Partida Rol por web

—Imagino que será el almacén de el o los ladrones. Esperemos que no estén en su guarida en este momento. Vamos allá.

Joanot iba revolviendo en su bolso en busca de la lintenita que usaba cuando tenía que reparar cables en lugares oscuros, no alumbraba demasiado, pero era mejor que nada.

Al salir de la farmacia, Joanot y Miguel se dan cuenta de algo extraño. El barrio no está en completo silencio como parecía, sino que hay un suavísimo ruido de fondo, un rumor difícil de definir que no se sabe de dónde viene. Pero es tan suave, tan sutil, que no se han dado cuenta hasta salir de la farmacia y del efecto ligeramente amortiguador de sus paredes, creando un cambio perceptible por sus oídos. Como un refrigerador de cuyo ruido sólo nos percatamos cuando se desconecta y se vuelve a conectar.

Y siguen oyéndolo mientras siguen a la audaz cantaora hacia el lugar que ha descubierto...

—Ey, shhh... Silencio.—terminó la palabra en un murmullo casi imperceptible.—¿De dónde viene ese ruido? ¿Alguien sabe qué es?

Joanot extendió levemente los brazos hacia los costados, como pidiendo a los otros que se detengan, y avanzó semi inclinado, con pasos extraños como los de un ave acuática, procurando hacer poco ruido con sus zapatos en el barro, y poniendo una oreja por delante como si así pudiera detectar mejor el origen del sonido.

- Pues vamos pa ya, si está el piso sucio es normal, aquí parece ser que no hay nadie, sí de aquí salió el maldito somnífero, el ladrón tuvo que andar por estos lares para guardar el maldito azúcar en un lugar seguro, me extraña que no haya nadie... ¿y ese maldito ruido? Comentó Miguel mientras salía con sus compañeros a indagar la zona que había estado espiando Lucía.

Lucía se sentía mucho más segura con los cuatro hombres a su lado. El miedo no se le iba, pero ahora más amortiguado.

-É un almacén, y me juego algo que ahí guardan el azúca. Ojo bien abierto, amigo. -tragó saliva- Que canguelo llevo encima. La Virgen Purísima. Vamo, va. 

Puso la oreja y entornó los ojos.

-No se qué é, ese ruido. ¿Una máquina en marcha? 

No conseguís reconocer el sonido, es un rumor bajo y monótono pero constante, que lo inunda todo. ¿Un curso de agua? ¿Una gran máquina? Joanot, con bastante tino, consigue determinar que procede de más lejos, más adentro del barrio, quizá de su centro. 

En eso está el grupo mientras sigue a Lucía y la calle deja paso a la plaza llamada "Tavernes de Valldigna", nombre que a los otros les suena vagamente de tiempos más alegres, hasta el supuesto almacén, en los bajos de uno de los edificios de la plaza. En efecto, aquí desemboca/nace el rastro de huellas con un montón de pisadas un poco raras que de repente estallan sobre el umbral de una puerta de cristal de dos hojas, abiertas de par en par a diferencia de todos los locales que habéis visto hasta ahora. El rótulo de encima, aún estrepitoso pese a lo desgastado y descolorido que está, proclama en letras rojizas sobre fondo oscuro :

IMMORTAL

Rock pub - Heavy Metal bar

Si no fuera por las puertas y las huellas, parecería tan abandonado como el resto del barrio, pero aun así hay algo en su decrepitud que Joanot y Miguel les empieza a resultar extraño, casi... ¿demasiado viejo?.

El interior está hecho un asco, pero desde fuera no se ve mucho más que porquería y cosas indistintas apiladas. Tendríais que entrar para ver de qué se tratan. 

¿Qué haréis?

Lucía miró y olió desde las puertas del local.

-Apesta. -observó a los tres hombres. 

-¿Qué os parece?

Se fijó en la perrita- Y tú qué, ¿huele el azuca?

No se decidía a entrar.

-Primero lo hombre, jaja. Iluminá con la linterna, va. Yo me voy detrá vuestra, así guardo la espalda. 

- Ni idea Lucía del ruido, para estar esto abandonado... quizás están todos trabajando - se ríe - esta zona está mejor llena de tabernas y bares... mira en este bar parece que ha estado ese impostor... estará lleno de jeringuillas por lo abandonado que está... ya sabes. Comentó Miguel mientras se internaba en su interior con linterna en mano.

Joanot siguió a Miguel guiando a la perra para que entrara también, y observando si el animal reaccionaba a algo que los humanos no pudieran distinguir.

La perra olisquea las pisadas mientras entra con vosotros, pero al cabo de un rato deambula de un lado a otro, confusa. Parece que el rastro acaba en alguna parte de ese sucio suelo, por donde está claro que una o más personas ha estado yendo y viniendo con frecuencia.

