Partida Rol por web

El impacto del martillo hace retumbar el puente, haciendo que grandes pedazos de hielo incrustados en su parte inferior desde hace siglos caigan abajo. También hace retumbar a Romt, que siente un latigazo de dolor en ambas muñecas que a punto está de hacerle soltar el arma. Su fortaleza le hace aguantar el daño lo suficiente para darse la vuelta y correr sobre el estrecho paso, siguiendo de cerca las zancadas de Urm, que le precede en esta peligrosa carrera a cincuenta metros de altura.

Lo único en que puede pensar el veterano guerrero es en si habrá sido suficiente. No ha tenido tiempo de comprobar cuál ha sido el daño causado…

Ya desde el saliente. Corm y Unks pueden ver cómo corren hacia ellos… y como desde atrás, los primeros orkos han llegado hasta la columna central y comienzan a atravesar el estrecho puente de piedra. La cercanía de sus presas hace que griten eufóricos, sedientos de sangre de hijos de Orn.

Urm y Romt se aproximan rápidamente. Pero antes de que consigan llegar hasta ellos, el sonido de las saetas, un zumbido terrible, vuelve escucharse en el aire, y a su alrededor todo se convierte en mortales aguijones.

Con un último y extraordinario esfuerzo Romt y Unks llegan hasta el saliente donde Corm y Unks los aguardan.

Urm cae sentado junto a Corm, que puede ver cómo su hermano mayor sujeta con la enorme mano un dardo clavado en su pierna. Con casi indiferencia y sin abrir la boca, Urm se la arranca de la carne, causando que un chorro de sangre a presión salte al aire. Su hermano pequeño tapona el boquete con sus propias manos, haciendo presión para detener la hemorragia.

Romt se gira, apoyando la espalda contra la pared de hielo, ileso pero terriblemente fatigado, y le alarga el martillo de piedra a Unks, a su lado.

Pero el joven no da muestra de darse cuenta de lo que Romt hace. Su faz pálida y su mirada están fijas en el puente.

El anciano guerrero sigue la mirada de su ahijado para descubrir cómo los orkos atraviesan en fila india el puente, pasando por el lugar en el que golpeó la grieta, aullando ante la anticipación de la batalla, ante la sangre derramada. A apenas veinte metros ya de ellos.

El puente resiste...

Y entonces al puente llega uno de los trolls.

Apoya su pie sobre la parte dañada y de pronto parte de la estructura se hunde unos centímetros bajo su enorme pie desnudo.

El monstruo se queda quieto. Sorprendido. Porque en ese momento se oye un crujido horrible. Un sonido que apenas dura dos segundos, pero que hace que todos los orkos que preceden al troll se giren hacia atrás, mirando al troll con los ojos abiertos como platos e inyectados en sangre.

El troll les hace un gesto vago, encogiéndose de hombros. Luego da un paso adelante.

Y el puente se derrumba.

En apenas un instante, la delgada estructura colapsa sobre sí misma, desapareciendo de la vista en una nube de hielo en polvo.

Sólo quedan los gritos aterrados de los orkos, que se escuchan enmudecer a medida que se precipitan cincuenta metros hasta el suelo de la Caverna, junto con los restos del puente que con un poco de suerte aplastarán a algunos de esos malditos ballesteros, dándoles a los perseguidos unos minutos de respiro antes de que vuelvan a reorganizarse.

Los hijos de Orn se ponen de nuevo en pie sobre el estrecho saliente, heridos y cansados. Pero a pesar de ello comparten un abrazo de súbita alegría por esta victoria que han conseguido todos ellos.

Urm se quedó unos instantes mirando hacia el puente, escuchando los gritos que proferían los orkos al caer al abismo. Alzó la cabeza con orgullo pues habían conseguido su objetivo y las cicatrices que le cubrían el brazo darían constancia de aquello. Un dragón, aquello sin duda era la mejor pieza que se había cobrado jamás en una partida de caza. Se giró hacia sus hermanos y Romt y les hizo un gesto para que siguieran adelante mientras sonreía. Después se acercó a su hermano para ayudarlo a ponerse en pie.

Corm sonrío a sus hermanos, si conseguían mantener vivo a Unks hasta llegar donde su padre todo saldría perfecto. Ya procuraría allí curarle o al menos evitar que sangrase mas.  Pero ahora había que correr. El bárbaro dió la cabeza de dragon a Romt, ya que había sido el quien la había cercenado y por lo tanto quien debía entregarsela a Korn.

