Partida Rol por web

Asistía, mudo, a las maniobras de mi unidad. El retumbar de la tierra bajo el impacto de lso cañones y los hombres que caían aquí y allá, víctimas del caprichoso destino. Era a lo que más temía en aquellos momentos. Mi posición, cubierto por los piqueros, me aseguraban un muro de carne entre el enemigo y mi persona. Cuando granizara el plomo ellos se llevarían la peor parte... Pero un cañonazo afortunado no había piquero que lo frenara, y los proyectiles caían donde caían. Había visto heridas de cañón y eran terribles. Piernas arrancadas de cuajo, cuerpos deshechos, entrañas desparramadas... El efecto sobre la moral era mucho más potente que su capacidad para dar muerte... La incertidumbre de si tú ibas a ser el siguiente...

Bah! calla ya, Karl. Si te cae una de esas no te vas a dar ni cuenta que ya estarás saludando a San Pedro... Mejor eso que una mojada en la tripa o... Calla. Atento a las formaciones... Preparado para tu momento...

Pienso mientras aprieto y relajo mis manos sobre el montante, como para calentar mis manos y mis muñecas... Anticipando lo que va a venir.

El joven Martin aguantaba el tipo ante el estruendo de los cañones lo mejor que podia. Los hombres, junto a él parecían estatuas de piedra sin mover el rostro aunque se aferraran a las picas hasta blanquear los nudillos y las rodillas les temblaran. Un cañonazo pegó muy cerca y alcanzó a un arcaburero que desapareció en un instante en una nube rosada, como si nunca hubiera existido. El joven Martín se encogió involuntariamente. No había pasado tanto miedo desde la turbera. Había pensado que tras el encuentro con los triadores se le habría templado el ánimo, pero en aquel combate guarecido como estaba no había corrido peligro real. En esta ocasión, una vez más se jugaba la vida y la muerte con el destino y no importaban el valor o la gallardía más que para entrar en el cielo bien derecho o encogido como un cobarde.

La rodela le colgaba del brazo como muerta y sólo se acordó de levantarla cuando tras otro cañonazo les alcanzó una lluvia de tierra. En el cinto pendían las dos pistolas, la honda y el cuchillo largo mientras que la mochila había quedado en el campamento sustituida por unos doce apóstoles y dos botas, una de agua y una de vino, que el nuevo capitán Ferreira había considerado serían más útiles que toda la demás impedimenta. Una vendas limpias metidas en los bolsillos completaban el atuendo del muchacho, que junto a sus mayores se disponía a defender al Rey contra aquellos herejes que les superaban, ya sólo los rescatadores en dos o tres a uno y eso sin contar a los que aún quedaran en la plaza fuerte de Boom.

- ¡Cargad! Preparad las horquillas y apuntad. Que nadie dispare sin la orden.

El tiempo pasaba y la tensión se podía cortar como un cuchillo. Claramente subestimados por el enemigo, nos pusimos en formación y asistimos con muchos higados a los cañonazos de esos hideputas. Un muchacho es tumbado a mi lado, y casi puedo saborear su sangre cuando esta salpica, acompañada de algún trozo que otro. Pero eso no era algo que me ablandara el seso. Cuando llevas desde que eras un rapaz entre carnicerías, a uno se le endurece el alma ante estas cosas. Es algo común a todos, pues no hay tiempo para llorar a nadie. Rápidamente el hueco del caído debe ser ocupado. Es así como se ganan las guerras, no con la lástima.

Pronto nos tacaría actuar. De mientras aferro mi pica, impaciente. La aferro con fuerzo, haciendo que mis nudillos se tornen blancos de tanto en tanto, para despues aflojar. Y así, en un ritual de preparación. Que Díos se apiadara de todos nosotros.

Una bala de cañón golpea el suelo, levantando un surtidor de tierra que salpica a la manga de mosqueteros. Los hombres se encogen, escupen y tosen. Algunos Rezan.

- ¡Cabezas arriba, collons de Déu! Y cuidad las mechas como si fuera la virgo de vuestras pubilles*.

Ya se acercan los cabrones... En apretadas filas de piqueros que serán un blanco fácil. Son tres contra uno. Pero en peores peleas ha estado y de peores peleas ha salido.

Era el momento de la locura. Del intercambio de disparos. Los cañones se cargaron con metralla y se dispararon sobre el enemigo que avanzaba a distancia de tiro. Los españoles tuvieron bajas considerables por éste cañoneo, casi la mitad de una compañía de piqueros, si se contaban a todos los muertos. Los franceses perdieron una al completo, y hasta una bandera llegó a caer, rota el asta.

