Partida Rol por web

Se escuchó un teclado de fondo.

—Señor Boscemi, entiendo que está usted en un… una situación de mucho estrés… Veo, veo que usted sufrió una… abducción alienígenaaa… ahá… Y eso, pues fue… Una putada… Ejem... yo le estoy diciendo que… ¡Bienvenido al mundo real amigo! Es usted ahora, por primera vez en su existencia, un ciudadano… libre… El comunismo es historia antigua… Y puede usted hacer su vida sin que le vengan jodiendo conspiradores alienígenas… también es verdad que el Ku Klux Klan acepta ahora a personas de color y ha hecho objeto de su odio a las Personas de Origen Imaginario… Pero, en fin, usted podrá… bueno, todo esto… Se lo dirán en persona… en seguida… ¿Está usted acompañado?

Las palabras de Steven no tenían ningún sentido pero, ¿cuándo lo habían tenido? Era imposible siquiera saber si estaba teniendo una conversación real. Tal vez nadie hubiera respondido al otro lado y estuviera hablando con alguna otra voz en su cabeza.

Mackenzie miró a Steve con cara de circunstancias mientras relajaba su posición con la barra de metal. Había tan poco espacio en aquella cabina que le pareció difícil incluso que el gordo pudiera moverse para cederle a alguien más el auricular. Eso si es que era capaz de salir de allí.

Miró después a Culero: si él no había podido trepar el muro, ella siquiera se lo planteaba. Respiró hondo. Tenía que hablar con quien fuera estuviera al otro lado alguien más… Racional a ser posible.

Parecía que Boscemi se tomaba la interacción con Steve como una especie de competición de gallitos. Decidió entonces probar la estrategia de damisela en apuros.

—Señor Boscemi, disculpe, ¿nos permite por favor charlar con esa gente? Me… Me gustaría saber si puedo volver a mi casa.

Puso cara de penita.

Steve retrocedió un paso, mirando a Mackenzie.

Él no había conseguido convencer a Buscemi de que le dejase el teléfono. Cornelia tampoco parecía estar consiguiéndolo.

Iba a añadir algo, pero lo más sensato era callarse y dejar hacer a Mackenzie. Si Buscemi no tenía la impresión de estar dando su brazo a torcer, quizá se aviniera a razonar.

Escucho las palabras de la mujer del teléfono y sonrío Chupate esa , lo ves que no soy imaginario lo dice para calmarte  miro a la señorita Mcarthy y le digo Cállese un momento señora McDonald, no me deja escuchar. Disculpe ¿ qué decía del KKL... Me quedo de piedra oh Stevi... Lo siento, sé lo importante que era para ti ese grupo de hombres blancos socialmente inadaptados ¿negros, enserio? Intentó mantener las lágrimas, los hombres duros no lloraban. La idea de la desaparición del comunismo me tranquilizaba, pero la destrucción de una honorable institución como  era el clan... Oh vamos Stevi, llora, sácalo todo No los hombres americanos de verdad no lloran. Sí que lloran, mira a Jhon Wayne en esa película. Eso es demasiado lloro como una nenaza ¡Oh Stevie! lo superaras, ya lo verás. Me recompongo un poco y digo Sí, tienes razón, ahora tendré que destruir... Jamás pensaba que tendría que llegar a decir esto pero... Destruir el clan, no puedo permitir que su memoria sea mancillada. 

Sí señorita digo con voz clara, como hablaba mi sargento de instrucción estoy acompañado por una McCarthy Wood, no sé, una señorita muy atractiva rubia. También está un tal "tengo el pito  tan pequeño que no puedo sudar mi nombre completo Steve". Creo que hay un sovietico llamado Kalivar o algo así . Me acerco el teléfono a la boca y digo no muy alto Segura¿ Qué el comunismo ya No existe, no?  Vuelvo a hablar normal y digo También hay un tipo con comoplejo de cowboy llamado Culo Connos o Connero Culo o Culo ero Con... No sé algo así...

Suspiró frustrado ante la inmensidad del muro, pero su moral se recobro un poco al presenciar la discución entre los Steves y ver el patético intento del gordo por caber en la cabina telefónica. Parecía un embutido especialmente apretado, allí dentro.

