Partida Rol por web

Ernst disfruta sobremanera sus quince minutos de fama. Sentado en medio de su público, se toma su tiempo para responder. Lo conocés de vista: es un campesino pobre que vive en las afueras de Lieber. Sus tierras son muy malas y apenas le dan de comer. Tiene muchos piojos, pocos dientes y menos cerebro aún.

—Je, je, je, tranquilos, amigos, de a uno a la vez, uno a la vez, por favor. No os apuréis, que hay Ernst para todos. A ver a ver a ver. La cuacuatriz era enorme, gigantesca, gigantesquísima. Grande como un castillo, síseñó. Nononó, noseñó, la vi a los ojos y no me convirtió en piedra. Es mentira eso de que una cuacuatriz te transforma en piedra con la mirada.

>>Yo andaba recorriendo los campos, y entonces vi a la cuacuatriz, que estaba a acincuenta metros de distancia, se estaba comiendo una vaca. Se la comió de un solo mordisco, síseñó, un solo mordisco y se comió media vaca. Yo estaba asubido a mi mula. La cuacuatriz me miró a los ojos. Me baje de la mula y me escapé. La cuacuatriz no me persiguió porque aprefirió comerse a mi mula, pobrecilla mi mula. Solo por eso logré escaparme, que si no, ¡ya estaría yo amuertado!

- No dudaba de tus habilidades de lucha sin tu espada, solo hice referencia en este caso a la cocatriz - le sonrió - Yo también jugaré, así tendremos más posibilidades de recuperar tu espada. 

Se terminaron de acercar. Por el rabillo del ojo veía que Brant estaba atento al juego y ella también los observaba Parece fácil y siendo dos deberíamos de tener más probabilidades que siendo uno solo jugando... Le molestó que se burlara de su compañero, así que lo miró con cierto aire de desafío - Yo también juego - sacó las monedas que también le dio Artemi - Adelante.

La aparición de la sacerdotisa le pilló por sorpresa completamente pues se encontraba centrado en la conversación.- Buenas noches, mi nombre es Derek Durchdenwald sanador de la familia von Wick, a su servicio.- Seguía sonando mal ese título, pero la actitud de aquella sacerdotisa le asqueaba aún más.- Uso mi magia y capacidades para salvar todas las vidas que pueda, rara vez me preocupo de las intenciones de a quién sano. Mi trabajo consiste en salvar vidas no en juzgar actos, para esos menesteres hay otras herramientas de las que yo, y muy agradecido me hallo por ello, no me ocupo. La pregunta que me hace es delicada y complicada de responder, pero debo decir que he vivido toda mi vida con los pies y la mirada hacia la tierra que piso y sus habitantes. No diría que no creo o que si lo hago, simplemente nunca me he preocupado por pensarlo si soy sincero. Como ya le he dicho suelo ocuparte de trabajos mucho mas terrenales.- Estaba algo molesto por su actitud pero había pasado por personas peores y ya estaba curtido.- Respecto a la cocatriz debo coincidir con el profesor, si su estudio ayuda a salvar vidas por posibles ataques creo que es la mejor opción posible. Para mi las vidas tienen un valor incalculable y están por encima de todo.

—Ah, ahora sí nos entendemos —dice el de dientes podridos al ver la plata que ponéis para entrar al juego—. Yo apuesto todo lo que ya he ganado.

—Mierda —masculla otro—. Ya no tengo nada para jugar.

—Ni yo —dice otro—. Pero me quedo a ver cómo estos dos pierden todo.

Al final solamente hay dos soldados para la nueva ronda: el de dentadura picada y un calvo. Los dos que no apuestan nada se quedan como público. Os dan un juego de dados para tirar: Brant saca un 17. Tatyana obtiene un 14. El calvo 15, y el bocanegra 23.

—Uf, veintitrés, y encima con doble seis. Ganas tú. Bien hecho, Rolf. Joder, ahora me quedo sin el catalejo, con lo bien que me venía para espiar a las mujeres que se bañan en el arroyo...

