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[DM 25/06] Dragonlance - Legiones de Chemosh

Interludio

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04/06/2025, 23:23
Dungeon Master

17 Bran 437 AC

Si alguno de los héroes que protagonizaron los hechos en el santuario subacuático de Morgion esperaba un recuperación milagrosa del océano tras exterminar a la criatura de pesadilla que habitaba en las profundidades del lugar, se llevó una gran decepción.

Habrían de pasar semanas, meses, antes de que los perniciosos y persistentes efectos de la corrupción comenzaran a sanar gracias a los dioses de la Naturaleza. Y, para entonces, hacía tiempo ya que los compañeros habían tomado caminos separados.

Tharvelis y Nymalei regresaron con la tribu del Coral Rojo e increíbles historias acerca de cómo el veterano campeón de las mareas había rescatado a un puñado de náufragos cambiaformas y los había liderado valientemente contra la Putrefacción. Las canciones y los relatos de sus hazañas llegarían primero a Dimernost, la capital de los elfos marinos, y en los meses siguientes se propagarían entre todos los habitantes del océano. Ninguno de ellos olvidaría mientras viviera el nombre de Tharvelis Coral Rojo.

Por su parte, Flynnean y Ailaserenth volvieron a la torre del Paso de Palanthas tras un breve periodo de confinamiento en el diminuto islote. Dos semanas más tarde, con la blanca Solinari brillando llena y solitaria en el firmamento, regresaron juntos al Camino del Tiempo para enfrentar una vez más a sus guardianes alados. Pero, a diferencia de su anterior encuentro, el monje de Majere contaba en esta ocasión con el respaldo de su compañero silvanesti, ahora Centinela del Bastión, y la voluntad de devolver a su legítima propietaria la espada sagrada arrebatada. No puede decirse que los hijos de la luz de luna se sintieran bien dispuestos a realizar el intercambio propuesto pero, deseosos de recobrar lo robado, terminaron transigiendo.

De este modo, sin derramamiento de sangre, Flynnean Elmwood recobraría para su orden monástica la reliquia sagrada de su dios: los Brazales de Majere. Con su cometido cumplido y habiendo tenido un papel protagonista en la Cúpula del Mar de Azogue para erradicar la Peste Escarlata, el monje regresaría a su monasterio en Lemish con la promesa de acudir en ayuda del mago silvanesti si éste alguna vez la necesitaba.

Sin embargo, nada hacía presagiar que Ailaserenth fuera a acudir en el corto plazo en busca de su servicial camarada. Al contrario. Tras la marcha de Bugambilia, el túnica blanca llevaba ya días encerrado en sus aposentos, refugiándose en la actividad frenética para esconderse del dolor por la tercera y definitiva pérdida de Enrielle.

En su huida hacia adelante, viajaría a la Torre de Wayreth para referir lo ocurrido y poner las muestras recogidas a disposición del resto de miembros del Cónclave con la esperanza de que alguno pudiera elaborar un antídoto a partir de ellas. Lo único que obtuvo de este encuentro fue la reprobación de Myria Faz, quien aseguró que si él hubiera mostrado tanta diligencia en salvar a Adele como demostró salvándose a sí mismo, ella podría haber destilado un antídoto para la plaga. Sería casi imposible encontrar en todo Ansalon alguien tan ducho en el arte de la elaboración de venenos como la tristemente fallecida túnica roja.

Airado y desalentado, Ailaserenth contactaría con Jaymes Markham para informarle también de los sucesos en el Currain Meridional. Pero tampoco en él encontró la complacencia que esperaba. El emperador se sintió decepcionado ante la ausencia de clérigos de Morgion a los que entregar a su inquisición, torturar, condenar y ejecutar públicamente para alivio de todas las buenas gentes de Solamnia. La historia de que el causante de todo era un monstruo oculto en una grieta en lo más profundo de un océano situado al otro lado del continente y sin pruebas que lo sustentasen, era de todo punto imposible de sostener ante las mentes sencillas de sus vasallos. Eso obligaba al emperador a poner en marcha un relato alternativo y más fácilmente digerible para su pueblo de los hechos. Relato que incluía la intercesión divina directa de Kiri-Jolith, Habbakuk y Mishakal para encomendar personalmente al emperador que detuviera la perfidia de Morgion. Comoquiera que a partir de su propagación algunos conjuros curativos comenzaran a surtir efecto entre los enfermos de la Peste Escarlata, la leyenda de cómo el Señor Sin Signo combatió y derrotó con su mandoble al mismísimo Viento Negro se extendió más deprisa que el fuego sobre el polvo negro de sus bombardas.

