Partida Rol por web

Cuando el marido de Ñeves le contó que Lope había dado orden de que todo el mundo se armase Rául no le discutió lo más mínimo. Un abad con caballeros en aquella zona tenía un claro motivo. Y el exleproso ya había vivido alguna situación parecida hace algún tiempo hasta que encontró a la madre de Clara. Sabía bien lo que la iglesia pensaba de sus artes. Y aunque el pater de calatayud se había demostrado de lo más razonable y comprensible, el leñador tenía bastante claro que era un caso escepcional. Se debatió por unos instante entre acompañar a la hija de Calírroe o quedarse a combatir, si se daba el caso, pero finalmente prefirió estar en la acción. Si se diera la situación podría encontrarla.

Con su hacha de leñador en la mano se acercó también a la zona donde estaban comiendo los invitados. Había cogido un fajo de leña para hacer ver que venía de dicha labor. Para levantar las menos sospechas.

Lope convenció a Carlos, el cual ya conocía las desventuras del grupo en Lorca de boca de su amada Ñeves. Convencer a los demás aldeanos de alzar las armas frente al abad era otro cantar, sobre todo cuando los frateres que le acompañaban ya se habían mezclado dando nuevas de lo que pasaba en la frontera con el moro y la guerra entre los dos Pedros, el de Castilla y el de Aragón. A los únicos a los que pudo prevenir de un modo vago mediante señas fue a Hilaria y Ximén. Estos dos, vivos y rápidos de entendederas, hicieron entender con un gesto que estaban preparados para lo que aconteciese.

Ñeves y Clara se desvanecieron sin que nadie se percatase de su marcha. Sus amigas no tardarían mucho en echarlas de menos.

El abad contestó a Antón, que le interpelaba.
- Amigo y hermano. No es mi intención quemar brujas en esta bendita aldea, ¿o acaso conoces alguna? Admiro a la gente de tu parroquia, pues su vida en la frontera es audaz y gracias a estos valientes se afianzan las conquistas de los reyes cristianos. A Rincón me dirijo. Mas te hago notar una cosa, pues me parece que eres un hombre de inteligencia aguda. ¿Acaso crees que el maligno se presenta ante aquellos a quienes quiere tentar con patas de carnero, o escupiendo fuego por la boca, o con alas de murciélago en las noches de tormenta? Quién estaría tan desquiciado para vender su alma a una abominación. No hermano. El diablo sabe más por viejo que por diablo y antes se presentará como un niño indefenso o una doncella de apariencia virginal. El diablo regalará sus dones, hará que las bestias ayuden o directamente sirvan a quienes quiere corromper. Hará pequeños regalos que se volverán imprescindibles y esperará paciente, no se presentará hasta que las desgracias golpeen unidas. Entonces se mostrará como salvador, un salvador cercano que no pone la fé a prueba sino que llega para ayudar en el momento de mayor necesidad a cambio de un pequeño gesto de adoración.
¿Crees también que elige para tentar a los grandes pecadores y criminales abyectos? Oh, no, pues estos ya se condenaron solos. El diablo disfruta tentando a las almas más inocentes. Y debo decir que tiene especial predilección por corromper a los descendientes de quienes ya le adoraron, puesto que igual que heredamos el pecado original de Adán y Eva, la conexión con el maligno es fuerte en los hijos de las brujos. Aunque estos no lo sepan.

La bienvenida se tornó en una fiesta a la luz de la lumbre. Llegaron Rául y Lope, preparados para todo. Carlos, Hilaria y Ximén se mezclaban con los demás, sonriendo, haciendo chanzas, pero prestos para la acción.

Las palabras del abad tranquilizaron a Antón, quien al principio había sospechado que las intenciones de aquellos hombres tenían como objetivo dañar a los aldeanos. Ahora, sin embargo, se daba cuenta de que no había tal amenaza. O eso parecía.

No le pasó desapercibida al monje la presencia de Lope, Carlos y Rául, quienes parecían más armados y en alerta que de costumbre. El abad lorquino, sin embargo, no debía conocer este detalle y Antón prefirió no decir nada. Sin embargo, seguía sin haber rastro de Ñeves y Clara. Algo estaban tramando todos aquellos, imaginó el monje, pero una vez más consideró mejor no hacer ni decir nada al respecto. Por el contrario, continuó su conversación con el abad.