—Tenemos que darnos prisa, padre tiene resistencia, pero poca paciencia...capaz le veo de venir tras nosotros—dijo el hombre jadeando por los esfuerzos que había realizado aquel día (Y los que aún le quedaban por delante). En realidad temía que su padre muriese antes de que llegará peor era un pensamiento que no podía soportar ni dejar que entrase en la cabeza de sus hermanos. 

La nube de hielo que permanece donde antes se encontraba el puente de piedra brilla ante la intensa luz mágica que ilumina la Caverna con millones de destellos antes de extinguirse. Una vez lo ha hecho, los hijos de Orn son capaces de ver que del puente no queda en su lado nada más que una pequeña prolongación del saliente sobre el que se encuentran.

En el otro lado, el de la gran columna, el daño todavía ha sido mayor ya que ha formado un hueco abierto en la misma estructura de la columna. Mientras, los orkos y trolls que no han caído en el derrumbamiento les observan con odio desde el otro lado, sobre el saliente que rodea la columna, incapaces de alcanzarles. Tan sólo pueden expresar su rabia en forma de un griterío ininteligible.

Sin embargo, desde su posición, los hijos de Orn pueden ver algo que sus enemigos son incapaces de descubrir. Y es que el hueco dejado por el puente en la superficie de la gran columna se sigue desmoronando, poco a poco. Grietas se abren en su superficie y empiezan a correr hacia abajo y hacia los lados, de manera lenta pero inexorable…

Con la boca repentinamente seca, se dan cuenta que posiblemente esta columna sostenga el peso del techo de esta caverna… y si la columna cae, es probable que toda la sección de esta gran estructura subterránea se colapse bajo el peso de las miles de toneladas de roca, tierra y hielo que quedan por encima.

Necesitan una salida.

Ayudándose los unos a los otros, los hijos de Orn continúan avanzando por el saliente todo lo rápido de lo que son capaces. Ya no se ven limitados por la cautela ni por el temor a ser descubiertos. No, ahora las únicas limitaciones son las de las heridas y el cansancio. ¿Cuándo fue la última vez que descansaron, que durmieron? Parece que han pasado siglos desde entonces.

Ahora parece que sólo cuenta una única cosa, llegar hasta Korn. El objetivo que tienen en mente. Pero ¿qué habrá después de lograr esa meta? Ninguno se atreve a preguntárselo. Sólo pueden pensar en el presente. En una montaña mancillada por una horda de orkos y trolls, convertida en una guarida de dragones, y que ahora, como un avispero caído al suelo, se revuelve con furia, buscando a los intrusos para acabar con ellos. Piensan también en la posibilidad de que toda la caverna se venga abajo, dejándoles a ellos aquí atrapados, en las profundidades.

Pero todo eso se olvida cuando descubren que ya llegan, que ya casi están en el lugar donde dejaron a Korn, al líder del Clan. Reconocen la senda. Sólo deben avanzar un trecho más, doblar un recodo y llegarán al punto exacto por el que accedieron a esta Caverna, a este nido del mal oculto en lo profundo de las Montañas Kehalas…

El último trozo del camino...parecía mentira. Sin embargo algo extrañaba al humano. Hizo un gesto para que parasen y se acercó a observar con cautela la escena antes de hacer avanzar al resto del grupo. No convenía precipitarse. Además, el bárbaro, pese a ser menos resistente, había tenido más suerte que sus hermanos y estaba menos herido. Si había una emboscada sería mejor que se adelantase él.

El bárbaro pega su cuerpo contra la pared de hielo al mismo tiempo que da cortos pasos que le acercan al último recodo del camino. Antes de rebasarlo, desenvaina el espadón de acero y lo empuña entre sus manos.

Corm se da cuenta de que está tiritando. No por el frío. Sino por el cansancio y los nervios. Sin hacer caso de los signos del agotamiento, el bárbaro aprieta los dientes y da un paso más, asomándose al otro lado…

… donde puede ver como el saliente continúa varias decenas de metros adelante, hasta un recodo más amplio que es el lugar donde dejaron a Korn tumbado en el suelo.

Padre…

Pero él no está allí. En el recodo no hay nadie. Aunque sí hay algo en el suelo de piedra, justo donde dejaron al líder del Clan.

El Hacha de Hielo.

Urm se acercó al lugar, tras pasar detras de Corm, sin atreverse a coger el hacha. Miró a su alrededor pero no había rastro de él. Sintió que algo iba mal y ahora que estaban tan cerca de la salida...

-¿Y padre? Estaba muy herido como para que él mismo se haya marchado, además nunca dejaría aquí el hacha de hielo-les preguntó a sus hermanos- ¿como es posible?

