Partida Rol por web

  No es mi compañero.... - dijo el tipo rubio mirando al joven lancero a su lado - es mi hijo Cles...

 Miró al elfo cubierto de la sangre del muerto a los ojos.

 Pero, ¿qué es lo que quieres saber?. El abuelo de Cigfa fue el último bandido de la banda de Talin, Delim Bairg. Era un poco joven y torpe en aquella época y se salvó por no ser capaz de seguir el ritmo de los demás bandidos cuando acudían a la mortal trampa de aquel sheriff... ese tal Arbragol de Tharbad.

 Se pasó años buscando el tesoro perdido... la gruta que escondía el Lago Bajo. En su último viaje buscó la compañia de su primo, mi propio abuelo, Manawidan Bairg. Mi abuela me explicó la historia junto al fuego durante años. Mi abuelo y Delim vivieron a lo grande: seduciendo doncellas, saqueando caminos, componiendo canciones y... claro... buscando el tesoro.

 Durante años le perdí la pista a la "prima" Cigfa... pero hace poco mi sobrino, Ondurs, al que acabais de torturar, la vió en la posada del Último Puente. Ella no lo reconoció y el supo que buscaba hombres jovenes para ir a buscar el tesoro... ¡sin contar con nosotros... su família... su clan... su sangre!

 Ondurs volvió al clan y se lo explicó a su padre Laer, que yace allí sin una mano... Laer, mi hermano, me lo contó todo y ambos cogimos a nuestros hijos y fuimos a la posada. Allí se me ocurrió algo: sobornar al borracho del pueblo... ese "bueno para nada" de Gronu... para que me avisase si la vieja conseguía reunir un grupo.

 Llegados a este punto, el hombre rubio, que debia ser mayor de lo que sus facciones aparentaban, cogió fuerzas para acabar su relato:

 ¿Qué quieres que te diga? ¿Para que enfrentarnos a todas las trampas y guardianes que el viejo Talin hubiese puesto en el tesoro? Era más fácil seguir al grupo de idiotas contratados por la vieja y, cuando volvieran agotados y heridos, asaltarlos en el camino. Os hemos seguido desde la posada. Sí, los troll supusieron un problema ... y luego ese Sindar entrometido... pero vosotros habeis sido los peores... habeis ganado.

 Por favor, matadme a mi, pero no le hagais daño a mi hijo.

 El joven lancero miró a su tio muerto y a su padre antes de exclamar...

 Papá... no....

22 de Narbeleth

6:00 -10:00

 Ambos prisioneros se sintieron aliviados de ver volver a su compañero, entero y de una pieza, aunque no tanto de que lo atasen de nuevo junto a ellos y de que los amordazasen a todos. Gronu... ese borracho mal nacido y traidor...

 Las guardias se sucedieron con normalidad y, a la mañana siguiente, aquellos extraños desconocidos almorzaron, recogieron sus pertenencias (y las de ellos) y se subieron a sus monturas, dejando a los montañeses atados a un árbol, con sólo un arco corto y unas flechas atadas a un arbol cercano. Si conseguían liberarse antes de que los troll despertasen, tendrían una oportunidad.

 A lo lejos se oían sus amenazas y lamentaciones en su rotunda lengua gutural mientras el grupo se alejaba al trote.

22 de Narbeleth

10:00 - 14:00

 Una lluvia fina volvía a filtrarse bajo las copas de los árboles. Aunque casi no se notaba bajo la protección del bosque, el grupo de aventureros estaban deseando salir de aquel lugar maldito para no regresar jamás. 

 Pararon a comer un momento para descansar las monturas. Prácticamente comieron de pie, o sentados en la hierba, tensos y atentos a cualquier sonido o amenaza.

22 de Narbeleth

14:00 - 18:00

 Los caballos estaban cansados y el sol casi se ponía en el horizonte, pero los jinetes y las monturas se animaron a hacer un último esfuerzo cuando notaban que los arboles comenzaban, poco a poco, a espaciarse. El final del bosque estaba cerca, podían presentirlo. Pronto llegarían al camino y eso dejaba dudas sobre cual debía ser la siguiente parada.

(Hace eones...) antes de irse, el silvano se acercó a los asaltantes, se agachó cerca del líder y aflojó un poco la cuerda, y sonriendo, les indicó en una dirección aproximada de la que procedían, y sonriendo se alejó de ellos, sabiendo, que no habían cerrado las puertas del tesoro, solo dijo una frase antes de irse - solo dejad de asaltar caminos, no vale la pena sufrir tanto, por nada. Antes de emprender el viaje, miro el peto de cuero y la espada corta (la visible).

22 de Narbeleth

18:00 - 22:00

 Por fin.... el bosque se abrió y en seguida pudieron recuperar el gran Camino del Este. Un aire frio se respiraba bajo la lluvia, pero para el grupo de aventureros fue el aire frio de cierta seguridad. Dejaban atrás aquel bosque maldito dónde tanto habían sufrido para volver a los vestigios de la civilización enmedio de aquel territorio fronterizo y salvaje.

 Localizaron un lugar al lado del camino dónde plantar las tiendas y acampar.

22 de Narbeleth

22:00 - 6:00

 Fjalar y Rudigar se habían retirado a descansar a una tienda, mientras Elendorn descansaba en la otra, meditando sobre su búsqueda eterna. Tirlindë y Elendin se hallaban de guardia. Había dejado de llover, el cielo aparecía raso y despejado. Parecía que, poco a poco, las cosas volvían a su cauce y la locura de aquellas últimas dos semanas llegaba a su fin. 

 ¿O era quizá sólo la ilusión de aquellos que aún creían en la esperanza?