Se acercó al falso Steven, Cielo y el tipo del bate.

—No podemos dejar que el gordo tome las riendas del asunto. ¿Está hablando con alguien realmente, o simplemente con su amiga imaginaria Cornelia? Puede ser nuestra única oportunidad de escapar de aquí, y lo está arruinando.

Estaba meditando un plan cuando se le ocurrió.

—Debemos quitarle la pistola. Como un veterano de guerra delirante, esta es la fuente de todo su poder.

Buscó miradas de complicidad en sus compañeros.

Era cierto que aquel teléfono parecía su única posibilidad de salir de allí, pero arrebatarle la pistola al gordo…

—Uf, tío, ¿estás seguro? —miró a Steve y Kal interrogándoles con los ojos—. No sé… Es imposible que se lo tome bien y ya has visto cómo dispara el muy… ¿Y si tiene otra arma y luego nos acribilla?

Si realmente hay alguien al otro lado al menos sabe que hay alguien aquí que necesita ayuda… Y mucha… —esto último lo dijo mirando a la cabina. El espectáculo empeoraba por momentos con aquel tipo llorando. Levantó la mano pidiéndoles que le dieran al menos un momento y se acercó todo lo que pudo con intención de averiguar si realmente Boscemi hablaba con alguien.

Steve temió que, si intentaban quitarle el arma, alguien podría salir herido. O muerto. Además, ¿qué harían con él si se la quitaban? ¿Atarle? ¿Llevarle a punta de pistola? ¿Abandonarle ahí?

Se acercó a él, y le habló con el tono más conciliador que pudo emplear.

— Hey, tío: no nos habías dicho que eras veterano — dijo, mostrándole las palmas de las manos — Gracias por tu servicio.

Escucha: llámame Steven, ¿vale?  Tienes razón: Steve no suena bien, es como tener medio nombre.

— Mira, vamos a hacer una cosa: nos vas a explicar qué te han contado, ¿va?  Y, mientras tanto, vamos a dejar que Mackenzie hable también con ella.

Se acercó al tipo, y le tocó el hombro.

 — Está asustada, grandullón, mírala — dijo, señalando a la joven — Y quiere preguntar por su casa.

Suavemente, fue intentando apartar a Steven de la cabina, y llevarle consigo.

 — Está bien, ¿vale?  Lo has hecho muy bien, Steven, colega: te has hecho cargo de la situación. Como un soldado. Venga, ven con los demás tíos y cuéntanos qué te han dicho.

- ¡JAJAJAJAJAJA! - Kal rió por los insultos y actitud alejada del hombre robusto.  - Sentido del humor tienes, jajajaja...- No tenía idea de qué era un soviético pero lo tomó de cumplido y le agradó.

- ¿Pistola? Me da igual, ese tío me ha caído bien. - Se dirigió a Steven mientras sostenía el teléfono. - ¡Eh! pregúntale sobre el laboratorio, y los científicos. - 

Tras las palabras del picha corta me aparto un momento el auricular del teléfono y le digo ¡Oh callate estoy intentando mantener una conversación entre adultos, me dice que sois personas imaginarias o algo así. Lo siento por vosotros... Me rasco la sien con la pistola intentando recordar que me había dicho y antes de Cornelia dijera algo dije ¡A sí y algo del KKL! Pero no os preocupéis ahora son mis enemigos jurados, debo limpiar su buen nombre. 

Habla el sovietico y sonrío, a pesar de su origen me estaba cállenlo bien. Seguro que era un refugiado o algo, una víctima del vil sistema opresor. Jaja, claro, chaval. Le digo a Cornelia Ves soy gracioso, te lo dije sí, sí, sí todos los seminarios que fuimos sirvieron para algo más que para perder tu antigua casa. ¡Claro que sí, ya te dije que funcionaria! Y pensar que el que te lo haya tenido que enseñar, tiene queser un sovietico... ¿Sabes qué la URRSS cayó en el 90, no? La URS, ¿qué es eso? ¿Te ha dado una embolia y ya no sabes hablar Cornelia... Se lo digo con cierto aire condescendiente y haciendo signos de que está loca. Imbécil... ¿Qué? ¡Ah! Sí, claro ahora voy mi buen amigo, perdone señorita el sovietico me pregunta alg de un laboratorio y yo qué sé científicos. Muy específico, Steven ... Interrumpo a Cornelia antes de que continúe hablando ¡CALLÁTE CORNELIA!