Y  no han estado mano sobre mano, a juzgar por lo que alumbran vuestras linternas. El local es un batiburrillo: todo lo que se podría considerar mobiliario "normal"- mesitas, sillas, taburetes, una mesa de billar, un futbolín...-ha sido amontonado de cualquier manera contra la pared frontal, junto a la barra y delante de ella, como intentando despejar el espacio todo lo posible sin cuidado ni tino. Espacio que en su lugar ocupan las pilas de ¿chismes? que vio Lucía distribuidos por el sucio suelo del local, manchándose y mezclándose con el barro.  Todo da la sensación de estar muy viejo y estropeado, casi demasiado. Las paredes negras y el techo del mismo color están repletas de grietas y desconchones. 

Sólo la zona tras la barra parece normal. Al mirarla, vuestras linternas iluminan un pedacito de pasado incólume : diez, veinte, o quizá más botellas de bebidas alcohólicas. Ron, ginebra, whisky, vodka, birra, aguardiente, pippermint, vermut...¡un auténtico tesoro! A diferencia del resto del local, nadie parece haberlas tocado, están justo donde las debieron de dejar quienes abandonaron este local huyendo de la gran inundación hace una década. 

Miguel se agachó mirando el suelo, inspeccionando y tanteando con su puño por si había alguna trampilla hacia abajo. - Esto es muy raro, tanto mobiliario apartado para dejar la sala vacía quizás haya una trampilla... Ya sabéis un sótano, no sería raro en esta zona, sabiendo todo lo que se trapichea en los bajos fondos. Comentó mientras se flexionaba ágilmente metiendo la mano entre revistas y barro.

¿Los muebles amontonados dificultan el acceso a la barra? Intento acercarme para ver si hay algo ocultó tras ella, o si las botellas están allí para disimular un doble fondo o algo.

-Qué sucio, por Dió. Parece abandonao, pero no del tó. -Entraron, con los ojos muy abiertos y el corazón de Lucía cabalgando al galope.

Le llamaron la atención las bebidas. Algunas seguro que no estaban pasadas, el alcohol, dura, ¿no? se dijo a sí misma. ¿Cómo era posible que nadie se las hubiese llevado, ni siquiera los que visitaban este lugar? A poco que pudiese, la chica pensaba coger las que pudiera, el negocio sería brutal, la oportunidad de ganar un buen pico y no vivir tan malamente durante una temporada.

Sus compis buscaban trampillas y palancas ocultas. Ella se dedicó a husmear entre los chismes, mientras miraba de vez en cuando hacia la puerta o echaba un vistazo a los andares de la perrita.

Efectivamente, el abandono del lugar es muy relativo.  Hay grietas en las paredes negras y mugre por todos lados, pero es muy obvio que alguien ha estado yendo y viniendo con frecuencia. 

Por el otro lateral de la barra hay algún hueco que permite a Joanot meter el cuerpo sin mucha dificultad. Sin embargo, no hay dobles fondos ni pasadizos secretos escondidos tras la barra por mucho que rebusque, sólo la botillería con cercos de polvo a su alrededor, uno o dos barriles vacíos, y algún que otro utensilio completamente oxidado cogiendo polvo en los estantes de debajo. 

Y sin embargo, la sensación de que algo no cuadra se incrementa en su cabeza. Es demasiado polvo, demasiado óxido, demasiadas grietas; el sello de papel y las etiquetas de las botellas están demasiado amarillos y despintados. Incluso considerando el daño que hicieron las inundaciones, no ha pasado tanto tiempo como para que esté así. Aquello no es una mercería de callejuela secundaria que ya llevara décadas abandonada antes de la inundación; él vino en alguna ocasión por el barrio poco antes de que todo cambiara a currar o a pasear algún pariente por la parte bonita y se trataba de una zona en plena regeneración urbanística, llena de actividad y de gente. Por un local como ese se habrían dado bofetadas. Pero todo material que tiene a su alrededor parece llevar medio siglo abandonado por lo menos de lo degradado que está.

Mientras, Miguel no consigue hallar nada concluyente bajo los montones más allá de ensuciarse la mano. En cambio, examinar los propios montones resulta más interesante para Lucía. No son cosas dejadas ahí sin más, sino que en cada montón hay un tipo de cosa distinto, están ordenadas por categorías : Hay uno de ropa y zapatos de todas las tallas y estilos posibles; otro de herramientas de trabajo y bricolaje; en otro hay juguetes, adornos y chirimbolos de todo a un euro; un cuarto apila discos, pósteres (algunos claramente sacados de las paredes del propio bar), minicadenas, y alguna púa que sale rodando; más allá se amontona un surtido de objetos de diversión como pueden ser tebeos, libros, videconsolas, pelotas desinfladas, raquetas...Como si alguien las hubiera clasificado concienzudamente. Pero todos y cada uno de los objetos está en pésimo estado, rotos y arañados, descoloridos, y sobre todo, llenos de fango.

Aquí y allá reconoce cosas que tuvo, que traen a su memoria destellos fugaces de padres queridos, de crecimiento entre el caos. Ella tenía uno como ése. Un recuerdo turístico como el que trajo su madre. Un altavoz como el del equipo de música del tito. Una consola portátil de la que tenía el mismo modelo con el mismo dibujo y que arrastró a todas partes. Todas hechas un desastre. Viendo todas esas cosas arruinadas a su alrededor, la lástima y la amargura la van invadiendo hasta perforarle el corazón, y lo llenan de una pena inmensa. De las que hacen a unos llorar, y a otros cantar.