Por descontado, ningún mérito se llevaron en semejante fábula ninguno de los héroes que sí llevaron a cabo tan crucial gesta para todo el continente. Pero, al menos, Markham estuvo dispuesto a comprar barato el silencio del mago elfo enviando al Paso de Palanthas artesanos enanos a sueldo del imperio para acometer las reformas en la fortaleza que Ailaserenth quisiera llevar a cabo. Dando por sentado que, dado que era un silvanesti, serían principalmente de carácter estético.

Se equivocaba. Asumiendo personalmente los complejos e intrincados diseños arquitectónicos del nuevo proyecto, Ailaserenth pondría al maestro constructor Brokil Rhunmeil y a sus albañiles, canteros y zapadores, a excavar bajo el sótano de la torre dos niveles subterráneos en las duras entrañas de las montañas Vingaard y a trabajar en ellos con la esmerada pericia que solo los enanos poseen. 

El primer nivel, tan amplio como la propia torre, es un espacio diáfano al que se accede a través de una trampilla de metal protegida por encantamientos. En el centro de esta estancia se halla el puerto del Capitán del Viento, un trono reclinable provisto de palancas, que mira hacia el techo abovedado y que se encuentra situado en mitad de una plataforma giratoria rodeada de runas arcanas cuidadosamente cinceladas.

El nivel más profundo y tan extenso como todo el recinto amurallado, es una inmensa sala cuadrada cuyo techo sustentan 12 grandes columnas dispuestas en forma de aspa. En el centro, sostenida por pilares más pequeños, se alza una plataforma circular de piedra grabada con símbolos arcanos sobre la que descansa un pedestal con una esfera perfecta de cristal de metro y medio de diámetro. Para asombro de los enanos, una vez acabado, Ailsaerenth ordena sellar este lugar para que nadie pueda llegar hasta él ni se percate siquiera de su existencia.

- Tiradas (1)

Notas de juego

NOTA: Para cuando los enanos terminan la construcción de los niveles subterráneos por debajo del sótano, han transcurrido 8 meses desde que Ailas y Flynn se separan de Tharvelis y Nymalei.

NOTA 2: Para la construcción de la fortaleza voladora, considerad cumplidos los siguientes requisitos:

Tiempo requerido 6 meses
Construcciones requeridas Puesto del capitán del viento + alas de piedra
Actores requeridos Mago (NL 13) + Clérigo (NL 13)
Pruebas requeridas Saber (arcano) [CD 20] (que deben superar ambos) + Saber (arquitectura) [CD 15] (que debe superar uno de ellos)
Dotes requeridas Fabricar objeto maravilloso
Conjuros arcanos requeridos Creación mayor, remover tierra, vuelo de largo recorrido, invertir gravedad, muro de fuerza
Coste (pa) 40.000
Coste (px) 3.200 (a repartir a partes iguales entre el mago y el clérigo)
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10/06/2025, 23:53
Ailaserenth Sëlanar

Quisiera poder decir que aguanté con la misma estoica templanza que el monje de Majere las jornadas inmediatamente posteriores a nuestra incursión en el santuario de Morgion, pero mentiría si lo hiciera.

Bien al contrario, cada jornada en el islote al que bauticé como Salvación de Ailaserenth estuvo plagada de tristeza, miedo e incertidumbre. Tristeza por la pérdida de algunas de mis compañeras. Miedo por la posibilidad muy real de haber sido infectado nuevamente por la Peste Escarlata y sucumbir a ella como habría sucumbido en las dos ocasiones anteriores de no haber sido por la providencial presencia de Kyliana. Incertidumbre ante el futuro y los efectos reales que nuestros valerosos esfuerzos habrían tenido contra la pandemia. ¿Habríamos acabado definitivamente con ella? ¿La habríamos debilitado tan solo? ¿Habríamos hecho tantos sacrificios para nada?

Deseaba desesperadamente estar solo y, a la vez, me aterrorizaba la idea de estarlo. La alegre presencia de Nymalei era como un bálsamo para mi espíritu herido, pero tarde o temprano se marcharía y entonces tendría que enfrentarme a mis pensamientos. Tendría que revivir una y otra vez todo lo sucedido, preguntándome qué debería haber hecho de otro modo para evitar que tantas vidas se perdieran.

