Con el corazón latiéndome desbocado en el pecho y un insoportable dolor de cabeza punzándome las sienes, me obligo a mantener la sangre fría a pesar del terror que siento.
Cuento tres latidos. Cuatro. Cinco...
Elaris cae desde las alturas y se agarra a mi brazo, amenazando con derribarme y obligándome a apoyarme en mi bastón para conservar el equilibrio a duras penas.
El blanco resplandor que emite mi túnica me permite ver que los muertos vivientes nos tienen acorralados. Trato de localizar a los miembros restantes de la compañía mercenaria, pero no veo a ninguno de ellos.
Ocho. Nueve... No puedo esperar más tiempo por ellos, están perdidos.
La masa fantasmal se alza por encima de nuestras cabezas como un embravecido océano de almas en pena decididas a devorarnos. Involuntariamente miro hacia arriba y la imagen me horroriza. Me obligo a bajar la vista para no quedar paralizado de puro terror y veo al humano emergiendo de entre los espectrales jirones.
Catorce latidos.
«Vamos, humano, date prisa. Déjame salvarte a ti también» —le exhorto para mis adentros, mientras comienzo a pronunciar mi conjuro esquivando los neblinosos zarcillos que se extienden hacia mí.
En su desesperada carrera, Harkon se estrella contra Elaris, haciéndonos caer a los tres por la inercia del impacto. Caigo con el kirath todavía agarrado a mi brazo y el humano tendido a su vez sobre su cuerpo.
De algún modo, logro mantener la concentración en mi hechizo hasta el final. Con los no-muertos abalanzándose sobre nosotros.
Mi cuerpo derribado aterriza de costado, pero no lo hace contra el polvoriento y agrietado suelo de la capilla, sino en la mullida alfombra de mi estudio sito en la quinta planta de la Torre Sëlanar.
Mi pierna izquierda ha quedado atrapada bajo el cuerpo acorazado de Harkon y, con un gesto de dolor, me arrastro por el suelo hasta conseguir liberarme de su insoportable peso.
«¡¿Dónde está el trozo de hueso?!»
Tardo unos angustiosos segundos en localizarlo entre los pliegues de mi túnica y suspiro con alivio al reencontrarlo. Se ha pagado un alto precio por esta reliquia de aspecto insignificante, pero me obligo a recordarme que ningún precio es demasiado alto si con ella logramos averiguar el paradero de Leodinia.
A estas alturas, Elaris ha comenzado ya a desvestirse y amenaza con quedarse dormido aquí mismo, sobre mi alfombra. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo mentalmente destruido que parece. Un héroe de los kirath reducido a poco más que un niño desorientado y balbuceante.
—Venid conmigo. Os buscaré un sitio mejor para descansar —les aseguro, haciendo un esfuerzo por conducirles hasta el que fuera el dormitorio comunal de mis alumnos, situado en la planta inmediatamente inferior—. Kaly cuidará de vosotros hasta que estéis mejor.
Miro a la niña humana, sorprendida por nuestra irrupción en su dormitorio.
—Son mis invitados. Haz lo que puedas por ellos y asegúrate que no les falte de nada.
Merece más explicaciones que esa, seguramente incluso las necesite para llevar a cabo la tarea que acabo de asignarle, pero no me siento en condiciones de dárselas. Solo quiero regresar a mis aposentos y caer rendido en la cama. Por desgracia, ese es un lujo que yo no puedo permitirme. Debo encontrar el cuartel general de los no-muertos e informar a Markham de su emplazamiento.
Ailas no sabe que él y sus compañeros son víctimas de una consunción de características. Confía en que todos se recuperarán poco a poco con el paso de los días. Cuando se convenza de que eso no será así, gastará 900 px en lanzar tres "deseo limitado" para restaurar los puntos de INT consumidos a él y a los demás. Es matar moscas a cañonazos, pero al no tener clérigos...
Entretanto, intentará localizar a Leodinia por medio del escudriñamiento, usando para ello como foco el fragmento óseo encontrado y los Brazaletes de Solinari para forzar Alta Sanción con independencia de la posición de las lunas. Hasta que descubra su paradero, estaré yendo y viniendo al Bastión para copiar conjuros de su biblioteca. Cuando la encuentre (si es que lo hago) informaré al emperador por medio de "mensaje onírico".
Por si quieres agilizar, Master.
Harkon se quedó un rato a gatas, totalmente desorientado. Miró alrededor, pero no habían fantasmas. ¿Había sido todo un sueño? Hizo un esfuerzo para recordar, y entonces la visión del minotauro siendo literalmente deshecho para formar parte de la masa de caras fantasmales que casi se lo come a él. Porque no se lo había comido, ¿verdad?
Se puso de rodillas y se palpó el cuerpo con golpes metálicos. Miró a los demás. Sólo estaban los elfos. Buscó a Vherima y a Beher'b, pero sabía que no estaban allí. Se levantó la visera con la mano temblorosa. Estaba pálido y demacrado.
—Están muertos. — y se tapó la cara desencajada con las manos, traumatizado.
Después se dejó guiar hasta una niña que se encargaría de cuidarlos, al parecer. No sabía dónde estaban, pero parecía una niña buena. Acabó sentado en el suelo de una estancia que no sabía cuál era, con el yelmo quitado junto a él, la espada descansando en el otro lado, y la mirada perdida en el muro. Luego se tumbó. La armadura le incomodaba. Pidió a la niña que le quitara las correas. Tardó mucho rato, porque Harkon tampoco sabía decirle cuál había que aflojar. Pero acabó allí donde la niña lo llevó, tumbado en posición fetal, tembloroso.