Partida Rol por web

Dudaba que fuese una víctima, tal y como se comportaba. El buen conde era demasiado ingenuo para mi gusto.

-Si él es una víctima, todavía tiene que explicar qué hace el ataúd en sus dormitorios y también lo que hay escrito en el diario que él mismo ha reconocido como suyo -puntualicé -. Eso me hace pensar que está engañándonos. Por otro lado, tiene "demasiado" interés en que comamos esa bazofia que llama comida. ¿Por qué será?

Me acerqué a oler el nauseabundo aroma que desprendía y miré a mis acompañantes.

-Ni un orco desesperado lo tomaría.

Después, miré a los soldados.

-Ellos sí que podrían estar encantados de alguna manera para obedecer sus órdenes. A lo mejor ellos sí que comieron esto y por ese motivo hacen lo que les ordena.

Al ver que Godofredo volvía a santiguarse, me levanté presto y también me puse a orar, ya que no quería llevarme una colleja por no acatar sus órdenes. Al ver que sacaba su reliquia de entre sus ropajes, sabía que la cosa podía pasar de blanco a negro en un santiamén. Me senté cuando él se sentó y seguí observando al resto de comensales, a ver qué sucedía. La semiorco seguía disparando acusaciones hacia el anfitrión.

Uno de los guardias se adelantó un par de pasos sin dejar de mirar a los irreverentes invitados. Las palabras del conde Godofredo, no habían sonado todo lo conciliadoras que podrían haber sido, aunque en cierta medida, sin ser una disculpa, invitaban a calmar las aguas.

- ¿Quiere que los arrestemos, mi señor? - Preguntó el guardia.

Cainneah Shamush frunció el ceño ante la intervención desafortunada de la orca. Miró al conde Godofredo con cierta incredulidad. Negó con la cabeza.

- Es donde descanso, idiota. - Le dijo abiertamente a la mujer. - ¿Por qué no le calla la lengua a esa malhablada criatura? - Le preguntó al conde.

Uno de los guardias se adelantó un par de pasos sin dejar de mirar a los irreverentes invitados. Las palabras del conde Godofredo, no habían sonado todo lo conciliadoras que podrían haber sido, aunque en cierta medida, sin ser una disculpa, invitaban a calmar las aguas.

- ¿Quiere que los arrestemos, mi señor? - Preguntó el guardia.

Cainneah Shamush empezó a masticar aunque no tenía nada en la boca. Una babilla blanca y pegajosa le rezumaba por el labio mezclándose con los restos de salsa que habían resbalado por la comisura de sus labios. Se mantuvo en silencio unos segundos algo pensativo, hasta que finalmente pareció reaccionar y alzó la mirada buscando a Garzón.

- No, no... - Dijo. - No será necesario. Debemos servir el postre... - Sonrió de una forma que todos definirían como maliciosa. - ¡Garzón! - Alzó la voz y el mayordomo, que se había quedado dormido de pie, alzó la mirada buscando el origen de su llamada. - ¡Garzón, sirve el postre! - Le ordenó. - Inútil saco de huesos... - Murmuró enfadado. - Haced llamar a Thalianduvel... - Le dijo al oído a Tymuel aunque todos pudieron escucharlo. 

Tymuel asintió y salió inmediatamente de la estancia.

Garzón se marchó de la habitación a su habitual velocidad de tortuga y la mayoría de los presentes volvieron a sentarse para esperar el postre. El primero su anfitrión y luego DelCojón, que hambriento como estaba, esperaba que al menos el postre fuera comestible. El ambiente seguía siendo tenso. Los dos guardias miraban con recelo a los invitados y éstos, no entendían mucho de lo que estaba sucediendo. Quién parecía ajeno a todo era el propio Cainneah, que babeante, esperaba su postre a la cabecera de la mesa. Urma no se sentó, pues seguía albergando certezas acerca de la naturaleza maligna de su anfitrión.

No obstante, nada más salir por la puerta, Garzón regresó empujando un carro metálico con ruedas. Sobre el mismo e encontraban lo que parecían ser... ¿Cabezas de mono? Estaban servidas en copas y con una cucharilla al lado de cada una. Garzón empezó a servir dicho manjar, uno frente a cada uno de los invitados. 

- Espero que esté todo a su gusto. - Dijo muy amablemente el mayordomo. - Están recién sacadas de la cámara fría. Espero que estén bien heladas.

Y entonces de nuevo un relámpago iluminó la estancia seguido de un trueno que debió de caer muy cerca.

- ¡Qué buena pinta! - Exclamó el señor del castillo. Acto seguido soltó de nuevo una poderosa risotada.

Enseguida empezó a comer con ansias. El contenido del cráneo del mono era una masa informe con color de carne y sangre. ¿Era helado de cerebro de mono? Todo hacía indicar que sí y aún así, Cainneah comía con ansias y buen humor, pues sonreía ostensiblemente por primera vez desde que le conocieran.