El azúcar no está por ninguna parte. 

Se pasó largo rato husmeando entre tanto trasto. Al principio con la sonrisa en la boca, la perplejidad en la mirada, la curiosidad en el ánimo. 

-¿Encontrái algo por ahí, chicos? -preguntó a sus compañeros. -To esto tiene pinta de que alguien se dedica a buscarlo por aquí y allá, se entretiene en almacená cosa del pasao. Al igual é un coleccionista de eso, raruno y antisociá. O son vario, no se. Mu raro.

Poco a poco, sus ganas se vinieron abajo y su corazón se ahuecó, sus ojos lagrimearon producto de la nostalgia, del amor perdido de sus padres, de su terrible muerte y la honda ausencia que le oprimía el alma. Por lo común era una chica risueña y optimista que solo en su intimidad a veces era vencida por la pena de los recuerdos, ya que intentaba que su memoria la alcanzase con imágenes bonitas de mamá y papá, pensando en ellos con alegría. 

Ahora, en su mirada brillaba el desencanto y la tristeza infinita. Así, de golpe. Se quedó muda, quieta, recordando, pensando, sintiendo dolor en su pecho.

De pronto, sintió profundas ganas de cantar.

Con dificultad salió de detrás de la barra destapando una botella de mistela. Probó un trago antes de ofrecerle a Lucía (no iba a convidarle una bebida en mal estado).

—Vamos mujer. No te dejes vencer por la melancolía. Las cosas aquí parecen más viejas de lo que deberían ser. Igual que con pimentoner, que su cuerpo se degradó muchísimo en sólo un día. ¿El ladrón tendrá alguna manera de que la materia orgánica se envejezca más rápido? Quizá así logró que estos vinos se añejen. Suena a magia, ya sé. Pero quizá cultiva algún microorganismo que acelera estos procesos. Quizá para alimentarlos quiere el azúcar.

Joanot se detuvo para escucharse.

—No me hagas caso. Estoy diciendo locuras. Pero dejar que la mente vuelve te aleja de este ambiente tristón.

Joanot le hablo a Miguel que vagaba entre los montículos.

—¿Ninguno de los montículos tiene alimentos? ¿En dónde almacenarías cosas comestibles en un centro de acopio? Un sótano, una alacena donde no de el sol.

- Pues aquí creí encontrar una trampilla pero nada solo me he ensuciado las manos, ahora sí sacó un trapo de su bolsillo para limpiárselas. - Y vosotros... ¿qué tal? 

La mistela no sabe mal, quizá ha perdido un poco de dulzura pero no sabe ni a putrefacción ni a moho.  Sin embargo, a los pocos segundos de ingerirla, a Joanot le entra hambre. No un hambre corriente: hambre creciente, profunda, devoradora, como si llevara tres días sin comer y se acabara de dar cuenta. Y el resto de su cuerpo también empieza a sentirse como si llevara tres días sin comer: de repente el cansancio que sentía se dispara. Necesita comida, ¡cualquier clase de comida!  Su estómago ruge. Le pesa el cuerpo, le falta la energía y le cuesta pensar en cualquier otra cosa que no sea comer.

Pero ahí dentro no hay nada que llevarse a la boca. Los montículos no contienen productos alimenticios. 

Dentro del local no hay escaleras. La única puerta aparte de aquella por donde habéis entrado es la típica puertecita de los servicios, cubierta por el mobiliario apilado. 

—Mierda. Dónde carajos escondió el azúcar el tipo este. —Acompañó el exabrupto volteando algunos de los muebles que  bloqueaban la puerta del baño. Normalmente era pacífico, pero el hambre le exaspeaba los nervios.— Venga, veamos si está aquí, que ya quiero volver con Aina.

-No dice locura, Joanó. Este sitio é mu raro. ¿No dicen que tó el barrio es extraño, que pasan cosa misteriosa? -Se enjugó las lágrimas, a la vez que sintió un escalofrío recorrerla de pies a cabeza. -Quiero marcharme de aquí.

Se recuperó un poco, después de cantar, liberándose en la canción de su pena, agradeciendo los ánimos de Joanot. Asintió con la cabeza -Qué tonta, ¿no? Es que ma recordao mucha cosa de la infancia, de mis padres, que en gloria estén. 

Notó el cambio en Joanot. -No debería haber bebido de eso. Coño. Estará en mal estado. -Se preocupó por su amigo, miró a Miguel- Nada aquí. El Joanó que sa bebío algo caducao. Tú o beba na, eh. Ven, vamo a ayudarle con esta puerta que no se si habrá algo o tampoco, está medio tapiada por tanto trasto.

Se giró hacia la puerta de entrada.-Alejandro, tú vigila, avisa si viene alguien. Cuidao. *