Partida Rol por web

- El ermitaño vive algo lejos. Todos hemos oído hablar de él, no sabemos porqué decidió subir allá arriba, a lo alto de la montaña y vivir de espaldas al mundo -si es que a esa mísera aldea se le podía llamar mundo -nunca supimos mucho de él y el único que conozco que ha ido a verle fue Pau, todos sabemos y desde siempre se ha dicho que el ermitaño era una especie de... santo o algo parecido pero no me preguntéis quién empezó a decirlo ni cómo lo sé, es simplemente, una de esas cosas que se dicen y no sabes por qué se dicen.

Vuelve a por las mantas y os pone la cocina un poco en orden para vuestra comodidad -si me disculpan...

Claro... -dije al posadero dejando que marchara-. Entonces me quedé mirando a don Jaume. Increíble. Aquello, de ser cierto, era un entramado bastante complejo, turbio, increíble, y digno de herejía, quema y soga, y cuantas proezas de la Santa Inquisición quisiérades referir. Miré a Diègue, con una sonrisilla en mi boca, y pese a que yo lo tenía por más listo de lo que aparentaba (que no captaba bien el idioma, pero si las ideas), me quedé mirándole, mostrando mis dientes y algo de humor, como quieriendo discernir en la expresión de su rostro si había "digerido" todas aquellas "patrañas", como dirían muchos.

Tu comprend pas? Je je -llegué a decirle con cierta jocosidad, chapurreando algunas de las poquísimas expresiones que había malamente copiado de su lengua madre-.

Cinqué se asomó a la ventana para ver con asombro la tremenda fuerza de la nevada, jamás había visto una igual. De hecho, cuando era pequeño ni sabía lo que era la nieve.

Sin duda, aquel fenómeno, era bonito, a la par que peligroso. Asintió a las palabras de la vieja, de que mas valía no salir ahora, y se confortó pensando en que sus compañeros estarían en la taberna de la que se había hablando antes. Lo mejore era esperar cerca del fuego.

Ante la cara de preocupación de Agneta, le puso una mano en el hombro, y le señaló la dirección del hogar, mientras se encogía de hombros. Tras este gesto, fue el mismo el que se fue a cobijar junto al fuego. Nada se podía hacer.

Al igual que Cinque, Ahmed toma posición al lado del fuego. No tenía sentido salir a buscarles por lo que lo mejor sería esperar aquí. Pero aún así no se sentía tranquilo. No era tanto por la integridad de su señor, a quien sí que tenía cierto aprecio, pero más bien la posibilidad de que les hubiese pasado algo y se quedarían aquí sus "propiedades". Quien sabe lo que harían estos hijos de Belcebú a los pobres adoradores del dios verdadero. Probablemente les quemarían como ardían las brasas en la chimenea de la casa.

Habría iniciado alguna conversación intrascendente para relajar su tensión, pero no acaba de confiar en la propietaria del lugar, y la charla sobre los dulces que servían en los hornos de granada podía suscitar algún recelo y no quería arriesgarse.

Devolvíle la mirada a Valentí, et podía yo imaginarme lo que aqueste pensaba. Dada su curiosidad seguro non le disgustaría fazerle una visita al tal ermitaño.

- ¿Alguno habe baraja de naipes? Placeríame jugar un rato, ¡más nada de apuestas! sólo diversión. - Aquello amenizaría nuestro encierro, que pintaba ser largo et aburrido...

Justo al anochecer, os dísteis cuenta de que la tormenta amainaba, el espesor de los copos de nieve se reducía y también la intensidad de la nevada, de repente, el viento también cesó.

Ya embutidos en vuestras mantas, conforme avanzaba la noche, notásteis calor, las mantas os sobraban. Mirásteis los respectivos fuegos (taberna y casa de Roxetta) y no estaban particularmente activos, ambas lumbres estaban ya moribundas, así que el creciente calor respondía a la naturaleza misma. ¿Podía ser la naturaleza tan caprichosa? los de la casa  de Roxetta se extrañaban, los de la taberna sabían con certeza a qué respondía todo aquello.

El caso es que en el momento previo al amanecer, en todo el pueblo y alrededores los perros empezaron a ladrar desesperadamente, gemían, ladraban y gruñían de tal forma, que todos os despertásteis sobresaltados.

