Partida Rol por web

1° - 18

2° - 8

3° - 15

En rápida sucesión, Sertois dispara tres flechas.

Las tres aciertan en el blanco. Una detrás de otra. El lobo-troll ruge de manera aguda y sacude la enorme testa a causa del dolor. Cuando el último proyectil se hunde en su costado, la carrera del monstruo se detiene de forma abrupta, y el lobo-troll sigue avanzando unos metros a causa de la inercia, dando vueltas sobre sí mismo de manera violenta hasta que por fin se detiene en mitad de una nube de polvo.

Y finalmente, el explorador se da el lujo de volver a respirar de nuevo…

En esos momentos ya solo podía hacer una cosa. Correr, correr y correr todo lo rápido que mis cansadas piernas me permitieran para llegar a las murallas antes que los lobos-troll me diesen alcance.

Corría y corría sin descanso, con el cuerpo del elfo entre mis brazos, deseando con toda sus fuerzas que los soldados de su interior entendieran que tenían que abrir los portones o todo mi esfuerzo sería en vano.

-¡Abrid las puertas!- Rugí en mitad de la carrera cuando estuve lo bastante cerca como para que pudieran oírme.

Está llegando, por fin está llegando…

Pero cuando Orlant comienza a subir la rampa de tierra que le lleva hasta los portones de entrada es cuando sus temores se empiezan a confirmar. No hay ni rastro de defensores. Ni en la muralla de madera que rodea la torre, ni en la misma edificación de piedra gris. Nadie hay sobre las murallas. Nadie hay como vigía en lo alto de la torre. Nadie le da el alto. Nadie emite el menor sonido.

¿Y qué sucede entonces con la figura que vio en la distancia? ¿Y los gritos de ánimo que escuchó? Por un momento el sargento piensa que quizás fueron imaginaciones suyas. Pero qué más da, en estos momentos está tan agotado que casi todo le da igual…

¿Podría haber sido abandonado este puesto? No hay signos de deterioro ni en la muralla exterior, ni en las grandes puertas de entrada ni en lo que pueden distinguir de la torre. No parece haber sido presa de un ataque o haber sido asaltada…

Cuando termina de completar la subida y llega hasta la entrada. Todavía cerrada. Al hacerlo, Orlant no puede evitar dar una patada a la madera, presa de la rabia. Justo cuando la esperanza volvía a resurgir en su corazón, el destino les vuelve la espalda nuevamente.

El sargento levanta la vista hacia arriba, contemplando la mole de piedra gris a la que no puede acceder hasta que abran las puertas, y grita nuevamente pidiendo paso…

Abatido su enemigo, Sertois vuelve su atención hacia el resto.

Tres lobos-troll se dirigen directamente hacia Orlant y el elfo, que ya están subiendo la rampa que lleva a las grandes puertas de entrada de la muralla de madera.

Una sensación de horror y alivio se entremezclan en el interior del explorador. Alivio porque las tres bestias han centrado su atención en el sargento y en su carga en lugar de en él. Si se hubieran decidido a atacarle ya tendría a los lobos-troll prácticamente encima.

Y la sensación de espanto es debida a que cuando por fin Orlant llega a las puertas, éstas continúan cerradas, haciendo que el caballero se encuentre atrapado entre sus perseguidores y la infranqueable muralla.

Sertois comprueba de nuevo su carcaj. Sólo le quedan diez flechas…

Pese a estar completamente extenuado había corrido sin descanso hasta la muralla llevando entre mis brazos al elfo. Pese a su peso, había conseguido mantener el ritmo sin permitirles a los lobo-trolls, mucho más rápidos que yo, que me recortaran un metro más del estrictamente necesario en nuestra carrera hasta la salvación.

Cuando, por fin, terminé de subir la rampa de acceso y llegué a los portones cerrados sudaba como no había sudado en toda mi vida. En esos momentos, si no hubiese sido porque un sargento de caballeros no podía perder la compostura me habría echado a llorar de pura desesperación allí mismo. En su lugar, descargué mi frustración con una fuerte patada al portón y un grito de pura rabia.

Mi final estaba cerca, pero no pensaba dejar que la muerte me encontrara rugiendo a una puerta que no se abriría, mientras me autocompadecía por haber fallado en mi misión de mantener con vida al elfo. Ese nunca había sido mi estilo y tampoco lo sería el día de mi muerte.

