Partida Rol por web

- Me parece buena idea lo de los oídos, incluso si no funciona frente a estos demonios. Si valiera una flecha yo mismo la dispararía, pero estoy contigo, sacerdote, poco creo que eso pueda hacer.

Dirigiéndose al hombre de la aldea preguntó: - ¿Podrías llevarnos a esa mina?

A la interpelación de Dim'goth, el mismo hombre, aunque ésta vez sin alejarse de las mujeres y los niños, le respondió mientras el resto hablaban con el recién llegado.

-"Era 'a mina ma' vieja d'to'as. La primeira. Anda en subiendo po'a montaña pa'rriba sin llegá' ar valle d'atrás, que'n allín andan la Mina Pequeña y la Grande. Yo no'stao' nunca, pe'o 'icen que está 'nuna cueva con pijerío en derredor. To' lo' tíntulos d'popiedá 'tán 'n'l'banco." - señaló con la cabeza en una dirección, pero allí abajo eso era poco menos que inútil. Por suerte no hacía falta ninguna indicación para distinguir entre aquellos edificios cutres cual sería el banco, ya le habían podido notar nada más llegar.

Cuando Van Tharkan sugirió que les llevase, el hombre cambió su gesto a puro pánico, su voz bajó varias octavas al responder, a la vez que su tono subía hasta el límite del agudo.

-"Ni jablar, non salimos d'aquín ninguno y menos allín, a sabé' qué hay allín, como 'ice el señó'"  - señaló a Dorg - "eston non son cosas pa' la' persona' decente', e'tará to' lleno de brujería p'o ahín afuera."

Se pensó un rato en que podía ayudar para añadir.

-"La gente d'la Mina Jonda siempre iba a'nde la Rubí, la casa grande en medio 'la plaza, po' la' puta' sobre to'. Si arguno no está embruja'o 'tará allín" - tras pensar un rato más añadió - "Er banco no ti'é puenta d'atrá' pero la Casa la Rubí sí, tié' una carbonera atrá' que da ar sotano."

- Bien, entonces tenemos dos opciones. Yo estoy con Dorg, nuestra misión era llegar hasta aquí, ver qué había e informar. Ya sabemos qué le ha pasado a la aldea. Acabar con ese... "monstruo", o más si no se trata de uno solo que controla todo, es más tarea de un ejército que de unos pocos. Posiblemente perdamos la vida haciéndonos los valientes, - miró a los sacerdotes, - todos. Aún nos queda sacaros de aquí con vida.

- La segunda opción es ir hasta la mina, y jugarnos el pellejo por algo que ya sabemos.

Le rectificó discreta y fugazmente: - O que pensamos.

Miro por encima de mi hombro al pequeño sacerdote de Strasha… Aquí, Izurde es el que paga, así que lo que él diga estará bien dicho pero, para que conste, esto se escapa de lo normal y si decide seguir adelante puede que ninguno volvamos; si eso ocurre no nos importará una boñiga el cobrar o no, claro.

Acompaño estas últimas palabras con una sonrisa sardónica.

¿Y bien, oh sumo sacerdote de Strasha, qué va a ser, nos volvemos a casa, vamos a la mina o buscamos algún superviviente en la casa de putas de la Rubí?

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   Miro hacia fuera y luego me encojo de hombros, mientras me rasco la barbilla y retuerzo el bigote.

   - Lo suyo sería escoltar fuera del pueblo a los de la bodega. Quizas que le acompañe un guardia de vuelta y que cuenten lo que han visto y nosotros procurar que esto no se vaya de madre. Más, quiero decir. -

   Echo un vistazo a los del sotano a ver si se ven con ganas de dar un paso fuera o les aterra cruzar la puerta.

   - Quizás debamos echar un vistazo a esa mina y si alguien no quiere acercarse se quede aquí, si no volvemos en un tiempo razonable, que salga cagando leches y vuelva a avisar lo que aquí se ha visto. -

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Muy bien, pensó, yo me ofrezco voluntario. Saldré en una jornada y escoltaré a los aldeanos si no volvéis. - Miró al resto. Dejar al grupo podría poner en peligro su supervivencia. Iría con ellos a la mina, al fin y al cabo para eso le habían pagado, aunque algo le decía que la decisión le iba a costar caro. Descartó el pensamiento de su mente.

- Entonces pongámonos en marcha cuanto antes, si ya nos han visto estarán preparados. Veremos qué tipo de mal anida aquí.

Esperaba que todos asintiesen y comenzaran a moverse para salir del edificio. No habían llegado al tejado, ni mirado siquiera qué había realmente en la plaza, pero su destino estaba ya lejos del pueblo, al menos por el momento.

Dorg suspiró. Estaba claro que los lugareños no iban a querer salir por el momento.- No se que hay en el pueblo, pero sea lo que sea los guardias de la anterior caravana no pudieron con ello. Si es mucho para ellos, es mucho para mi, tal vez deberíamos investigar esa mina

El hombre negó con la cabeza, mientras el resto de su grupo sollozaba ante la idea de volver afuera. Salvo uno de los niños que, tras un rato de intentar consolarles, Salamina pudo comprobar que no había dejado de mirar al infinito en todo el rato que estaban allí.

-"Aquín tenemos abua y comida pa' meses. Non nus vamos p'afuera ni por una saca d'oro. Si vuesas mercedes güerven de ande vayan a andurriar y arreglan el pifiostio, pues bien podremos bajá' pa' la ciudad pero agora no so' ´tará mar el pueblo sino los caminos."

Acarició las cabezas de los pequeños.

-"Y si no güerven, con suerte éste mostrerío tendrá que irsen a buscá' de comé' a otro la'o antes o despué'. Si necesitan provisione' güervan por aquín. L'a abua le puén cogé' de los arroyos, no fartan por to'os la'os y varios bajan de'a montaña d'la Mina Jonda."

