin perder de vista las sombras. Lo agarró de las riendas y trató de calmarlo pasándole una mano por la cabeza. — Y del vidente elfo tampoco hay rastro. Lo cual es un maldito inconventiente, porque a habrá que contactar de nuevo con él, si es que no está muerto por ahí. — suspiró pesadamente.

Al menos no le habían robado sus pertenencias. Aguardó unos instantes antes de ponerse a recoger sus cosas.

—Hay que irse de aquí. Tal vez no sea mala idea la idea que tuviste antes, Vherima. ¿Puedes llamar a esos vientos tuyos?

Vherima le miró con evidente acritud. Acababan de impedir que lanzara ese conjuro, el cual requería una preparación y un tiempo para que su efecto se materializara. 

Chasqueó la lengua, al final salir de allí cuanto antes era lo más lógico. 

- Aprende a no separarte de tus cosas... - Le dijo a Harkon. 

Acto seguido empezó de nuevo a repetir las palabras mágicas.

- Niebla eterna, escucha mi llamada... - Una luz pálida, plateada, comenzó a emanar de su pecho y se extendió a través de sus brazos, serpenteando como humo. - Guíanos por los vientos sin forma. - Levantó la mano derecha en alt y trazó con el índice un símbolo en espiral. – De aire nos tornamos... que el éter nos disuelva...

Miro a mi alrededor, pero me resulta casi imposible ver nada de cuanto sucede bajo mis pies desde esta altura con la oscuridad de la noche. No es seguro volar en estas condiciones de visibilidad y menos con Shilara tan gravemente herida, así que me aventuro a aterrizar tras unos segundos en los que la contienda parece haber cesado.

Al menos eso me parece a mí, dado queya no se oyen los sonidos propios de la refriega y solo se escuchan las voces de los mercenarios de Myria Faz. No consigo entender qué es lo que dicen, pero sí reconozco la preocupada voz de Elaris pronunciando mi nombre.

—Estoy con vosotros. Herido, pero vivo —informo en mi compatriota en la lengua Común, para que los demás también puedan entenderme, pero sin abandonar mi invisibilidad—. Mi magia ha puesto en fuga a quienes nos atacaban, pero no sé por cuánto tiempo, ni si habrán ido muy lejos, ni si regresarán con renovadas fuerzas. Si podéis buscar un lugar más seguro donde pasar la noche, os sugiero que lo hagáis. Después viajad a Palanthas y preguntad por la Torre Sëlanar, en el Paso de las montañas Vingaard que lleva hasta Daron. Para cuando logréis llegar hasta allí, si es que lo lográis, confío en haber averiguado el paradero de Leodinia Markenin. Hasta entonces, solo puedo desearos buena suerte en vuestro largo viaje hasta allí. No puedo llevaros a todos a través de los caminos de la magia.

Ayudado por los espíritus, siempre vigilantes, Beher'b pudo tener una visión clara del lugar, aún cuando la noche lo envolvía todo. Así supo que aquellos bandidos que les asaltaban ya no estaban cerca, y también pudo ver al vidente elfo, retornando de algún lugar. Beher'b anunció a sus compañeros lo que veía, justo cuando el vidente elfo habló, y así todos pudieron percibirlo, aún cuando su magia élfica velaba su presencia a los ojos comunes.*

- Estáis herido, oh vidente elfo. - dijo el minotauro - Permitid que el Corazón de Roca alivie vuestras penurias.

Si se prestaba a ello, Beher'b invocaría sobre él la magia curativa de su pueblo.

- No sé dónde está ese lugar, pero allí acudiremos, si eso ayuda a que los espíritus se apacigüen. 

Aquellos nombres no le decían nada al minotauro lanudo, pero confiaba en que sus amigos sabrían llegar allí.

Harkon rió de excelente humor.

—¡Ja, ja, ja! Oh, por supuesto. Un excelente consejo. — giró la cabeza hacia la voz del vidente, que venía de alguna parte, su sonrisa se ensanchó y volvió a reír— ¡Pero esperad un momento, mi apreciada dama! Nuestro discreto amigo sigue por aquí, aparentemente, aunque diría que ya no hay mucho más que hablar. Tenemos un sitio donde ir, aunque lo cierto es que no tengo ni la más remota idea de dónde está. Pero estoy convencido de que se puede llegar preguntando. 

¡Hasta la vista, maese vidente! Si volvemos a vernos, claro. — añadió, jovial.

