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El Legado Rubí del Ki-Rin

Rokugán, año 1339

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21/10/2017, 12:59
Director

Corre el año 1339 en el Imperio Esmeralda.

Hace más de un siglo, el mundo estuvo a punto de terminar y nada menos que por el orgullo del primero de entre todos los hombres. El recién coronado Iweko II sintió que había sido insultado; pese a ser el hijo mayor, muchos llegaron a mostrar publicamente su preferencia porque su hermano menor, Iweko Shibatsu, hubiera sido designado heredero en su lugar; entre ellos, destacaba el controvertido Campeón del clan Araña, Daigotsu Kanpeki, y fue al que decidió usar como ejemplo.

Dado que Kanpeki quería servir bajo Shibatsu, ordenó a su hermano menor jurar lealtad a la familia Susumu de la Araña, y a continuación, desheredó a la línea Daigotsu, nombrándolo a él Campeón del Clan. Un tremendo insulto, una herida imperdonable en un ya retorcido sentido del honor, una ofensa insoportable para la ambición de uno de los hombres más temibles del Imperio. Este simple acto de castigo y retribución desencadenó una cadena de eventos que, a su vez, pusieron en marcha una guerra civil en la Araña y que estuvieron a punto de extinguir a dos Grandes Clanes, separar para siempre Tengoku de Ningen-Do y hacer que el mundo fuera completamente engullido por Jigoku. De nuevo, en el filo del desastre, el Imperio se mantuvo firme y el mundo sobrevivió, aunque para siempre con cicatrices.

Pero todo aquello, ya no importa. Las cicatrices ahora son parte del paisaje y nadie que siga vivo las ha conocido de otra forma. Los actos de heroísmo desesperado e imposible, no son más que historias sobre los Ancestros de cada uno, motivo de orgullo y pequeñas rencillas. Y, por supuesto, un siglo sin una amenaza que mantenga al Imperio cohesionado es tiempo más que suficiente para que las pequeñas rencillas, antiguos insultos y ambiciones vuelvan a tejer una maraña de intrigas y hostilidades entre los Grandes Clanes, y demostrar una vez más que el mayor peligro para un samurai siempre ha sido y será otro samurai.

Pese a ello y a casi catorce siglos de historia, siempre es sorprendente lo rápido que un pequeño acto puede desencadenar consecuencias que entran en una espiral que amenace con salirse de control en cualquier momento. Nunca se está preparado para ello.

Todo comenzó con la Mantis. Otrora uno de los clanes más ricos y prósperos del Imperio, la catástrofe de un siglo atrás les golpeó con extrema dureza; las Islas de la Seda y Especia fueron engullidas por el mar y con ellas, gran parte de la riqueza y población del Clan. Un siglo después, su suerte se había recuperado un poco, con el tráfico entre sus puertos en las Colonias y sus pocas posesiones en el Rokugán continental como principal fuente de aliento, pero seguían muy lejos del poder e influencia que en otro tiempo blandieron, para gran disgusto de su Campeón actual, Yoritomo Ogoe. Pero éste tenía un plan muy osado, que radicaba en el inusual estatus del Clan del Unicornio.

Cuando los Kamis aún caminaban por el Imperio, el clan del Ki-Rin se marchó, dejando a los ancestros de la familia Kitsune atrás para cuidar sus tierras. Aunque posteriormente la enorme fuerza del León les obligó a desalojarlas, trasladándose a Kitsune Mori, renombrados como el Clan del Zorro y dando lugar al edicto que prohíbe a los Grandes Clanes hacer la guerra contra Clanes Menores. Clan y familia que siglos más tarde acabarían uniéndose a la Mantis.

Ocho siglos tras la marcha del Ki-Rin, el Unicornio regresó y fue reconocido como Gran Clan, expulsando a los León de las tierras ancestrales del Ki-Rin. Sin embargo, un error en un tecnicismo burocrático abría la puerta a que dicho dominio, incluso tantos siglos después, fuera mucho menos sólido de lo que los Unicornio creían posible.

