Partida Rol por web

Tomás mira con gran recelo a los dos hombres que pasan a su lado. Por si acaso, les observa, con tiento, a ver si llevan algo encima que parezca pesar o resultar un bulto claro.

Puede escuchar, sin duda, a los dos pícaros cerrar la puerta de su celda. Espera un tiempo prudencial antes de hacer nada, mascando un hierbajo que ha recogido en el patio. Después, transcurridos unos minutos, se levanta en silencio y sube las crujientes escaleras con sigilo. Sabe ser paciente. Sabe esperar hasta que su víctima está en el punto de mira. Se aposta al lado de la puerta de la celda de los dos malhadados y aguarda, escuchando una posible conversación entre ellos.

Al abrir la portezuela, un sinfín de olores y sonidos asaltan por sorpresa a Abraham. Tras ella se encuentra una amplia cocina, plagada de cacerolas humeantes, ristras de ajos, fogones y monjes sudorosos preparando la cena. Algunos de ellos se quedan mirando al recién entrado, pero siguen a su trabajo sin prestarle demasiada atención.

Dos puertas, una a la derecha y otra a la izquierda, parecen salir de la cocina. Y por mucho que se fija, no ve a Hicham por ningún lado.

Hicham cruza la cocina sin que nadie le diga nada, y se encamina hacia la puerta de la izquierda. La abre y su sorpresa es mayúscula al descubrir que, en vez de a otra sala como esperaba, la puerta da a una especie de patio interior.

Hicham reconoce el lateral de la iglesia enfrente y una puerta que debe ser una de las que vieron anteriormente en el presbiterio. Además descubre otra construcción separada, un poco más adelante. Respecto al patio, el suelo está cubierto de hierba verde bien cuidada y , en el centro de la explanada, hay una gran cruz de piedra, en la que el gato Isaac parece estar agusto tomando los últimos rayos del sol de la tarde.

Abraham asoma la cabeza con cuidado y mira a todas partes... Si no ve a nadie a la vista susurra de nuevo:

- "¿Hiichaaammm?"

Mira a ver si encuentra alguna pista de por donde ha ido el moro para seguirle, si ve algo de comida a mano caerá en la tentación de la gula (sobretodo tan cerca de la cena) y cogerá algo que ir masticando (por ejemplo un mendrugo de pan o una zanahoria o una pieza de fruta). Busca a ver huellas de su compañero de paranoia y si no las encuentra se va por la puerta de la derecha.

Tomás no oye más que silencio al otro lado de la puerta. Reflexiona sobre qué hacer. Podría entrar por la fuerza, despertándolos y reduciéndolos, pero ellos son dos y él solamente uno, no querría confiar en el factor sorpresa y por último, ni siquiera sabe si tienen lo que él busca.

No puedo arriesgarme, concluye, aún no. Así que baja las escaleras y sale por la puerta al patio y se oculta en la noche mientras camina hacia la iglesia.

Tomás se encuentra algo desconcertado. Los dos granujas que se hacen pasar por peregrinos acababan de pasar delante suyo con el cáliz fruto de su codicia escondido bajo el manto del más anciano, y no había sido capaz ni de pestañear.

Él, que se preciaba de ser el hombre más intrépido y tenaz de su comarca y alrededores, no había estado a la altura de las circunstancias y había dejado pasar una oportunidad inmejorable de deshacerse de esos dos tipos, que no deberían suponer ningún problema en combate, a juzgar por su aspecto.

Ahora tendría que pensar en un plan para hacerse con el cáliz. Pensando en positivo, al menos ya no tenía que robarlo de la iglesia.

En la cocina, varios de los monjes presentes miran con curiosidad al extraño individuo que se asoma por la puerta llamando a alguien, aunque ninguno de ellos deja su trabajo y siguen dedicados con esmero a la elaboración de la cena. Algunos limpian pescado, otros pelan verduras, otros se encargan de los fuegos, pero ninguno parece estar haciendo nada especialmente sospechoso.

Visto que Hicham no da señales de vida en la sala, Abraham, sin dirigir la palabra a nadie, se adentra en la cocina y la cruza en dirección a la puerta de la derecha. Una vez allí, la abre y observa que al otro lado hay una sala muy larga con una gran mesa central, en la que algunos novicios están colocando platos, vasos y jarras. Tampoco allí parece estar el escurridizo converso.

Con el rostro algo congestionado de la vergüenza Abraham decide que lo mejor que puede hacer es aparentar naturalidad, no debe ser tan raro que los huéspedes se pierdan en un monasterio tan grande y con tantos caminos. Saluda con un gesto a los monjes cuando le miran antes de volver a sus tareas. Como no sabe a donde ir y aunque no está muy convencido de que sea la mejor opción decide preguntar a los lugareños, así que se acerca al primer monje con el que cruce la mirada y le pregunta:

- "Buenas tardes nos de Dios, hermano. Estoy buscando a un compañero al que he perdido tras salir de la iglesia, me parece haberlo visto por aquí. Es bastante fácil de reconocer se trata de un sarraceno converso, ¿lo habéis visto por aquí? ¿Saben por dónde puede haber ido?"

