Partida Rol por web

—Eres tan negativo... —criticó Aeryn—. Cuéntame más de esas tierras. Pues pienso que debes estar exagerando; no moriré allí dentro. No debe ser tan terrible, si vamos bien equipados y con un par de hombres experimentados más...

Alegre soltó lo que quiso que fuera una sonora carcajada, pero la falta de costumbre, convirtió en una risilla siniestra, seguida de un gruñido similar al de los cerdos.

—Donde piensas meterte es el pedazo de tierra salvaje más grande del continente. Allí hay más pieles verdes que en cualquier otro lugar y los pieles pálidas no les gustan. Tu par de hombres experimentados van a sumar una muerte lenta y dolorosa a su larga lista de experiencias.

Se detuvo, se dio la vuelta para encarar a la chica y la miró con intensidad.

—Los pieles verdes no son como los salteadores de caminos o los campesinos pobres, hartos de maltrato, con los que suele lidiar tu padre. Te contaría historias sobre ellos, cosas que he visto con mis propios ojos, pero no quiero que el desayuno que has tomado termine en el camino. Sería un desperdicio.

Escupió en el suelo, se dio media vuelta y continuó caminando con su andar patizambo, mirando siempre a un lado y a otro. Deteniéndose de vez en cuando, para escuchar mejor algún ruido sospechoso.

-Desperdicios, desperdicios por todas partes...-moviendo la mano en un gesto de desdén-. Pensando así, seguro que terminas muerto antes que yo- terminó soltando, cada vez más molesta por la simple idea de que aquello pudiera salir mal. Cabía la posibilidad, y eso lo había tenido presente siempre, pero no le entraba en la cabeza que ella no pudiera hacerle frente a todo lo que se le pusiera por delante.
Iba a conseguirlo.
Y como no quería oír más verdades dolorosas como aquellas, calló sin replicar nada más y dedicándose a observar el paisaje, mientras acariciaba a Deah.

Cómo echaba de menos palacio, a su padre... e incluso a sus insoportables hermanas y madre.
También evitaba pensar en qué le dirían estas al volver. Seguro que no le volverían a dirigir la palabra en su vida... Y por eso tenía que volver con buenas noticias.
Debía conseguirlo, con o sin ayuda del pesimista de su acompañante.

Con la vista fija en el camino, Voki se encogió de hombros.

—Es muy probable. Pero yo soy un pobre ignorante al que una vida dura le ha obligado a dedicarse a un oficio peligroso. Si fuera un ricachón privilegiado, de los que no tienen que mover un dedo para tener todo lo que quieren, jamás sería tan idiota de arriesgar el pellejo en empresas sin sentido.

Le echó una miradilla de reojo a la chica, que ya parecía enfurruñada.

—Si llegan a matarme, estando aquí contigo, mejor echa a correr a tu castillo, tan rápido como puedas, porque tú serás la siguiente.

Negó con la cabeza, resoplando.

-Nadie matará a nadie, estoy segura- soltó, sin más, desviando la mirada incomodada por, de nuevo, el simple imaginárselo. Ni siquiera quería pensar que su acompañante pudiera meterse en problemas graves por su culpa. E intentaría ocuparse de que no le pasara nada durante el trayecto. Seguía sin creer que hubieran tantas posibilidades de encontrarse con atacantes una vez pasada la frontera.
Igualmente, con lo orgullosa que era, estaba segura de que si les atacaban ella plantaría cara, o resolvería el problema de cualquier otro modo, pero no le dejaría atrás. Ella era intocable, todo le salía bien siempre, y no cabía en su cabeza que fueran a pasarle cosas malas- eso pensaba. Y no había más.

Encuanto a las otras palabras del hombre, decidió ignorarlas. No entraba en sus planes explicarle lo que pensaba hacer, ni por qué, ni cómo.
Aunque ni ella tenía claro aquella última cuestión, pero al menos tenía algo a lo que aferrarse.

