Partida Rol por web

¿Cómo ha sido posible?

Sertois no deja de preguntárselo mientras gira sobre sí mismo con el arco tensado y apuntando hacia un enemigo invisible, un enemigo que no es capaz de identificar. ¿De dónde ha venido esa flecha?

Puede ver al sargento levantando en sus brazos al elfo… ¿muerto?

No tiene tiempo de pensar en eso. El sonido de uno, no, de varios cuernos de guerra orkos llenan con su terrible sonido el rojo atardecer.

Por el rabillo del ojo ve a Orlant comenzando a correr de nuevo hacia la Torre, esta vez con el cuerpo del elfo en brazos. Y entonces, otro movimiento capta su atención: el lobo-troll que los seguía ha comenzado a correr hacia ellos a toda velocidad. Se ha decidido por fin a atacar…

Corre. No mires atrás.

Eso es lo que Orlant hace. Piensa en el lugar donde se dirige, no en quien pueda estar persiguiéndole. Piensa en aquello por lo que vale la pena vivir para él, en lugar de pensar en que sería más sencillo dejarse morir y terminar con todo. A pesar del dolor y el cansancio, el valiente sargento incrementa el ritmo de su carrera, intentando al mismo tiempo llevar con delicadeza el cuerpo de Girshael, de evitarle una sacudida que pudiera matarlo.

La Torre está más próxima. Jadeando y resoplando por el esfuerzo del camino, se protege del rojo sol que le da en la cara para poder ver mejor el lugar hacia donde se dirige. En poco tiempo podría llegar hasta allí, si mantiene su sacrificado ritmo. Pero seguro que no antes del crepúsculo.

Sin embargo, y por más que lo intenta, no logra distinguir a ningún defensor ni en las murallas ni en lo alto de la torre. A pesar de que a esta distancia ellos dos son sin duda claramente visibles desde allí…

Yo, no tengo la menor idea del “quien, como y desde donde” en todo lo relacionado a la desproporcionada flecha que ha traspasado al Orejón.

Pero si entiendo que aquel, o aquella, que haya lanzando el cruel virote, han de tener una fuerza descomunal y una habilidad más allá de todo lo humanamente posible.

Y ambas cosas.

Habilidad y fuerzas inhumanas, (en nuestra contra), me causan mas miedo que los LobosTroll.

…

Veo al viejo correr con el cuerpo laxo del elfo hacia la torre, ¡maldita sea Orlant!, pienso, sabemos que no llegaremos antes de que nos den alcance.

Y aunque estoy tentado, - para que negarlo -, de correr con mis ultimas fuerzas de nuevo hacia el bosque y en una dirección contraria hacia donde ahora escapa mi pareja de desventuras, y aunque la fracción de segundo en la cual la idea pasa por mi cabeza se hace a mis sentidos tan larga como un año entero, pronto vuelvo nuevamente mi atención hacia la bestia que se nos acerca y mientras intento realizar un tiro imposible, cierro los ojos.

Tomo una gran bocanada de aire.

Y lanzando una silenciosa plegaria al espíritu del Bosque, - al cual ya le debo muchos favores -, abro los ojos mientras dejo soltar la flecha.

Antes de volverme de cara a la montaña nuevamente.

Para seguir corriendo.

Por muchas vueltas que le diera, no entendía nada de lo que había pasado en los últimos segundos, absolutamente nada. Ni de dónde había salido la flecha negra, ni cómo podía seguir con vida Girshael al que el proyectil debía de haberle segado la vida al instante, ni cómo podía ser posible que su cuerpo pesara tan poco.

Lo único que tenía claro era que tenía que llegar a la torre, teníamos que trasmitir el mensaje, eso era lo único importante en esos momentos.

No había avanzado ni diez metros cuando me percaté que el explorador no corría a mi lado. El maldito Sertóis había decidido hacer de aquel su momento de hacerse el heroe. Concediéndome, con su obstinado comportamiento, unos segundos más para llegar a la torre. En el caso de que ambos sobreviviéramos a ese maldito día y mientas corría sin mirar atrás me preguntaba cómo se tomaría el explorador el recibir una condecoración en mitad de la orden de exploradores.

