Partida Rol por web

Al despertar a primera hora de la mañana, sin dar tiempo ni a que la mitad de clientes del lugar pudiera despertar ni bajar a la taberna a desayunar, cogió su mochila de viaje dispuesta a pedir algo pra desayunar y salir disparada con su montura hacia el norte, donde se suponía debía ir, pese a lo insegura que se encontrara al respecto a veces. No sabía si dejar de creer en que tenía una mínima posibilidad para con su objetivo.
Pero mientras tanto, de golpe, se dió cuenta de un detalle importantísimo que debió recordar antes; se adentraba a tierras de las que no tenía ni una mínima idea. Algo sabía, pero sabía que no lo necesario... Y sin un guía, podría irle bastante mal.
Por lo tanto, decidió preguntar al dueño del local si conocía a algún mercader o aventurero de fiar que se dirigiera a donde ella, y que pudiera acompañarla en su viaje a cambio de unas cuantas monedas.

Alegre sintió algo fresco y húmedo que le acariciaba la mejilla y abrió un ojo. La lengua de un caballo negro ruano bajaba y subía por su cara. Apartó la cabezota del animal, de un manotazo y se incorporó en su lecho de paja. Se desperezó y se rascó el cuello, se puso de pie y se sacudió la paja de la ropa. No había pasado una noche tan mala, después de todo. Recogió sus cosas y abrió la puerta del establo. Observó el cielo. Apenas comenzaba a amanecer y, como esperaba, ya había despejado. Ya era hora de regresar al bosque.

Miró hacia la taberna y recordó a la joven de la noche anterior. Pensó en lo que había dicho, acerca de esos hombres que venían a encontrarse con ella. En el establo seguía habiendo la misma cantidad de cabalgaduras que ayer y tampoco había más caballos afuera. Un vistazo al terreno frente a la taberna le bastó para darse cuenta de que ningún grupo de jinetes se había acercado al lugar durante la noche. Le alegró comprobar que no se había equivocado. Aquella mujer era tan mentirosa como todas las demás. Sin embargo, no pudo resistir la tentación de cerciorarse. Se encaminó hacia la taberna, con la intención de preguntarle al posadero si alguien había venido a buscar a la mujer.

El Posadero, que por las ojeras que tenía aquella mañana parecía que no había pegado ojo en toda la noche, te miro un poco avergonzado, tal vez por lo ocurrido la noche anterior. Solo te cobró 3 monedas de plata, por la habitación y la comida. En cuanto a tu pregunta sobre el guia.

- Bueno... esta "Alegre Voki", es un buen guía, o al menos eso dicen... claro que tambien es un poco... especial - Te responde titubeando un poco - Se quedo a dormir en los establos, es posible que aun este allí. En ese momento la puerta de la posada se abre y el posadero te hace una señal hacia él con la mirada.

Era un hombre bajo y delgado. Tanto que uno pensaría que sus ropas de abrigo y su capa constituían la mayor parte del volumen que ocupaba. Sin embargo, la tela tirante, que delineaba los músculos de sus brazos y piernas, dejaba ver a la claras que no se trataba de un hombre débil.

En su desgastado atuendo se observaban innumerables cortes y rajaduras, aquí y allí, debidos al rose constante con la vegetación del bosque.

Unos mechones de grasiento pelo oscuro, asomaban por los bordes de su capucha gris, que ocultaba en sombras un rostro alargado y macilento, curtido por una vida pasada en la intemperie y cubierto de pequeñas cicatrices y arrugas. Una nariz aguileña se asomaba por debajo de unos ojos oscuros y huidizos, que miraban atentamente a un lado y al otro, como tratando de reconocer, constantemente, el sitio en el que se hallaba. Sus labios se curvaban en una mueca torcida, que le confería un rictus permanente, a medio camino entre el enfado y la desconfianza.

Voki tu ves ala impresionante joven de la noche anterior hablando con el posadero, aun desaliñada y con el aspecto de no haberse dado un baño en los últimos días sigue siendo una visión casi celestial.

Tras la señal que le indicaba que aquel era el hombre del que le habían hablado, miró de arriba a abajo al tal Alegre Voki, sin mostrar expresión alguna en su rostro. Definitivamente cumplía al pie de la letra con el esquema del típico hombre desgastado y dejado que ha recorrido lo suficiente el mundo como para poder servirle de guía allá a donde iba.
No sabía si era de fiar, si aquella dura vida que debía haber llevado lo había hecho lo suficientemente inteligente como para ser capaz de engañar y quedarse con una inexperta aventurera como ella, pero tampoco parecía gran cosa y en el peor de los casos sabría plantarle cara. Igualmente, dudaba que hiciera ninguna tontería durante el trayecto teniendo en cuenta la generosa recompensa que pensaba ofrecerle si hacía bien su trabajo. Suspiró. Cuanto antes partieran mejor, y no sabía cuales eran los objetivos de aquel hombre para con el lugar.
Seguramente no había nada mejor a lo que optar...
Se acercó a él tras agradecerle la información al posadero con una educada y amable media sonrisa.
-Perdone... Voki, ¿verdad?- empezó diciendo, tendiéndole la mano con tal de que se la estrechara a modo de saludo y yendo al grano automáticamente-. Me gustaría saber si se dirige hacia el norte o tiene algún destino fijado, si no le molesta.

