Partida Rol por web

El mago, tras examinar las espadas llegó a la misma conclusión que el silvano, por lo que se las entregó de buen grado, dado que del grupo él es el que mejor provecho podría sacarles. Así pues, mientras bebía su hidromiel y escuchaba las baladas del enano, permaneció unos instantes ajeno a todo el mal que se avecinaba...

Asuntos graves para la gente grande, el hobbit no tenía capacidad de transmitir malas noticias sin que le afectara, o de hacerlo bien, así que dejó que fueran los otros los que las contaran. Estaba bien el recibimiento, pero luego los ánimos seguro que decaerían. En cualquier caso aquel era un lugar seguro con cama y eso sí que era para celebrarlo.

A los más bajitos les había tocado la habitación más pequeña, era de imaginar. De todas maneras las camas humanas a Rudigar le parecían siempre tamaño extra-grande, así que no tenía nada que objetar al respecto. Ahora, por fin, les tocaba descansar y el hobbit era todo un experto en hacerlo, como pronto demostró. No habían pasado ni cinco minutos cuando el pequeño guerrero estaba ya en calzas y tirantes, los pies limpios (y la palangana de agua con un líquido oscuro como el carbón) y un acompasado ronquido que no dejaban lugar a dudas sobre su estado. No había ni comido nada (más) antes de meterse en la cama.

Más adelante, en los días que seguirían, ya se preocuparía de comer y beber bien, descansar, tasar sus tesoros, venderlos y cambiarlos por otras cosas más interesantes. Y, desde luego, primaba el esperar la recuperación de su compañera herida y líder de la expedición, sin la cual no habrían acabado la misma de una pieza. Le debían mucho y, además, siempre había sido amable con el hobbit, así que no tenía dudas, le esperaría.

Falen puso una oferta en la mesa, por algunas cosas que aun conservaba el silvano, y pese a no ser una mala oferta, puesto que Elendorn se quería deshacer de aquella espada corta que no le había aportado demasiada ayuda, le ofreció una contra oferta con la que sin duda el mercader ganaría bastante igual, y con la que él no sentiría que le tomaban el pelo.

A su vez aun habían cosas interesantes por identificar, a las que añadió sus dos flechas misteriosas, la flecha de nogal, y el camisote que trajo el Noldo. Los libros no eran excepción, pero para el silvano, solo parecían locuras y delirios de Tiflin, un amasijo de libros con cosas que poco importaban.

Al día siguiente, ya descansado y con la mente más clara, Rudigar ponderó sobre su futuro y sobre su pasado, sobre lo que había querido en el pasado y lo que quería ahora. Lo hizo en silencio, con expresión grave, una que le pegaba muy poco. Ese día visitó varias veces a Elendin, con cara de preocupación. Es como si fuera dolorosamente consciente de la incapacidad de la montaraz, a la vez que reflexionaba sobre qué habría sido de ellos sin su liderazgo. Todo había sido muy complicado. Al pequeño y simple hobbit casi le estalla la cabeza con esas ideas.

-Tomad, Elendin, espero que con estas hierbas podáis recuperaros más rápido. Son caras, pero da igual. Estaba ahorrando para poder tener una fragua en Bree un día, pero ahora veo cosas más importantes. Quién sabe, algún día puede que sea un famoso herrero, pero hoy importan otras cosas... -confesó Rudigar a la dunedain con humildad.

Sobre la cama había una dosis de arkasu y otra de arpsusar, poderosas hierbas que debían poder ayudarle a recuperarse con mayor prontitud.

El noldo aprovechando el descanso, volvió a examinar los objetos que eludían su aguda vista, y consiguió averiguar algo más de uno de ellos.

Por otro lado, cuando terminó de examinar los libros de Turlin se dio cuenta de que no servían para nada, por lo que se los ofreció al mercader por si quería hacer negocios con ellos.

Finalmente, acercándose a la posadera le pidió que le ofreciera la lista de hierbas, pues debía volver a equiparse con alguna de ellas.

Elendin reposaba con resignación, mientras su amado elfo le daba de comer despacio con una cuchara, y le acercaba la jarra para que pudiese beber. Miraba a los lados avergonzada, imaginando las miradas de curiosidad y pena que la gente profería al verla. Totalmente inútil hasta no se sabe cuando. 

Por suerte no era todo desagradable, pues recibía las visitas de algunos compañeros, entre ellos Rudigar. 

Se había acostumbrado a la alegría y jovialidad del hobbit. Hasta en las situaciones más difíciles, siempre había demostrado optimismo, y su ánimo nunca había decaído. Algo digno de agradecer, ya que levantaba la moral del grupo cuando más falta hacía. Al día siguiente de haber llegado, el hobbit llegó con un presente poco común. Ni todos los regalos del mundo podrían haberla hecho tan feliz. Escuchó su historia, y la emoción la fue embargando poco a poco. Intentó disimularlo, pero apenas pudo con su voz entrecortada mientras le daba numerosas veces las gracias. 

- No... no lo olvidaré, créeme - ni su elfo había tenido esa deferencia hacia ella. Sin duda recompensaría al hobbit en cuanto pudiera.

Tras poner a los Grum al tanto de lo que había estado sucediendo en Ar-Gular y evaluar algunas de las cosas que habíamos traído con nosotros, me retiré a mi habitación y medité profundamente sobre lo que había descubierto en las ruinas.

Mucho había de hacerse todavía, y no estaba seguro de sentirme preparado para afrontar lo que estaba por llegar. Si existía una oportunidad de encontrar a Lienna con vida, no podía permitirme el lujo de echarla a perder por no ser lo suficientemente fuerte.
Los últimos acontecimientos en el bosque de Trolls y en la guarida del hechicero, me habían quitado la venda de los ojos, mostrándome lo vulnerable que era todavía, lo insignificante que era mi poder ente las fuerzas que movían los hilos en la sombra...

 Las flechas misteriosas no eran tan potentes al fin y al cabo como la flecha de nogal rojo. Esa parecía aún guardar parte de su esencia para sí.

 Aunque esperaba que fuese un regalo para el enano, a Tirlindë no le gustó lo que vió en esa cota dorada.

 Los mercaderes ni nadie en la taberna quería tocar los negros libros de Turlín Ar Gular. 

 Llevaóslos a la ciudad... os aconsejó Bura Alli podréis vendérselo a un anticuario o a un librero, a un alquimista o quizá a un escriva que le den un buen uso. 

 Los mercaderes acudían a negociar con el grupo, conocedores de su fama, deseando poder decir que fueron sus productos los que ayudaron a los héroes en su nueva empresa.

 Minna lloraba desconsolada la pérdida de su amado soldado. Su madre la consolaba como podía. El primer amor...

 Elendin, lentamente, se iba recuperando y cogía fuerza en los brazos a medida que las hierbas surtían efecto en ella...