Partida Rol por web

Te adentras en la posada Almohada y Sopa, donde eres recibido por una amalgama de olores que, para cuando has dejado atrás el vestíbulo y entras al salón, ya te han agobiado más que ligeramente.

Pese a lo colorista que la imagen resulta*, el salón de Almohada y Sopa es caluroso y está decorado en consonancia con el vestíbulo, es decir, con bastante mal gusto. Cada adorno por separado quizá daría un toque interesante y original a la estancia, pero la combinación de tanta columna, moldura, lámpara, escultura, candelabro, tapicería y pintura produce el mismo efecto que una insolación. Además de una gran chimenea central, cuenta con una barra tras la que una apurada moza regordeta y espesos rizos castaños se ocupa en servir jarra tras jarra de bebida, como si la más ligera pausa fuera a echar por tierra todo el negocio.

Pese a que la pintura del amanecer aún está fresca sobre el lienzo del mundo**, el salón de Almohada y Sopa no parece entender de horarios. Aún parecen estar sirviendo cenas, pues para tu ciertamente atusado estómago de farándulas, las barbaries estofadas que se sirven aquí resultan pesadas para el desayuno. Y el alcohol corre como si las vacas de la zona dieran ginebra.

La única mesa libre está al fondo, justo al lado de la puerta abatible que, deduces, dará a la cocina. Es una mesita cuadrada con tres taburetes. Pero alguien te ha soplado hasta la última púa (es decir, pieza de plata de La Entente) y tampoco tendrás cómo pagarlo. Podrías, claro, hacer uso de tu encanto e ingenio, pero si hay por aquí alguno que haya levantado con el pie izquierdo, te podrá sacudir las pulgas mentando la Ley de Vagos y Maleantes.

Observo a la gente de la posada, veo los descuidados clientes beber mientras descuidan sus bolsas de monedas, aunque no vivo del hurto desde que abandoné las calles y me uní a la trouppe siento la necesidad de hacerlo para sobrevivir, como tantas veces he hecho en tiempos de necesidad.

Desestimo tal pensamiento, el altercado en la plaza haría que mi rostro fuera fácilmente reconocido por la gente si cometo algún traspié, y en mi actual situación sería un desastre.

Me acerco a la barra e intento llamar la atención de la posadera.

Aprovechas el hueco dejado por un par de elfos para acodarte en la barra y hacer una seña a la ocupada tabernera. Debe de tener tablas en esto, te dices, pues no le lleva más de un ligero alzar de cejas hacerte saber que ha captado el mensaje y que la ayuda está en camino. Tras servir con insólita maestría seis o siete jarras de algo pardo y con un olor a alcoholazo que se abre paso a codazos por entre el muestrario olfativo que impera en el salón y acampa en tu pituitaria, se te acerca como arrastrada suavemente por un par de raíles, se seca las manos con un trapo gris que lleva echado al hombro y te hace un gesto de cabeza a modo de saludo.

Vos diréis...

Pese a lo colorista que la imagen resulta, el salón de Almohada y Sopa es caluroso y está decorado con bastante mal gusto. Cada adorno por separado quizá daría un toque interesante y original a la estancia, pero la combinación de tanta columna, moldura, lámpara, escultura, candelabro, tapicería y pintura produce el mismo efecto que una insolación. Además de una gran chimenea central, cuenta con una barra tras la que una apurada moza regordeta de espesa y oscura cabellera se ocupa en servir jarra tras jarra de bebida, como si la más ligera pausa fuera a echar por tierra todo el negocio.

Pese a que la pintura del amanecer aún está fresca sobre el lienzo del mundo*, el salón de Almohada y Sopa no parece entender de horarios. Aún parecen estar sirviendo cenas, pues para tu ciertamente atusado estómago de farándulas, las barbaries estofadas que se sirven aquí resultan pesadas para el desayuno. Y el alcohol corre como si las vacas de la zona dieran ginebra.

Meiar, no hay duda: estás en casa.