Pedí a los dimernesti que se quedaran más tiempo, hasta asegurarse de que no eran contagiosos para su tribu. Había en mis advertencias tanto de genuina preocupación como de desesperada súplica para no tener que volver a mi torre y descubrir que el dormitorio de Enrielle estaría vacío de su presencia para siempre. Pero al océano no se le puede retener y tampoco pude persuadir por mucho tiempo al poderoso Tharvelis. A él y a su hija los vi partir, pesaroso pero agradecido de haberles conocido. Nunca podría olvidarlos, literalmente. No poder olvidar es a menudo una insoportable maldición para mí pero, en este caso, me alegré de ello.

No esperaba encontrar consuelo al regresar a mi torre y no lo encontré. Enrielle no estaba allí y ninguno de los presentes podía enmascarar esta ausencia.

Me hubiera gustado unirme al llanto de Bugambilia cuando tuve que darle la luctuosa noticia, pero no lo hice. No sentí que tuviera derecho a llorarla cuando lo que tendría que haber hecho era haberla salvado. Tampoco traté de retener a la afligida kender cuando decidió que debía marcharse. En su lugar, le entregué la espada de Enrielle, la que ella me había regalado en Silvanesti poco antes de la muerte de Biornthalar. Yo no la necesitaba para recordarla y Bugambilia merecía tenerla tanto como la que más.

Sentí que la kender se marchara, pero sentí más todavía que el monje de Majere no lo hiciera. Resultaba tan sencillo culparle a él o a cualquiera de los otros en lugar de culparme a mí mismo por lo sucedido en la nave de los minotauros... Pero aquello no era cierto, ni bueno, ni justo. No se le pueden exigir a un humano que haga lo que un elfo no ha podido hacer. 

Me molestaba que creyera que me había salvado y que yo estaba en deuda con él por ello. Me enfermaba pensar que tal vez estuviera en lo cierto. Sin él, jamás hubiera liberado el Bastión de los demonios y al menos esa era una verdad innegable para mí. Le conseguí lo que tanto anhelaba su corazón, la excusa que necesitaba para regresar a su monasterio con la convicción de que nuestras deudas, cualesquiera que estas fueran, estaban mutuamente saldadas.

Notas de juego

Sí, los PNJ también tienen derecho a tener objetos mágicos (al menos, Bugambilia).

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11/06/2025, 14:03
Ailaserenth Sëlanar

La marcha de Flynnean sirvió para que tomara consciencia de lo solo que me había quedado. Aunque no tan solo como merecía estarlo.

Todavía estaban allí mis cuatro esforzados compatriotas. Y Kaly, la niña que rescaté del orfanato de Daron. Y el servicial Apaganto, por supuesto. Y también ese desagradable dragón que tendría que haberse marchado con Linsha Majere y el gobernador de Sanction cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. ¿A dónde irían todos ellos si no pudieran quedarse en mi torre? Este era ahora su hogar tanto como el mío.

Necesitaban fondos para mantenerse a sí mismos y para seguir haciendo su impagable labor de beneficencia con los necesitados que acudían a nuestras puertas. Unos fondos que de los que yo carecía, lo me obligó a rebajarme una vez más a mendigar a Markham algún tipo de gratificación por nuestros desmesurados sacrificios.

Sus compromisos, vagos e inciertos, no me dejaron más remedio que acudir a la Torre de Alta Hechicería de Wayreth a malvender un par de botas encantadas que encontramos en el dormitorio que ocuparon Freya y Biornthar durante el tiempo que vivieron en la torre.

Ciertamente no recibí de la advenediza Señora de Wayreth una calurosa bienvenida, pero confieso que tampoco la esperaba. Me consta que mi talento siempre la ha hecho sentir insignificante al compararse conmigo y que mi hallazgo del Bastión solo ha servido para constatar lo que era un secreto a voces para todos: que prácticamente no hay mago alguno en Ansalon que pueda ensombrecerme.

Que Myria Faz pretendiera responsabilizarme de la muerte de Adele resultaba tan indignante como injusto, pero no me corresponde a mí probar mi inocencia sino a ella tratar de demostrar una culpabilidad que no hallará en mí.

En cualquier caso, no soy un elfo rencoroso y dejé allí las muestras obtenidas con la esperanza de que alguno de los investigadores de la Torre encontrara el modo de darles buen uso.

