Partida Rol por web

Godofredo furnció el ceño ante el comentario deIf Hassim.

-Cuidado, Hassim, nada de blasfemias en la mesa...-comentó tajante, para luego santiguarse y negar con la cabeza con la mirada perdida en el techo...

Había quedado más que claro que toda aquella gente sufría algún tipo de brujería que afectaba a su conducta y ahora era su deber el acabar con ella y santificar el lugar. Y la forma más sencilla de lograrlo parecía ser la que proponía el sarraceno.

-Mi fiel, prepára tu nariz puesto que en breve vas a tener que husmear pistas. Y espero que dejes el nombre de Miramonte bien alto, para variar...-

Con Godofredo y su falso dios siempre había que andar con cuidado, y esta vez por culpa de la orca había cometido un desliz... Hassim inclinó la cabeza y levantó las palmas de las manos en señal de no volver a sacar sus diferencias en la mesa. Luego le dedicó una sonrisa melosa.

— ¿Y cuándo he dejado el nombre de tu casa en mal lugar, mi buen Godofredo?

Hassim despidió a la extraña pareja que formaban el anfitrión y la que parecía una guardaespaldas personal con pinta de gastar mal genio, aunque no le hicieron el menor caso. Sin duda que estaban poseídos por una fuerza sobrenatural, pues la orca guardaba entre los harapos mal cortados con los que vestía el dichoso diario y nadie le había vuelto a hacer caso.

DelCojón, sigiloso como él era, desapareció de la sala sin que nadie se percatara de ello. Su objetivo era el de seguir aquellos terribles glugluteos hasta su mismísimo origen. A salir del comedor, avanzó por un pasillo dejando atrás una nueva escalera de caracol que en este caso descendía hacia algún tipo de sótano y se adentró en lo que sin duda era un cocina.

Se trataba de una estancia diáfana gracias a un gran ventanal lateral. Poseía un gran horno de leña, una chimenea que caldeaba la estancia. En el centro, se hallaba una gran mesa de madera, sobre la cual colgaban del techo sartenes, cacerolas y otros instrumentos de cocina. En una pared colgaban ramilletes de hierbas secas para especiar la comida y sobre un estante, se encontraban decenas de botes e especias. En un lateral se hallaba una alacena, donde sin duda se encontrarían infinidad de provisiones, puede que muchas de ellas conservadas en sal o otro tipo de especias. En el suelo junto a al entrada de la alacena, se hallaban botijos y otros recipientes. En una estantería se guardaban cubertería, así como platos, vasos y copas.

Junto al horno se hallaba una mujer oronda, con pelo cano recogido en un moño y con cara de pocos amigos. Sin duda se trataba de la cocinera. Ella era la culpable primera de la atroz cena con la que su anfitrión les había deleitado. Estaba sentada sobre una mecedora mirando las brasas. Junto a ella, en la parta inferior de una pared, se encontraba una especie de trampilla.

Cuando DelCojón se acercó de forma sigilosa y por detrás a aquella mastodóntica mujer de brazos fuertes y peludos, pudo ver como estaba desollando algún tipo de roedor más parecido a una rata enorme que a un conejo. 

- Con tu chaqueta qué bien me secaba, qué bien me secaba, porque la lluvia en mi pelo me chorreaba, me chorreaba, me chorreaba... - Comenzó a entonar la cocinera una cancioncilla de letra imbécil. 

Entonces se puso en pie y abrió la trampilla que tenía justo al lado. Fue entonces cuando DelCojón, pudo escuchar claramente el sonido que tanto les estaba alterando: ¡un glugluteo a medianoche!

- ¡Calla! - Gritó la cocinera lanzado por el agujero los desperdicios del animal al que acababa de arrancar a piel.

Y así fue como el señor del castillo se marchó escoltado por aquella mujer elfa, a dar su paseo a medianoche y bajo la lluvia. Se fue, como bien había apuntado If Hassim, sin reclamar en efecto su propio diario que seguía entre las manos de la orca Urma. Los guardias, salieron tras los pasos de su señor, pero ellos se mantuvieron en el interior del castillo, cuando al abrir la puerta del mismo, un nuevo relámpago lo iluminó todo, seguido por un trueno ensordecedor.