—De brujas yo sólo he leído en los libros, hermano, jamás en mi vida vi una y, en verdad, a veces casi llego a creer que incluso esas historias librescas deben ser más fruto de la galopante imaginación de los poetas fabuladores que de una constatación real. En palabras del antiguo Marco Tulio, paréceme que esas son cosas que más bien han pasado «a fabulis ad facta», «de los cuentos a la historia». En fin, como sabiamente decís, el diablo se disfraza bajo ropajes más sutiles y a Nuestro Señor se le presentó en el desierto como un simple trozo de pan para saciar su hambre, no como un hechicero. Es en las pequeñas tentaciones del día a día donde hemos de afirmar nuestra negativa a Satanás, no en grandes conjuras diabólicas que, francamente, es lícito dudar que existan sin faltar a nuestra buena fe. La batalla entre las huestes angélicas de san Miguel y las demónicas sólo en los cielos se puede producir. En fin, como afirmáis, la vida de estas buenas gentes no merece sino admiración y loas. Contadnos, pues, ya que os dirigís a Rincón, y si es que acaso no es una indiscreción que habléis de ello, ¿qué os espera en ese afamado condado? ¿Creéis que esta cristiana comunidad corre algún riesgo inminente?

Ñeves había acudido allí donde Clara hubiera decidido que ambas estarían más seguras, pues confiaba en su amiga y sabía que ésta tenía dones o contactos que podrían ayudarlas. Aunque, una de las cosas que había hecho primero fue disfrazarse ambas, si menos como una forma de ocultar sus apariencias.

Rául se mantuvo alerta, vigilando más a los hombres armados que al abad. Pues no creía que un cura pudiese dar guerra y que para eso traía a los soldados.
Disimular no era lo suyo, debido a su antigua condición siempre había sido dificil hacerlo, y prefería esconderse que no procurar no llamar la atención. Ayudaba que al ser conocido en la aldea no se extrañarían de él y podría conversar con la gente tranquilamente sin levantar sospechas. O al menos eso pensaba el leñador.

¿qué os espera en ese afamado condado? ¿Creéis que esta cristiana comunidad corre algún riesgo inminente?

- La brujería en ese condado ha ido demasiado lejos. Los adoradores del maligno guardan las apariencias, pero nosotros tampoco somos novatos en estas lides. Un observador lleva un año viviendo en el condado y sabemos que hay brujas con lobisomes a su servicio y otros engendros del diablo. La brujería debe ser erradicada. Intentaremos recuperar las almas que aún tengan salvación.

Conforme avanzaba la cena-celebración, el abad fue repartiendo sus bendiciones a los aldeanos.

Cuando llegó a Lope, inició una conversación casual y lo fue apartando hasta que pudo hablar con él con cierta privacidad. Entonces fue al meollo del asunto.

- Lope Martínez de Alpuente, ese sois vos. Tengo referencias vuestras, he hablado con el propio Maestre de Calatrava, Don Diego de Padilla y se que sois caballero de gran valía y que merecéis mejor soldada que la que hasta ahora os han pagado. Me han dicho que fuisteis compañero de Santiago Ramirez, otro caballero de gran valor. Sin embargo cegado por su fanatismo se puso en contra del que era abanderado. Ví su fanatismo en sus ojos y lamenté la pérdida de tan noble caballero. No hubo otra opción. Vos sin embargo tenéis una visión más clara y además sois un hombre pragmático.

La brujería debe ser purificada. Pero a veces algunas almas inocentes se ven tocadas por el maligno sin buscarlo. Estáis casado con Clara y sin duda habéis visto las espirales tatuadas en su espalda. ¿No os habéis preguntado por su significado? Son símbolos de brujería y poder. Pero Clara era una jóven inocente y yo mismo no pude acabar con su vida, sino solo encerrarla para que no tuviese contacto con el maligno y se viese condenada.

Si la dejamos libre, acabará siendo un instrumento del diablo con quien está conectada. Pero vos podéis ser ese muro. Uníos a mis hermanos de la Fraternitas Vera Lucis. Ponéos al servicio del señor de Zuheros, en la frontera de Córdoba con Granada. Él es otro hermano, el velará por vos y os pagará como merecéis. Si os mostráis merecedor, acabaréis siendo el señor de vuestro propio castillo.

Vos os encargaréis de que Clara sea una vida de cristiana piadosa. Vos la vigilaréis y el señor de Zuheros os vigilará a vos para que esto sea así. Vos seréis un hermano de la Fraternitas Vera Lucis y me acompañaréis cuando haya que erradicar la brujería, el satanismo, la heregía no con sermones sino con la espada.