La apurada camarera termina de servir a un par de semielfos con ropa de chupatintas y se desliza hacia otro punto de la barra, donde un hombre erguido, de cuidada melena negra, pulcro bigotito y ropas demasiado llamativas para ser de un simple mercader, se ha acodado con cierta altivez. Aún no ha comenzado a atenderle, cuando se gira hacia vosotros con los ojos como escudillas de caldo hirviendo.

Me giro hacia la izquierda y mi corazón da un vuelco.

¡Meiar! ¡Santos del Cielo! ¡Has vuelto!

Doy unos brincos de entusiasmo.

Cristal! te he echado de menos al verla se acerca para abrazarle sin darse cuenta de que la barra se lo impedirá ni de que su arrebato puede molestar al cliente. Cuando ve detenido su impulsivo abrazo no puede evitar reírse Ups... mejor luego sonríe

Se acerca de nuevo a Rognar y le pasa un brazo por la cintura para ayudarle a sostenerse Recuerdas a Rognar?

El viaje ha sido... extraño. Tenemos tanto que contarnos! Lirzo me ha dicho que ha pasado un año... aún no me lo creo..

¿Un año? ¡Más, diría yo! ¡Te fuiste a mitad de primavera y vuelves en pleno verano!

Miro al buen mozo que acompaña a Meiar y la forma en que lo coge y me pregunta si lo recuerdo.

Vaya, vaya, qué ganas tengo de pronto de que se despeje esto y que nos cuentes... ¡Pero siéntate, boba! ¡Ahí mismo, detrás de ti tienes nuestra mesa! ¡Enseguida haré que Gara os sirva!

Dicho esto, retomo la atención al tipo espigado del bigote.

Disculpad, señor. ¿Qué va a ser, entonces?

Muestro una sonrisa incómoda al hombre.

Me temo que en eso no podemos seros de ninguna ayuda, señor...

Tu petición incomoda a la camarera, aunque no de forma hostil. Te parece que le incomoda no poder ayudarte.

El hombre que habla con Cristal os parece de un sincero que abruma. A ambos se os encoge el corazón de lástima por el pobre diablo, especialmente cuando su oferta es cordialmente declinada por la camarera. Le veis agachar la cabeza con pesar y, aunque no habéis probado una comida de verdad desde... bueno, según lo que dicen los Valanel, desde hace más de un año, ahora mismo sentís un nudo en el estómago que os retendría incluso un vaso de leche vertido gota a gota.

También podéis observar, por la tierna sonrisa de Cristal, que se compadece del hombre pero realmente no puede aceptar su oferta.

Oíd, señor, si nos contáis una buena historia, os invitamos a comer con nosotros.

Digo mirando a Meiar esperando su aprobación.

Que buena idea! sonríe contenta yo iba a proponerle a Cristal que le dejase fregar los platos a cambio de la comida igual que empecé yo, pero eso es mejor. Vayamos a nuestra mesa que estaremos más cómodos, además te vendrá bien sentarte un rato para el mareo le dice con afecto a Rognar

Cristal, nos puedes poner tres cerveza bien frías, porfa, traemos muuuucha sed... ya te lo contaré todo luego, prometido

La historia que os cuenta el extraño, más bien la forma de contarla, deja mucho que desear para el espectador medio, no digamos ya para alguien que ha emergido de aventuras como las vuestras. Sin embargo, os conmueve la forma en que el pobre diablo devora el desayuno y lo empuja con ingentes cantidades de cerveza, como si no hubiera comido ni bebido en semanas.*

Estómagos llenos y sesos mecidos por el dulce ronroneo de la cerveza de Lerna, los tres comensales os dedicáis miradas y sonrisas -algo forzadas- en el inevitable júbilo que prosigue a un festín. Pronto, el silencio comienza a hacerse incómodo.

A vuestro alrededor, algunos clientes han sido reemplazados por otros. El salón de Almohada y Sopa está demasiado lleno incluso para un lugar tan popular como el Campamento del Límite.

Y bueno qué os ha traido a este lugar y sin blanca? Digo sin tapujos.