Culero observaba al godo con desesperación. No le extrañaba que Cielo dudara, era apenas una chica de mirada perdida. Tampoco le extrañó demasiado que el locutor se negara en redondo y apelara por la empatía. Su decepción mayor había sido Kal, que sí parecía ser un tipo rudo. Pero al parecer estaba tan chalado como el gordo, ajenos a la situación en la que se encontraban.

Hizo un último intento de persuasión, enfocándose en la otra cosa que tenía en común con el gordo: teorías conspirativas.

—Pssst. Steven— golpeó con una mano llena de anillos en el vidrio de la cabina telefónica —¿No te has dado cuenta? Estamos en medio de un experimento militar comunista. Todos los libros de la librería donde nos encontrábamos eran rusos. — estaba casi seguro que el gordo no se había molestado en examinarlos — ¿Por qué no sales de allí y nos cuentas lo que los agentes de la KGB te han dicho? De mientras puedo continuar yo con la conversación. Que te alteran las ondas mentales por teléfono, viejo, no querrás acabar citando a Marx por la vida.

Al otro lado del teléfono, en efecto había una voz humana, femenina, y antes de que Steven pudiera contestar a Culero, se colgó, pasándose a escucharse el tono de la línea*.

Y no apareció nadie en una media hora, ni pasó nada más emocionante que la salida de Steven de la cabina, que ocurrió sin ninguna dificultad. Si alguien volvió a intentar llamar, nadie respondió.

Eso sí, pasado ese tiempo la puerta de hierro se abrió con un gran estruendo rechinante. Su grosor era como el de las puertas de las cajas fuertes de las películas. El acero de la hoja del otro lado era pulido y parecía nuevo, como el de una olla pija recién comprada.

Entraron tres personas y pararon frente a ellos. En el centro una chica de unos cuarenta años de pelo rojo y piel negra tirando a albina, pecosa, ropa formal, un macuto en el brazo y una medio sonrisa.

A su izquierda había una chica muy bajita, uno cincuenta, si acaso, pero muy proporcionada, delgada, casi como alguien esbelto en miniatura. Pelo tintado de negro y corto, maquillada con líneas un tanto geométricas para aumentar la expresividad felina de sus ojos almendrados y su boquita de piñón, color rojo oscuro. Vestía un kimono negro-brillante con una chapa de Sheriff que parecía salida de una feria y tenía las manos de pianista.

A su derecha venía un tipo con cara un poco inflamada por efecto del botox, bigote y perilla decadente, pelo largo y mirada de haberse follado todo lo que se movía durante demasiado tiempo. Obviamente, también se notaba que había abusado del alcohol y las drogas y que había salido vivo por algún milagro que tenía que tener que ver con su barriga incipiente.

Vestía con una gabardina, marrón, camisa negra y corbata.

Habló la chica del medio.

—Me llamo Antonia Avril y ellos son Ánima y Bernardo. Ustedes deben ser…

Sacó una carpeta del macuto buscando nerviosamente hasta sacar un papel escrito, que leyó.

—Culero Connor, Kalivar Vlandala… Fandrei… Unermi, Mackenzie Wood, Steve y Steven Boscemi…

Paró como para comprobar que eran dos personas diferentes.

— ¿Verdad? Nosotros somos el comité de bienvenida y apoyo en la adaptación. Así que ¡Bienvenidos a su nueva vida!… Supongo que su llamada habrá dado lugar a más preguntas que respuestas…

La media hora se le hizo bien larga a Mackenzie. Había escuchado una voz al otro lado, de modo que al menos estaba claro que sabían que había alguien allí. Y tenían que saber también que si era más de uno estaba acompañado por alguien muy perturbado.