Clara no tiene por qué morir. Una vez la emparedé en un convento para protegerla. Pero puede que vosotros seáis un muro más sólido. Un guardian más celoso. Hacedlo por ella, por vuestro hijo y por la vida próspera que merecéis.

Rául estaba vigilando a los soldados, pero cuando vio que el cura hablaba con Lope se acercó curioso. No bien escuchó el nombre de Clara ya no disimuló nada y se acercó. Llegando al final de la conversación pero habiendo entendido, o eso creía él, de qué iba el dilema.

Eso no va a pasar.

Interrumpió el leñador la conversación del sacerdote.

A Clara no le váis a tocar un sólo de sus cabellos. No ha hecho mal alguno, ni lo hará. Al igual que su madre antes que ella,sólo se preocupa del bienestar de la gente de la aldea.

Tenía el hacha en la mano. No estaba haciendo ningún gesto amenazador, pero sin duda alguna era una presencia un tanto intimidante con su altura y musculatura.

Tras la conversación con el abad, Antón se había tranquilizado, pero poco después vio al abad hablando con Lope y llegó a captar trazos de la conversación. Aquel hombre le había mentido, pues realmente tenía como objetivo la aldea y, en particular, a la joven Clara.

Ante todo, el monje no quería problemas. Vio como el leñador adoptaba un tono hostil con el abad. La reacción de Lope era un enigma para él, pues ese caballero había mostrado un celo religioso muy profundo y no le cabía duda de que sería bien capaz de unirse al abad lorquino. Fuera como fuere, Antón no quería inmiscuirse en ese asunto, como tampoco se había inmiscuido en las prácticas de Clara. Sólo esperaba que a él mismo no le tocaran un pelo. Podía no estar de acuerdo con eso de emparedar personas y de hacer fraternidades que persiguen con la espada a las pobres gentes supersticiosas, pero quién era él para enfrentar tanto mal como había en el mundo. Lo suyo era leer y escribir, a poco más podía aspirar.

Así pues, tras escuchar esa conversación y ver la reacción de Rául, Antón prefirió mantenerse en silencio, a cierta distancia para no llamar la atención y por si tenía que escapar hacia los bosques.

Cuando el abad mencionó el nombre de Santiago y vilipendió su recuerdo y su nombre, Lope apenas pudo contener su ira; pero cuando reveló que estaba al tanto de su matrimonio con Clara y los planes que tenía para ambos, el caballero villano apretó los dientes y miró al clérigo con los ojos de una Furia. Raúl intervino en ese momento y Lope alzó una mano en dirección a él conminándole a guardar silencio. Se acercó al abad hasta tener la cara de aquella víbora a un palmo de la suya.

—Si esa Fraternitas os tiene a vos como miembro, no cabe duda de dónde mora el Maligno y dónde se celebran aquelarres en su honor —le dijo en voz baja y con voz ronca—. Y no es aquí, en esta humilde aldea, donde habéis de buscar víctimas inocentes para vuestros sacrificios impíos —se echó mano a la empuñadura de la daga—. A mí no vais a arrastrarme a un tribunal comprado como a Santiago... A mí vais a tener que matarme aquí y ahora, pero tened claro que antes de que yo expiré, vos estaréis en cueros y a cuatro patas delante de Belcebú en el Infierno.

Lope se retiró un poco del abad, atento a sus hombres y a cualquier reacción violenta del clérigo. Había puesto todas las cartas sobre la mesa y llevaba la peor mano. No temía por su vida ni por la de Clara y la de su hijo nonato, pues en su fuero interno sabía que esos poderes que él no entendía ni quería entender velarían por ellos. Sus pensamientos se fueron hacia su anciano padre y a la posibilidad de que le fuera negada la paz en los últimos días de su existencia. La tristeza que ello le producía sirvió para alimentar su rabia y su determinación: muy mal se nos tiene que dar para que esta alimaña con tonsura salga vivo de esta aldea...

Antón de Calatayud se hayaba en el linde del bosque, a punto de abandonar la aldea, cuando se le acercó Diunisu visiblemente afectado por el vino. Llevaba sus pocas posesiones en un hatillo al hombro.

