Partida Rol por web

Al aproximarse a la puerta del fondo, la que tenía el mismo aspecto que la de entrada, escuchó una voz familiar al otro lado. Era Gustavo hablando, probablemente, con el dependiente. Aquella puerta conectaba la casa con la tienda.

Guillermo asintió con la cabeza y se acercó despacio a la escalera. Puso la oreja y echó un vistazo vigilando mientras recibía la confirmación de Gutiérrez para acompañarle por la puerta que había escogido. no le parecía que tuviese suficientes indicios como para sacar el arma, pero echo mano de su chaqueta y sacó su cartera, la abrió entre sus dedos para tenerla lista por si tenía que revelar su identidad.

Asintió a Montalbano al ver que éste echaba un vistazo rápido a la escalera y, sacando su revolver sin molestarse en sacar la placa, abrió la puerta...

La primera estancia reveló un cuarto de baño. Montalbano estaba un poco más adelante revisando las escaleras. Eran estrechas y claustrofóbicas. Las paredes paneladas en madera oscura acentuaban esa sensación. No parecía llegar ningún ruido de la planta superior.

Angel se adelantó hasta la segunda puerta y al abrirla se encontró una cocina pequeña, decorada en lacado blanco. Empezaba a ponerle nervioso tanta pulcritud. No vio nada que le llamase especialmente la atención. Ambas habitaciones tenían las contras, que darían al callejón, cerradas.

Al otro lado de la puerta de la tienda la conversación parecía estar finalizando.

- Otra puta casa de catalogo. - le dijo a Montalbano en un susurro, sabedor que no necesitaba decirle nada para que ambos llegaran a la misma conclusión tras lo que habían pasado y averiguado los últimos días.

Le hizo un gesto hacia la tienda, para que tuviera cuidado ahora que no escuchaban voces de ese lado, y le hizo un gesto con la cabeza hacia arriba, deseoso como estaba de no irse de allí hasta que no hubieran registrado todo.

Gustavo volvió a sonreir con una mueca ensayada. Se le acababan los argumentos y no tenía noticias de sus compañeros. Aquel tipo era realmente hermético sin embargo, no parecía ocultar nada. La paranoia se estaba apoderando del investigador que veía agotarse sus cartuchos y todo le decía que en cuanto saliese de aquella tienda el chaval que estaba al otro lado del mostrador correría a avisar al viejo Durás de que la policía le estaba buscando. Justo lo que Cortés quería evitar a toda costa.

Necesitaba ganar tiempo. Todo apuntaba a que el tipo tardaría en llegar pero al menos si conseguía arañar unos minutos para sus compañeros la visita habría merecido la pena.

- De acuerdo... - sentenció. - Si es tan amable de prestarme un bolígrafo y un papel le anotaré el recado y mi número de teléfono para que el señor Durás me llame lo antes posible.

Había que jugársela a todo o nada.

- Mi nombre es Gustavo Cortés... del Departamento de Homicidios de la Policía Nacional. Dígale cuando le vea... esta noche ya, supongo... que poseo una copia del Códice de la Orden de Babel... se lo anoto aquí, junto a mi teléfono... Y que necesito a un experto en este asunto para verificar su autenticidad. Está relacionado con un caso... permítame que no entre en detalles.

Ahora, por lo menos, si el tipo era advertido de que la Policía iba detrás de él este se pensaría si desaparecer o si presentarse en comisaría para intentar conseguir el documento. El anzuelo estaba echado y, aunque el cebo era realmente caro, probablemente sirviera para coger a un pez gordo.

Guillermo asintió a su vez con la cabeza. Tenían que moverse con prisa si querían sacar algo en claro de aquél lugar. Subió por las escaleras con decisión. Sus manos estaban preparadas, una sostenía la cartera con su identificación y la otra reposaba en su cintura dispuesta a extraer el revolver si fuera necesario.

Mientras en la tienda Gustavo garabateaba en la tarjeta sus datos vio que el chico se sorprendía:

—¿Homicidios? ¡Oh! Que emocionante. ¿Un códice antiguo? Ojalá yo supiera tanto de antigüedades como el señor Durás. ¡Me encantaría colaborar en un caso real! ¡Como en el Código Davinci!¹

El chaval parecía genuínamente interesado en el tema. Y sincero. Quizás Gustavo estaba un poco paranoico de más pero no podía evitarlo. En aquel caso todo parecía tan irreal que daba miedo.

Guillermo y Angel habían subido, mientras tanto, a la planta superior. Estaba claro que si había un sótano se accedería al mismo desde la tienda, porque allí no encontraron ninguna trampilla ni escalera que descendiese.

En la segunda planta se encontraron con tres habitaciones que tenían sus puertas abiertas a ambos lados del pasillo. La primera parecía una especie de estudio lleno de libros, documentos y papeles. Era la primera estancia que encontraban revuelta en aquella casa. Parecía como si se estuviese llevando a cabo una investigación o estudio, ya que la amplia mesa de madera que presidía el centro estaba repleta de documentos. La segunda era un dormitorio en el que destacaba una cama pulcramente hecha y un armario de pared. Por último había una especie de salita de lectura con una mecedora y una mesa camilla sobre la que descansaban varios libros¹.

Guillermo hizo una señal rápida a Gutierrez en dirección a los libros de la sala de lectura y se introdujo en el estudio. Introdujo su mano en la chaqueta y extrajo un pañuelo que utilizó para navegar rápidamente por los documentos mas visibles. Suponía que no tenían mucho tiempo, así que tampoco intentó un escrutinio muy dedicado, en realidad se encomendó a su olfato y a su suerte mas que a su habilidad.