Los mosqueteros, paisanos catalanes en su mayoría, hicieron fuego sobre sus homólogos franceses, diezmando terriblemente la unidad antes de que ésta llegara a entrar en fuego con ellos. Pero entonces demostraron de lo que estaban hechos los famosos mosqueteros del rey de Francia. Turnándose para hacer fuego al estilo sueco, inflingieron duras pérdidas a los españoles, que sin embargo sostuvieron el campo. No podía decirse lo mismo de los franceses, que tras una nueva descarga de artillería, flaquearon. Los mosqueteros se refugiaron dentro del cuadro, y algunos de ellos abandonaron el combate, emprendiendo una retirada harto infamante.

El duelo de arcabucería se sostenía en toda la línea, y así fue durante largo rato. Las bajas estaban repartidas en ambos bandos, y estaba claro que aquello no iba a ser decisivo.

Callaron los mosquetes y arcabuces, y sonó el palilleo de las picas y los golpes de zapato contra el suelo. Los piqueros franceses se acercaban, buscando la refriega. Arcabuceros y mosqueteros buscaron protección dentro del cuadro. Era el momento de que hablaran las astas.

El capitán levantó la mano, indicando que se prepararan. Luego la bajó.

-¡Calad picas!

Llegó el momento del apellido. En toda la línea se coreó: ¡Cierra España, Santiago! El capitán estaba en la primera línea, como correspondía a su rango. Una pica francesa corrió en su búsqueda, dispuesta a matar o herir.

Cuando las picas comenzaron a acercarse a las mangas de arcabuceros y mosqueteros, Velez, ordeno la retirada tras el abrigo de los piqueros.

Con la cara tiznada por la polvora observo los resultados del duelo en el que acababan de tomar parte.

-No ha sido mal trabajo, vive Dios!, pero si fueran holandeses ya estarian huyendo, son buenos sus tiradores estos jodidos gabachos, y ahora vienen a trincharnos.

Se froto la cara con un trapo humedo y bebio un largo trago de vino. Empuño ropera y pistola y organizo un pequeño grupo que habria de infiltrarse entre sus lineas de piqueros apenas les dieran una oportunidad, para ello se coloco detras de los tudescos de grandes cuchillas que ofrecian la mejor opcion.

Se dirigio quedo al catalan.

-Catalan!. Cuando llegue el choque, si tus hombres pueden apoyar el trabajo de los tudescos con los montantes con una granizada de disparos justo donde van a actuar ellos tendremos una oportunidad de abrir un hueco por donde colarnos y joderles bien. Si la cosa funciona y nos nos convertimos en toros en la suerte de varas, acudid a apoyarnos y desbarataremos este asalto.

Se preparo aunque pudo ver con el rabillo del ojo como se exponia el capitan en primera linea y como Martin acudia en su auxilio, por si acaso apunto con la pistola al gabacho que iba a con las del turco a por el capitan.

-Mejor comienzo la empresa sin una pistola que la compañia sin capitan.

Y comenzo a musitar el credo en espera de acontecimientos.

La granizada de balas francesas es terrible, y muchos de los compañeros de Vilaplana caen a su alrededor. Dalmau, de Rubí; Rovira, de Tarragona... Todos son camaradas y paisanos. Pero no hay tiempo de lamentarse. Lo peor es que el método sueco les permite mantener una cortina de fuego continua. Cuando acabe la batalla tiene que pillar a algún francés para que les enseñe a hacer eso... Si no colabora le sacará un ojo con su daga.

La imagen le hace sonreír, hasta que una bala le roza el hombro.

- Esteu ferit, senyor!- grita un compañero.

- No es res! Cal més que això per matar un ebrenc. No es cert, Codina?

- Es la meuca veritat, senyor!- responde el aludido, que es de Roquetes y muy bruto, con la cara tiznada por la polvora.

Agrupa a los hombres para mantener el fuego continuo cuando oye la orden de Vélez.

- Entesos! Apunteu tots allí. Foc a la meva senyal!

El joven Martín estaba en primera línea - ¡Maldita fuera su suerte! - el capitán tenía que estar en primera línea y su mochilero, léase el joven Martín, con él. Afortunadamente los disparos de mosquete no se centraron en ellos, sino que los tiradores de ambos ejércitos se centraron en mancarse entre sí.

Sin embargo el alivio del muchacho duró poco, cuando el centro de piqueros francés avanzó sobre ellos con paso lento y firme y las picas se pusieron horizontales, justo a la altura de la cabeza dle chaval.

