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El grifo se lanzó de nuevo a por aquella abominación, clavando su pico y sus garras traseras antes de que, de un latigazo con uno de sus extraños tentáculos, acabara con él, devolviéndolo a su plano de existencia con un último gañido de dolor. Pero no era el único grifo que la naturaleza acunaba en su seno, no era la única criatura que clamaba venganza. Otro majestuoso animal, similar al anterior, apareció dónde antes se había encontrado el Sangracielos. La bestia batió sus alas con furia y cargó, cortando el aire, contra el monstruo. Picó, arañó y desgarró la carne del ser, cuya sangre, la real, manó de nuevo por las heridas abiertas, confundiéndose con la extraña lluvia que dejaba caer.

Zrabroth, en su invisible forma de fuego fatuo, clavó la mirada en el enemigo del bosque, su enemigo. Sin perder el tiempo, comenzó a conjurar de nuevo, iniciando una nueva convocación.

Siroc tras oír el chillido emitido por la criatura, sonrió al percatarse de que su ataque había resultado efectivo. Por ese motivo, y tras dar unos pertinentes pasos atrás, volvió a concentrar energía para lanzar otro orbe que impactase en el Sangrador.

Sin embargo, a pesar de haber podido esquivar hasta el momento la lluvia sin problemas, la niebla era otro cantar. Y el genasí empezaba a encontrarse extraño, como si el cansancio fuese haciendo mella en él.

El sangrador seguía aguantando y no había manera de hacerlo bajar al suelo. Al menos le quedaba el arco y tenía algún que otro as bajo la manga. El paladín tomó una de las flechas e invocó el sagrado poder de Bahamut. La punta de la flecha brilló con una luz blanquecina y disparó.

El bien siempre triunfaría.

Obedeciendo los deseos del druida que permanecía oculto, convocando de forma incansable, el segundo grifo se lanzó contra el sangrador celeste con la esperanza de poder terminar con su superioridad aérea. Justo antes de que lograra alcanzarlo con sus garras, un pinza de la aberración atenazó al ser convocado y le hizo una profunda herida. Lejos de rendirse, la bestia mágica golpeó con todo lo que tenía al Sangracielos que comenzaba a acusar el acoso incesante de las criaturas convocadas. Sin embargo, la aberración aún luchaba con relativa fogosidad como si aún le quedaran bastantes fuerzas

El monje se alejó unos cuantos de pies de la nube de muerte y la incesante lluvia ácida. Desafortunadamente, desde su posición no tuvo tiempo de atacar de nuevo al ser en aquel escaso lapso de tiempo. Isaea pidió ayuda a su dios que, como siempre ocurría, respondió a su llamada infundiendo una de su flechas con su benevolente poder sagrado. La saeta voló certera hasta el cuerpo del engendro provocando serios daños seguida de una segunda flecha.

Mientras tanto, Telvor seguía tratando sin éxito derribar al Sangrador con la esperanza de poder eliminar la ventaja que la altura que cada vez era mayor. Sudaba copiosamente por el esfuerzo de mantener el conjuro en la agitación del combate que claramente no era su espeicialidad.

La criatura, furibunda, soltó un terrible rugido y descargó toda su rabia contra el grifo que acababa de golpearle. Bastaron los impactos de cada una de sus pinzas para que la convocación llegara a su fin. Lenta pero inexorablemente, el Sangrador celeste seguía ascendiendo, tratando de poner más distancia entre sus atacantes y él para aprovechar sus ataques a larga distancia y dificultar el trabajo al invocador que permanecía oculto to aquel tiempo.

Sin embargo, la petición de ayuda del paladín de Bahamut fue respondida con algo más que una simple flecha. Durante un instante, un destello plateado iluminó el cielo nocturno haciéndolo incluso más brillante que el día. La luz se desplomó sobre la aberración que cayó arrastrada contra el suelo con un sordo sonido y un escalofriante quejido.

Cuando los ojos de los combatientes pudieron acostumbrarse al resplandor que lentamente desaparecía, pudieron ver al artífice de dicho movimiento. Se trataba de una especie de criatura draconiana aunque claramente no era un dragón normal. Sus patas era más largas y su cuerpo algo más esbelto. Su cara algo más alargada pero aún así, rebosaba sabiduría. Isaea pudo reconocer sin problemas aquellos ojos que le miraban desde encima del Sangracielos.