Cuando vio que la mujer todavía estaba allí y totalmente sola, Alegre esbozó una leve sonrisa. Sabía que mentía. Era todo lo que necesitaba saber. Sus instintos no le habían fallado. Estaba a punto de darse la vuelta, cuando la mujer se le acercó.

—Perdone... Voki, ¿verdad? —dijo, tendiéndole la mano—. Me gustaría saber si se dirige hacia el norte o tiene algún destino fijado, si no le molesta.

Alegre se puso tenso. Miró aquella mano blanca, delicada y sin mácula y luego paseó sus ojos con gesto desconfiado por todo la esbelta humanidad de la jovencita.

—Mi destino es cosa mía —espetó con brusquedad, mientras echaba una mirada de disgusto al posadero boquiflojo. Era evidente que era él quien le había dado su nombre a la muchacha—. ¿Quién quiere saberlo y por qué?

Arqueó una ceja al ver que no iba a resultar tan fácil como en un primer momento pensó.
¿Cómo no se encontraba babeando a sus pies respondiendo dócilmente a sus educadas palabras? Medio sonrió.
-Puedes llamarme Aeryn, encantada- retirando ya la mano, en vistas de que aquel individuo pasaba de formalidades, y pasando ya a tratarlo en segunda persona...-. Verás, es que ese es mi destino, pero me encuentro algo desorientada... Y necesitaría un guía.
Me han dicho que tú serías ideal para ello, y obviamente serías recompensado...- terminó, pero entonces recordó las intenciones de aquellos tres hombres de la noche anterior y decidió añadir algo más, esbozando una sonrisa divertida- Económicamente.

Alegre volvió a examinar a la chica con aire indeciso. Sabía que no se podía confiar en una mentirosa tan buena, pero su armadura, su espada y sus manos hablaban de alguien qué jamás había tenido que trabajar en su vida. Esa era la clase de cliente que mejor pagaba y los muertos sabían que necesitaba el dinero. Sin embargo, seguía resultándole sospechoso que estuviera sola. Las jovencitas ricas no viajan solas. Señaló con el pulgar por encima del hombro.

—El norte está por ahí. Es fácil de encontrar, no necesitas un guía.

Se inclinó hacia ella y le habló con el tono que se usa para dirigirse a un niño duro de entendederas.

—¿A qué parte del norte vas?

Frunció el ceño. No le gustó aquel último tonito con el cual se le había dirigido. Definitivamente no estaba acostumbrada a recibir aquel tipo de tratos, ni por la gente de placio que con tanto respeto solía tratarla, ni para con desconocidos que solían mostrarse amables y admirados por su belleza natural. Eso cuando no se trataba de hombres lo suficientemente osados o desesperados como para mostrarse lascivos ante su persona.
Y a aquel tal Voki parecía que no se le podía meter en aquel último saco.

Su mirada se volvió más dura.
-A Oesmer, como es obvio. Todo lo lejos que vea conveniente, y punto...- se negó a añadir nada más, sintiéndose ligeramente incomodada. ¿Cómo podía tener la sangre tan fría? Seguro que, de aceptar acompañarla, no tardaría ni dos días en caer a sus pies. O eso prefería pensar...

Como fuera, no es que pudiera darle más información... Se limitba a seguir las indicaciones de su brújula mágica. Más datos que aquellos no le daba.

Por un instante Alegre la miró con extrañeza, cómo tratando de determinar si hablaba en serio. Luego sonrió, mostrando sus dientes amarillentos y miró al posadero.

—¿Has oído? Su majestad quiere ir a Oesmer ¡”Y punto!”

Meneó la cabeza, se rascó el cuello y suspiró.

—Escúchame, muchacha. Sé que el viaje más largo que has hecho en tu vida debe haber sido el trayecto desde tu cama a la letrina, así que seré paciente contigo. Oesmer está a miles de leguas de distancia, atravesando los territorios de tres reinos. Si pensabas viajar allí, sola y con lo que tienes puesto, ya puedes ir volviendo por dónde has venido. Lo que quieres hacer no es un paseo por los jardines de tu castillo, niña. No llegarás ni a la cuarta parte del trayecto.

Respiró hondo. Tenía una mínima idea respecto a todo lo que estaba diciendo, pero ya había llegado lo suficientemente lejos como para haber descartado haría semanas la idea de volver atrás.
Como fuera, aun guardaba esperanzas con que el punto de Oesmer al que apuntaba su brújula no estuviera al final del todo de la península. No tenía por qué; la brújula podría dejar de apuntar al norte en cualquier momento.
Claro que sí. ¡Y podía lograrlo! Con dinero, todo se podía solucionar. Y ella tenía de aquello.
Estaba completamente convencida.