-Así que dejemos de lado tu enorme negatividad- terminó diciendo, dedicándole una media sonrisa pese a lo agobiada que se encontraba tras haberle hecho pensar de repente en todos los peligros que le quedaban por superar antes de llegar a su destino. Estuviera donde estuviera.

Alegre respondió a Aeryn torciendo la boca en una mueca desdeñosa. Concluyó que sería mejor darle la razón, a ver si así cerraba la boca.

—Lo que tú digas, jefa.—escupió, con un tono que indicaba que no valoraba demasiado la opinión de su empleadora.

Sacudió la cabeza y suspiró con aire cansado.

—Estamos muertos —murmuró por lo bajo y continuó mascullando quejas casi inaudibles, mientras escudriñaba el camino con gesto aprensivo.

Ves a Aeryn montando en una esplendida yegua blanca, por su tamaño, bastante mas grande que un caballo normal y su aspecto no dudas que aquella montura vale mas que una decena de los caballos que están atados por todas partes en torno a la Posada.

Aunque comienza a salir el sol, y parece bastante claro que no llovera, el camino sigue muy mojado. Pronto tienes que detener tu marcha, pues el trote de Deah, pues tu guía, a pie no puede seguir el ritmo ni mucho menos de tu montura.

Continuó sin decir palabra hasta que se dio cuenta de que Voki empezaba a sentirse más cansado de lo que convenía, maldiciendo por lo bajo el no haberse dado cuenta de algo tan obvio como que iba a terminar sucediendo.
Le hizo un gesto para indicarle que subiera con ella a Deah, tendiéndole una mano para ayudarle.
-Siento no habértelo ofrecido antes- dijo en un tono de voz neutral, pero sincera.
Si decidía aceptarlo, cosa que daba por supuesta, aprovecharía para aligerar el paso considerablemente.

Voki miró a Aeryn con una ceja levantada, en gesto de extrañeza, como si ésta se hubiese vuelto loca y meneó la cabeza con cara de incredulidad.

—Dime, jefa: ¿Para qué piensas que va a servirte un explorador pegado a tu espalda? Los exploradores van delante… ya sabes… explorando.

Acto seguido, volvió a ponerse en marcha, sin esperar respuesta.

—Deja de poner esa yegua al trote. Tenemos un largo camino por delante y sólo conseguirás cansar al animal y que te duela el culo.

Resopló, abriendo mucho los ojos a causa de la sorpresa. Y es que no se había esperado en ningún momento que fuera a rechazar su propuesta, por nada del mundo. ¡Le habían dicho que no, a ella!

-Venga, ¿y no puedes hacerlo igual aquí detrás? ¿Dónde está la diferencia?- en un tono de voz bastante duro y seco, desviando la mirada en un gesto de incomodidad-. Deah está acostumbrada a ir a este paso, y por mi culo no temas, que está entrenado para aguantar esto.

Alegre se detuvo de golpe y se dio la vuelta, para encarar a la muchacha que estaba al borde de hacerle perder su, ya de por sí, escasa paciencia. Habrase visto a esta niñata, tratando de enseñarle su trabajo.

—No pienso perder de vista el camino —le dijo haciendo un esfuerzo por no levantar la voz—. Así que, si quieres que vaya en la yegua, yo llevaré las riendas y tú iras detrás. O yo llevaré al caballo de la brida, pero el explorador va por delante. ¿Has entendido? Así es como trabajo. Si no te gusta, pues te devuelvo tu oro y cada uno por su lado.

Desvió la mirada, molesta y sin saber cómo replicar.
Empezó a notar que Voki no soportaría más caprichos ni tonterías de las suyas, así que no le quedó otro remedio que adivinar que quizás debería poner un poco de su parte si quería que aquello funcionara sin que ninguno terminara estirando de los pelos al otro.

Suspiró y bajó de Deah. No pensaba discutir nada más.

-Entendido, como sea, no quiero ir a un paso tan lento- empezó diciendo, haciéndole un gesto para que subiera a la yegua. Entonces, ella iría detrás.