- Saludos Isaea. Parece que necesitabas algo de ayuda.

La última convocación surtió efecto, en el aire, dónde poco antes había estado la aberración, antes de que fuera derribada por aquél destello. Asombrado por la aparición de aquél dragónido, vio en su presencia una bendición de su padre, Bahamut, lo que le devolvió muchos años atrás en su memoria, a un pasado duro pero, aún así, feliz junto a los suyos. Esa vida se había perdido en el ciclo infinito del mundo, pero su sangre bullía por la presencia de un ser tan cercano. Sin duda hacían lo correcto, no podía ser de otra manera, y aquello era la prueba fehaciente de que era así.

El tercer grifo descendió en picado. No importó el posible latigazo que, sin remedio, iba a recibir, pues no frenó más que en el último instante, solo para atacar desde arriba y desgarrar al monstruo que tenía bajo sus garras. Empero, casi no logró atravesar la extraña piel de la extraplanaria criatura.

Mas suerte tuvo Gornak. Viendo su oportunidad, no dudó en lanzarse también a la refriega, ávido de probar la sangre de esa antinatural bestia que había destrozado la naturaleza, y su embestida acabó con el Sangrador destrozado allá donde el animal había logrado atravesar sus defensas.

Zrabroth, viendo el final de su enemigo, mantuvo en observación la batalla, listo para intervenir si no eran capaces de acabar ya el trabajo.

Aun sorprendido y cegado por la luz acaecida segundos atrás. Siroc, con cierta dificultad debido al destello, pudo ver al sangrador abatido. Por eso, el monje no perdió la oportunidad y se abalanzó sobre la criatura para golpearla.

 - Esta puede ser nuestra oportunidad –se dijo a si mismo mientras sus puños y pies volvían a envolverse en llamas.

—Go... Go... ¿Gobeitiax?

Isaea no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿Cómo era eso posible? ¿Después de tanto tiempo? ¿Después de todo lo que había pasado en este mundo en su ausencia?

—¡Gobeitiax!—exclamó.

Y con renovadas fuerzas, el paladín soltó el arco y cargó desenvainando su espada mientras una vez más conjuraba el sagrado poder de Bahamut.

El tercer grifo se lanzó contra el Sangrador celeste que en aquellos momentos era una masa de tentáculos ácidos y apéndices terminados en pinzas. Desafortunadamente, sus ataques apenas lograron hacer que la aberración derramara su propia sangre. Por otro lago, el fiel compañero del druida no desperdició aquella oportunidad brindada por el mismísimo Dios Dragón. Se abalanzó con toda su furia hendiendo sus garras y colmillos en la tierna carne del engendro.

Siroc también se lanzó a la batalla con sus puños ardientes. La malévola criatura lanzaba golpes en todas direcciones salpicando ácido y el monje fue incapaz de encontrar un hueco para golpear con seguridad. Mientras tanto, el paladín cargaba a su lado para reunirse con su antaño perdido compañero. Su espada, ungida por el poder del Dargón de Platino, golpeó con justa furia mientras que Gobeitiax derramaba su gélido aliento sobre el Sangracielos.

Antes de que la aberración tuviera la oportunidad de zafarse del agarre del recién llegado dragón, Zrabroth concluyó el hechizo que había estado preparando. Todos los que se encontraban alrededor del Sangrador se vieron imbuídos por una velocidad y agilidad natural. Aprovechando ese impulso temporal, el Sangracielos recibió una andanada de ataques que superaba ampliamente su resistencia. Sus pseudópodos y apéndices quedaron inertes sobre él y el ácido que se mezclaba con su propia sangre dejó de fuir de su cuerpo.

Telvor se acercó para, entre otras cosas, vislumbrar al ser draconiano que se había aparecido ante ellos seguido de cerca de Thorian. Éste tras meditar un instante se giró hacia el resto de sus compañeros.

- El sangrador celeste aún vive. - dijo señalando el cuerpo aparentemente sin vida. - Sus capacidades de sanación y regeneración son tan fuertes que no ha muerto.

Y así moría la criatura, azote del bosque, ahora nada más que otro cadáver reclamado por la misma naturaleza que había destruido a conciencia, un cuerpo que, pese a lo antinatural, tarde o temprano quedaría inerte y abonaría la tierra. El inicio, inevitable esperaba, de una recuperación que llevaría años, siglos e incluso milenios, hasta que la majestuosidad de la joven arboleda fuera siquiera una sombra de lo que podría haber sido, pero magnífica aún así.