Corm pasó con cuidado la mano alrededor del hacha con el ceño fruncido. No era el estado físico del gigante lo que le preocupaba ante aquella desaparición...había algo más. Lo sentía...Entonces se dio cuenta: No había rastros evidentes. No pudiendo creerlo, comenzó a buscar huellas o algo que explicase que podía haber pasado. El bárbaro se volvió finalmente a Romt.

Romt... ¿Esto es porque padre no nació.?..¿o hay algo más.?.. ¿se lo habrá llevado Orm en persona?

Los hijos de Orn se acercan un poco más, mirando desde la distancia ese arma, el Hacha que es el símbolo de su Clan, de su familia. Y una súbita sensación de confusión les embarga, porque en el fondo de su alma saben que Korn jamás habría ido a ningún sitio sin llevar consigo la sagrada arma.

Urm avanza hacia el lugar donde dejó a su padre mientras Corm se vuelve hacia Romt, en busca de respuestas que quizás no tenga.

Pero antes de que tengan tiempo de llegar hasta donde se encuentra el Hacha, antes de que tengan tiempo de pensar o hacer nada más, un viento huracanado que arrastra hielo y tierra se abate sobre ellos de manera tan violenta que no les queda más remedio que apretarse contra la pared para evitar que las fuertes ráfagas les atraigan hacia el borde del saliente y puedan hacerles caer por el precipicio.

Pero el viento no viene sólo…

Con los ojos abiertos por la conmoción, y lagrimeando a causa del huracán que están sufriendo, los hijos de Orn no pueden sino quedar paralizados cuando ven, apareciendo desde abajo, la delgada y estilizada figura de aquél con el que se encontraron en la Caverna.

El elfo asciende en el aire, flotando como una pluma, de pie como si se estuviese simplemente esperando, con los brazos cruzados sobre el pecho y la expresión serena en su hermoso y pálido rostro. Sus ojos permanecen cerrados. Su oscura túnica se agita por el fuerte viento, así como su rubio y largo cabello, aunque parece que eso no le molesta en lo más mínimo.

Sin, aparentemente, el mínimo esfuerzo, el elfo se mueve sobre el saliente, todavía en el aire, interponiéndose entre los hijos de Orn y el lugar donde dejaron a Korn hace horas. Y en ese momento, las violentas ráfagas de viento cesan casi por completo a su alrededor. Resulta muy curioso, porque las ropas y el pelo del elfo continúan agitándose. Es como si el huracán sólo estuviese a su alrededor, y eso le permitiese alzarse en el aire, tal y como está haciendo.

Entonces, el elfo abre sus ojos.

La mirada del elfo no refleja más que la que transmitiría una serpiente de cascabel. Sus iris azules son dos espejos de agua helada.

Os estaba esperando. Anuncia, y pueden escuchar su suave e incluso musical voz expresándose en el idioma de los hombres de Stumlad.

Todo esto… termina aquí y ahora.

Entonces el elfo se apercibe de las miradas que dirigen hacia detrás suya, hacia el lugar donde dejaron yaciendo a Korn. Se da cuenta de la duda que expresan esas miradas, y como respuesta les habla con tono desapasionado.

¿Buscáis a vuestro compañero? Las palabras que expresa a continuación se clavan en el corazón de los hijos de Orn como un puñal.

Cuando llegué aquí ya estaba muerto...

... así que tiré su cadáver por el precipicio...

¡Noooooooooooooooooooooo!-gritó Urm mientras, agarrando con fuerza el martillo que hasta ahora lo había ayudado tanto como el hacha de hielo a su padre, se lanzaba hacia el elfo con intención de partirlo en dos como si fuese el tronco de un árbol.

Corm, más analítico que su hermano no se lanzó inmediatamente al ataque ya que las ropas agitadas del elfo le daba mala espina. En lugar de ello se posicionó con la espada al frente. Los músculos le ardían por el esfuerzo que había realizado desde que entraron en la sima, pero no le importaba. Había muchas cosas qeu no encajaban y la mas importante de ellas era el hacha.

—¿Quien diablos eres? ¿Quien diablos eres para decidir lo que hacer con el cuerpo de nuestro padre? Creía que los de tu estirpe teiaís más honor, maldita sabandija.

Las palabras del humano destilaban una furia contenida, tan helada como la misma cueva donde se encontraban, como los parajes de aquellas latitudes, como los malditos carámbanos de hielo que pendían sobre ellos. En el fondo de su corazón sabían que no podrían cargar con Korn y que esté quería reposar en la montaña, por lo que con un gruñido animal añadió.

Al menos padre descansa en la montaña... en la misma montaña que pronto se verá libre de tu presencia.