Partida Rol por web

 El enano se perdió en un callejón lateral, perseguido por los bandidos.

 Entonces la intervención de Ragnar fue providencial. Arrojó la jabalina desde un lateral, rajando el pecho de uno de los bandidos, que cayó de rodillas, intentando parar la hemorragia que sufría. Cinco de los forajidos rugieron de rábia y, desenvainando sus espadas cortas, corrieron tras el beórnida. Este no perdió el tiempo, manteniendo la distáncia todo lo posible mientras sacaba una nueva jabalina. Vendería cara su piel de oso.

 Rudigar ya tenía la saeta preparada en su posición mientras Elendin se encontró de pronto con su espada en la mano, preparada para la batalla.

El enano continuó con su defensa, lanzando tajos de vez en cuando para mantener ocupados a sus enemigos. La situación era critica, pero parecía que sus compañeros habían decidido asistirle en la batalla.

Sólo esperaba que no tuvieran problemas con el número de enemigos que estaban atacándoles.

Conseguí mi objetivo, solo a medias. La mitad de los bandidos siguieron al enano. Más de los que con total seguridad podría manejar. Pero no tenia tiempo para pensar en eso ahora. Mi propia vida corria peligro si dudaba, y solo podía confiar en que el Fjalar fuese más rápido o astuto que aquellos maleantes.
Sin dejar de correr en dirección contraria, desenvain mi vieja jabalina y cuando sentí que habia ganado la suficiente ventaja me giré y lancé la segunda contra el primero de los ladrones que me seguía. Todavia me quedaba la lanza, pero en esta ocasión no habia motivo para detenerse. De modo que seguí corriendo con la esperanza de que mis piernas fuesen mas ligeras que las de aquellos mercenarios enfundados en sus armaduras.

Rudigar, que estaba bien escondido y con un ángulo de visión bastante decente, no pudo sino llevarse las manos a la cabeza al ver el nada sutil avance del enano del grupo. Y no fue el único en percatarse de su presencia. Los bandidos se abalanzaron hacia él, en unos segundos le harían picadillo si el pequeño ballestero no hacía nada para remediarlo. Tal vez si los bandidos pensaban que habían caído en una emboscada se lo repensasen y retrocedieran hacia su fortaleza...

De manera que el hobbit apuntó con cuidado y trató de que el pivote de su ballesta acertase con el máximo de eficiencia...

 El enano seguía batiendose valerosamente contra media docena de bandidos en el callejón. Sólo tres conseguian atacarlo, pero los otros tres, desde atrás, los jaleaban, sedientos de sangre. Uno falló, el otro apenas golpeó sus dedos cuando bloqueó con el mango del hacha, pero el tercero logró descargar un fuerte golpe en su pecho. La cota de mallas resistió bloqueando el filo de la espadita, pero aún y así le quedaría un buen cardenal.

 Fjalar decidió golpearlo con el hacha en respuesta, cortando su cuero endurecido. Sin embargo no le quedó claro en el fragor de la batalla si lo había rajado o no.

 Esperaba que pronto llegaran sus amigos, si no, no resistiría mucho más.

 Ragnar apretó a correr mientras liberaba una nueva jabalina de su espalda. Los bandidos lo seguían, pero sus armaduras de cuero endurecido no les permitían ir tan rápido. Poco a poco, la distáncia se incrementaba en vez de disminuir. Entonces un virote atravesó la noche, impactando a uno de ellos en el brazo y derribándolo. Cayó al suelo sangrando y aferrándose el antebrazo, dónde el virote emergía como una grotesca púa.

 El bandido que ya había quedado herido por la jabalina, había optado por vendarse y, lentamente, agazapado para prevenir nuevos ataques, se acercó a su compañero caído para atenderlo. A Ragnar sólo le perseguían ya cuatro bandidos. Elendin se hizo a un lado, espada en mano, dejando pasar a Ragnar seguido por los bandidos discretamente. Cuando la hubieron sobrepasado, emergió de nuevo dirigiéndose hacia el callejón dónde se había dirigido Fjalar.

Fjalar no se amilanó. La lucha parecía volverse más cruenta en cada golpe y sus enemigos habían conseguido golpearle varias veces, pero él tenía la experiencia en la lucha y, desde luego, sangre enana en las venas.

Mientras pensaba en las posibles soluciones a este conflicto vislumbró una debilidad en la defensa de uno de sus oponentes. Era el momento de aprovechar y, con suerte, abatir a uno y llenar de miedo a los demás.

De momento conseguí mantenerlos al margen, pero sabía que antes o después me acorralarian. Tras lanzar la segunda jabalina, seguí corriendo en dirección al puente. Allí al menos tendría una oportunidad, y ofrecería un blanco claro para los virotes del mediano. Fajalar me preocupaba. Esperaba que Tirlinde hubiese visto lo ocurrido y decisiese echar una mano al enano. Pero yo no podía hacer mucho más. Mi propia vida corria peligro y el cuerpo a cuerpo no era mi elemento favorito.

 La segunda jabalina falló. Ragnar llegó al puente, girándose a mitad del mismo para encarar a los bandidos.

 Los cuatro llegaron a la entrada del puente jadeando y sudando. Estaba claro que no estaban en forma. Eran vagos y maleantes, acostumbrados al vicio y la mala vida. 