Notas de juego

Voy a vender las botas de montar de Aelfryd que teníamos por ahí olvidadas en el fondo común. Son chulas, no valen prácticamente nada y me encantaría quedármelas para no tener que ir a los sitios a pie como un cualquiera, pero necesitaré materiales para identificar y restaurar el trozo de tela que encontramos en caso de que no pueda hacerlo con "analizar esencia mágica" y tenga que usar "visión" para ello. Y si al final resulta que me puedo ahorrar esas 250 pa por no tener que lanzar "visión", al menos tendré los componentes por si lo necesitamos en otro momento.

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11/06/2025, 15:59
Dungeon Master

Tras tu desagradable estancia en la Torre de Wayreth, en la que pudiste adquirir algunos inciensos particularmente costosos pero útiles para tus artes adivinatorias, pasaste un tiempo en el Bastión de la Magia tratando de averiguar qué era aquel lienzo de tela negra que tus compañeros y tú rescatasteis del interior de la horrible pesadilla que habitaba en el santuario de Morgion.

La potencia de su aura arcana daba fe de que se trataba de alguna clase de objeto mágico imbuido de gran poder y oscuridad. Pero, una tras otra, tus pesquisas por desentrañar su auténtica y secreta naturaleza acabaron resultando una pérdida de tiempo. No hallaste ningún compendio de objetos encantados en los que se describiera nada semejante y ni siquiera analizándolo cuidadosamente con tu monóculo de zafiro y tus poderosos conjuros de adivinación lograste averiguar de qué se trataba.

No te quedó más remedio que recurrir a las visiones proféticas inducidas por el incienso para atisbar fragmentos de su pasado. Solo así fuiste capaz de descubrir que la tela que obraba en tu poder no era sino la mortaja de la mismísima Takhisis, el sudario en el que su cuerpo fue envuelto al morir. Un paño que quedó impregnado con su sangre y retumbando con los ecos de su divinidad arrebatada.

Lo que te resultó imposible fue averiguar por medio alguno dónde se halla actualmente su cadáver. Si es que sigue estando muerta.

Notas de juego

Añado características del Artefacto a la sección correspondiente de la campaña.

Descuento 250 pa en componentes de conjuro y 100 px por el conjuro "visión".

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11/06/2025, 22:04
Ailaserenth Sëlanar

La maldición de mi memoria eidética ha hecho que las vívidas visiones del sudario me persigan hasta el día de hoy, en la vigilia diurna y la noche sin reposo:

Más que verlo, pude sentir en mi propia carne el fragmento de la Dragonlance arrojado por la mano de que manaba de la terrible herida. Recuerdo dar un traspié y desplomarme.

Alguien me sostuvo amorosamente entre sus brazos y me gritó con desesperación:

—No me dejes, madre. ¡No me dejes sola!

Recuerdo haber dicho algo, o querido decir algo, pero los latidos de mi corazón sonaban tan fuertes y mi voz tan apagada... Tosí con angustia mientras me esforzaba por llevar aire a mis pulmones encharcados.

—Algún día conocerás el dolor de la muerte —dije con una voz que no era la mía—. Y lo que es peor, hermano, conocerás el dolor de la vida.

Mientras mis ojos abiertos miraban fijamente a la noche estrellada, sin verla, alguien me apretó contra su pecho y me acunó entre sollozos...

Revivir la agonía final de la Reina de los Dragones supone una gran conmoción para mi alma, hecha pedazos tras la pérdida de Enrielle. Pero, más allá del terremoto emocional que surge como natural consecuencia de haber sido durante una fracción de segundo una diosa en su lecho de muerte, lo que me provoca el descubrimiento de la mortaja es una fría cólera.

En modo alguno puedo atribuir al azar su hallazgo, sino a un premeditado engaño por parte de Kyliana y de su dios. Probablemente la una y con total seguridad el otro, sabían que la reliquia de Takhisis se encontraba en el templo subacuático del Viento Negro y nos lo ocultaron intencionadamente. Nos utilizaron para obtenerla y así poder usarla para sus propios y sacrílegos fines.

No encontré consuelo arrasando la capilla de Chemosh, cuya presencia llevaba meses siendo una mancha de corrupción en mi torre, pero mentiría si no reconociese que sentí (y todavía siento) la satisfacción del deber cumplido; de haber hecho, aunque más tarde de lo debido, lo que era correcto.

