Partida Rol por web

Lithiniel, de regreso a su forma élfica, bajó de la plataforma y después lo hizo Kento. Solo entonces los elementales que se encontraban debajo pudieron alzarla y rápidamente izaron a sus ocupantes hasta lo más alto de la torre, hasta la cúpula resplandeciente.

Zeverúth dejó allí a Ashe y, todavía con el cetro en la mano, ordenó a los elementales que le bajaran para recoger a la druida y después, cuando Lithiniel se reunió con la semihumana, repitió la operación para traer al malherido Kenthalas y volver a reuniros todos en aquella sala enorme que brillaba con luz propia.

La sala era octogonal y medía cerca de 30 metros de pared a pared. Una escalera de cristal transparente, del mismo cuarzo rosa que todo en Tirintaal, se alzaba desde el suelo de la habitación y ascendía hasta otra plataforma también octogonal situada en el centro exacto de la sala.

Subís los peldaños para descubrir que sobre aquella plataforma, de unos nueve metros de diámetro, descansa un anillo de menhires de cristal similar al anillo de piedras que conformaban el Portal que os trajo hasta este lugar desde Silvanesti, aunque a una escala mucho más pequeña, como si fuera una maqueta de la megalítica estructura que os había transportado hasta aquí. Este cromlech en miniatura no era mucho más alto que cualquiera de vosotros.

En el centro del anillo de piedras había una zona levemente hundida en el suelo, conformando un cuadrado perfecto. Dicho cuadrado estaba parcialmente relleno con cubos de cristal grabados con extrañas inscripciones. Pero había huecos sin rellenar que esperaban ser ocupados por otros pequeños cubos que habían sido desencajados y que estaban desperdigados por ahí, junto con una oxidada balanza de hierro que destacaba fuertemente entre tanto cristal rosado.

—Hay magia muy poderosa en este lugar —intervino entonces el seguidor de Solinari, señalando al cuadrado hueco—. No cabe duda de que este es el mecanismo de control que activa el Portal y que, incompleto como está, únicamente permite a los viajeros el camino en un sentido: desde Silvanesti hasta aquí. Debemos hallar el modo de recomponerlo para poder regresar a casa. ¿Pero cómo? ¿Y para qué está aquí esta vieja báscula maltratada por el tiempo? Os aseguro que no tiene nada de sobrenatural.

Lithiniel no entendía nada de aquel extraño enigma, caminó por la zona en actitud pensativa a la vez que evaluaba con la vista todos los cubos, por lo que únicamente acertó a decir al grupo:

-No tengo ni idea de como empezar, quizás lo mejor sea pesar todos los cubos y anotar el peso en relación a cada runa, quizás sea tan sencillo como ordenarlos de mayor a menor según el peso... -concluyó aunque ni ella misma pensase ni por un ápice que fuese a ser tan fácil, aunque obviamente algo de información conseguirían.

—Esa me parece una idea juiciosa —convino el seguidor de Solinari con la propuesta de Lithiniel—. Si tratásemos de colocarlas al azar, no creo que acertásemos jamás la posición correcta. Hay cerca de veintiún billones de combinaciones diferentes posibles.

Así pues, con infinita paciencia, comenzasteis a colocar en la balanza un cubo tras otro (incluidos los que ya estaban colocados en el gran cuadrado) y confirmasteis que la druida estaba en lo cierto; cada cubo tenía un peso diferente. Y no solo eso, los dos más livianos pesaban exactamente lo mismo que el tercero. El tercero junto con el primero pesaban lo mismo que el cuarto. El cuarto con el primero pesaban lo mismo que el quinto y así sucesivamente hasta que el decimiquinto más el primero pesaban lo mismo que el más pesado de todos ellos.

Siguiendo el consejo de la druida los distribuisteis en el cuadrado colocando los cuatro más pesados en orden decreciente en la primera fila, los cuatro siguientes en la segunda, los siguiente en la tercera y los cuatro más ligeros en la cuarta fila. Tal vez aquello hubiese activado el Portal, pero no obtuvisteis ninguna evidencia de ningún tipo de que así fuera. Tendríais que volver por donde habíais venido para comprobarlo o seguir intentándolo.