- Ah, al fin te encuentro buen Antón. Veo que ya estáis con un pie fuera de la aldea y hacéis bien que yo me dispongo a lo mismo. Porque a fe mía que algo lleva ese vino que de normal no me afecta tanto. Es más, en un afán científico y con mis grandes cualidades como catador de caldos, que las poseo muy finas et con grande entrenamiento, puedo asegurar que hay dos tipos diferentes de pellejos de vino entre las que nos ofrecen los muy cuitados. Unos adornados con plumas de ave y otros adornados con otros motivos, una con una cola de conejo, otro con una pezuña de ciervo... pues bien, las adornadas con ave tienen un vino más fuerte y puedo asegurar que reforzado con adormidera o algún otro narcótico. Y lo sé porque los muy mal nacidos no han probado una gota de esas botas. Y así, pareciendo que se mezclaban en los festejos con los demás, solo han bebido del vino bueno y han dejado que la aldea se beba el más sabroso que es el que está narcotizado. Lo digo porque yo mismo estoy sufriendo sus efectos que de normal no sufro ninguno y has de ayudarme a caminar y alejarnos lo más rápido que podamos, antes que esto acabe como el rosario de la aurora. Vamonos mi buen Antón, vámonos a Granada que nada se nos ha perdido aquí.

Antón vio la reacción de Lope con cierta sorpresa por su oposición al abad, si bien no le soprendió el celo y el coraje, ¡incluso la locura!, de su respuesta. El desmedido honor y la audacia de aquel caballero los iba a llevar a todos a la tumba.

Mientras pensaba esto y se aproximaba cada vez más al límite de la aldea, Diunisu se le apareció trayéndole infaustas noticias.

—Quid dicis, frater? ¿Adormidera? Diablos, yo mismo he catado de ese vino.

Era cierto, si bien había sido comedido y apenas había probado un par de sorbos, no como el buen Diunisu, que ciertamente era un gran catador de caldos, como él mismo había dicho.

—En buena hora debemos de marchar, que esto es cosa de armados caballeros y ni vos ni yo sabemos de esas lides. Yo ya he servido bien a Dios y a don Diego, pero entregar mi pellejo en refriegas no estaba estipulado en el pacto. Mucho me temo que si quedo aquí ese abad endemoniado y su caterva de veralucinos, o como se llamen, van a querer someterme a juicio por consentir brujerías. A mí júzgueme el Omnipotente cuando así le plazca, pero líbreme de las manos de esos lobos. Andemos, andemos, Diunisu.

Agarró el brazo de Diunisu y se lo pasó por encima del hombro, para así ayudarlo a caminar, pues ya notaba que el efecto del vino hacía efecto en el astur. Después, emprendió rumbo al bosque con la esperanza de escapar de allí antes de que corriera la sangre.

Al ver que Lope no estaba dispuesto a colaborar el abad cambió de actitud y sin venir a cuento alzó la voz mientras se ponía en guardia.

- A mí fráteres. Este es el hombre que buscábamos. En nombre de Dios y de la Justicia, en nombre del Rey Pedro de Castilla teneos preso. En Lorca responderéis ante los tribunales.

La aldea se quedó súbitamente en silencio. Los hombres del abad se adelantaron un paso llevando la mano a las empuñaduras pero sin llegar a sacarlas. Los aldeanos estaban sorprendidos y afectados por el vino, demasiado confundidos como para tomar partido. Sólo Carlos, Ximén e Hilaria que se habían mantenido frescos, preparados para lo que pudiera suceder, se adelantaron para apoyar a Lope.

- La violencia es inútil, si acabáis con nosotros esta noche, solo aumentaréis la lista de vuestros delitos y entonces la pena será de muerte. Además, toda la aldea estará bajo sospecha de colaborar con vos.

Rául no se esperaba otra cosa después de sus palabras, pero las de Abad dejaron claro que ya habían venido preparados. Al leñador no le importaba lo más mínimo, así que se preparó para pelear. Además, el que pegaba primero pegaba dos veces decían.

Lope parecía tener algo pendiente con el abad cabrón, así que se lo dejó a él y se encaró con los fraternitas que le acompañaban. Mientras se acecaba a ellos, hacha en mano, sacó una de sus hachas más pequeñas y se la lanzo contra uno de los hombres. El arma se clavó en el pecho del monje guerrero frenandolo en seco e incluso empujandolo hacia atrás un poco.

Habéis elegido un mal pueblo para venir a buscar vuestros demonios imaginarios. Una pena, pero no saldréis de aquí con vida.

Lope vio que Raúl tomaba la iniciativa y con gran puntería le clavaba un hacha a uno de los esbirros del abad. El caballero sonrió y desenvainó con presteza su espada y su daga y, sin mediar más palabra, que únicamente servían para dar bríos a los apocados y malgastar el aliento, le lanzó una estocada a la parte alta del cuerpo del maldito clérigo.