Se despertó hecha un ovillo desmadejado junto a la chimenea, la manta a un lado. Abrió los párpados y se refregó con el dorso de la mano, bostezando, y con una extraña sensación de ansiedad. Había dormido mal, aunque sin llegar a salir del sueño henchido de pesadillas en el que se había sumido después de cenar. Se había recostado en Cinque, al que había hecho caso cuando le señaló la lumbre del hogar, y así se había dormido.

Pero ahora, a medias por el cambio de tiempo, que había traído un calor inusual, y a medias por el súbito aullar de los perros, el corazón le latía deprisa, con una extraña sensación de peligro que no sabía expresar.

Se levantó, la camisa se le había pegado al cuerpo, sudada como estaba.

-¿Pero qué está ocurriendo...?

No esperó respuesta, aunque miró hacia Roxetta, insistente. Mientras lo hacía abrió la puerta, y luego sacó la cabeza, intentando ver si algo allá fuera apuntaba a alguna explicación.

¿Acaso se ha incendiado medio pueblo durante la noche...?

La tarde-noche anterior el caballero Jaume debióse de aburrir, puesto que nada de juego pudimos darle. Tampoco quise yo contar alguna de mis historias, pues la mayoría contenían ciertas licencias que es mejor no mencionar a un hijo de Dios (no de los de tonsura, sino de los de espadas); y pese a la confianza que nos había dado al grupo, para otras cosas si era más abierto, pero no para cuestiones más allá de las vendas y las curaciones, que, a su vez, era nuestra pequeña frontera, por la divergencia de ambos en la forma de tratarlas (no siempre ortodoxa por mi parte...).

Y acordábame yo de la bruja, "arrebujado" en la almohada, solo en pensamiento, durante la noche que habíamos pasado, que tornábamos tanto del frío al calor y seguramente en el nuevo día, viceversa. Y en cuanto desperté por la mañana nueva fechoría creía yo que había hecho; que ahora daba ansia y portento a los ladridos y los gritos, y no dudé, medio en broma medio en serio, que la maldita Caritat tendría algo que ver.

Entreabrí un ojo, miré a mis dos compañeros, y me atreví a darles sendos toques en los hombros, primero a uno y luego a otros.

Uaaaaa -bostezando-. Señor Jaume... ¿lo oye?... ¡Diègue!, "Ecoutén", o "ecutér" -le dije-. Y como no sabía de cierto la palabra, hice un gesto con el dedo, llevándomelo a la oreja varias veces para que pusiérase a escuchar.

Aunque acostase con premura, Diègue no llegó a descansar como era debido. Algún sueño perturbador debía rondar su adormilada cabeza, pues cuando Valenti lo agitó despertó confuso y desorientado - Prenez les armes! Nous attaquent chiens marins -

Tardó un instante en darse cuenta de donde se encontraba, pero aún seguía confuso por los ruidos de los animales en el exterior. - Qu'est-ce qui se passe? -

En unos segundos se levantó y desenfundó el estoque que llevaba consigo desde que partieran de nuevo hacia la península, se dirigió hacia la puerta y la abrió con precaución por si aún continuaban los gélidos vientos del invierno.

Ahmed se despertó sobresaltado por el ruido de los perros y envuelto en sudor por el calor que hacía de repente en la casa. Se levantó y se acercó a la ventana para ver que pasaba en el exterior y cuando vio a la gitana abrir la puerta la siguió para enterarse de qué estaba ocurriendo.

Desperté acalorado, sobresaltado, et el corazón empezóme a latir violentamente. Había tenído mala noche, colmada de pesadillas et malas sensaciones, et aquesta había finalizado al despertar con los ladridos descontrolados de los canes de la zona.

Aquesto me incomoda. - Dixe a los mios. - Los canes andan intranquilos, et aquestos haben gran olfato et sentimiento. Si ladran es que algo non anda bien.

Vestíme la armadura tan presto como pude, et aunque albergaba gran práctica en tal menester, era tarea complicada si non se contaba con asistente. Una vez pertrechado, dispúseme a salir al exterior en vista de averiguar cual era el motivo de tal alboroto et algarabía canina. - Marchemos fuera pues.

Señor Jaume -le dije mientra me levantaba y vestía tras él mandar que fuéramos fuera-, que "sólo fueran perros" le diría si no hubíeramos escuchado la historia de ayer, ya me entiende..., pero,  ¿a buen seguiro cree que tiene algo que ver con las bru...?