El monje se concentró.

- Creo que hay que hacer un equilibrio de pesos, si os fijais, uno más otro dan como resultado otro cubo. Quizás formando un equilibrio logremos conseguirlo.

Zeveruth dedujo que había que colocar los pesos de forma que las filas y las columnas sumasen lo mismo, haciendo por tanto un equilibrio de pesos.

Así mismo, averiguó que los pesos ya colocados no estaban ahí al azar, por lo que le daba una pequeña pista de como iban a tener que ir repartidas las runas, a las cuales les dio un valor numérico. Pero algo se le escapaba, y viendo que Lithiniel estaba igualmente concentrada, le transmitió sus dudas.

- No logro averiguar qué número deben sumar las filas y las columnas, aunque sé que debe ser el mismo.

Y en ese momento, Lithiniel arrugó la frente, y después de un rato murmurando, concluyó:

"Tiene que ser 34, es el número que deben sumar tanto filas como columnas"

Y procedió a indicar los números que así la formaban, tras lo cual, Zeveruth procedió a ordenarlos de acuerdo al criterio usado, dando lugar a...

—¡Geometría arcana! Eso que dices tiene mucho sentido —comentó Kenthalas, mostrando genuina admiración por la ocurrencia del monje de Matheri—. Desde luego, esa sería una forma ingeniosa de activar el Portal en los tiempos de los Altos Ogros.

Ayudado por sus compañeros, Zeverúth dispuso los cubos de tal modo que filas y columnas sumaran todas ellas 34 veces el peso del cubo más ligero, al igual que lo hacían los cuatro cubos colocados en el centro. Sin embargo, las diagonales estaban desequilibradas y ninguno de los compañeros reparó en ello hasta que ya fue demasiado tarde.

El cromlech de cuarzo rosa comenzó a brillar con lucia propia pero la luz pronto comenzó a dar paso a parpadeos inestables. El negro cielo se tiñó de relámpagos que acuchillaban la oscuridad con sus blancas dagas zigzagueantes y un terrible maremoto sacudió los cimientos de Tirintaal, despertando a Gwyn de su plácido sueño a tiempo de descubrir que el piso en el que se encontraba estaba comenzando a inundarse rápidamente.

A través de la cúpula de la torre de control, los cuatro compañeros pudieron ver cómo los rayos se descargaban contra el megalítico de entrada, como atraídos por él, alimentando su magia de un modo muy poco tranquilizador.

—Parece que algo ha salido mal y que, aunque activo, el Portal se está cargando de forma inestable —conjeturó el seguidor de Solinari visiblemente preocupado—. Temo que si no nos damos prisa en llegar hasta él y regresar a Silvanesti, estallará y nos quedaremos aquí atrapados eternamente. O peor aún, seremos testigos del hundimiento de Tirintaal y desapareceremos para siempre bajo las aguas junto con todo lo demás. ¡Deprisa, tenemos que salir de aquí y llegar hasta la entrada!

Sin embargo, los temblores del suelo hacían que aquello fuera más fácil de decir que de hacer.

La druida se permitió esbozar una sonrisa al ver que por fin el portal se activaba y podrían salir de allí, pero tras la exclamación del mago su semblante cambió por completo a su seriedad habitual, y sin perder ni un instante dijo:

-¡No hay tiempo que perder bajemos ya! ¡intentemos bajar todos y si no se activa volvemos a repetir el método de subida! -dijo apremiando a los demás esperando que aunque la plataforma bajara más deprisa de lo habitual no les obligara a demorarse demasiado.

Tenían que correr a marchas forzadas si querían tener una oportunidad...

El monje no dijo ni una palabra, agarró el brazo de Ashe y montándose de nuevo en la plataforma, después de comprobar que estaban todos, ordenó con el báculo bajar de nuevo.