Con mucho cuidado, deje al elfo recostado contra la muralla, aún sin poder entender como podía seguir consciente con esa enorme flecha atravesando su cuerpo.- Te prometí que si cuando llegaba el momento de defenderse continuabas a mi lado podrías hacerlo.- Le dije a Girshael mirando en la profundidad de sus ojos y le entregué mi cuchillo.- El momento ha llegado.

Dudaba que el elfo conservara las fuerzas necesarias para blandir ese cuchillo, pero por lo menos le serviría para quitarse la vida una vez que los lobos-troll acabaran conmigo. Me di la vuelta nuevamente, encarándome a las tres bestias que continuaban su carrera asesina hacia nosotros y dando un par de pasos hacia ellas mientras desenvainaba mi espadón y daba un par de mandobles de calentamiento para desentumecer los músculos de los brazos.

Aún tenía tiempo mas que de sobra para sacar la cruz de debajo de mis ropas y besarla mientras buscaba entre mis recuerdos la cara de mis hijos y les dedicaba una plegaría silenciosa.

¡Venid a morir!- Les grité a los lobos mientras veía como se acercaban y medía las distancias para lanzarme en una carga suicida cuando estuvieran lo suficientemente cerca.

Incapaz de aceptar aun lo mucho que ha de estimarlo el Dios de lo Salvaje para que mediante su intervención aun él, un simple explorador humano, se mantenga indemne ante tamaño peligro, Sertois solo atina a mirar por un largo rato a la criatura que a unos buenos cuantos metros, ahora yace muerta bajo sus flechas.

Es el aullido distante, - imaginario o real -, de los lobostroll, lo que le saca de aquella ensoñación recordándole que aun no está del todo a salvo.

Girándose hacia la torre, Sertois alcanza a ver a tres de las criaturas lanzándose a la carrera contra el viejo soldado y el herido elfo, a los cuales, casi con seguridad van a destrozar.

Sertois solo se toma un momento para pensar en su próximo movimiento, y aunque esta casi convencido de que alguna flecha acertaría si se apresta a disparar desde a donde ahora se encuentra, lo cierto  es que ya ha tentado muchas veces a la suerte en lo que va de día y menos aun quedando tan pocas saetas en su carcaj de cuero.

Es por esto que aunque cansado a más no poder Sertois se lanza nuevamente a la carrera para comer tantos metros como sea posible hasta la torre, solo espera que el viejo pueda soportar hasta que este lo bastante cerca para tener mejores ángulos de disparo, y por qué negarlo, una optima vía de escape, en caso de necesitarlo.

Orlant siente como una inmensa tranquilidad le embarga, disipando el miedo y el agotamiento. Ahora mismo se siente en paz consigo mismo. Sabe que todo lo que podía hacer lo ha hecho, y no hay nada que se le pueda recriminar. Si todo tiene que terminar aquí, así sea.

Respira hondo mientras lanza un par de mandobles al aire, preparándose para una última pelea. Y por Korth, que será una memorable, aunque sabe de antemano el resultado. Pero venderá cara su piel.

Los lobos troll se aproximan a toda velocidad. Subirán la rampa de tierra y se lanzarán sobre él. Dispone de la ventaja de la posición elevada, pero de poco le servirá excepto en el primer, y seguramente último encontronazo. Puede ver a lo lejos a Sertois, que ha conseguido por fin abatir al enemigo que le acechaba y se pone en marcha hacia la muralla. Quizás él lo consiga, quizás…

Entonces siente la presencia de Girshael a su lado. Orlant observa atónito como el elfo arrastra los pies, adelantándole, yendo hacia la rampa de tierra. La alargada flecha negra todavía le atraviesa el delgado cuerpo. ¿Cómo consigue mantenerse en pie? ¿Cómo es posible?

Girshael vuelve el rostro hacia él, y le mira con sus ojos apagados, turbios. En su mano sostiene el puñal que el sargento le ha dado.

Yo estaré delante… Dice con un hilo de voz. Si han recibido la orden de no matarme tendrán que rodearme, y no podrán lanzarse contra ti directamente. Toma aire despacio, como si le doliera. Tendrás alguna oportunidad más…

Orlant le mira fijamente. Va a decir algo, pero antes de que lo haga, el elfo le interrumpe.