El bocanegra, por lo tanto, es el ganador, y se lleva todo: la espada de Brant, la brigantina, el par de botas, el farol, el supuesto mapa del tesoro, el catalejo y las varias piezas de plata.

Dicho de otra forma, os dejó secos.

—Mala suerte, niños —sonríe con sus dientes negros y flojos—. No te preocupes, voy a cuidar de la espada de tu abuelo. Con toda la plata que os gané, hasta le compro una funda nueva, y una bonita daga para hacerle compañía. Lo lamento, se cierra el juego. Ya gané demasiado y no voy a arriesgarme a perderlo todo en otra ronda.

Más allá de la mesa de juego, veis que Ethel ha dejado de hablar con el Conde y ahora está escuchando al campesino que vio a la cocatriz (por lo que escucháis, la única persona que vio a la cocatriz). Derek está hablando con el profesor y con la sacerdotisa Helga.

Al escuchar el relato de aquel hombre, alzó una ceja preguntándose si realmente la había visto ya que si era capaz de comerse una vaca de un solo mordisco, que le impedía comerse a ese hombre. ¿No? Aunque quizás con la falta de baño que tenía encima, posiblemente la cocatriz ni quiso acercarse. No obstante se mantuvo atenta a cada palabra, intentaba unir cosillas para comprender un poco más y ver que podía sacar de allí. 

—Hola, soy Ethel. ¿Podría decirme que apariencia tiene la cocatriz? Nunca vi a una. 

Tal vez con algunas descripciones, podía identificarla mañana o saber que hablaba de otro animal y no del mítico objetivo de la mayoría de los presentes. Esto era importante, además tenía que pensar en como cazarla sin que el conde se enoje o al menos ayudarlo para que se llevase la gloria y ella su aprobación. Había muchísimas cosas en juego. 

Brant había cerrado los ojos, tratando de visualizar en su mente una tirada alta. Al rodar los dados, el gesto del hombre se torció ligeramente; 17 no era la mejor cifra. Y, por desgracia, a su compañera le fue aún peor. Solo quedaba esperar la tirada de los dos soldados, los cuales no fallaron. Parecía que aquel era el día de suerte del tipejo de los dientes podridos. Tuvo que aguantar como pudo su estúpida risa y su burla continua, tragándose el orgullo, pese a que sentía la tentación de agarrarle del cuello y arrancarle la nuez de cuajo. ¿El problema? Que si hacía eso estaba muerto. Se tuvo que contentar con atravesarlo con la mirada, respirando profundamente.

Malditos nobles y malditos guardias, creyéndose por encima de cualquiera. Por cosas como estas abandonó el Imperio. Miró una última vez su espada; le llevaba acompañando varios años y no quería desprenderse de ella de una manera tan patética, permitiendo que se la quedara como si nada un paleto. Quizá se arrepentía, pero tenía que convencerle de jugar otra ronda y apostar su suerte a que aquella tirada sí traería fortuna.

—Una ronda más, valiente —dijo, mirándolo de hito en hito—. Pongo en juego mi pistola. Seguro que le darías un buen uso si la ganas.

Ambas tiradas fueron un desastre y se lo llevó todo uno de los soldados Maldita sea... Tatyana se sentía culpable porque en parte, que tuvieran la espada los soldados era culpa suya por intentar ayudar de una manera u otra a aquella mujer. Cerró con fuerzas sus puños cuando aquel soldado dijo que no iba a jugar más por miedo a perderlo todo. Miró su arco. No quería desprenderse de su arco, pero no sería justo para Brant. 

Justo cuando iba a sacar su arco, su mano rozó la daga y decidió cambiarlo por su daga - Vaya, vaya... - Tatyana hizo un gesto de olisquear el ambiente, pero cuando cogió aire empezó a toser y aquel gesto que iba a ser de desafío, le quedó algo cómico. Intentó mantener la postura - Parece que alguien tiene miedo - dijo sacando su daga.