Aquello era, por fin, la señal inequívoca de que se iban de allí. ¿Qué haría en cuanto volviese a casa? Pensamientos alegres llenaron su mente, hasta que una maldita imagen se cruzó nublándolo todo.

El maldito Gwyndaewar...

¿Dónde estaba el elfo? Saqueándolo todo mientras aquel mundo se destruía en pocos minutos, eso seguro. ¿Debían ir a por él? ¿Llamarlo a gritos serviría para calmar su conciencia? Todo iba demasiado rápido, y él solo quería llegar a casa. Cuando estuviese abajo, ya pensaría algo.

Un temblor sacudió la superficie en la que Gwyn descansaba, al principio siguió durmiendo, había quedado agotado de transportar las miles de monedas y se resistía a abrir los ojos. Tras otra sacudida tuvo que aceptar que su sueño había llegado a su fin. Todo parecía suceder demasiado rápido como para entender lo que ocurría, había cosas caídas a su alrededor y el agua empezaba a subir. Se refregó el rostro con las manos para tratar de despabilarse, y en ese breve tiempo el agua llegó a sus pies.

Consciente de que su vida corría peligro, fue por sus pertenencias. Ajustó bien su mochila, y con el agua hasta los tobillos comenzó a correr. Otra vez su cuerpo soportaba una carga, aunque ahora el agua lo motivaba enormemente a acelerar su paso. Esquivaba las cosas que seguían cayéndose, y por lo bajo maldecía. - Yo no he hecho nada, porqué se la agarran conmigo -

Mientras el suelo tiembla y el mobiliario se desmorona a vuestro alrededor, emprendéis una veloz huida hacia el exterior de la torre en la que os encontráis.

Los cuatro os subís apresuradamente a la plataforma con la esperanza de que los elementales hagan su trabajo siguiendo las indicaciones que Zeverúth realiza con el cetro de platino. Así sucede, aunque vuestro peso es demasiado para los trabajadores del elevador y os precipitáis hacia el suelo a toda velocidad.

El monje salta contra las paredes del pozo justo antes de que la plataforma se estrelle, mitigando así el impacto de su caída. El resto, cargados en exceso como estáis, caéis al suelo convertidos en un revoltijo de brazos y piernas; contusionados pero afortunadamente sin nada roto.

Vuestra condición física es deplorable tras las desventuras sufridas últimamente pero os las ingeniáis para salir de allí a toda prisa y cruzar el puente sin mirar atrás. Llegáis hasta la pequeña torre del nexo pero los temblores se han propagado hasta aquí, de modo que subís las escaleras a la carrera lo mejor que podéis, cruzáis el siguiente puente y regresáis a la torre de entrada.

Allí debería estar esperándoos Gwyn pero no es así. A vuestro alrededor los temblores arrecian, el suelo se estremece y las paredes se agrietan. Toda la fortaleza de Tirintaal parece a punto de venirse abajo.

Mientras el suelo tiembla y el mobiliario se desmorona a tu alrededor, emprendes una veloz huida hacia el exterior de la torre en la que te encuentras. El agua te llega ya a los tobillos pero entra a raudales a través de las grietas que se están formando en las paredes.

Subes apresuradamente las escaleras que llevan hasta la sala del altar. Hasta aquí todavía no ha llegado el agua todavía, pero todo tiembla enérgicamente y los bustos se han caído de sus pedestales, haciéndose añicos contra el suelo.

El miedo te da fuerzas y trepas a toda velocidad por la soga que te lleva hasta el trono de Oglugo y desde allí cruzas la torre de extremo a extremo hasta llegar al puente que conecta el lugar en el que te encuentras con la torre de entrada.

La pasarela no parece muy segura, pero es el único camino. ¿Dónde están tus compañeros? ¿Son ellos los responsables de todo esto? A tu alrededor los temblores arrecian, el suelo se estremece y las paredes se agrietan. Toda la fortaleza de Tirintaal parece a punto de venirse abajo.