El error era que, en los documentos históricos que habían sobrevivido de la época, se les reconocía como Gran Clan, se les llamaba rokuganeses... Pero nunca eran nombrados explícitamente por nadie que no perteneciera a dicho Clan como legítimos herederos del Ki-Rin. ¿No significaba aquello que todas aquellas tierras, y las riquezas que contenían, no debían pertenecer legítimamente a la Mantis, como hogar de los verdaderos herederos del Ki-Rin? Y aunque se considerara que los Kitsune habían renunciado a su herencia cuando aceptaron trasladarse a Kitsune Mori o al unirse al Gran Clan, ¿no hacía eso que técnicamente todas aquellas tierras fueran legalmente Tierras No Alineadas, que por edicto del Emperador Toturi I, también quedaban bajo su jurisdicción?

Con gran astucia, el Campeón de la Mantis se aseguró que aquella información corriera por los canales adecuados hasta los oídos correctos y, por pura casualidad coincidiendo con el caldo de cultivo perfecto de rencillas y artimañas, pronto aquellas cuestiones empezaron a ganar inercia y volumen en las cortes de todo el Imperio, y éste comenzó a desgranarse en facciones, cada vez más enfrentadas según la cuestión iba ganando importancia.

Apoyando las tesis de la Mantis se encontraban sus aliados de largo tiempo, el Escorpión. La Grulla, desconfiando de la aparentemente creciente amistad y respeto entre el Unicornio y León, y actualmente en control del oficio de Campeón Esmeralda, también se posicionó a favor, con lo que la fuerza y presión que podían ejercer en las Cortes era, simplemente, abrumadora. El León, atrapado por su deber de ser la Mano Derecha del Emperador, se veía como un aliado reticente de la facción, otorgando la fuerza de las armas al argumento puramente legal y político.

En el otro lado estaba, por supuesto, el Unicornio intentando defender su herencia. El Cangrejo, preocupado por la posibilidad de que un Imperio sumergido en un tumulto interno de nuevo comprometiera su esfuerzo contra las fuerzas de Jigoku, y largo tiempo aliado del Unicornio, no tardó en ubicarse a su lado, especialmente dado el disgusto que despertaba en ellos una maniobra tan, a su parecer, rastrera. El Fénix, preocupado por lo que podrían causar las fuerzas del Cangrejo y Unicornio defendiendo con las armas lo que no estaban consiguiendo aplacar en las Cortes, puso también su peso en aquella facción en un intento de mantener la paz. Su influencia no era ni de lejos comparable a las de la Mano Izquierda y la Mano Oculta, pero por el momento conseguían contener la marea.

En posiciones peculiares quedaban el Dragón y la Araña Blanca (como pasaron a ser conocidos los miembros de la Araña que permanecieron leales a la dinastía Iweko). Los primeros estaban relacionados de forma muy íntima con la dinastía Imperial, dado que Iweko I había nacido como Kitsuki Iweko, y su posicionamiento podría precipitar el estallido del conflicto armado a gran escala por parte de la otra facción por esa misma razón, al interpretarlo como un indicativo de que el Emperador Iweko VIII estuviera a punto de decretar su decisión en su contra o estuviera mostrando su favor a una de las causas de forma indirecta. Así pues, acorde a su naturaleza inescrutable e individualista, como Clan parecían estar a la espera de que sucediera algo, como individuos, se podían encontrar en ambas facciones.

La Araña Blanca, por su lado, sobrevivió casi milagrosamente a las crisis de siglo y medio atrás; y lo hizo por la misma estrategia que les había permitido ganar poder en poco tiempo y que seguían utilizando: entremezclarse con las familias Imperiales. Igual que antaño era muy extraño el Hantei que no eligiera su esposa o esposo entre los Doji, raro era el Susumu que no estaba prometido o casado con un Otomo, un Seppun o, más rara vez, un Miya, y más raro aún el que no conservaba su apellido y añadía a su esposo a la familia. El hecho de que el hermano de Iweko II fuera nombrado Campeón de la Araña sólo sirvió para reforzar esa naciente costumbre. Siglo y medio después, las antiguas Familias Imperiales son, de facto, familias del clan de la Araña Blanca, aunque siguen actuando como siempre han hecho, sólo bajo la autoridad Imperial. Por ello, la Araña Blanca no se puede posicionar en ninguna de las dos facciones, aunque lo desease. Muchos se preguntan qué harían de recibir la autorización de actuar con autonomía, especialmente con un Shogun de apellido Susumu.

Y es precisamente en este Imperio a punto de saltar en pedazos donde un antiguo mal se agita y amenaza con empeorar toda la situación...