Devolvió el escudo a Beher'b y buscó con la mirada a Elaris, que tampoco estaba por ninguna parte.

—¡Elaris, fiel amigo! ¿Dónde te has metido? ¿Por qué no me echas una mano para ponerme esta maldita armadura? Me da la sensación de que ésta va a ser una noche larga yendo de aquí para allá, y lo cierto es que, si nos volvemos encontrar con algún audaz emboscador, preferiría llevarla puesta. Explicadme mientras tanto, mi querida Vherima, en qué consiste eso de "viajar por el éter".

El arquero elfo, pese a que parecía que habían logrado poner en fuga a los emboscadores, estaba abrumado por la situación. Dos posibilidades terribles habían tomado forma en su pensamiento. Por un lado, que Ailaserenth y su grifo hubieran caído abatidos fuera de su vista, más allá del claro, por otro que el túnica blanca hubiera caído en manos de los bandidos y éstos se estuvieran retirando con él a cuestas. La voz de Ailas sonó como música celestial. Elaris asintió a las palabras del otro silvanesti.

─Permitid que mi compañero os cure antes de partir y nos reuniremos con vos en la Torre Sëlanar, en el paso de las montañas Vingaard hacia Daron desde Palanthas, como decís. Nos demoraremos lo menos posible, tenéis mi palabra ─dijo el elfo dirigiendo su voz hacia lo que pensaba era el origen de las palabras de su antiguo compatriota.

Sin perder más tiempo corrió a recoger un carcaj o dos de los arqueros caídos alrededor de la muralla antes de dirigirse a toda prisa a ayudar a Harkon con su armadura antes de que el hechizo de Aceleración le abandonase por completo…

─Me temo, amable Hark, que esta noche cruzaremos el ancho cielo como si de pájaros se tratase. Conseguiréis otro caballo más adelante, no me cabe duda.

- Este conjuro es antiguo. Muy pocos lo recuerdan. Cambiaremos nuestra carne por niebla. Nuestro aliento se fundirá con el cielo. Flotaremos como nubes sobre la tierra, ligeros, silenciosos, casi invisibles. Nadie nos seguirá si no quiere perderse. - Le respondió a Harkon. - Podremos avanzar con lentitud, deslizándonos entre las corrientes como humo. - Prosiguió. - Pero si así lo deseamos, los vientos nos tomarán como suyos y volaremos a una velocidad que pocos seres vivos podrían igualar. No seremos invisibles, pero pareceremos parte del cielo… bruma, neblina… fantasmas del amanecer. Con las túnicas adecuadas, hasta el ojo más atento nos confundirá con nubes bajas.

Vherima miró al horizonte.

- Cuando lo deseemos, podremos recuperar nuestra forma… aunque eso nos llevará un poco de tiempo. Y podremos volver a ser niebla si lo necesitamos, mientras dure el efecto. Cuando la magia se agote la niebla caerá. Descenderemos lentamente al principio, como si el viento nos soltara poco a poco. Ese será el aviso de que el conjuro ha llegado a su fin. - Volvió la vista a sus compañeros. - Quizás Beher'b pueda convencer a tu caballo para que se preste... - Miró a su amigo minoturo instándole a que probara de hablar con la bestia. - ¿Estáis listos para convertiros en aire?

Beher'b escuchaba a la sabia Vherima, que una vez más compartía con ellos los profundos secretos que habitaban en su ser. El minotauro había recibido valiosas enseñanzas en su hogar, en Ithelek, de manos de otros chamanes más antiguos que él. Pero, aunque la sabiduría de estos era grandiosa, la de aquella mujer solitaria no lo era menos. Un conocimiento antiguo, como el suyo, pero nacido de una fuente distinta, y valioso a su manera. 

La magia de la que hablaba no le era desconocida del todo al lanudo, pues ella misma la había mentado otras veces, no siempre de manera consciente. Quizá fuese el camino para alejarse de allí, para no sembrar más muerte. Pero, como los mismos regalos del Corazón de Roca, habría de ser aceptada por quienes la recibiesen o de nada serviría. 

- Yo hablaré con tu noble montura, honorable Harkon.

Se acercó cautelosamente al animal, al tiempo que invocaba sobre sí mismo los dones de Ithelek. En la isla de los minotauros lanudos habitaban unos enormes toros blancos, con los cuales algunos de los suyos hallaban una profunda conexión. Él había aprendido a trazar tal vínculo, aunque su alma estuviese más unida a la roca y el fuego del interior de la Tierra.