Había dejado atrás el agua, a fuerza de usar sus piernas para correr y sus brazos para trepar, pero la sensación de estar a salvo no aparecía. Había visto como las gruesas paredes de cristal de aquella enorme fortaleza se resquebrajaban, y estar en el piso superior hacía que la sacudida se sintiese aún más que en la base de la torre. Gwyn no entendía absolutamente nada de lo que ocurría, por momentos pensaba que se trataba de una pesadilla y despertaría pronto, pero no se atrevía a correr el riesgo de que no fuese así, y pese al desconcierto se mantenía alerta. Al menos no he sido yo el causante.

Quedarse allí no tenía sentido, pero tampoco lo tenía avanzar, la duda se mezclaba con el miedo y juntas lo paralizaban. La torre del nigromante no tenía nada más para él, el cuerpo de su difunta novia ya no estaba allí y lo que menos quería era recordar cómo la habían matado sus propios compañeros. Tal vez por eso tampoco tenía intenciones de ir en su ayuda, con un poco de suerte aquél guardián de cristal les habría dado una buena paliza aleccionadora. En el centro estaba el espectro, que seguramente se habría despertado con todo el estruendo, y si bien en la base estaba la entrada, hasta dónde él sabía el portal estaba cerrado y no podía salirse de Tirintaal. Aún así, quedarse allí era una peor opción, esa torre no iba a durar mucho en pie y si se demoraba, puede que el puente se quebrase antes de que pudiese salir. - No he dejado nada atrás - se dijo a modo de arenga para juntar valor y encaminarse hacia el puente. 

Aquello parecía ir de mal en peor, si algo podía salir mal, no hay duda de que saldría mal, en medio de aquel derrumbe de proporciones monumentales, el maldito Gwyndaear no estaba donde debía estar... Aquello era más de lo que los nervios de la druida podía soportar, no obstante sólo pudo desear poder gritarle una vez más lo insensato que es, pero parece ser que ya es demasiado tarde para ello, o no... "¡Eso es! -exclamó la druida mentalmente- aún puedo gritarle tengo ese maldito anillo" decía para sí para luego decirle a los demás:

-¡Sigamos corriendo no hay tiempo que perder! ¡Yo le mandaré un mensaje a Gwyn a través del anillo! con un poco de suerte lo llevará encima y lo podrá recibir -aclaró esperando que eso ayudase a que el grupo no se detuviera, pues ella misma no pensaba hacerlo.

Acto seguido colocándose el anillo le dijo al rechoncho kirath:

-¡Maldito seas una y mil veces Gwyndaear! ¡¿Dónde demonios estás?! ¡El portal se va a cerrar y esto se está derrumbando por todos lados! ¡como no te des prisa en llegar al portal morirás aquí! -exclamó esperando que esa última frase fuese suficiente como para que el explorador pusiera pies en polvorosa donde fuera que estuviera.

Concentrado como estaba en tratar de no morir a cada paso que daba, no supo de dónde venía esa voz femenina. Reconoció sin embargo la fuente inconfundible del mensaje, la única que podía gritarle así en toda esa fortaleza. Dónde está? No la había visto en el camino que había recorrido ni estaba a la vista delante, al parecer Lithiniel tenía ganas de jugar a las escondidas. Se detuvo un instante tratando de hacer equilibrio, rodeado como estaba de cristales y de agua. 

- Me has maldecido tantas veces en tu vida y en tu muerte, que me terminará saliendo un salpullido - gritó, a ver si la escurridiza druida lo escuchaba. Dio un pequeño salto para no caerse - Eres muy amable al avisar que se derrumba todo, no se que haría sin ti - su voz apenas se alzaba sobre el estruendo del cristal al rajarse. - Si intentas irte sin mi enviaré el espectro a buscarte!- la amenazó, mientras aceleraba su paso como podía.