Caminó sin desaparecer de la vista para explorar el perímetro y no vio más zombies, lo que no hacía más que devolverle a la mente una y otra vez los extraños gestos del que había volado por los aires. Esperaba que aquello fuera un nido de ellos pero no acudieron. Tal vez todos eran semiconscientes y no se atrevían con Boscemi por allí, tal ve el muro no fuera en realidad para aislar zombies como había pensado al principio.

—Creo que nos tienen miedo —dijo en algún momento antes de que llegara la comitiva—. Está claro que el muro y la alambrada es para nosotros… —y por mucho que algo peligrosos estaba claro que eran, no entendía semejantes precauciones. ¿Para qué los habían llevado hasta allí?

—OK, una trabajadora social, un chuloputas y una hortera —murmuró cuando aquel trío abrió la puerta.

—Pues vaya puta mierda de bienvenida, oiga, nos han dejado aquí encerrados con un zombie. ¿De qué coño va esto?

Steve estaba cabreado con Boscemi: no se atenía a razones, no les escuchaba; ni siquiera escuchaba a Cornelia. Ella estaba en su cabeza: se suponía que debería escucharla.

Así que se limitó a dar vueltas alrededor de la cabina, con las manos en los bolsillos y absorto en sus propios y cabreados pensamientos.

Cuando Mackenzie habló, la miró, y miró a Boscemi antes de contestar:

 — Pero, ¿cómo no nos van a tener miedo?

Señaló a Boscemi con las dos manos, antes de llevarse ambas a la cabeza.

 — ¡Aaaaargh! — exclamó — ¡Mierda!

Por fortuna, la llegada de otro grupo tan extraño como el suyo hizo que su enfado se disipara.

 — Joder, habla como Tina — pensó cuando Mackenzie recibió a los recién llegados; Tina era la dependienta puertorriqueña de una gasolinera que de vez en cuando llamaba al programa para quejarse de sus hijos y su marido — dice tantos tacos como ella.

 — Sí, eh... Y además, ¿adaptación a qué?  No quiero una nueva vida: la que tengo ya mola.

Sus padres, su casero y la totalidad de sus exnovias no opinaban lo mismo: pero a Steve aquella vida le gustaba.

Kal mantuvo una sonrisa leve, pues frente a sus ojos posaba un grupo muy sospechoso. - Sabía que estábamos cerca, estos parecen los científicos. - El hombre tomó su muñeco de hule nuevamente y comenzó apretarlo. - Estamos cerca, sólo tengo que acabar con ellos, tal vez interrogar a uno, si... Hay que matarlos claro está. - Dijo al grupo mientras levantaba su bate de béisbol.

Aquel tridente de bienvenida era la menos tan peculiar como ellos mismos. La tipa que se hacía llamar Antonia Avril era la más rara, una extraña mezcla de albino con pelirrojo con negro. Y Culero ciertamente no era de los que juzgaba la rareza de la gente a la ligera.

Observó como Cielo despotricaba contra los recíen llegados y sonrió. La chica era impulsiva, estaba claro. Pero si aquello era un comité de bienvenida, probablemente no fueran los primeros en verse en tan extrañas circunstancias, en cuyo caso el comité estaría habituado a tales improperios. Decidió atacar directamente el meollo del asunto.

 —Aquí Culero— dijo, levantando una mano llena de anillos, como si fuera un alumno más en la escuela cuando la maestra pasaba la lista  —¿Sugiere que somos unos inadaptados?— todo en Culero así lo indicaba, pero habían otros tipos más normales por allí, como Steve el locutor —¿Una adaptación a qué, exactamente?

— ¡Wow, wow, wow! —Mackenzie hizo unos cuantos aspavientos con los brazos a unos pasos frente a Kalivar—. Deja que se expliquen hombre. Mira donde nos han encerrado sin haber hecho nada, espera y verás si zurramos a los tipos que vienen a sacarnos de aquí. Porque van a sacarnos de aquí, ¿verdad? —miró a la tal Antonia con cara de decir: di que sí o me aparto del camino del tarado del bate —de quien, por cierto, no estaba nada segura de que no le fuera a pasar por encima. O ya puestos, que a Boscemi no le diera por liarse a tiros. Confiaba en que esto no eran zombies sino humanos, pero quién sabía, a lo mejor pensaba que eran reptilianos o algo así con esas pintas que traían.