Sonriente esperaba el postre para poder saciar mi hambre. Pero mi gozo en un pozo. Unas cabezas de mono venían en unas tazas para comerse sus sesos congelados. Una arcada hizo que me estremeciera como si me hubieran dado un calambrazo; me recordó al día que vi por primera vez a Urma. Miré a Godofredo esperando una respuesta contundente ante tan falaz anfitrión que nos daba de comer las peores viandas que jamás había visto.

La respuesta de Godofredo había sido la esperable para él. Quizás con algunas santiguaciones de menos, cosas que a su juicio servían para bien poco, pues los santos y demás no eran más que invenciones de los norteños. Con Urma, en cambio, casi se le cayó el bigote al suelo. Esa cosa verde con flequillo, que con toda probabilidad rezaría a una piedra, no hacía más que insultar al anfitrión, que claramente no estaba en sus cabales. Desde donde estaba sentado, If la chistó disimuladamente con un dedo.

El sarraceno volvió a sobresaltarse con el relámpago que cayó muy cerca, probablemente en la veleta de alguna de las torres. Se les había echado encima una tormenta terrible, al parecer. Pero mucha casualidad era que siempre iba acompañada de la risa de Lord Shamush. Le dio un par de vueltas con la cucharilla a interior del cráneo del mono, sin probarlo. Era sencillamente asqueroso. Se obligó a forzar una sonrisa y se dirigió al antiguo señor:

— Gracias por el postre, Lord Shamush. Hacía mucho que no veía monos. Al menos sus cabezas... ¿Puedo preguntar de dónde se las traen hasta el lejano norte? ¿Las suele comer a menudo? Parecen muy frescas y jugosas... — dijo dejando caer el contenido de la cuchara de vuelta al repulsivo recipiente intentando disimular el asco que sentía.

- ¿Le gusta? - Preguntó curioso. - Las traen de las selvas del sur. De la región de la Antiloquía. - Sonrió complacido por la curiosidad del sarraceno. - Un manjar del que pocos afortunados pueden disfrutar. Me alegro de que le esté resultando agradable al gusto. - Afirmó con rotundidad. 

Y de repente, una extraña música empezó a sonar desde algún lugar desconocido. Una música un tanto oscura que se entremezclaba con la tormenta que estaba rompiendo fuera de los muros del castillo. 

De repente, Lord Shamush, se puso en pie y se acercó a la dama Dwama. Le ofreció una mano en un gesto de gran caballerosidad y la dama enana no pudo hacer otra cosa que aceptar su mano. 

- ¿Desea usted bailar, pequeña dama? - Le preguntó.

- Por supuesto, mi señor. - Dijo ella con el rostro ligeramente enrojecido por el rubor. 

Acto seguido, lord Shamush y Dwama comenzaron a bailar alrededor de la sala. La enana se mostraba bastante patosa, pero no así Cainneah, que pese a su edad y a sus hasta ahora evidentes problemas de movilidad, danzaba grácil por la sala, siguiendo el ritmo de la música a la perfección y demostrando sus grandes dotes de bailarín.

If asintió sonriente, como dando la razón al anfitrión, mientras daba vueltas y más vueltas a los repugnantes sesos. Cuando la música empezó a sonar, miró a los lados buscando los trovadores que obviamente no estaban, y luego miró al resto de sus acompañantes, inquieto. Se inclinó hacia el Conde de Miramonte.

— Amigo, — le susurró con los ojos clavados en los dos bailarines — es evidente que nuestro anfitrión es ajeno a toda la brujería que está aconteciendo ante nuestros ojos, pero ya os lo digo que no es culpable, sino que le creo necesitado de auxilio. Sólo hay que ver lo que come. Mas oponerle sólo conseguirá ponernos las cosas difíciles. Hemos de seguirle el baile, Godofredo. — miraba en esos momentos a Dwama, que daba vueltas como un pato mareado, guiada con sorprendente soltura por el viejales del anfitrión — Pídele aposentos para esta noche de tormenta e investiguemos a fondo el caos que aquí reina. Solo hay que cuidar de que la orca no viole sus pertenencias, o acabaremos en un calabozo olvidado. — afortunadamente el paladín no se había dado cuenta de que el sucio escudero se había guardado media cubertería de la mesa en las mangas. Menos mal, pues se había ahorrado un nuevo disgusto.

Ofendida por las palabras de aquel hombre, me volví hacia él con furia en la mirada.

-Esta orca no tiene por costumbre robar, ni tampoco soportar insultos como el vuestro, y ya que estamos, tampoco es tan idiota y ciega como para dar por normal que alguien duerma en un ataúd y continúe sin hablar de lo que hemos encontrado escrito en el diario. Me parece que pasáis demasiado tiempo con DelCojon y que vuestros sesos no están mejores que los que hay encima de la mesa -le dije, preparándome para actuar si era necesario, aunque confiaba en que la pelea no fuese entre nosotros sino con aquella abominable criatura que decía ser nuestro... anfitrión.

De todas maneras, su plan tenía sentido para mí. Debíamos investigar.

-Si queréis descubrir lo que ocurre, no creo que lo consigamos permaneciendo en este salón más tiempo. Deberíamos retirarnos ya. Pero olvidaros de esa idea de que Lord Shamush es inocente. Tiene un hechizo protector de alguna clase actuando sobre él, y no descartaría que tuviese uno de transmutación, alterando lo que estamos viendo.