Pone su mejor cara de bueno e inocente y aplica todas sus dotes de vendedor.

Abraham sale del refectorio tras las miradas extrañadas de los monjes que no parecen haber visto a Hicham. De vuelta a la cocina y tras el encogimiento de hombros de otro par de novicios, un monje más entrado en años, con aspecto afable y bien entrado en carnes, se dirige al judío.

- Creo que su amigo salió por ahí hace un momento, dice señalando a la otra puerta de la cocina. - ¿Se puede saber qué andan haciendo?, ¿no tienen bastante espacio en el patio que se tienen que poner a jugar al escondite en las cocinas?

Abraham se queda extrañado de que el monje solo sienta curiosidad y que no les adviertan de que no deberían andar paseando por esta parte del monasterio. Mientras no les amonesten pues Abraham seguirá a su compañero, si se da el caso pues ya verá que hacer. Con aire inocente y distraído le responde al monje:

- "Verá, es que nos hemos perdido saliendo de la iglesia y estamos buscando el camino de vuelta. Yo encima me he despistado, he girado donde no era y he perdido a mi amigo. ¡Es que este monasterio suyo es inmenso!"

Luego tras disculparse con los presentes por las molestias se dirige a la otra puerta intentando esquivar los obstáculos que encuentre en su ruta.

Hicham se acerca al centro de la explanada y hacia donde el gato descansa para observar la cruz. El gato le da mal fario y no se acerca mucho a él. Observa la cruz por si hubiese algún tipo de inscripción o símbolo que pudiese llamarle la atención.

Después de ello se acerca a la construcción que está separada buscando alguna puerta o ventana para poder observar el interior.

Hicham se acerca a la cruz, pero antes de llegar se fija en algunos montículos y zonas de tierra removida con mayor o menor antigüedad, que hay a lo largo del patio. Desde luego le parecen tumbas, pero en ellas no hay lápidas ni inscripciones, ni siquiera flores.

Finalmente, intentando no pisar ninguno de los montículos para evitar molestar el descanso eterno de los que allí yacen (y de paso la mala suerte), Hicham se acerca a la cruz y la estudia detenidamente, aunque tampoco ve en ella ninguna inscripción, ni fecha ni nada por el estilo. Desde luego, en caso de ser esto un cementerio, es el más extraño que Hicham haya visto en su vida.

Estando el converso entre sus cavilaciones, aparece su compañero Abraham por la misma puerta que daba a las cocinas.

Abraham abandona las cocinas entre disculpas y sale por la puerta indicada. Tras abrirla, se sorprende al encontrar que, en vez de otra oscura y lóbrega estancia del monasterio, la puerta da a un patio interior, con el suelo cubierto de hierba verde y fresca.

El patio, de no demasiada extensión, tiene accesos a la nave principal del monasterio, a la iglesia y a otro edificio adyacente. En el centro del patio, su compañero Hicham parece estar examinando una gran cruz de piedra sobre la que descansa el gato Isaac, sin hacer demasiado caso al converso.

Por otra parte, a lo largo del patio, Abraham observa algunos montículos y zonas de tierra removida, que dan la sensación de enterramiento o cementerio, pero no consigue encontrar lápidas o inscripciones, más allá de la propia cruz del centro del patio.

-"¡Amigo Abraham!, esto es un cementerio, ten cuidado no pises ninguna tumba..."- dice contento al ver a alguien conocido ya que le da un poco de canguelo la idea de estar solo en camposanto -"...y lo mas extraño es que no hay lápidas ni flores"

Hicham se acerca a Abraham y le muestra el edificio adjunto.

-"Aquí hay Isaac encerrado"- dice divertido con cara interesante apuntando al edificio feliz por la compañia.

Abraham se asomaba e iba a chistar al sarraceno cuando éste se volvió y le llamó. Con cuidado evitando los motoncitos que parecían tumbas se acercó hasta la cruz donde estaba su compañero y miró a donde este le indicaba.

- "La verdad es que es un cementerio extraño, pero los monjes tanto tiempo encerrados y aislados no suelen atenerse a convenciones sociales." - Tras echar un vistazo a su alrededor. - "¿Ese Isaac será el que buscaba Gonzalo?"

-"¿Gonzalo buscaba al gato?, yo no sabía nada...bueno, ¿qué le parece si investigamos el edificio?"

Le dice Hicham cogiendo a Abraham de la manga y tirando de él hacia el edificio.

-"Seguro que lo encontraremos interesante"