- Oh, noble montura. - le dijo al caballo en la lengua de las bestias - Permíteme que te hable.

Entonces le contó al caballo lo que ocurriría si aceptaba los dones de Vherima, implorándole que lo hiciese.

Me pongo en guardia al ver cómo el greñudo minotauro se me aproxima. No debería poder verme, pero parece que es capaz de hacerlo. Sus palabras suenan amistosas, pero fueron los suyos quienes asesinaron a Enrielle y Kyliana y quienes invadieron mi patria. Resultaría tan sencillo pronunciar un conjuro y reducirlo a polvo, tan tentador, tan prudente por mi parte...

Solo las palabras de Elaris me disuaden de hacerlo. Cómo un héroe de Silvanesti ha llegado a confiar en semejante criatura es algo, sin duda, digno de estudio.

Permito al minotauro demostrar su valía controlando a Shilara para que no le arranque una mano al tratar de tocarla. Pero no tarda en probarme que o bien sus poderes o bien su deseo de ayudar o ambos son verdaderamente insignificantes. El estado de mi fiel montura no parece mejorar ostensiblemente con su toque sanador, aunque ciertamente tampoco parece empeorarlo. Eso le salva de mi sentencia de muerte.

En vista de que la amenaza inmediata parece haber sido repelida y de que la conversación entre ellos me da a entender que no carecen de recursos para marcharse de aquí, doy por terminado nuestro encuentro sin mediar palabra.

Hago bien, porque el agotamiento me pesa tanto como las heridas recibidas y no podré descansar hasta asegurarme que las más graves de mi Shilara hayan sido atendidas.

Harkon ya no sonreía. En absoluto. Se dejaba colocar las piezas de acero oscuro y exquisitamente labrado de su armadura y apretar sus correas por parte de su antiguo esclavo con expresión adusta.

—Puedo conseguir otro, sin duda. Y cien más. Pero ninguno será como este. — respondió, observando a Beher'b hablar con su caballo negro con extraños relinchos.— Este desgraciado vale más que muchos de los hombres que he tenido bajo mi mando. Convéncele, Beher'b.

No. No había ningún caballo como Azabache, maldita sea. Aquel caballo negro de pelaje brillante era una bestia con un carácter nefasto, porte imponente y veloz como un relámpago. Había mordido y coceado a más de un imprudente mozo de cuadra, y también había soportado estoicamente duras jornadas de campaña. Pero a él jamás lo había arrojado al suelo. Apretó la puños dentro de los guanteletes y su expresión se volvió más dura. Era un maldito animal formidable.

El extraño grupo había acudido a aquel claro del bosque de Qualinesti con el objetivo de entrevistarse con quien, decían, era capaz de localizar a la líder del ejército de no-muertos que marchaba hacia Palanthas. Pese a la emboscada el adivino había resultado ser un silvanesti, Ailaserenth Sëlanar, que Elaris no sólo conocía de hacía lo que parecía ya al menos un siglo, sino que estaba comprometido con el bien e incluso era propietario de una torre cerca de Palanthas. La suerte les sonreía... a su extraña manera.

─Quenesti Pah bendiga tu curación y la de tu grifo y Solinari tu búsqueda, alto hechicero Sëlanar. Nos veremos pronto en vuestra torre ─dijo en élfico Elaris a modo de despedida al túnica blanca.

─Es un caballo, Harkon, no un pegaso... pero bueno, supongo que nosotros tampoco somos aves ─añadió contestando al ex-caballero de Neraka.

Con un objetivo que cumplir, un destino al que llegar y la amenaza latente del barón Samuval y su banda de salteadores, no tardáis en recoger vuestras pertenencias y en alejaros de aquí tan deprisa como podéis.

Herido, piafando nervioso y furioso, el caballo de Harkon se aviene a ser montado por su jinete y éste, a golpe de fusta y espuelas, consigue obligarlo a mantener su aterradora forma neblinosa cuando Vherima se la impone contra su voluntad. Caballero y montura se alejan a toda prisa hacia el norte, arrastrados por la brisa nocturna y los demás no tardáis en seguirles temiendo perderles la pista en la oscuridad.

Los árboles de Qualinesti parecen deslizarse a toda velocidad bajo vuestros cuerpos casi insustanciales y no os detenéis hasta que el agotamiento físico de la jornada os obliga a hacerlo, mucho antes de que el sortilegio de Vherima expire.