No lo hagas. No me compadezcas. No me tengas lástima. Su mirada es la de alguien que está mirando ya hacia el otro mundo. No sabes quién soy. No sabes lo que he hecho…

Orlant asiente y traga saliva. Asienta los pies sobre la tierra y levanta en alto el espadón de acero. Los rugidos de los lobos troll suenan terriblemente próximos a medida que los monstruos comienzan a ascender la rampa hacia ellos.

En ese momento, se escucha un temblor y un crujido a sus espaldas. No son imaginaciones suyas. Es real. El sargento siente como se le ponen los pelos de punta por la impresión.

¡Están tratando de abrir las puertas!

Orlant sabe que les restan segundos antes de que los lobos-troll les alcancen. Alarga el brazo y coge por el hombro a Girshael para arrastrarlo hacia atrás, a pesar de que el brusco movimiento hace que el elfo suelte un grito de dolor y masculle una débil protesta.

Da igual, no hay tiempo. Uno de los dos grandes portones se empieza a mover hacia afuera, centímetro a centímetro. Por el rabillo del ojo el sargento ve a las bestias recortar los pocos metros que les separan. No están dispuestos a dejarlos escapar. Quieren sangre.

La abertura se ensancha lo suficiente como para que Orlant empuje dentro al delgado elfo, poniéndolo a salvo. Justo en el momento en el que el lobo-troll más adelantado salta en el aire, con las garras extendidas y las fauces abiertas, dispuesto a matarlo…

Sertois corre como nunca en su vida, corre hacia las murallas, recuperando los metros que ha perdido al verse obligado a abatir a su perseguidor.

Corre con su arco en una mano y con una flecha en la otra, sin dejar de observar la tragedia que parece a punto de suceder frente a las grandes puertas, donde permanecen atrapados el sargento y el elfo. Y el explorador maldice su impotencia, pero ni siquiera con su habilidad es capaz de abatir en plena carrera a tres blancos en movimiento, blancos tan resistentes como son estos malditos seres.

Y entonces observa el movimiento en una de las puertas. Comienza a abrirse. Pero los lobos-troll están prácticamente encima de ellos. Ni siquiera puede distinguirlos con claridad. Pero quizás lo logren, quizás puedan entrar y salvarse, quizás puedan conseguirlo.

¿Y él? ¿Podrá conseguirlo?

Contemplé atónito como Girshael no solo se mantenía en pie con el cuchillo en la mano sino que avanzaba para cubrirme del ataque de los lobos-troll. Ví en sus ojos casi sin vida como la muerte le acechaba, esperando su momento para llevárselo, aunque de alguna forma que no conseguía entender el elfo conseguía aplazar y aplazar ese momento.

Y escuché sus palabras. No me hacía falta saber lo que había hecho anteriormente. Si las leyendas eran ciertas, lo más probable era que aquello por lo que se arrepentía hubiera sucedido mucho antes de que yo naciera. No importaba el camino que hubiese seguido hasta llegar aquí, lo importante era el ahora y para mí, aquel elfo se comportaba con el mismo honro que esperaría encontrar en un miembro de la orden de caballeros. No sentí ninguna lástima por él, igual que tampoco la sentí por Sertois ni por mi mismo. Los tres éramos soldados y sabíamos que nuestra muerte llegaría tarde o temprano.

Cuando ya podía ver el brillo de los ojos de mis enemigos lo noté. Noté como la puerta se abría y una sensación de alivio me embargo. Tal vez aún no estuviera todo perdido. Lo más rápidamente que pude, empujé al elfo por la pequeña abertura a la seguridad que la torre representaba.

Mis instintos me pidieron que aprovechara la inercia para saltar dentro de la torre, alejándome de la muerte que representaban las tres bestias. Pero Sertois aún estaba fuera, y lo más probable era que de todos mis hombres fuese el único conservaba la vida. No pensaba dejarlo tirado a su suerte.

- ¡Cerrar el portón!- Pedí a quien quiera que estuviese dentro.

Apenas termina de gritar la orden de cerrar la entrada, Orlant sufre un fuerte impacto que le manda hacia atrás con tanta violencia que si no fuera porque a su espalda está la muralla de madera, le hubiese lanzado varios metros más allá.