 Estaban los dos hablando en Quenya sobre el futuro del cuerno. Y del grupo. Cuando de pronto, la montaraz paró al elfo en mitad de una frase.

 ¿No habeis oído algo? Creo que he visto un destello en esa loma.

 La mujer señaló y en mala hora el noldo giró la mirada. No había nada allí, pero le evitó ver, un segundo antes de que pasara, como un "palo verde" saltaba sobre el antebrazo derecho de Elendin. No era un palo... era una pérfida serpiente de más de dos metros de largo, agazapada al amparo de la noche. De un mordisco, el ofidio le partió a la norteña el cubito y el radio con un sonoro chasquido.

 Elendin aulló de dolor, pero lo peor estaba por venir.

El ruido ni molestó a un elfo cansado de que no le dejaran meditar ni una sola noche del tirón.

Fjalar roncaba con fuerza.

[color=#086A87] La flauta sonaba con fuerza mientras el enano cantaba una canción de amor. Su barbuda acompañante permanecía ensimismada a su lado, enamorada por la voz del primer bardo enano. No parecía haber ningún problema a la vista. Los trolls habían sido eliminados por la fuerza de Durin y, por suerte, los ladrones que habían tratado de robar su flauta habían sido devorados por un jabalí descomunal. Su flauta brillaba con fuerza cuando la sostenía y sonaba entregando un tono agradable a sus finos oídos. [/color]

[color=#086A87]Sin embargo, todo cambió en un instante. La flauta empezó a desafinar en las manos de Fjalar. Trató de dejar de tocar para encontrar el problema, pero era imposible. La flauta le había dominado y estaba destrozando su canción. Pero no era eso lo único que sucedía. Su barbuda acompañante comenzó a transformarse en una vieja con mirada aviesa y deseosa de robar su mágico instrumento. ¡No podía permitirlo!.[/color]

-Zzzzzzzz

El hobbit dormía el sueño intranquilo del cansado. Estaba rozando la extenuación, pero el hecho de haber superado el bosque le daba una gran satisfacción, la de saberse fuera del alcance normal de los trolls. ¿Qué podía ser tan malo como un troll? Sólo un montón de trolls, ¿no?

El noldo se sorprendió del rápido ataque del ofidio hacia su compañera, debía haber podido verlo venir si no fuera por la pequeña distracción que Elendin hizo para mayor mal suyo. El ataque había sido brutal y seguro que que le había inoculado gran cantidad de veneno, por un momento deseó haber sido él el objetivo pues los noldor podrían resistir mejor el veneno, pero una joven dúnedain como ella lo iba a tener muy difícil.

Pero lo primero era lo primero, deshacerse de aquella inmunda víbora, por lo que sin pensárselo ni un segundo ni concentrarse mucho tiempo lanzó su hechizo de dormir al reptil, el cual lo tenía justo a su lado. Una vez dormido podrían liberar el brazo de la edain e intentar curárselo de la mejor forma posible.

Finalmente, para pedir el auxilio del resto del grupo y que ayudaran a salvar a la humana, gritó rápidamente:

- ¡Levantaos! ¡Han atacado a Elendin! -dijo con fuerza, mientras esperaba que la serpiente cayera víctima de su influjo mágico.

Con un grito ahogado me llevé las manos al brazo.

- ¡Aghhhhh! - mientras miraba como me atravesaba los huesos hasta partírmelos, y un dolor insoportable empezaba a extenderse hacia el hombro.

Tirada en el suelo sin saber que hacer, miré a Tirlindë en busca de ayuda mientras a duras penas me agarraba el brazo destrozado.

 Elendin gritaba y se sujetaba la mano lacerada. Sentía el veneno quemándole las venas, pero se resistió. Veia doble, pero no borroso. Sobreviviría. 

 El hechicero lanzó sus pases mágicos movido por el instinto. La serpiente ladeó la cabeza y por un instante pareció que su mente primitiva cedía, pero cuando Tirlindë alargó la mano para coger su cabeza, pensaba que dormida, la criatura reaccionó e intentó morderle la mano. No consiguió abrir la boca a tiempo y, simplemente, golpeó al noldor en el brazo con su cabeza con todas sus fuerzas. Pero no había logrado morderle con sus venenosos colmillos.

 El resto del grupo parecía dormir placidamente.

El noldo se confió demasiado y cayó en la trampa de la víbora, no obstante tuvo la suerte de que esta vez no atinó a darle con sus colmillos. Por ello, en un intento de darle algo más de tiempo a la humana, se colocó entre el reptil y ella, en actitud defensiva, mientras preparaba otro sortilegio y esperaba que el resto del grupo acudiera pronto en su ayuda, pues de lo contrario lo iba a pasar muy mal.

El silvano se frustraba pensando que al final se acostumbraría a eso de no meditar tranquilo un par de noches consecutivas. Cuando salió de la tienda vio una serpiente, ¿para eso tanto escándalo? Cargó su arco bostezando y mirando alrededor, para ver si había alguna más de esas,o cualquier cosa que se moviera.

Y como no había trolls, ni su desagradable olor, Rudigar se arrebujó entre las mantas y dio media vuelta. Aquellos molestos ruidos no podrían acabar con su bien merecido descanso.

 Elendorn se levantó y salió de la tienda. Echó un vistazo, pero la serpiente parecía ser un macho solitario, especialmente agresivo y territorial. Peor para él.

 Tirlindë musitaba un nuevo conjuro. La serpiente le atacó, pero sin convicción, mordiendo los bajos de su capa.

 Elendin jadeaba sujetándose la mano lesionada. Poco a poco, iba cobrando consciencia de lo que había sucedido.

 Los dos bajitos, Rudigar y Fjalar, seguían roncando a pierna suelta.