El bocanegra duda. Al ver que entran en juego una pistola y una daga, termina por convencerse [1]. Una ronda más, ¿por qué no?

—¿Y después de esto qué tenéis para apostar? Me hace falta otra brigantina. También me gustaría un caballo.

Se ríe de su propia ocurrencia insulsa y tira los dados. Al ver el resultado, la mandíbula le queda colgando, de manera que sus dientes picados y negruzcos se ven a la perfección. Uno, uno, dos, dos, cinco. Once en total. Menos que el diecisiete de Brant. Menos que el Dieciséis de Tatyana. En menos de diez segundos ha perdido todo lo que ganó.

—Mala suerte, Rolf —le dice uno de sus compañeros.

—Te pasaste de listo, Rolf —confirma otro—. Siempre te pasa lo mismo. Hay que retirarse luego de la tercera vez que uno ga…

—¡BASTA! ¡Cerrad la puta boca! —vocifera el bocanegra, y luego os mira—. Vuestros dados están cargados.

—Pero si esos dados son míos, Rolf —interviene otro soldado.

El bocanegra Rolf, apretando sus dientes podridos y masticando tanta rabia como puede, se da la vuelta y se marcha, no sin antes escupir a pies de Brant. Habéis ganado un farol, un catalejo, la espada, dos botas, una brigantina, varias piezas de plata y ¿el mapa de un tesoro?

—A ver a ver a ver. La apariencia de la cuacuatriz, a ver a ver, era grande, muuuuuy grande, síseñó, grandecísima. Tenía ojos amarillios. Tenía alas. Alas enormes, como de murciégalo. Y cuatro patas. Y cola. Y gruñía así: ggggjjjjjjjjrrrrrrrrwaaaa. Y podía volar. Después de comerse a mi mula, yo estaba huyendo, pero giré la cabeza y la vi volando por el cielo. La vi cuando se metía en aquella cueva —señala con el dedo la cueva que está monte arriba, a la que va a ir el Conde mañana—. Lo juro, mujer, por el alma de mi mula, pobrecilla. Después de eso, fui a buscar al Conde Manfred y le conté lo que vi.

Mientras tanto, ves que Brant y Tatyana están terminando de jugar a los dados con los soldados que se robaron la espada de Brant. Parece que recuperaron todo lo que habían perdido.

Asintió a la respuesta de aquel hombre y tomó apuntes mentales sobre ello. Era evidente que había algo de exageración en su relato, pero le podría servir a futuro. No obstante desvió la mirada hacia donde estaba el grupo de Brant y Tath, pero pensó que mejor no era acercarse a ellos sino a Derek. 

Así se despidió de aquel hombre e intentó avanzar hacia donde estaba su amigo, quería saber si Helga lo seguía molestando. 

—Haces magia, nunca te molestaste por pensar en Fenre, y quieres conservar el cadáver de esa abominación. Sí, con eso me dices todo lo que necesito saber. Eres un digno compañero de esa banda de impíos que trajo Silvester von Wick. Sabes, en otra época hubieras sido ejecutado al instante por confesar tu delito de practicar hechicería. Tienes suerte de que los tiempos hayan cambiado... para peor. La Inquisición se ha vuelto floja, no como antaño, cuando castigaba el pecado con sangre y fuego. Pero tarde o temprano todo volverá a su cauce y el pecado será extirpado de este mundo. Espero que logres ver la luz antes de que llegue tu hora, Derek Durchdenwald.

Justo en ese momento llega Ethel. La sacerdotisa Helga sisea una maldición y se marcha, dejándoos solos a vosotros a ti, al profesor y a Ethel.

Al mismo momento que llega Ethel, la sacerdotisa Helga sisea una maldición y se marcha. Quedan solamente Derek, Ethel y el anciano con pinta de erudito, el profesor Anker.