Zrabroth se apareció de nuevo, aún en su forma de fuego fatuo, pero ya visible, recobrado su brillo. Se acercó, flotando hasta el resto, y agradeció con una voz vibrante la aparición de Gobeitiax. Su oportuna intervención había puesto punto y final a la amenaza, acelerando una victoria que parecía segura aunque lenta, muy lenta. Y desagradable.

Por eso, cuando el erudito afirmó que no habían acabado, el druida se tensó. O lo habría hecho, de tener un cuerpo; de ser así, también habría fruncido el ceño e incluso dejado escapar un gruñido. En esa ocasión, sin embargo, se limitó a palpitar, agitado mentalmente. ¿Es que eso nunca acabaría?

—¿Podéis hacer algo al respecto? —preguntó, haciendo surgir la voz mediante la forma en que se comunicaba en esa forma, a Telvor y Thorian—. Detener la regeneración, o dañarle con algo de lo que no pueda recuperarse, incinerarle, ahogar sus pulmones, si es que esta criatura tiene de eso, lo que sea.

Con el sangracielos en el suelo, Isaea avanzó hasta su viejo amigo y lo abrazó con lágrimas en los ojos.

—¡Gobeitiax! Pensé que después de tanto tiempo... ¿Cómo es posible...?—el paladín negó con la cabeza—. No es necesario. La voluntad del Señor de los Dragones es más que suficiente.

El siervo del Dragón de Platino miró a sus compañeros, el monstruo no estaba muerto. Una noticia sin duda desagradable, pues si con todo lo que le habían tirado no habían sido capaces de mermar esa capacidad regeneradora, es que se encontraban ante algo que escapaba de cualquier normalidad. Entonces recordó una cosa.

—La criatura estaba vinculada a una piedra, ¿recordáis? Quizás su vida esté vinculada a la misma.

Resopló en muestra de desaprobación y desesperación cuando escuchó la noticia sobre la criatura. Mientras tanto, sus compañeros habían empezado a dar su opinión sobre cómo debían actuar, así que no tardó en opinar al respecto.

 - Pero los habitantes del bosque nos pidieron que le llevásemos la gema pues pretendían custodiarla. Creo recordar que incluso hablaron de que dicha gema fue la que trajo al sangrador a este plano, quizás sea también la clave para volver a sellarlo –intervino.

Dio unos pasos a donde la criatura yacía abatida para contemplarla y añadió.

 - No me hace ninguna gracia que esto se regenere, así que será mejor que nos movamos con la premura necesaria.

Las palabras del druida parecieron hacer que algo en la cabeza de Thorian comenzara a atar cabos. Escuchó también el comentario de Isaea y entornó levemente los ojos como tratando de ver una respuesta que se encontraba frente a él pero no mostraba esquiva.

- Algunas criaturas como los trolls son terriblemente difíciles de matar. Deben ser decapitadas o incineradas para evitar que vuelvan a levantarse incluso más allá de lo que sería la muerte para otros muchos seres. - dijo el clérigo casi sin objetivo aparente, como si hablara consigo mismo. A continuación, señaló las quemaduras que las llamas de Siroc habían marcado en el cuerpo del Sangrador Celeste. - Parece que el fuego puede dañar de forma duradera a la criatura aunque no podría asegurarlo. También la opción de Isaea parece tener sentido. Puede ser que su esencia esté ligada a la gema pero, en ese caso, habría que estudiar las circunstancias para buscar una forma de proceder consecuente. Necesitaríamos investigar la piedra y las posibles conexiones de este ser con la misma.

Telvor, unos pasos más atrás, asintió con respecto a lo comentado por su pupilo. Sin embargo, se mantuvo en silencio. Posiblemente aturdido por el espectáculo de violencia contra una criatura que él mismo no acababa de comprender.

El sátiro que les había acompañado se había echado a un lado cuando vio su incapacidad para ayudar en el encarnizado combate. Sólo cuando el Sangracielos tocó el suelo, volvió para golpear a la bestia pero su arremetida llegó demasiado tarde. Había quedado sin palabras frente a los aventureros capaces de acabar con tamaña amenaza. No obstante, la mención de la piedra le hizo salir de su asombro.