Sin más, Cainneah Shamush salió al exterior y la lluvia comenzó a caer sobre él con fuerza. Detrás, una resignada Thalianduvel le siguió los pasos. Los guardias cerraron las puertas de golpe y se mantuvieron detrás de las mismas armados con sus alabardas. De quien no había ni rastro era de DelCojón, que sin que ninguno de los presentes se hubiera percatado, había desaparecido a saber en que dirección.

Entonces estalló de nuevo un poderosos glugluteo. En esta ocasión, parecí evidente que procedía de una de las estancias contiguas al comedor donde habían estado viendo ir y venir platos de lo más desagradable, porque cenar, no se podía decir que hubieran cenado.

- ¡Calla! - Se escuchó justo después el grito de una mujer procedente del mismo lugar que el sonido del ave.

Sin respuesta de ninguna de nuestras acusaciones, y oyendo todavía aquel incesante y extraño sonido, todo resultaba demasiado inquietante como para dejarlo pasar.

-Dejaos de nombres y títulos. Estamos aquí y hay mucho que descubrir, para empezar ese extraño sonido que procede de la sala de al lado. Ese hombre ya ha demostrado no ser de fiar y a mi entender, es una criatura falsa y demoníaca. Cuanto antes conozcamos lo que sucede en este lugar, antes podremos abandonarlo.

Y sin pensármelo más, me dirigí hacia la sala contigua*. Me parecía que estaba cerrada pero de ser así, daría la vuelta, porque estaba cansada y harta de no saber a ciencia cierta qué sucedía en aquel lugar.

-Y otra cosa más. Nadie descansa en un ataúd. Nadie... qué esté vivo, al menos.

Sin darse cuenta de la ausencia de DelCojón, el cual era fácil de ignorar, Hassim se encogió de hombros y siguió a Urma hacia la sala de donde parecía haber venido el sonido del pavo gigante y el grito de la que presumiblemente podría ser la pavera.

— No lo sé, Urma. Yo lo veo vivo, pero si sigue dando esos paseos bajo la tormenta no se si gozará de ese estado mucho más tiempo... — comentó con cierta preocupación, pues If sí creía en la inocencia de su anfitrión. Le preocupaba que a Lord Shamush le cayera un relámpago que lo dejara literalmente frito, aunque tal vez peor lo tendría su guardaespaldas. De bien era sabido por los sabios de oriente del uso de los pararrayos. No era descartable, por tanto, que los relámpagos fueran atraídos por la bonita armadura y acabara churruscada y humeante. 

Entré sigilosamente en las cocinas, de sombra en sombra. Allí había un vejestorio sentado, despellejando un animal pequeño, probablemente una rata. Cantaba algo incoherente, parecía estar chalada, como todos en este castillo. Me acerqué, escondido y parapetado tras cualquier mueble o sombra que encontrara. Quería saber qué era exactamente lo que había abajo de la trampilla y que alimentaba la vieja forzuda con carne fresca. Me mantuve oculto mientras pensaba en la mejor manera de hacerla salir de aquí, y por si acaso alguien entraba, que no me viese ahi de pie, con una cortina como pantalón.

DelCojón fue rápido. Corrió todo lo sigilosamente que pudo hasta llegar a tiempo para ver que había al otro lado de la trampilla. En efecto pudo contemplar lo que escondía aquel agujero. Se trataba de un tobogán manchado de sangre y vísceras que se perdía en la más absoluta oscuridad.

- ¿Pero que demontres haces tú aquí? - Exclamó aquella mujer al ver a su espalda al rufián de pantalones de cortina.