-¡Y por eso te necesito!- le espetó entonces, ignorando las burlas anteriores del desaliñado hombre. Lo de mantener la calma no era lo suyo cuando las cosas empezaban a escapársele de las manos. Al salirle las cosas de forma inesperada-. Se que puedo lograrlo. Tarde el tiempo que tarde, puedo conseguir todo lo que necesite para ello. Y tú eres uno de esos elementos- se quedó durante unos instantes pensativa. No sabía cómo convencer a alguien como él... No estaba segura de poder consegirlo mediante la seducción, e igulmente no era esa su idea para con las prioridades de su futuro guía-. Te aseguro que la recompensa será directamente proporcional a la distancia que vayamos a recorrer y los peligros que esta suponga. Que, según tú, son muchos. ¿No? - y terminó sonriendo forzadamente.

Alegre se pasó una mano por la barbilla, con un gesto de impaciencia.

—No haría ese viaje sólo y menos cargando con una cría. Se necesitan más hombres y mucho equipo.

Inclinó la cabeza a un lado y al otro, examinando a Aeryn con circunspección.

—Por otro lado, no veo donde es que guardas todo ese dinero proporcional.

-¡Pues conseguiría a esos hombres! Lo que haga falta- exclamó entonces. Ya estaba empezando a tirar la toalla. Seguro que no aceptaba... Además no tenía manera de demostrar que poseía el dinero suficiente, aunque no lo llevara encima-. El dinero se encuentra en el lugar del que vengo, aunque no espero que me creas.
Llevo lo justo encima para el viaje, supongo, pero tu recompensa la obtendrías a la vuelta.

¿Y bien?

Alegre volvió a menear la cabeza con incredulidad y sacudió una mano en el aire, como dando por finalizada la conversación.

—Estás loca, mujer. Yo no trabajo con promesas de pago.

Se disponía a darse la vuelta cuando el posadero carraspeó sonoramente. Voki le miró.

—¿Y a ti que te pasa?

—Creo que uno de vosotros está hablando Antiguo y el otro está hablando Osthniant —dijo el hombretón.

Alegre arrugó el entrecejo.

—¿Qué quieres decir?

El posadero señaló a Aeryn.

—Creo que la señorita quiere viajar a la península de Oesmer, al norte. Es un territorio muy grande, pero la frontera no está a más de catorce leguas de aquí.

Alegre dirigió una mirada inquisitiva a la joven.

—¿Quieres ir a la península? ¿No al reino? ¿Qué querría hacer una noble como tú en un sitio como ese? Creí que no sabías la diferencia entre el norte y el noroeste.

Hizo una leve inclinación con la cabeza al posadero a modo de agradecimiento por la oportuna aclaración.

Entonces desvió la mirada hacia el hombre de cabello negro y posó una mano en su cintura, negando con la cabeza a la par.
-Cuando digo norte, es norte- replicó. Se estaba cansando de lo mucho que parecía infravalorarla aquel tal Voki. Podía aceptar que le diera mil vueltas en experiencia, sabiduría, y lo que fuera, pero tampoco era tan tonta-. Así que así es. Ese es mi destino. Aunque no se cuán al norte tendré que dirigirme, como ya he dicho. Quizás es un camino incluso peor...- empezó a divagar sola, en voz alta, entre sus pensamientos, poniéndose a calcular distancias y posibilidades. Sacudió la cabeza. No estaba vendiendo bien la oferta. Rebuscó en una bolsita dentro de su mochila y sacó una moneda de oro, lanzándola al aire para volverla a coger al vuelo-. El dinero no es problema, vayamos lo lejos que vayamos.

Hizo una pausa, y suspiró.
-Mis motivos... Son personales. Sólo estoy buscando a alguien importante para mi.

Alegre observó la brillante moneda de oro que sostenía Aeryn y se relamió los labios, pensativo.

—No creo que tengas noción de lo que pretendes hacer. Esas son las tierras salvajes. Nadie las ha explorado. No hay mapas para guiarse a través de ellas y ni siquiera yo estoy seguro de qué te puedes encontrar ahí. Ya verás de qué te sirve allí tu oro. Te morirás de sed o de hambre.

Se quedó callado un momento, mientras escrutaba a Aeryn.

—No sé a quién buscas, pero si se ha metido en las tierras salvajes ya debe de estar muerto.

Se encogió de hombros.

—Pero vale. Te llevaré hasta la frontera. Luego ya veremos. No prometo nada.

Se acercó a ella y le clavó la mirada.

—Dejemos algo en claro desde ahora: Soy un explorador, no soy tu niñera, ni tu guardaespaldas. Si la cosa se pone peligrosa tendrás que arreglártelas sola. Yo me regreso. ¿He sido claro?