Uno de los primeros piqueros francos debió querer destacarse entre sus compañeros y se lanzó sobre la banda roja del capitán Ferreira y separándose un poco de la fila amagó un golpe contra el pecho. Sacando un valor que Martín no creía poseer, él también se adelantó y levantó la rodela. Arma ésta con la que el capitán Ferreira le había hecho ensayar día y noche los últimos días - y bendito fuera por ello - La pica se desvió de su trayectoria dejando indemne al capitán y antes de que el francés tuviera tiempo de rehacer su guardia, Martín destrabó una pistola de chispa de su cinturón y le descerrajó un tiro, que si bien no fue lo suficientemente certero para dejarlo muerto en el sitio, si le causó un daño notable y dió tiempo al muchacho a retroceder un paso y adentrarse en las filas de los católicos.

La calma que precede la tormenta. Éso fue el siencio antes de que estallara el bramor de la polvora y los cañonazos. Los gabachos del demonio nos hicieron mucho daño, pero más daño le hicimos nosotors a ellos. Nos superaban sobradamente en número y los empezamos a diezmar. Incluso algunos emprende una retirada de cobardes.

Aguardo en mi posición, luchando contra la lluvia de plomo a sangre fría. Quieto, serio, con el rostro negro de algún disparo que me tiznó la cara y arrebató la vida a algún compañeros. Hipeputas, mascullo. Turnando eso con un padre nuestro de vez en cuando. Que nunca estaba de más. Y entre rezos y maldiciones, nos llega la hora de pasar a la acción a los piqueros. Así que calo mi pica a la orden de Ferreira. 

- !España, Santiago! - bramo, llegado el momento.

Soy de los pocos que recibo un primer ataque del que defenderme, así que trato de desvíar pica.

Despues de desviar su pica, me cago en su muertos intentando un buen testarazo con la mía. Hideputa gabacho.

Detrás de los piqueros poca cosa puedo ver del campo, aunque ya estoy algo bregado de otras batallas, y por los sonidos uno se puede hacer una ligera idea de lo que ocurre. El fuego de artillería, las descargas cerradas de mosquete...

Un momento, esas descargas son muy seguidas... Hay por allí unos desgraciados que saben disparar... Y por las voces juaría que son comedores de ranas...

Redobles de tambor y me pongo en marcha con los piqueros. Se calan las picas y está claro que en breve toca empezar a bailar.

Siempre de cara, Karl. Siempre de cara...

Pienso, recordando en mi armadura. Un pectoral de buen metal pero con espaldar de varias tiras de cuero, para mantenerlo sujeto. La armadura de los valientes.

Y de los muertos, imbécil. Jojojo! venga, métele huevos, Karl. Que sepan estos españolitos de qué estamos hechos...

Siento la impaciencia... Me anticipo a los gritos de sorpresa cuando me meta dentro del cuadro enemigo, apartando astas y cortando brazos y piernas. Barridos, tajos, golpes de pomo contra bocas gabachas... Es una buena manera para irse insuflando ánimos. Ahora no es momento de pensar en fosas de cal.

Las picas se trabaron, y el resultado del choque estaba lejos de determinarse. Hombres caían de una y otra banda, horadados por las moharras de las picas. El disparo de Martín no tumbó al piquero, pero si lo hizo retroceder a la segunda fila, hiriéndole en el pecho. Negrete atravesó la mano derecha del piquero, de parte a parte, aunque sin matarle.

El tipo se resintió, alzando la pica un momento. Eso creó hueco. Y más hueco iba creando el mosqueteo graneado desde sus propias filas, que el catalán articulaba. Era el momento de empujar, de atacar. De pasar a mayores.

Ya se habían acabado lo melindres. Con la mano atravesada, había dejado un hueco que había sido respuesto por otro puerco piquero gabacho. El catalán le estaba echándo hígado, y antes el acribillamiento que le estábamos metiendo no había otra que seguir dándoles duro.  En esa situación, procedo a atacar para atravesar al siguiente de parte a parte, a ser posible.

Vilaplana intenta echar su grano de arena, pero con el humo y la confusión su disparo se pierde...

Era el momento.

Miro a su alrededor cerciorandose de que el pequeño grupo que habia reunido estaban preaparados y asi era. Como el, aferraban espadas, dagas y pistolas y en su mirada habia el aire de ferocidad y desesperacion que caracterizaba a la infanteria española.

Comprobo la pistola, estiro un poco los musculos y se coloco detras de Karl, le puso la mano en el hombro.

-¡Adelante Karl!, abrenos hueco entre sus picas y nosotros terminamos el trabajo.