—Oh, qué mujer desagradable esa sacerdotisa. No se preocupe, doctor, digo, señor Durchdenwald. Es altamente improbable que lo ejecuten por hacer magia. Por lo menos, no en estas tierras. Además, esa mujer tiene razón. Hoy en día es raro que la Inquisición queme a alguien en la hoguera. Ya no se estila. Bueno, siempre y cuando personas como la sacerdotisa Helga no lleguen a comandar la Inquisición, no creo que vuelvan a suceder quemas masivas de magos.

>>Buen día —saluda a Ethel—. Profesor Klaus Anker, cocatrizólogo graduado de la Universidad de Oldenburg. Un gusto. Señor Durchdenwald, si no nos han quedado cosas pendientes por conversar, me retiraré a mi tienda unos instantes. Hay unos tres libros sobre cocatrices que me gustaría terminar de leer antes de mañana, cuando el Conde vaya a darle caza. ¡Oh, y no se olvide por favor de interceder por mí ante el Conde y Herr Silvester! Que conservemos el cuerpo de la cocatriz para futuros estudios es de suma importancia.

Brant estuvo tenso en el momento de lanzar los dados y al ver que su tirada sumaba exactamente lo mismo que la anterior, arrugó la nariz, un tanto cabreado. Miró de reojo a Tath, quien, dudosa en un principio, también se animó a apostar otra de sus armas. Su tirada, tampoco había sido la mejor. Por fortuna para ellos, el tipo de los dientes podridos se tuvo que comer sus palabras y burlas cuando su tirada quedó por debajo de las de ellos. El cazarrecompensas exhaló un suspiro, aliviado, mientras se acercaba un instante a Tath en mitad de la euforia.

—Lo hemos conseguido. Buen trabajo... Y gracias por arriesgarte apostando tus cosas. No tenías por qué —le susurró en el oído, con una expresión de agradecimiento dibujada en su rostro. Brant podía ser alguien testarudo o excesivamente individualista en ocasiones, pero sabía reconocer los gestos de buena fe de las personas. Y su compañera lo había tenido con él en esa ocasión. Lo tendría muy en cuenta de aquí en adelante.

Sostuvo su espada entre sus manos de nuevo, reconfortado con su peso, esbozando una leve sonrisa. Unos metros más allá, el soldado perdedor se marchaba con la cabeza gacha y las orejas caídas, como un perro apaleado, mientras refunfuñaba y soltaba maldiciones. Era poético presenciar su enfado. Estuvo incitado, por una fracción de segundo, de lanzarle una moneda de plata al lado, tratándole como a la sucia sabandija que era, pero prefirió dejarlo ir a su aire. Tal vez esa pequeña lección le serviría de escarmiento en el futuro de que era mejor no tentar a la suerte y mucho menos robar a desconocidos que te podrían quitar la vida sin pestañear. 

—Si no te importa, me quedo el catalejo y la plata que aposté —comentó, haciendo ademán de recoger lo mencionado—. Todo lo demás te lo puedes quedar o negociar con el comerciante que hay en ese puesto —ladeó la cabeza en dirección al susodicho—. La brigantina es, no obstante, una buena armadura ligera —añadió, antes de desviar la mirada a la especie de mapa del tesoro.

"¿Y esto?" —pensó mientras lo plegaba sobre la mesa, inspeccionándolo con detenimiento, por si lograba averiguar su ubicación.

Al llegar vio apropiado este momento para compartir tiempo aunque sea robado con alguien especial en la vida de Liselot, era lo único junto a Tatyana que le quedaba de Wickland y se moría de ganas por ponerse al día con él. Por este motivo es que acompañó a los hombres y los saludó con una sonrisa. 

—Encantada señor—dijo sonriendo. 

Incluso cuando se retiró, lo despidió con un asentimiento de cabeza mientras quedaban solos allí. Tantas cosas por contarse, tanto por decirse que era muy consciente de lo imposible que podría ser ahora. Pero el destino era bueno en ese sentido y al menos agradeció tener a Derek allí. 

—Me gustaría conversar contigo, soy Ethel. ¿Algún lugar más alejado de las miradas?—preguntó sonriendo, manteniendo esa imagen de desconocida—. Me han comentado que eres sanador y pensé en que podría comentarte sobre un asunto personal, privado. 