Van no entendía mucho de lo que decía aquel hombre, su vida en el desierto lo había acostumbrado a una introspectiva sin muchas palabras. Sus gentes se entendían muchas veces con la mirada, y le fue duro aprender el lenguaje de las ciudades cuando decidió partir de allí.

Normalmente cuanto más se alejaba de ellas más dificultad encontraba, y había casos como éste donde debía reconocer que escuchaba un idioma totalmente diferente. No obstante sabía entender sin sonidos. El aldeano tenía el miedo en los ojos, los niños no volverían a vivir una infancia nunca más. Ninguno de ellos saldría de allí salvo estar seguros de que llegarían sanos y salvos a su destino. Al fin y al cabo, habían sobrevivido hasta ahora y eso no era nada desdeñable, máxime cuando todos sus congéneres se encontraban ahí fuera, danzando hasta la muerte, o quizá más allá, presas de algo que nadie podía entender.

Los sacerdotes les pagaban y habían decidido ya. Él había dado su palabra a través de un acuerdo, se ganaba la vida con ello y romper el pacto podría suponer no volver a ser contratado si llegaba a otros oídos su decisión. Aunque estuviera justificada.

- Bien, entonces vayamos a la mina. - Dijo tajante.

Miró por la habitación si había algo que les pudiera ser de utilidad... no quería desabastecer de víveres a la familia, pero si quizá cuerda, antorchas o algún utensilio minero que allí no hiciera falta pero que les fuera vital donde iban.

Volvió a mirar a los aldeanos... y se compadeció de ellos. Habían sobrevivido, al menos hasta ahora, pero no creía que eso fuera a durar mucho tiempo. Estarían más seguros con ellos ahora que habían venido pero el miedo no les dejaba razonar. Hizo un gesto que en su tribu se consideraba de protección para ahuyentar espíritus y esperó al resto.

Quizá los locos eran ellos por volver a salir fuera.

Salamina se encogió de hombros: - Eso dije yo hacía rato.

No le sorprendía que fueran tan lentos: - Joder, si son hombres, ¿Qué esperabas?

- ¿Y a qué esperamos?

Parecía que la decisión ya estaba tomada, iríamos a la mina pero al pantangiano no le gustaba eso de meterse en la boca del lobo a ciegas, no si podía evitarlo, claro.

Estaría bien echar un ojo a la casa de la Rubí esa y no por las putas, claro. Una sonrisa irónica se marca en su rostro. Igual hay algún minero que pueda darnos algo de información sobre la mina esa a la que vamos a ir. Sea como sea, Salamina tiene razón, parecemos un atajo de viejas cotilleando alrededor de un potaje al fuego, mejor movámonos y hagámoslo ya. 

Miro a Izurde para que de la señal y diga hacia donde vamos.

Van Tharkan no había podido encontrar mucho de utilidad, lo mejor que pudo encontrar fue una pala y varios trozos de cuerda fina, ninguno de más de cinco metros ni pensado para nada más pesado que atar un hatillo de leña o sacar un cubo de agua del pozo. A parte de la comida seca o ahumada y bebida, que había bastante para que aquella gente aguantara semanas, si no meses.

Volvieron al bar y, antes de que hubieran vuelto a la cocina, pudieron oír a los lugareños esforzándose en volver a trabar la portezuela de Krendhulf había abierto por la fuerza. En el exterior seguía sonando la música en la plaza, pero la noche ya había avanzado lo suficiente para que costara ver incluso el final de la calle, salvo de dónde llegaba el resplandor de las antorchas de la plaza.

La montaña debía ser la que se elevaba desde la salida contraria del pueblo, recordaban al llegar que había al menos otras dos, pero a ninguna de ellas podían subir desde el pueblo, primero tendrían que atravesar o un valle o la salida de uno para llegar a su pie.

Retrocedieron para rodear el pueblo lo más lejos posible del centro y su flautista del caos, entre el sonido del fondo de risas y música y notando que poco después de que consiguieran salir del pueblo tendrían que usar antorchas para hacer el camino si no querían acabar rodando por la falda de la montaña. Era de esperar que las sendas a una mina fueran razonablemente fáciles y no tuvieran que trepar como las cabras.

Con las armas prestas, llegaban a la parte trasera del edificio que debía ser el banco, uno de los dos que más iluminados estaban por dentro hasta el punto de que podían moverse con facilidad por su lateral, cuando...

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   Ya que el representante de Grome parece un tipo silencioso, doy a regañadientes la señal de avanzar. Procurando estar cubierto, más o menos, por los guardias, que para eso son guardias, avanzamos.

   Con el ruido de fondo del "baile", la flauta, el ruido de pasos del grupo y la madre que nos pario, no escucho gran cosa que me mantenga alerta, salvo alguna maldición que profiero por lo bajo cuando tropiezo con algo. No es de estrañar que ningún ruido me avisara y más por fortuna que otra cosa alcé la vista a la luz de las estrellas y vi unas figuras saltando desde los tejados.

   - ¡Emboscada! - Es lo único que me dio tiempo a decir. Intenté apartarme de un salto, pero mi propio grupo me tapaba el ángulo y sólo pude dar un par de pasos atrás de forma precipitada agarrando con fuerza una jabalina mientras rezaba que yo no fuera blanco de ningún ataque y que mi armadura estuviera a la altura.  

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Ante el grito de Izurde, miro automáticamente hacia arriba y veo unas figuras lanzarse sobre nosotros, por lo que, instintivamente, alzo mi escudo para protegerme mientras intento pegar mi espalda a una pared...

¡¡¡Por arriba, vienen por arriba!!!