 Desde su posición Rudigar ya tenía un nuevo virote en el canal de su arma, ahora le faltaba tensar bien la cuerda y apuntar. Los bandidos pronto serían tres.

 Tirlindë pudo observar como una figura se dirigía hacia el puente... ¡seguida por cinco de los bandidos!

 No tardó en percatarse de que era Ragnar, su compañero elfo beórnida. A mitad de camino, mientras corría, extrajo una jabalina de su espalda. Entonces uno de los bandidos cayó al suelo con un virote clavado profundamente en el brazo. Rudigar no debía andar lejos. Ragnar arrojó la jabalina y falló por poco.

 El ermitaño entró en el puente. Casi como si lo hubiese visto, se situó junto a Tirlindë, se dió la vuelta y sacó su lanza. Ya no le quedaban jabalinas.

 Los cuatro bandidos restantes llegaron a la entrada del puente jadeando y sudando. Estaba claro que no estaban en forma. Eran vagos y maleantes, acostumbrados al vicio y la mala vida.

 El enano seguía defendiéndose contra los bandidos. Uno llegó a golpearlo en los nudillos, el otro falló y cuando el tercero iba a atacarlo, él se adelantó. Descargó su hacha con gran furia sobre su antebrazo expuesto. Hubo un alarido de dolor. No llegó a seccionarle el brazo pero sangraba abundantemente y podía verse una sección de músculo tajado por completo.

 Entonces apareció Elendin detrás. Golpeó con su espada a uno de los enemigos en retaguardia que se dieron la vuelta para rodearla. Su ataque no parecía haber causado muchos daños, pero entonces, cuando se disponían a atacarla, Hirii, el joven pilluelo, salió de entre las sombras de la callejuela como una centella, saltó sobre el enemigo que Elendin habia atacado y clavó profundamente su puñal en el cuello barbudo del tipo. Por increíble que pareciese, el hombretón se derrumbó y el chico se situó al lado de Elendin.

 Las tornas habían cambiado: los cuatro bandidos restantes, más su compañero caído que intentaba detener la hemorrágia del brazo, se veían rodeados con Fjalar de un lado y Elendin con Hirii del otro. Aún y así se lanzaron a por la guerrera, que bloqueó con su escudo el primer ataque, pero recibió del segundo un corte, también en el brazo, bastante feo.

Cuando vio a su compañero aparecer el noldo se temió lo peor, al parecer el ruido que escuchó de pelea era contra el animista. No obstante, y aunque Ragnar no era santo de su devoción, no podía dejarlo a su suerte...

Así pues, viendo que los bandidos eran bastante lentos, optó por concentrarse para lanzar su hechizo de sueño, con un poco de suerte podría dejar KO a varios de ellos y allanarle el camino al pseudobeórnida y al hobbit que parecía estar también cerca.

El enano se alegro de la llegada de su compañera y del joven pilluelo. Descartó el uso de la flauta y siguió lanzando tajos a sus enemigos. El combate podida decidirse a su favor o en su contra en cualquier momento, pero esperaba que la ayuda de Hirii y de Elendin permitiera liberar un poco de presión en su defensa para atacar con toda la fuerza de la que era capaz.

Cuatro enemigos. Cuatro. Demasiados. Debía diezmarlos, rápido, rápido. Rudigar estaba realmente nervioso. Con el grupo dividido y la superioridad numérica claramente del lado de los bandidos, aquello no pintaba bien. Nada bien. ¿Y si fallaba? ¿Y si no podía salvar a Ragnar? Maldición, maldición, maldición...

 El sortilegio no surtió efecto. 

 Tirlindë no sabía dónde estaba Elendin y eso lo distrajo. No podía concentrarse. 

 Vió como un virote se clavó en el puente, Rudigar no andaba lejos. Los bandidos atacaron a Ragnar, dos de ellos fallaron pero los otros dos cortaron sus piernas y lo hicieron caer al suelo. Parecía inconsciente, en un charco de sangre sobre el puente. Si no hacía algo pronto el beórnida moriría a manos de los bandidos.

 Finalmente, lo alcanzaron.

 El virote falló, clavándose en el puente. El primer atacante a penas rozó la carne de Ragnar, pero el segundo bandido hundió su espada en la pierna derecha del beórnida. Aulló de dolor, pero no fue hasta que el siguiente cortó ligeramente la otra pierna que no se fue al suelo. Para su fortuna, el cuarto atacante falló, impedido por sus compañeros para golpear bien.

 Rudigar pudo ver con horror como su compañero caía en un charco de sangre.

 Fjalar lanzó su ataque, pero fue bloqueado por la pequeña espada del bandido. Hirii también falló. Elendin parecía aturdida.

 Uno de los bandidos atendía a su compañero caído. Dos más atacaron al enano, golpeando su cota de mallas, haciendole daño pero sin lograr atravesarla. El tercero le dió un tajo al chico en el pecho, que lo derribó y lo hizo sangrar profundamente. 

 El destino final del combate parecía incierto.

  La noche iba avanzando y aunque Elendorn no tenía problemas para mantenerse despierto y activo, alli no parecía salir nadie. Llevaba horas vigilando y ni la anciana, ni su sobrino Turin ni tampoco su lechuza parecían dispuestos a abandonar la casa. Probablemente ya estarían durmiendo a pierna suelta en aquellos momentos...