De esta manera tendría una excusa para hablar a solas si alguien tenía los oídos en ellos y darse esa libertad de poder tener aunque sea un cruce de palabras que quizás no digan todo lo que anhelaba la pelirroja, pero si las necesarias. 

Pase buena noche sacerdotisa.- Fue lo único que Derek tenía que decirle, en el fondo se divertía con aquello. Se había curtido con los acontecimientos que había vivido en tan poco tiempo y era imposible que una fanática como ella pudiera alterarle lo más mínimo.- Desde luego que lo es profesor, pero no hay nada de lo que preocuparse. No temo la hoguera, siempre puedo apagar las llamas con mi magia.- Rio nuevamente divertido por su broma, le gustaba sentirse así de relajado. En ese momento llego Ethel y Derek se tornó más serio, no era difícil imaginar cual sería su intención pero no tenía nada claro como hacerlo sin levantar sospechas. Ella por su parte solucionó ese problema.- Bien pensado.- Dijo para si.- Descuide profesor, recordaré mantener una charla con Silvester y haré todo lo que esté en mi mano para conseguirlo. Me alegra haber coincidido finalmente con usted. Descanse.

Tras ello dedicó su atención a su amiga, estaba nervioso y agitado pues quería hablarle. Quería hablar pero no de todo, quizás se habrían enterado de lo acontecido tras su marcha o quizás no, pero era algo que debían saber mientras a su vez no quería volver a removerlo. Sonrió a su petición y aceptó.- Desde luego, estoy a su servicio. Si le parece bien demos un paseo y hablemos con tranquilidad.- Lideró la marcha alejándose sosegadamente lejos de oídos y miradas, para finalizar diciendo.- Debemos mantener las formas igualmente. Me alegro mucho de verte, de veros. Tenéis buen aspecto, parece que os habéis sabido cuidar bien.- Esbozó una sonrisa sincera y amplia.- ¿Cómo os ha ido?

Finalmente asintió cuando Derek aceptó hablar a solas y le indicó a Tupac que los acompañe, aunque tenía un poco a raya al lobo para que no le salte encima ya que lo conocía demasiado a su amigo. Estaba muy de acuerdo con respecto a las formas y tratarse como unos desconocidos. Más hubiera querido abrazarlo fuerte, pero a estás alturas y con tantos enemigos cerca, era imposible. 

—También me alegro de verte, en verdad. Estamos bien, intentando seguir adelante con lo que tenemos. No es fácil, duele aún todo aquello—confesó sincera—. ¿Cómo está todo allá? ¿La familia Van Dijk logró recuperarse del incendio y la pérdida?

No pudo evitar el preguntar por ello, quería saber sobre sus padres y tenía que hacerlo. Derek era el único que se había quedado allí, que estaba con las familias y quién tuvo que conocer a la Vizcondesa. 

Después de que Tatyana apostara una de sus armas, vio que Brant lanzó sus dados y había sacado lo mismo que la vez anterior. Tatyana lanzó los suyos y aunque su tirada era mejor que la anterior, no la tranquilizaba. Cuando el soldado tiró sus dados y vio que el resultado era menor que la de ellos, esbozó una sonrisa ¡Bien! ¡Lo hemos conseguido! Hemos recuperado todo y hemos ganado otras cosas más pensó mientras observaban todo el botín que consiguieron.

Brant se acercó la oído de la chica y le agradeció su gesto - No tienes que agradecerme nada... Soy yo la que te pide perdón... Al fin y al cabo esto no habría pasado si os hubiese hecho caso de seguir adelante en el camino y dejar a la mujer allí, así que... Lo siento... - le dijo sincera y mirándole a los ojos. Después, le dedicó una amplia sonrisa mientras le colocaba una mano en su hombro y dándole un ligero apretón.