El monje ignoraba los gritos de la druida, y los que parecían salir de su mano, solo tenía un propósito en mente: salir de allí. Todos estaban heridos, y era prácticamente imposible que aguantasen un impacto más. Aquello se había convertido en una carrera contrarreloj, una lucha a vida o muerte por la supervivencia, pero estaban en las peores condiciones para afrontarla. 

Miró a sus compañeros, corriendo a duras penas para alcanzar el portal sin que se les derrumbase encima toda la fortaleza de cristal pulido encima. La prueba para activar el portal había resultado fallida, pero no del todo, había una posibilidad. 

- ¡Vamos... vamos! - intentaba alentar a los demás a correr más - ¡pronto estaremos en casa... por fin! - las lágrimas casi acudían a sus ojos de pensarlo. 

Sin pensarlo demasiado, agarró la mano de Ashe para ayudar a la exploradora a correr más. Un pequeño gesto que en esos momentos no tenía ningún significado, y del que ni siquiera el propio monje reparó. Un impulso fruto del miedo a morir, y de las ganas irrefrenables de vivir...

Corréis, tropezáis y volvéis a levantaros para seguir corriendo. El suelo de cristal se resquebraja a vuestro alrededor y el puente que Gwyn recorre a toda velocidad se va desmoronando tras él.

Como si respondiera a las amenazas del regordete kirath, el espectro se materializa ante el cuarteto tan pronto como estos llegan hasta el gran salón de la torre de entrada. Gwyn, jadeante y con calambres en las piernas, puede verlo aparecer desde la barandilla.

—¡¿Qué habéis hecho, insensatos?! —atruena la voz del fantasmagórico ser. Creéis percibir una nota de miedo entremezclada con la cólera.

Zeverúth es rápido, pero sus compañeros no lo son tanto. Ashe hace lo que puede por mantenerle el ritmo con escaso éxito, mientras que Kento y Lithiniel van detrás a varios metros de distancia.

—¡Bajad la vista y no os paréis! —os indica Kenthalas, deteniéndose para lanzar uno de sus últimos sortilegios—. ¡Seguid corriendo, la salida está ya muy cerca!

Una lluvia de polvo dorado cae desde el techo conjurada por el seguidor de Solinari. No sabéis si eso dificultará la persecución del espectro pero la esperanza es cuanto tenéis. Tal vez si alguno se sacrifica, el resto consigáis escapar, o tal vez es ya demasiado tarde para todos vosotros.

Aquello se volvía cada vez más imposible, por fin podrían salir de aquel infierno, pero ahora que tenían su objetivo tan cerca aquel maldito espectro, convocado seguramente por el inútil de Gwyndaear (que al parecer había podido apañárselas para buscar la salida también), estaba a punto de darles caza...

A la druida ya no le quedaba ningún as bajo la manga, había agotado toda su magia por culpa de la inconsciente semihumana que se había negado a darles una jornada más de descanso con la que podrían haber solventado sin problemas todos los encuentros que habían tenido empezando por el guardián de cristal y terminando por aquella endiablada carrera que los conduciría a la tumba... Sí, sin lugar a dudas la culpable de todo aquello era Ashe, demasiado obsesionada con las reglas kirath como para tener un poco de sentido común.

Así pues, exprimiendo su mente al máximo mientras intentaba huir del mortal espectro, Lithiniel le dice a su compañero mago, el único en el que podía confiar:

-¡Kento! ¡invoca a Pyresanth! ¡el puede entretener al espectro y darnos una oportunidad! -exclamaba esperando que su amigo reaccionara antes de que fuera demasiado tarde...

Los segundos pasaban a una velocidad vertiginosa, y las dudas surgían a cada paso que daban. Para colmo de males, el espectro hizo su aparición rugiendo con voz atronadora, lo que hizo que Zeveruth apretase aún más el paso. La idea de que no podrían llegar resonaba con fuerza, pero la voz de la druida dio una gran idea... 

Tal vez así... ¡Vamos Kento!