Pero el hijo de Satanás había leído las intenciones de Lope y la estocada ni siquera le rozó el hábito. El caballero se sorprendió de la agilidad del abad y maldijo su torpeza, fruto de tantos meses de inactividad. Había perdido la oportunidad de atravesar a aquel insidioso predicador de falsedades.

Los dos fráteres cargaron contra Rául atacándole con furia cada uno por un lado y consiguiendo hacer una brecha en sus defensas.

El abad saco de su vaina una espada que Lope reconoció al instante, era Noite sen estrelas, el arma que durante generaciones perteneció a Santiago. El abad sonrió al ver que Lope la reconocía y tras esquivar sus estocadas, se lanzó al ataque con determinación loca.

Aunque la mirada del abad, una que solo podía ver Lope, reflejaba fanatismo y sed de sangre, sus voz sonaba calmada:

- A mí aldeanos, Lope es un proscrito y este otro salvaje acaba de asesinar a un hombre del rey. Socorrednos.

Los aldeanos estaban demasiado confusos y adormecidos por el vino narcotizado como para participar o entender lo que pasaba.

Antón de Calatayud ya se estaba marchando de la aldea cuando escuchó a su espalda el entrechocar de aceros y el gemido sordo de Lope al recibir una herida.

Antón ayudaba a caminar a Diunisu, quien todavía era capaz de arrastrar los pies, pero tenía los ojos casi entrecerrados y murmuraba ininteligibles letanías en un batiburrillo de asturiano, castellano y latín. Mientras avanzaba entre los árboles, Antón escuchó ruido de armas y gritos de batalla. Se dio media vuelta y vio la escena: los lorquinos atacaban con fiereza al leñador Rául y a Lope, quien acababa de ser herido por aquel abad endemoniado.

—Me miserum! —exclamó para sí el monje—. Gente del demonio que se creen bendecidos por la misma mano de Dios, ¡ah, esos son los peores! Maldiciones, quién me llama a mí a meterme donde no me llaman, con lo calentito que estaba entre los libros de Ripoll…

Pero, mientras decía esto, recostó al semiinconsciente Diunisu contra un árbol, sacó su ballesta y, escondiéndose entre unos arbustos cercanos, apuntó su arma contra el abad lorquino. Sin embargo, los nervios lo atenazaban y la ballesta temblequeaba como una descosida.

—Por todos los santos del cielo, Antón, concéntrate.

De poco sirvieron esas palabras, pues su tiro erró el blanco y por mucho. Sin embargo, se agazapó entre los arbustos, confiando en seguir pasando desapercibido y así tener una segunda oportunidad sin peligro.

El combate había empezado bien para Rául, pero a partir de ahí la cosa empeoró mucho. El dos contra uno siempre era malo para el uno. Pues aunque pudo detener uno de los ataques de aquellos monjes guerreros del demonio, el otro le dio un buen tajo. Parecía peor de lo que era, aunque no por mucho. Así que prefirió no arriesgarse y se lanzó con todo contra esos hombres. No obstante un ataque salvaje no siempre era la mejor respuesta a todo, había dejado su flanco al descubierto y no logró ni herir a su enemigo.
Lo iba a pasar muy mal.

El abad logró alcanzar a Lope con un tajo apuntado a la cabeza, del que únicamente le libraron sus reflejos y, sobre todo, la Fortuna, alcanzando en cambio su clavícula. Dio un par de pasos hacia atrás y se encontró con el anciano Braulio, el padre adoptivo de Clara, que portaba su escudo*.

Lo embrazó con premura y, con un nuevo gesto de ira, al ver que el clérigo portaba la espada del difunto Santiago, se lanzó a por Antón el malo. Sin embargo, el tiempo que había empleado en armarse permitió al abad cerrar bien su defensa. Lope no podía dejar de sorprenderse por la habilidad de aquel enfermizo monje con el acero.

La saeta de Antón de Calatayud pasó desapercibida a los combatientes además de errar completamente el tiro.

Carlos, Ximén e Hilaria combatían contra un fraternitas cada uno manteniéndolos a raya.

El abad se hizo consciente de la situación y vio que sus hermanos estaban ganando el pulso a Rául, el tiempo jugaba a su favor y decidió aprovecharlo. (defensa total)

- Lope aún podemos detener esto, deponed las armas. Os llevaremos a Lorca y tendréis un juicio justo. No empeoréis vuestra situación.

Los fraternitas aprovecharon la situación de vulnerabilidad en que se había puesto Rául y le atacaron salvajemente y sin piedad.