Fue entonces cuando de forma extrañamente grácil para un mastodonte como era aquella mujer, se abalanzó sobre el pobre Bribón y de un barrigazo le empujó haciéndole caer al tobogán y ciertamente no tuvo tiempo de reaccionar. DelCojón empezó a caer por aquella resbaladiza rampa a gran velocidad y sin posibilidad a agarrarse a nada.

DelCojón fue cayendo por aquel tobogán, que además de ser muy empinado y estar lleno de sangre y otros desperdicios, resbalaba de una forma que no era normal, era como... si estuviera engrasado de alguna forma. No podía ver el fondo del tobogán, pero poco a poco se acercaba hacia el fondo del mismo y en algún momento iba a detenerse. ¿No?

Y así fue. DelCojón acabó con su culo sentado de un fuerte porrazo sobre algo punzante. Estaba todo muy oscuro allí abajo, pero por el tacto dedujo de forma inmediata donde había aterrizado. Sin duda alguna, se hallaba sobre... ¡Una pila de huesos!

Y entonces sonó mucho más claro que ninguna de las veces anteriores...

...un terrible glugluteo.

Avanzaron por un pasillo dejando atrás una nueva escalera de caracol que en este caso descendía hacia algún tipo de sótano y se adentraron en lo que sin duda era un cocina.

Se trataba de una estancia diáfana gracias a un gran ventanal lateral. Poseía un gran horno de leña, una chimenea que caldeaba la estancia. En el centro, se hallaba una gran mesa de madera, sobre la cual colgaban del techo sartenes, cacerolas y otros instrumentos de cocina. En una pared colgaban ramilletes de hierbas secas para especiar la comida y sobre un estante, se encontraban decenas de botes e especias. En un lateral se hallaba una alacena, donde sin duda se encontrarían infinidad de provisiones, puede que muchas de ellas conservadas en sal o otro tipo de especias. En el suelo junto a al entrada de la alacena, se hallaban botijos y otros recipientes. En una estantería se guardaban cubertería, así como platos, vasos y copas.

Junto al horno se hallaba una mujer oronda, con pelo cano recogido en un moño y con cara de pocos amigos. Sin duda se trataba de la cocinera. Ella era la culpable primera de la atroz cena con la que su anfitrión les había deleitado. Se encontraba de pie junto a una mecedora y miraba en dirección a una trampilla que se encontraba en el suelo junto a ella.

- ¿Y vosotros quienes demontres sois? - Les preguntó aquella mujer al darse la vuelta hacia ellos. - ¿Habéis escuchado a un condenado pavo? - Preguntó con una voz profunda y algo desagradable. 

La mujer parecía algo acalorada y portaba una cachiporra en la mano. Por lo demás, debía ser la cocinera y la responsable de la deplorable cena que se había servido en el comedor momentos atrás.

-No descartéis que aquella elfa, la de las buenas caderas, tenga algo que ver en todo aquesto... apestaba a brujería...-inquirió Godofredo arrugando la nariz mientras caminaban por el corredor.

-Mi buen Delcojón, deberías adelantarte y....-El Conde cayó en ese momento en la ausencia de su escudero, dejando la frase a medias, para luego emitir algunos exabruptos

-¡Recojones! ¡Sucio rufián trapisondista y zurumbático!-maldijo con el puño cerrado, agitándolo frente al rostro

-¿¡Donde se ha metido este cagalindes!? Ah... Apuesto a que el beodo se ha escabullido hasta la bodega para llenar sus apestosos adentros de buen vinazo...-acusó achinando los ojos en pose vengativa.

Entre el arrebato del Audaz, llegaron a la cocina, donde un nuevo y estrafalario personaje les aguardaba.

Godofredo, cansao y malhumorado hizo gala de su falta de tacto

-Decidme, villana. ¿Vos también estáis hechizada...? ¿Habéis visto a caso a un pequeño malandrín patizambo y hediondo escabulléndose por aquesta cocina?

- ¿De qué habláis, mi buen señor? - Le preguntó la cocinera. - ¿Un malandrín? - Miró hacia la trampilla con cierto nerviosismo. - Ningún maladrín se ha acercado a mi con sigilo y ninguno me ha asustado recibiendo un codazo y cayendo al vertedero... - Negó con la cabeza con suma teatralidad.