Gutierrez asintió ante las indicaciones de Montalbano pese a que su instinto le llamaba a revisar el dormitorio, donde podrían encontrar algo más personal.

No obstante, sabedor que tenían el tiempo contado y que no deberían estar allí, se dirigió hacia la salita de lectura para revisar primero la mesa camilla y posteriormente los libros sobre ella.

Solo se distrajo de su propósito para echar un vistazo a las ventanas, ya que se sabía en una ratonera, lo cual le hizo fijarse en el techo a su vez. Si buscaban un sótano, ¿por qué no debería haber un ático?

Montalbano revisó la documentación. Iban contrarreloj y en cualquier momento podían verse en un aprieto si el dueño de la casa volvía. Revisó los documentos y sintió un vuelco al ver algunas obras de estudios sobre brujería sobre el que destacaban dos ejemplares que Montalbano ya conocía: 'España Hereje' y 'Las Puertas'. Las dos obras que Ablaneda había escrito antes de enloquecer. Los demás títulos no le sonaban pero alguno de aquellos libros era muy antiguo.

Las notas estaban escritas con una grafía extraña que le recordaba al hebreo. Pero en medio de aquello había algunos esquemas y uno de ellos era una estrella de cinco puntas. No era algo determinante: la cábala y las estrellas de cinco puntas se relacionaban directamente con la brujería pero ¿hasta qué punto podían considerar una casualidad todo aquello?¹

Mientras tanto Gutierrez buscaba algún posible acceso a un desván pero dicha búsqueda era en vano. Parecía que no había ninguna planta adicional en aquel lugar. Echó un vistazo al callejón pero no vio que llegase nadie, así que se dirigió a la mesa camilla. Entonces vio allí algo que le llamó la atención: un paquete de papel verjurado. No era algo determinante pero era la misma marca, Galgo, que se había usado para la nota que dejaron en el asesinato de Robledo. ¿Cuánta gente podía usar actualmente este tipo de papel y buscar a la vez datos sobre rituales de brujería?

Guillermo se mordió el labio y se apresuró a salir al descansillo. Hablando en voz baja comentó a Gutierrez su descubrimiento.

—Este tipo tiene aquí abiertos los libros que os comenté. Parece que está obsesionado con ello, puede que tengamos a nuestro hombre. 

Entonces se le iluminó la cocorota y volvió sobre sus pasos metiendo su mano en la cazadora sacó el móvil mientras guardaba la cartera. Hecho alguna foto a las notas y a los libros en las páginas que estaban abiertas. Alguna foto más del conjunto y de la habitación, por si fuese de utilidad. Entonces buscó fotos o cosas personales. Estaba tratando de ponerle cara a la persona que vivía en aquel lugar. 

- Joven, hablamos de un caso policial llevada a cabo por una Institución oficial del Estado, con víctimas o sin ellas, le pediría que al menos no pareciese un niño en navidad, al menos como respeto hacia ellos y a nuestro trabajo, le agradecemos la colaboración de buen grado, pero moderese, por favor.

- Tiene el puto papel de Robledo... - masculló como respuesta a Montalbano cuando éste se acercó a su posición para indicar lo que habían descubierto.

Cuando su compañero sacó el móvil y se dirigía hacia el estudio, él decidió terminar con el registro y echar un vistazo al dormitorio, primero al armario y luego debajo de la cama, con cuidado de no estropear la pulcritud de catálogo que veía hacia él.

- Dos minutos y largamos. - susurró antes de que ambos policías se volvieran a perder de vista.

El chico pareció avergonzarse ante la intervención de la inspectora.

—Lo siento señora... yo... tiene razón. Está bien: cuando el señor Durás llegue esta noche o si llama le pondré al tanto.

Mientras en la tienda parecía estar a punto de finalizar la conversación en el apartamento los dos veteranos seguían registrando el lugar, aprovechando el tiempo que pudiera quedarles, en todo momento pendientes de la posibilidad de que entrase alguien, ya que sería imposible justificar su presencia allí.

Montalbano sacó varias fotos a la documentación y, acto seguido, buscó alguna que reflejase quien vivía en aquel lugar. Pero no encontró nada en estanterías o paredes. De hecho la decoración era un tanto peculiar. La mayoría de las paredes estaban decoradas con dibujos de Escher enmarcados: laberintos que se perdían dentro de si mismos. Parecía un término recurrente.

Por su parte Gutierrez echó un vistazo al dormitorio. El armario empotrado mostraba abrigos, pantalones y camisas de traje, de un color gris insulso. También vio unos cuantos sombreros.

La ropa.

La había visto antes.

¡En el vídeo de María Bragante! Cuando el cabrón se quedó mirando hacia la cámara. Era un traje parecido. Con sombrero y gafas de sol. Faltaban las gafas de sol pero el resto del atuendo era ese.

O podía ser ese, claro. Era ropa normal, comprada en el Corte Inglés. Pero ya iban demasiadas casualidades: el sobre y la ropa.

Entonces otra duda pasó por la cabeza de ambos detectives ¿y si alguien se estaba tomando la molestia de inculpar a Durás?

Montalbano salió de la habitación entretenido con el móvil. Aunque un poco torpe consiguió enviar las imágenes a los móviles de sus compañeros. No escribió nada aún. Ya pondrían todo en común después. Se dirigió a la escalera y llamó la atención de Gutierrez. 

—Ya estoy. Nos vamos!— gritó en susurros. 

Gutierrez trató de asegurarse que dejaba todo como lo había encontrado y salió de la habitación dándole vueltas a lo que habían encontrado.

Asintió ante las indicaciones de Montalbano para abandonar la vivienda y salió detrás de él sin dejar de echar ligeras miradas hacia atrás.