Lo observó mientras él cogía su espada. Lo notaba aliviado y feliz - Me parece bien, yo también recogeré mi daga y el dinero. Podríamos ver si le interesa a Ethel y si no, pues venderlo junto con las botas y el farol, aunque éste último podría sernos útil - Brant puso el mapa encima de aquella mesa y empezó a mirarlo. Se acercó con curiosidad - ¿Puedo mirarlo yo también?

Y allí estaba, la pregunta que no quería oír y mucho menos responder, pero era lógico y tenía derecho a saberlo. El rostro de Derek ensombreció.- No, no lograron recuperarse. Ninguna de vuestras familias lo hizo, siento ser yo el que te de la noticia y aún mas siento no haber podido hacer nada, pero tras vuestra marcha la Vizcondesa les hizo a ellos pagar por vuestros actos, con la muerte.- Quería suavizarlo, pero no habría palabras en el mundo para prepararla para ese impacto, confiaba en haberse preparado para esa posibilidad o al menos haber pensado en ella para amortiguar el golpe, aunque dudaba que hubiera forma de hacerlo.- Intenté detenerles, nos citaron allí mismo a Rambert y a mi, no pudimos hacer nada, incluso esa escoria palideció al presenciarlo. Fue duro e injusto, pero sabía que no había nada que pudiéramos hacer. Luego llegó el invierno y con ello el hambre, de nuevo ayudé en lo que pude repartiendo los alimentos que la Vizcondesa me había permitido guardar por haber intentando apagar la supuesta rebelión, salvé algunas vidas pero no fue suficiente. Tiempo después me citó en su castillo de nuevo ofreciéndome la posibilidad de ser el sanador personal de los von Wick, no podía rechazarlo y simplemente acepté para intentar ayudar a Wickland aún más, conseguí que enviase alimentos para lo que quedaba del invierno y fui designado para asegurar el bienes de Silvester von Wick. Ahora soy una especie de medio noble repugnante, pero lo hice pensando en el resto. Lo siento mucho, lo siento de verdad.

Al escuchar las palabras sobre su propia familia, detuvo sus pasos bruscamente y apretó los puños con fuerza. No era capaz de llorar siquiera porque sabía que había muchas cosas en juego y no podía permitirse aquello, pero por dentro estaba destrozada. Se sintió tan responsable, que ni siquiera podía aliviar el dolor de su corazón. 

—Ese destino no era de ellos, era mío—dijo con la voz temblando—. Ha sido mi culpa, espero que Fenre me castigue porque no merezco nada. Ellos eran personas inocentes, no tenían que recibir tanta crueldad. Que cobarde fui, que cobarde soy. 

Negó con la cabeza, Tupac frotaba su morro sobre las piernas como si sintiera todo ese derrumbe en Liselot pese a que ella intentaba mantener la entereza en todo momento. Además estaba el sacrificio de Derek, todo lo que debió hacer al quedar allí y como tuvo que seguir, incluso trabajando para el enemigo. 

—Eres una gran persona, la mejor que he conocido en mi vida y espero...—habló pero su voz se cortaba—, espero que algún día todo este sacrificio, todo lo que has dado y das, sea recompensado. Te has ganado el cielo, y daré lo que sea para que lo logres. Has cargado con la responsabilidad de muchos, la mía también y no es justo, perdón por ello. De corazón. 

Veis el mapa pero el área allí representada no os suena de nada [1]. Hay un solo nombre escrito allí: Gehuilarde. No sabéis dónde queda eso. El dibujo sugiere que es una isla. Hay una X marcando el lugar donde se encuentra el ¿tesoro? El papel del mapa es amarillento, viejo y sucio.

El comerciante es, en realidad, la comerciante, como os dais cuenta al acercaros lo suficiente a ella. Ha dispuesto tres grandes carretas una al lado de la otra. Podría decirse que vende todo lo que el aventurero promedio necesita: pistolas, mosquetes, camisas acolchadas, brigantinas, sables, alfanjes, hachas, carne seca y cantimploras. Hay incluso una diminuta pistola que podría ocultarse con facilidad en la caña de la bota o en la manga de la camisa [2].