Fundí con mi magia la enorme e idolátrica calavera de oro que presidía el adoratorio y reduje a la nada a esa pobre alma torturada que acechaba en las oscuras entrañas del lugar. Sin embargo, no conseguí quitarme de encima la sensación de que la estancia seguía estando profundamente envilecida. No me quedó más remedio que ocultar en su interior el sudario de Takhisis y clausurar la destruida capilla con mi magia, con la ingenua esperanza de que el mal de su interior no se propagara por el resto de la torre.

Notas de juego

Lógicamente, uso "cerradura arcana" sobre la entrada de la destruida capilla de Chemosh para que nadie que no sea yo pueda entrar en ella.

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12/06/2025, 15:15
Ailaserenth Sëlanar

Cuando yo no era más que un niño y durante muchos siglos antes de mi nacimiento, los rituales funerarios de mi pueblo eran tan hermosos como cualquier otra cosa creada por nosotros.

Rara vez la muerte alcanzaba a los jóvenes y, en la mayoría de las ocasiones, los venerables ancianos se entregaban a ella de forma serena tras una larga y gozosa vida de la que deseaban descansar tras haber hecho los oportunos preparativos.

Escogían en qué templo deseaban que se celebrara la Ceremonia de Tránsito y también encargaban las ropas ceremoniales con las que querían ser vestidos por el cabeza de su Casa cuando les llegara la hora. 

Una vez que preparado el cuerpo, era colocado dentro de su ataúd, bellamente tallado y confeccionado con madera que tuviera algún significado para la familia o la Casa del difunto o incluso sembrado por él mismo. Sus familiares encargaban a la Casa de Arboricultura Estética que plantasen dos nuevos retoños por cada árbol talado para fabricar el ataúd.

El sacerdote y sus acólitos pronunciaban las palabras rituales y se aseguraban de que a todos los demás templos de Silvanesti se les notificara la muerte para que pudieran registrarla en sus archivos.

Tras la ceremonia, el ataúd era llevado al jardín de la familia, donde sus allegados velaban el cuerpo. En la mayoría de los casos, con velas, músicos, bailarines y conocidos que compartían recuerdos del fallecido. Y, después, el cuerpo era enterrado dentro de la cripta de la familia o de su Casa.

Pero, en esta ocasión, yo ni siquiera tenía el cadáver de Enrielle para poder enterrarla apropiadamente y entregarme en toda su plenitud al duelo largamente pospuesto. Dos veces tuve entre mis brazos su cuerpo inerte y dos veces consentí por omisión que Kyliana lo profanara infundiéndole un falso aliento de vida. Ahora desearía no haberlo hecho.

Lloré. Lloré por mí. Y lloré por Enrielle Flechas de Muerte. Y lloré por Krynn, que ahora era un lugar menos luminoso sin ella. Lloré como nunca antes lo había hecho por una hija de los hombres. Lloré tanto que llené con mis lágrimas el cáliz de plata y lapislázuli que rescaté de las garras de los minotauros en mi Silvanesti natal.

El orfebre que lo confeccionó había grabado en él de forma casi premonitoria la promesa que le hice a Enrielle cuando, rebosante de mis lágrimas, deposité el cáliz bajo la cama de la que una vez fuera su dormitorio:

«Cuando se apaguen las estrellas, nos volveremos a encontrar».

Tras esto, me marché.

Abandoné la torre una vez más y busqué la sabiduría y la templanza que solo la norna invernal de Kri-Sekt me podía proporcionar. La apariencia física de los ursoi me proporcionó durante algún tiempo una engañosa sensación de fuerza y de seguridad en mí mismo que había perdido, pero Bearnice acabó convenciéndome de que no debía refugiarme entre ellos, sino afrontar aquello que me había hecho huir de mi propia torre.

Como siempre, su consejo resultó providencial, pues a las pocas semanas llegaron los laboriosos enviados de Markham para ponerse a mis órdenes. Por estéril que resultara el proyecto, durante algún tiempo la proyección de los trabajos necesarios para convertir la Torre Sëlanar (como Wylas la bautizó) en una fortaleza voladora y mi propia participación activa en tal labor, actuaron como un alivio para el dolor de mi pérdida.

Notas de juego

Hay escenas que bien valen regalar botín, aunque nos llegue con cuentagotas.