Como me había pasado en la alcoba de este villano, volví a escuchar esa risa de ultratumba unida al trueno, pero ahora sabía de quién provenía. Este tipo estaba bajo el influjo del mal, a mi no me engañaban los truquitos de magia. ¿Quién en su sano juicio disfrutaría de esta bazofia de comida? Pero lo más extraño no había sucedido todavía. De repente, una música tétrica empezó a sonar por el salón sin que hubiera músicos a la vista y se puso a bailar con la enana. ¡Pero si no le llegaba ni al sobaquillo! Aunque pensándolo bien, elegir entre Urma y Dwama era fácil.

Viendo que se estaba poniendo la cosa interesante entre el carapintada y la jalufa, giraba la cabeza de uno a otro, sonriendo al ver que podía llegar la sangre al río. Hasta que Godofredo no mandara nada, me contentaría con observar todo con mucha atención.

If levantó lentamente la mirada hacia Urma. Tenía que haber bajado más la voz, pues esas orejas verdes y picudas habían escuchado más de lo que pensaba que podrían. Se encogió de hombros con una sonrisa divertida:

— Para no tener costumbre has sido rápida en hurgar entre sus cosas.— Sacudió una mano en su dirección, como restando importancia y dando por finalizado el turno de pullas — ¿Transmutación? ¿Protección? Eso son tonterías — respondió confiado dándose con el dedo unos toquecitos en su prominente nariz — Dios y su profeta Abu Muḥammad Ali Ibn Aḥmad Ibn Said Ibn Ḥazm me han otorgado un olfato excepcional para percibir el hedor del mal por disfrazado que esté y perseguirlo hasta el final. Y nuestro anfitrión, por excéntrico que sea, por ataúdes donde duerma y por poco especiada que esté su... comida, no entraña mal alguno.

Puso una mano sobre el hombro de Godofredo, mirando a los bailarines.

— Sugiero esperar, terminar la velada como se espera que hagamos y luego investigar. Bastante le hemos ofendido ya.

En esta ocasión Cainneah Shamush, señor del castillo, ignoró por completo a la orca y por supuesto, siguió sin responder a una sola de sus acusaciones sobre lo que había escrito o dejado de escribir en su diario privado. De hecho, tras el baile que se había marcado con la dama enana, ni tan siquiera reclamó su diario para si. Era como si lo hubiera olvidado.

Cainneah se sentó de nuevo en su silla y cruzó los brazos sobre la mesa, como esperando algo. Momentos después, volvió a escucharse aquel extraño sonido. Un glugluteo terrible que resonó con gran eco por todas las paredes de la sala. Aunque en esta ocasión, todos los presentes pudieron determinar que el sonido procedía de una de las habitaciones contiguas al comedor donde se encontraban.

Fue entonces cuando, escoltada por el guardia que había salido en su búsqueda instantes atrás, accedió a la sala una mujer que lucía una brillante armadura y portaba la misma heráldica que los soldados del amo del castillo. Se trataba de una mujer elfa de larga cabellera oscura y rasgados y penetrantes ojos negros. Nada más acceder a la estancia y sin mirar tan siquiera a los invitados de su señor, se acercó a éste y le realizó un exagerado saludo militar.

- ¿Me mandó llamar, mi señor? - Preguntó.

- Así es, Thalianduvel. - Confirmó Cainneah. - Es hora de mi... - Sonrió ampliamente dejando ver sus dientes llenos todavía de jugo de cerebro de mono. - ..."paseo"... - Dijo con cierto retintín. - ...a medianoche.

Dicho aquello se puso en pie y uno de los guardias le acercó su abrigo de piel y se lo puso por encima de los hombros. Otro de los guardias le acercó un sombrero de copa y finalmente el tercero cambió sus babuchas por unos mocasines. Cainneah estaba listo para su paseo nocturno y parecía darle bastante igual a todo el mundo, que fuera estuviera diluviando.

- Ustedes, mis queridos invitados, pueden ir a acomodarse a sus alcobas si así lo desean. - Les dijo muy amablemente. - Ha sido una velada muy agradable. - Y dicho aquello, se dispuso a marchar.

Otra vez ese glugluteo infernal. Al ver que Godofredo estaba impávido ante todo lo que sucedía, decidí ir a ver qué demonios era esa cosa que glugluteaba como si mil serpientes le picaran los huevecillos. El anfitrión nos había dado permiso para levantarnos de la mesa e ir a nuestras alcobas, así que aprovecharía que los demás saldrían del salón, para escabullirme sigilosamente y salir por la puerta de donde parecía que estaba esa cosa. El sarraceno y la semiorca distraerían de las miradas ajenas con su discusión. Y la imponente presencia del conde y la achaparrada enana, eclipsarían mi desaparición.

Me apreté bien la cortina y caminé disimuladamente hasta un punto donde estuviera oculto. Esperaría unos instantes a que todos se fueran y después, ágilmente, iría hasta la puerta. No sin mirar primero trampas, claro está. No me fiaba de esta gente y de este castillo.