¿Ves alguien sobre las murallas?- Le pregunté al convaleciente elfo, yo no conseguía ver a nadie, pero según nuestras leyendas, los de su raza tenían una vista prodigiosa y tal vez Girshael pudiera ver algo donde yo no veía más que sombras.

En cuanto el lobo-troll se pone a la distancia necesaria para el alcance de su arco, Sertois comienza a disparar.

Dos flechas. Dos fallos.

El explorador se pasa la lengua por los labios. Resecos. Echa un vistazo al carcaj de su costado. Le quedan algo más de una docena de flechas.

Mientras tanto, el lobo-troll se le echa encima a una velocidad que a Sertois hace que se le hiele la sangre. La bestia es demasiado rápida como para escapar corriendo. Sin duda le alcanzaría antes de llegar siquiera a las inmediaciones de la Torre.

El explorador ve con toda claridad las enrojecidas mandíbulas del monstruo y escucha el entrechocar de sus colmillos. Sertois se debate por controlar su respiración, por concentrar todas sus habilidades de combate en este único enemigo, pues debe acabar con él con precisión y rapidez, ya que de otra forma le hará pedazos en cuanto llegue a su altura…

Orlant intenta olvidar el dolor que le atenaza las piernas y el miedo que le anuda el estómago concentrándose en la Torre, ese símbolo de esperanza construido por los caballeros de Stumlad que se muestra ante él como la salvación, aunque todavía demasiado, demasiado lejos. El sargento tiene el rostro empapado en sudor y siente cómo le arden los pulmones, pero no se atreve a aflojar el paso. Pensar en los colmillos asesinos de los lobos-troll le anima a seguir corriendo con todas sus fuerzas.

A medida que se aproxima, los detalles de la Torre y de la muralla que la rodea se hacen más y más nítidos, a pesar de que el sol se está ocultando tras las montañas. El puesto fronterizo se eleva sobre una pequeña colina, donde una rampa de tierra conduce hacia la única entrada de la muralla de madera: dos enormes puertas reforzadas.

Pero sigue sin distinguir a nadie tras las murallas o en la Torre, y un gruñido del elfo le da a entender que Girshael o no ha visto nada o no se encuentra en situación de ver nada.

Orlant no se lo puede creer. ¿Es que no hay defensores? ¿No hay nadie? ¿Cómo accederán al interior si nadie les abre los portones de entrada? Sea cual sea la respuesta, no puede detenerse y dejar de correr, pero el veterano sargento empieza a temer que quizás todo este esfuerzo sólo les conduzca a morir bajo las dentelladas de la Manada en el lado erróneo de la muralla: el de fuera.

A su espalda, Orlant puede escuchar el sonido del arco de Sertois disparando, pero de improviso le llega un sonido distinto, un sonido maravilloso que hace que de nuevo en su corazón renazca la esperanza: Son gritos de ánimo.

Alguien le ha reconocido desde la muralla. Desde donde está y debido al contraluz sólo distingue una pequeña sombra en un lado de la muralla de madera, la sombra de una persona apostada en la misma y que hace gestos con el brazo.

¿Sólo uno? Da igual. En momentos como éstos a Orlant le basta. No están solos. Es todo lo que importa.

El sargento detiene la carrera un momento para volverse hacia Sertois y avisarle de la noticia. Bastantes metros detrás suyo, el explorador se mantiene en su puesto, con el arco tensado y dispuesto a abatir al lobo-troll que se le aproxima.

Entonces, Orlant ve tres sombras, todavía lejanas, pero que se mueven a gran velocidad hacia ellos. Y siente de pronto cómo si las piernas no le sostuviesen.

El resto de la Manada acaba de aparecer. Y vienen a terminar lo que empezaron.

Vamos, vamos, no me falles ahora, pienso, no ahora cuando mas te necesito.

La fatiga, el miedo y el hambre comienzan a pasarle factura a Sertois, y son estos tres, los predecesores de la duda que amenaza con asaltarlo.

Y la duda, es la peor enemiga de un explorador.

…

Tomar una gran bocanada de aire, retenerla en los pulmones, apuntar con el arco, brazos firmes pero no exigidos, tensar la cuerda, afinar la puntería cerrando un ojo.

Disparar.