No acabé la pregunta, e incluso era pregunta retórica, pues la hice mientras me apretaba la hevilla del cinto, y me calzaba con premura y fuerza las botas, todo ello antes de recoger mi arco y carcaj apoyado en la pared. Cuando ya estuve preparado, me dispuse a salir, sin siquiera haber pedido desayuno al buen tabenero, pero bueno...

El corazón os dio un vuelco al salir al exterior y comprobar que apenas hacía frío y que la nieve casi había desaparecido completamente como por arte de magia. Aquello era una auténtica locura, la tormenta del día anterior debería haber dejado el pueblo aislado casi durante semanas...

Al salir al exterior de la taberna, frente a vosotros, vísteis una masa de perros enfurecidos (por lo menos una docena) que atacaban indiscriminadamente a un grupo de campesinos que corrían despavoridos. Un grupo de cinco hombres se habían armado con palos y hacían frente a los canes.

Al asomaros fuera os dísteis cuenta de que apenas quedaba nieve, se había esfumado misteriosamente. Lo que se oía a no mucha distancia, eran ladridos, gemidos y gruñidos, todo ello mezclado con gritos de auxilio y de dolor. Al asomaros más aún, al final de la calle, vísteis cómo tres perros de diversos tamaños mordían a una mujer que intentaba defender a dos chiquillos, ya casi había amanecido del todo.

Veía aquellos campesinos tratándose de librar de las fauces de aquellos canes, que parecían rabiosos como de repente. No lo dudé y me descolgué el arco, metiendo la mano en el carcaj...

Cinqué se levantó, sobresaltado por tanto alboroto: ladridos, gruñidos, gritos, sus compañeros levantados... y aquel inusual calor, esta última, agradable para el africano.

Perezoso aún, y con legañas en los ojos, salió a la puerta, donde estaban asombrados sus compañeros. Cinqué no pudo si no espantarse ante tal espectáculo. Ver a aquella mujer defendiendo a los niños le hizo recordar el día que su infancia acabó, y sin pensarlo dos veces, corrió hacia el hacha que el día anterior le había servido para cortar leños, y cargó contra los perros, gritando, esperando espantarlos de alguna manera.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

Poco honor había de encontrar partiendo canes en dos a golpe de mandoble, más aquestos parecían posesos et fuera de si. Non iba a permitir que los parroquianos sufrieran daños por tales enloquecidas fauces; coloquéme la celada sobre la testa, et aunque tal precaución pareciera excesiva, bien aprendido tenía que non había enimigo pequeño, pues una dentellada de can en el cuello podía ser fatal...

Con paso firme et la mano en el mandoble avancé hacia las bestias...

Pareciese que los perros, cual manada de lobos hambrientos, se abalanzasen sobre los pueblerinos. Diègue no gustaba de atacar o cazar animales salvo para conseguir alimento, pero aquello era ya imperiosa necesidad para ayudar a los campesinos, y continuó avanzando con el estoque en su diestra mientras sacaba un cuchillo con la siniestra.

- Que Alá nos protega, ¿Que está pasando aquí? ¿Por qué nadie hace nada?

Sorprendido porque ningún pueblerino ayudase a la mujer me corrí hacia los perros con la misma intención de Cinque de evitar que se comiesen a los aldeanos.

Agneta dejó pasar a los dos hombres, que corrían como diablos hacia los perros que estaban atacando a la pobre mujer, y a sus hijos. Ella se giró hacia el interior de la casa, sudada y asustada a partes iguales. No había nieve, y el calor empezaba a ser insoportable, los aullidos ladridos y gruñidos llenaban el espacio, y asordaban sus oídos.

Buscó a Roxetta, con la mirada y el gesto. Y luego agarró el atizador de la chimenea.

-¡ROXETTA! ¿qué está pasando? ¡DIME! ¿QUÉ PASA AQUÍ?

Lanzo la pregunta, y esperó unos segundos la respuesta, conteniendo su cuerpo y sus ganas de ir a la ayuda de la mujer de fuera. Lo hizo, se contuvo. Pero a la que la obtuviera, a la que obtuviera esa respuesta, saldría con el atizador en ristre dispuesta a su vez a ayudar...