Cada pisada del rechoncho y cargado elfo parecía quebrar el cristal bajo sus pies, saltando algunas veces y corriendo el resto, evitando las grietas que se formaban en el puente a increíble velocidad. La carrera desesperada de Gwyn por su vida no le daba tiempo al kirtah para contemplar cómo a sus espaldas se desmoronaba toda la estructura. Recién cuando llegó a la la torre detuvo su paso, y desde un pequeño balcón que daba al patio principal, pudo ver a sus compañeros corriendo de igual modo, pero no de las grietas sino del espectro. Así que iban a irse sin mi!, pensó, considerando que era la única explicación posible para que aquél no muerto fuese tras Lithiniel después de lo que habían conversado.

La escena le daba cierta satisfacción, casi disfrutaba ver las piernas de la orgullosa druida y del monje asesino, moviéndose con presura y torpeza para evitar ser alcanzados por un guardián incorpóreo e invencible. Pero no podía arriesgarse a que el espectro fuese tras él, la última vez que se habían visto había querido almorzar al pequeño kirath. Entonces hizo lo que mejor sabía hacer, esconderse. Se agachó en un parpadeo para desaparecer lo antes posible.

Apenas logró ocultarse, se dio un respiro y pensó. No sabía si el espectro lo había visto, probablemente no pues parecía entretenido tras sus compañeros. Sin embargo eso no alcanzaba, la torre temblaba y seguiría el mismo destino que el puente tras él, y por más que bajase corriendo las escaleras, terminaría encontrándose de frente con el espectro. Había escuchado a sus compañeros hablar de traer al elemental de fuego, eso los salvaría a ellos e impediría que el espectro los alcanzase, pero lo dejaba a él del otro lado, a merced del no muerto. La situación era desesperante, y su cabeza iba demasiado lento como para pensar soluciones a un problema imposible de resolver, pero su cuerpo parecía hecho para ocultarse, huir y correr, una secuencia que lo había acompañado por incontables años. Entonces susurró una palabra por primera vez - Ladroshien -

Los movimientos que siguieron fueron guiados por su instinto, no por su razón, y su cuerpo obedecía con soltura y gracia ese mandato. Bajó las escaleras lo más rápido que pudo y corrió por el patio, sabiendo que ya no podía ser visto, pero en lugar de ir tras sus compañeros, fue hasta otro pequeño balcón y saltó hacia el puente.¹

Bajas los escalones a la carrera, creyéndote invisible si lo que Kento te dijo sobre tu ballesta era cierto. Abajo reina el caos: tus compañeros corren y tropiezan, el seguidor de Solinari invoca su magia, Pyresanth se lanza contra el espectro...

No le haces mucho caso a la escena y tratas de llegar hasta el balcón situado en el extremo opuesto de la sala. Resbalas con una capa de polvo dorado que cubre el suelo y a punto estás de llevarte por delante a Ashe, que corre perpendicular a ti sin reparar en tu presencia. Por fortuna, consigues frenarte en el último segundo y evitar una tragedia. Suspiras aliviado pero tienes que reemprender la carrera rápidamente porque ahora es Lithiniel la que casi te arrolla a ti.

Finalmente alcanzas el balcón y eres recibido por el gélido viento que sopla en el oscuro exterior. Una feroz tormenta se ha desatado fuera y los relámpagos se descargan contra el megalítico Portal de entrada, como atraídos por él, alimentando su magia de un modo muy poco tranquilizador. Te quedas mirando un rato, anonadado.

La salida está tan cerca... solo a unos pocos metros. Te encaramas a la barandilla con cuidado de no caer al mar, tienes el puente justo debajo pero un resbalón ahora podría ser fatal. Te lanzas al vacío y... aterrizas sobre la pasarela.

Estás fuera de la torre, aunque el tobillo derecho te duele a causa de la caída. Te agachas para examinarlo. No parece que tengas nada roto, un esguince quizá.

Y entonces Zeverúth tropieza contigo, tirándote de cruces al suelo y cayendo sobre ti.