- La gema se encuentra a poca distancia desde aquí. Yo sé dónde está, he logrado verla. - dijo llevando el puño a su pecho. Puedo llevaros hasta ella si lo deseáis.

A pesar de que su rudo acento no le había abandonado, su tono parecía haberse suavizado un poco y la expresión hacia los miembros del grupo se había llenado de agradecimiento.

—Guíanos—le pidió al sátiro—. Seguramente sea la clave para destruir o desterrar a este monstruo.

Siroc asintió a lo propuesto por Isaea. Sin embargo, antes de iniciar la marcha, una duda le embargó.

- Esperad, ¿Está bien si todos nos marchamos y lo dejamos solo aquí? –preguntó al mismo tiempo que señalaba al Sangrador. – Quizás alguien debería quedarse con él, no sabemos siquiera si esa capacidad de regeneración que posee actúa de una manera acelerada.

Asintió a las palabras de Siroc, muy sensatas.

—Deberíamos asegurarnos de que no va a levantarse, o al menos vigilar para derribarlo si parece que es capaz de hacerlo. Podemos probar lo dicho por Thoriam, una hoguera y quemar el cuerpo, si no lo mata, al menos lo mantendrá herido y en este estado. —Miró a Telvor, que no había dicho mucho, seguramente a causa de que se había equivocado con el Sangracielos, algo a lo que probablemente no estaba acostumbrado. No estaba de más verle callado, pero sus conocimientos y, sobre todos sus habilidades, eran necesarias en ese instante—. ¿Tú puedes hacerlo? —preguntó con aquella voz antinatural, producto de las vibraciones en el aire y no de cuerdas vocales, aunque el principio fuera el mismo.

El mago aún se mostraba algo receloso a la hora de terminar con la vida de aquel ser mas, tras el despliegue llevado a cabo por el Sangrador Celeste, estaba claro que era un ser tremendamente peligrosos. Tal vez demasiado para dejarlo libre a su antojo. Sin embargo, la idea de que fueran a manipular la piedra sin la presencia de un arcanista experto fue lo que hizo que frunciera el ceño.

Cruzó una mirada rápida con su fiel acompañante y éste no necesitó ni una palabra para comprender lo que el elfo quería pedirle en aquella ocasión. Asintió rápidamente y dio un paso al frente.

- Yo me encargaré de ello. - respondió a Zrabroth con decisión.

A continuación, comenzó a recoger del suelo la escasa madera que había escapado a la lluvia ácida de la aberración y al deterioro por las inclemencias del tiempo.

Mientras tanto, el sátiro que parecía bastante conforme con la quema del Sangracielos hizo un gesto para que el resto le siguieran hacia el lugar de reposo de la gema. Caminaron por el bosque desolado y marchito durante unos penosos minutos bajo la luz de las estrellas. A medida que se internaban en el coto de caza de aquella criatura, la maleza marchita y la madera muerta cedía su lugar a una densa capa de podredumbre que se mezclaba con el barro creando una masa maloliente y espesa. La penosa marcha se detuvo súbitamente cuando vislumbraron un tenue brillo rojizo cerca de ellos.

Como si hubieran brotado del propio suelo, una especie de pedestal formado por zarzas y enredaderas de roca se alzaba en mitad de un claro despejado. La columna de roca parecía estaba tallada con tanta delicadeza que parecía estar formada por plantas vivas que hubieran sido transformadas es piedra. Sobre la base de piedra, un rubí del tamaño de un puño brillaba con luz propia bajo el cielo nocturno.

Satisfecho, siguió al enano, flotando a un metro del suelo, cortando el aire con perezosa facilidad. Centraba la mirada al frente, intentando no mirar la desolación de su alrededor, el daño infligido. No quería pensar más en ello. No emitió sonido alguno durante el transcurso que duró la caminata, sumiéndose en un silencio estático.

El fulgor escarlata le sacó de sus pensamientos y le hizo acelerar su movimiento. Se deslizó rápidamente hasta llegar a aquél bello pedestal y se quedó mirando la gema, tenso. No podía olvidar que aquella piedra de aspecto inofensivo había sido la causante de un gran dolor. ¿Por qué? ¿Qué secretos escondía? En seguida miró a Telvor.

—¿Reconoces algo de esta joya? —preguntó con su vibrante y chispeante voz.