Abrió entonces la compuerta que tenía a sus pies. Al otro lado de aquella trampilla no había otra cosa que una especie de tobogán manchado de sangre y vísceras que se perdía en la más absoluta oscuridad.

Yo no me acercaría a aquella vieja como no lo había hecho a su comida, pero estaba claro que aquella trampilla que parecía proteger, con aquel rastro de sangre, podía contener la atrocidad que estábamos buscando.

-Quizás debiéramos lanzarla por la trampilla para ver lo que hay abajo -sugerí con tono indiferente, como si aquella idea fuese algo completamente normal para mí o me importase lo mismo que los alimentos que preparara.

Si DelCojon había terminado allí, no sería yo quien lo lamentara y si había sido cualquier otra criatura, pues no sería mala idea lanzarla detrás.

-También podríamos comprobar así si se cumple el mito de la vieja y cae boca abajo o boca arriba -completé, antes de rodearla para situarme a un lado de ella y cerrarle el paso por si intentaba huir o hacer cualquier otra cosa,

- Puedes intentarlo, ¡mala zorra! - Le recriminó la cocinera muy enfadada y golpeando con su cachiporra contra la palma de su mano. 

La mujer parecía furiosa, como todo buen villano que se cruzara con la ofensiva orca. Desde luego, aquella mujer tenía un don para hacer enfadar a la gente y una lengua muy larga que alteraba los estados de ánimo de cuantos la escuchaban hablar y sin necesidad de utilizar la magia.

Hassim suspiró mientras se masajeaba las sienes, hastiado.

— Nadie va a lanzar a nadie por ninguna parte — levantó ambas manos, pacificador — Cálmese, buena mujer, y perdone las lamentables formas de nuestra acompañante. Mi nombre es If Hassim, y formo parte de la compaña del Conde de Miramonte, Godofredo el Audaz. ¿Es ésta su cocina? — miró hacia la trampilla y luego volvió a clavar sus ojos negros de contornos maquillados sobre la oronda señora — Veníamos tras la pista de un gran pavo y sus poderosos glugluteos. ¿Sabe usted algo, mujer?

- ¿Mi cocina? - Preguntó la mujer con un gruñido. - ¿Si fuera mía estaría tan sucia? ¡Ya le digo yo que no! - Exclamó bastante airada. - Mucho preguntas tú, sarraceno. ¿No crees? - Hizo una pregunta retórica. - ¡Aquí no hay pavo encerrado! - Se quejó amargamente.

Y entonces sonó mucho más claro que nunca, un nuevo glugluteo terrible.  

Su procedencia inequívoca. La trampilla que estaba junto a esa mujer, bajando por aquel tobogán ensangrentado. La cocinera, al escucharse el sonido, miró a los presentes y sin decir nada, se encogió de hombros.

Dwama se acercó a la trampilla mirando con enfado a la cocinera. Sin duda estaba mintiendo. Al menos sabía más de lo que decía saber, eso lo tenía muy claro la dama enana. Cuando estuvo al lado de la trampilla, la cocinera se puso en medio, como impidiendo el paso a Dwama.

- ¿Pero que hace? - Se quejó la enana y acto seguido trató de empujar a la anciana para retirarla de delante de la trampilla y así poder ver hacia el fondo.

- ¡Qué haces tú, jovencita! - Exclamó la mujer. 

Entonces ambas comenzaron a forcejear. La cocinera, para ser una anciana, tenía mucha fuerza y una gran estabilidad, tanta, que no parecía que Dwama pudiera moverla de allí. En un momento dado, cuando parecía que finalmente Dwama ganaría la pugna, la cocinera se revolvió y Dwama acabó por resbalar y caer a través de tobogán desapareciendo de inmediato.

- ¡Oh! - Exclamó la cocinera. - ¿He sido yo? - Preguntó.