Son unos segundos muy confusos, en los que el sargento sólo sabe que tiene encima a la bestia porque siente su aliento fétido, es salpicado por su saliva y escucha como las fauces se cierran una y otra vez a escasa distancia de su rostro. La presión sobre su pecho es tremenda y el caballero sólo acierta a hacer uso de su poderío físico para quitarse de encima a este monstruo del tamaño de un poni, a empujones, patadas y golpes con la empuñadura del espadón, ya que al estar tan cerca es imposible manejar su arma de forma adecuada.

Finalmente lo consigue, gritando como un animal por el esfuerzo, la presión desaparece y esto le permite dar una bocanada de aire y ver algo más allá de la neblina de sangre que enturbia su mirada, pero lo que ve le eriza el vello, por que los tres monstruos ya están sobre él, acosándole a la vez.

Orlant no sabe si está herido de gravedad o no, pero todavía posee fuerzas para sostenerse en pie y levantar su pesado espadón de acero.

Y de momento es todo lo que necesita...

Desde la distancia, Sertois puede ver claramente gracias a su aguda visión cómo Orlant empuja al interior de la muralla al elfo, a través del hueco de la apenas abierta entrada...

...pero el sargento se queda en su sitio para enfrentarse a las tres bestias que se le abalanzan.

¡Lo van a destrozar! ¿Pero por qué lo hace? ¿Por qué no se pone a cubierto? De pronto, el explorador lo comprende. Lo está haciendo por él. No se deja a nadie atrás. El viejo lema de los caballeros, que Orlant está siguiendo al pie de la letra y que le va a costar la vida...

A punto está Orlant de contraatacar cuando escucha desde el otro lado de la puerta una voz conocida, la voz del teniente Derlan.

¡Orlant entra, rápido, desde aquí podremos defendernos! Grita el joven caballero con un deje de desesperación en su voz.

¿Debería hacerlo? Es cierto que desde dentro podrían contener a los lobos-troll con más facilidad, pero ¿eso no implicaría dejar a Sertois a su suerte?

Orlant puede escuchar cómo a la voz del teniente se une la de Petrer, que parece que también está dentro.

Entre sargento.....ahi no tiene defensa posible....entre los que estamos aqui volveremos a abrir a Sertois, ademas podremos cubrirle.....NO PIERDA TIEMPO SARGENTO.!!!!

Lo lamento realmente, Sertois lo lamento mas no iba a ofrecer mas de su parte por el momento.

La valentía del viejo le iba a dar una chance, minúscula tal vez, pero la única disponible por ahora, ¡y por todo lo verde!, el explorador no iba desperdiciarla.

Valiéndose entonces de toda su habilidad para camuflarse en el entorno, Sertois comenzó a moverse rápido, pero sin correr aun, en diagonal hacia la torre, e intentando con ello, salir de la vista de las criaturas.

Si llegaba a las murallas, buscaría como escalarlas…si había alguna posibilidad de hacerlo.

¿Defensa posible? No había defensa posible. Por algún motivo que desconocía la guarnición no estaba, sino habrían disparado contra los lobos-troll en lugar de dejar que uno de ellos se me echara encima. Era imposible defender una torre con tan pocas personas. Drashin lanzaría sus orkos contra nosotros y moriríamos como ratas atrapados dentro de la torre.

Ya tenía bastantes fantasmas dentro de mi armario como para añadir el de Sertois justo minutos antes de morir.

-¡Enseguida entro! Ir cerrando la puerta.- Sin pensarlo un segundo más descargé mi enorme espadon sobre el lobo-troll que tenía encima.

Un poderoso tajo en vertical del sargento corta en profundidad la carne grisácea y dura de los cuartos delanteros de la bestia, abriendo una extensa herida de la que surge oscura sangre en cantidad. El lobo-troll se ve forzado a retroceder con un gruñido al tiempo que sus ojillos completamente negros dedican una mirada de odio animal al caballero que apenas tiene tiempo de respirar ya que los restantes dos miembros de la Manada ya están encima suyo. La única ventaja que Orlant tiene es que por lo menos no le pueden ganar la espalda, gracias a que tiene la muralla detrás.

Pero el monstruo herido resulta ser más peligroso de lo que nadie suponía cuando lanza un zarpazo hacia el hombre con tanta velocidad que si le hubiese alcanzado podría haber terminado con el sargento caído en el suelo y si eso hubiese sucedido las tres bestias no hubieran dudado en despedazarlo a dentelladas allí mismo.