No sabía si a la yegua le haría mucha gracia aquello, puesto que quizás haría demasiado tiempo que no era montada por nadie más que ella y podría mostrarse desconfiada o desorientada, pero rogaba para que estuviera lo suficientemente entrenada como para no dar problemas al respecto.

Alegre resopló con aire indignado y se montó a la yegua de un salto. No le gustaba andar a caballo. Prefería tener sus propios pies sobre la tierra y no estar encima de una animal que podía echarlo al suelo si se encabritaba. De hecho, ¿por qué lo estaba haciendo? De pronto se dio cuenta de que había accedido con demasiada facilidad a la demanda de Aeryn. ¿Pudiera ser que su contacto ya le estuviese ablandado? De inmediato descartó su inquietud. Ella era la que pagaba, eso era todo. Antes había perdido clientes por empecinarse en hacer las cosas a su manera y había aprendido la lección. No se podía ser tan inflexible con alguien que te estaba dando su dinero.

Entonces sintió el contacto del cuerpo de Aeryn sobre su espalda y se puso rígido. La boca se le resecó y sintió que su corazón aceleraba sus latidos. ¡Por los muertos! ¿Qué diablos le estaba pasando? Una idea, mucho más preocupante que la anterior, le asaltó de pronto: ¿Había accedido a subirse al caballo para que ella le tocara? Sacudió la cabeza furioso y se maldijo. Debía dejarse ya de tonterías y concentrarse en el camino. Enfocarse en el trabajo y dejar de pensar. Sí eso debía hacer. Trató de pensar que lo único que sentía en la espalda era una fría armadura de metal, detrás de la tela de su propia capa. No estaba en contacto con la chica, de ninguna manera. Sin embargo, le costaba concentrarse en lo que tenía adelante. No era sólo el tacto, sino su olor. ¿Cómo hacía para oler tan bien la maldita? Era embriagador. Le recordaba las veces en que había tenido que atravesar algún cultivo de flores.

Se pasó una mano por el rostro, como quién intenta despertarse y espoleó a la yegua, haciéndola andar a trote corto.

—El camino, el camino —murmuró quedamente, para sí mismo—. Todo lo que existe es el camino.

Suspiró y dio gracias a los dioses por no haberse entretenido más con todo aquello y poder así avanzar al fin. Incluso había llegado a dudar que su compañero accediera a montarse a Deah, ni delante, por ese orgullo tan simplón  y a la vez incomprensible que muchos hombres, por no decir la mayoría, mostraban tantas veces.
Aunque debía admitir que ella tampoco iba corta de eso.
Se subió entonces tras él, posando las manos en su cintura con tan de asegurarse de que no perdería el equilibrio ni caería de la yegua.

Encuanto a esta última, había notado que no le había caído especialmente bien el humano, pero mientras no hiciera ninguna tontería- cosa que dudaba por el simple hecho de que ella también estaba encima- estaría bien y debería aguantarse. Tampoco le preocupaba que fuera a cansarse más rápido a causa de llevar más carga encima; entonces simplemente se tomarían un descanso.

Escuchó entonces unas palabras incomprensibles por lo bajo que parecían provenir de Voki.

-¿Has dicho algo?- preguntó, para asegurarse de que todo iba bien.

Alegre sintió que las delicadas manos de Ayren rosaban sus caderas y dio un respingo. Sin quererlo, sus talones golpearon los costados de la yegua, que estuvo a punto de lanzarse al galope. Alegre soltó un juramento y tiró de las riendas para hacerle volver al trote corto. Se envaró ligeramente sobre la montura, para evitar lo más posible el contacto de su espalda con el cuerpo Ayren. Respiró profundamente y se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano.

—No, nada —respondió atropelladamente y su tono de voz fue más agresivo de lo que pretendía—. No he dicho nada.

Permaneció en silencio durante un buen rato. El único sonido perceptible era el golpeteo de los cascos de la yegua sobre el camino de tierra. Luego echó una breve mirada a Ayren, por encima del hombro.

—Hueles demasiado bien —sentenció en un tono cortante, que no parecía condecirse con sus palabras.