…

El cansado explorador sigue los pasos básicos de disparo, incapaz de perder el tiempo en demostraciones ostentosas, maldice mientras lo hace, maldice por no tener la habilidad ni la magia de aquel invisible agresor que ha traspasado al orejón de lado a lado.

…

Pero aunque no tenga ni la habilidad, el dominio de la magia o esa sobrenatural resistencia de los LobosTroll, Sertois tiene algo que ninguna otra raza sobre la ancha faz del mundo posee.

La tenacidad del ser humano.

Sin dudas la criatura mas impredecible que existe.

Los gritos de animo desde la torre me alegran y despejan mis dudas. Durante todo este tiempo temí que estuviese desocupada, que el enemigo hubiese acabado con la guarnición y que nuestra carrera fuese un esfuerzo inútil. Pero no. Había gente dentro y eso me animó.

Aunque fue solo unos segundos, en cuanto me giré para decírselo al explorador los ví. El resto de la manada se acercaba a la carrera, aún estaban lejos, pero lo más probable es que nos dieran alcance antes de llegar a la seguridad de las murallas.

Dudé, durante un segundo dudé volver con Sertois para acabar con el lobo-troll más cercano, pero no podía hacerlo. El elfo debía llegar a la torre, si hubiera podido caminar lo habría dejado corriendo hacia allí mientras entre el explorador y yo ganábamos tiempo para que lo lograra, pero la flecha que le traspasaba de parte a parte me lo impedía. Sertois debería acabar con el lobo-troll sin mi ayuda.

¡El resto de la manada está en camino!- Le advertí justo antes de volver a lanzarme en la carrera hacia la seguridad de la torre. Si bien no tenía la esperanza de llegar a ella, si la tenía de entrar en el radio de alcance de las flechas que seguro dispararían sus ocupantes en cuanto los lobos se acercaran.

La flecha silba a centímetros por encima del lomo del lobo-troll, pero Sertois no pierde tiempo en lamentarse.

Inmediatamente tiene otra flecha preparada para disparar.

Pero es consciente que la distancia entre ambos se reduce segundo a segundo.

Ok

Por mi perfecto.
 

Los últimos rayos del sol iluminan el sudoroso rostro del sargento, que intenta acompasar su respiración al ritmo de la carrera que le lleva hasta las murallas. No puede permitirse desfallecer ahora que tan cerca se encuentra de la salvación. Su vida, y la que le quede a Girshael en su ligero cuerpo dependen de ello. Tampoco se arriesga a mirar atrás ni una sola vez. Atrás tiene a la muerte, y mirarla sólo podría hacer que perdiera su compostura o peor, que tropezara en su huída hacia delante.

Prefiere centrarse en lo que tiene delante. El puesto fronterizo se encuentra en una pequeña y aislada colina. La Torre de piedra gris se rodea de una empalizada formada por troncos que deben llegar a los cinco metros de altura. Una rampa de tierra sube con menos inclinación hacia las dobles puertas principales, también en madera, pero reforzadas con metal por lo que puede ver desde aquí. Y sobre todo, unas puertas que permanecen cerradas.

Orlant no pierde tiempo en pensar qué hará si llega hasta las murallas para encontrarse con la entrada cerrada.

Está dispuesto a abrir las puertas a cabezazos si hace falta…

Nada bueno auguraban esas fauces babeantes, los ojos como yescas ardientes y aquellas filosas garras.

Sertois miraba hacia la bestia que se le venía encima, la misma a la cual ya había errado por segunda ocasión.

¿No era acaso ese un anuncio de su Dios?, ¡claro que sí!, se decía a sí mismo el explorador.

Permanecer por más tiempo, enfrascado en el erróneo acto de intentar acertar a tamaña distancia, era tentar a la suerte y Sertois, no era un hombre que coqueteara con la esquiva Dama Fortuna.

Y aun así, nada podía hacer en esta ocasión puesto que estaba en terreno abierto y aquella criatura le daría alcance antes de llegar a la torre si se echaba a correr.

¡No!, iba a intentar hacer lo que mejor sabia, y si hoy tocaba morir, se los pondría difícil peleando incluso con sus propios dientes y uñas si la ocasión lo requería.

Guía mi mano Señor, pensó dejando escapar la flecha mientras seguía con los ojos su trayectoria…