Partida Rol por web

Aguzando el oído, percibes claramente algo... El maligno susurro del fez rojo brotando de la caja donde lo guardáis. Ese imposible sonido que parece querer arrastrarte a poner esa prenda maldita en tu cabeza para sentir el horror que devoró a Matthew Pook...

En la tranquilidad del vagón de aquella tarde, mientras el tren cruzaba velozmente el paisaje, Harold creyó oír voces. Por un momento pensó que eran sus compañeros que regresaban de su incursión al compartimento de Menkaph, pero luego descubrió que el origen del sonido no era el pasillo del tren: era el interior de la caja.

Si ponía todo su empeño, podía escuchar unos débiles susurros que provenían del interior de la caja. No se distinguía claramente lo que decía la voz, pero el profesor estaba seguro que no era agradable. Se levantó rápidamente del banco, alejándose lo máximo posible de la caja. Intentó llenar su mente de otros pensamientos: viejos libros que había leído, códices, hasta los monótonos horarios de la universidad. Aquello pareció surtir efecto, puesto que al cabo de unos minutos, lo único que podía escuchar era el traqueteo del tren.

Aferrándote a tu disciplina mental académica consigues mantenerte centrado. Respiras hondo una y otra vez.

Ante tu silencio, MEnkaph apenas te presta atención... De repente interrumpe su discursito pedante y rimbombante y se levanta, musita una disculpa y va hacia la salida del vagón restaurante.

WOYTEK no era un sujeto particularmente corpulento. Más bien, todo lo contrario, pues en las raras ocasiones en que podía vérselo sin sus acostumbradas botas de montar de caña alta (y sólido tacón), su estatura distinguía claramente como casi un palmo por debajo de la media.

Sin embargo, tenía una contextura bien fornida, de hombros rectos y amplia espalda envarada, que le otorgaba un aire macizo, aunque sin perder su distinguida elegancia nobiliaria. Además, también parecía que aquel tipo de actividades no le eran del todo desconocidas. Por tanto, ya uera por técnica o pura fuerza bruta, cuando apoyó con un golpe seco toda su anatomía sobre los pulidos listones de madera de la puerta, esta se abrió casi al instante, sin oponer la menor resistencia.

- Debemos apresurarnos. ¿Será prudente llevarnos algo? ¿O estamos solo en una misión de reconocimiento?

Ves como Menkaph se levanta de su mesa y va en dirección al vagón litera.

El Dr. Saroch vio con incredulidad el fez sin vigilancia. No podían desaprovechar una ocasión así. Con la cerradura rota y el libro del Marqués faltando hojas ya no podían volver a su compartimento y fingir que no había pasado nada, así que decidió tras asegurarse de que el fez fuera auténtico, llevárselo de vuelta.

Era consciemte de que con esta acción acababa de declarar la guerra a Menkaph y sus acólitos, pero si había dos feces, ambos debían ser destruidos, por el bien de la humanidad.

Muy nervioso, Polat tomó nota en su libretita de la identidad que representaban aquellos papeles, suponiendo que podría no ser su único juego de documentos. ¿Quizá había incluso un tercero? Mientras le dejaron, se dedicó a mirar si había tablones sueltos en el suelo, algo donde guardar cosas en verdad importantes, nada que la mucama quisiera encontrar.

El profesor Polat rebusca cuidadosamente, pero no encuentra nada y no hay tiempo para muchas pesquisas... Oís como algunos de los viajeros vuelven a sus cabinas. Mejor no llamar la atención. Guardando todo lo que tenéis en los bolsillos, salís al pasillo. 

 justo a tiempo, porque pronto veís a Menkaph volver a su compartimento al parecer rumiando algo... Un minuto más y os hubiera pillado in fragante delito.

SAROCH

Cómo puedes saber si el fez es auténtico... ¿Quizá comparando los jeroglíficos marcados dentro...?

Polat se ajustó su propio fez al pasar Menkaph haciendo gala de no levantarlo para saludar en lo que consideraba la más terrible desfachatez y un desafío rayano en lo grotesco. Seguramente parecía como si tuviera una mosca correteando por dentro del mismo y quisiera espantarla. En todo caso sus pies obraron lo que su educación dictaba y dejaron paso en el pasillo a su enemigo sin pedir permiso a su romántico cortex cerebral.

Sabiendo que debe dar la alarma la joven avisa al que está listo para alertar a los que hayan ido a incursionar en el camarote

Paso bien la tirada de cordura.

Ahora preguntamos al resto del grupo pero se supone que dejamos a dos miembros del grupo para evitar que nos pudieran pillar (Amelia que nos avisaría si pasara algo y Hartzman que lo iba a distraer):

- Von Hartzman distraerá a Menkaph mientras sucede el registro.

- Si he entendido bien, Amelia se queda en el pasillo lista para advertir los movimientos de Menkaph y avisar a los incursores. 

En todo caso Saroch avisará al resto del grupo de que es urgente hacer una reunión de todos en el camarote (y bien cerrados dentro)

SAROCH

Jurarías que los jeroglíficos... se mueven... a tu visión... debe ser un efecto de la luz... Y oyes un susurro... Rápidamente reaccionas y metes el fez en una maleta. Es demasiado peligroso.

VIENA

La tarde trascurre sin incidentes. Si Menkaph se ha dado cuenta de que le han robado, no ha habido explosión de rabia. El paisaje rural deja paso a las montañas, y en unas horas el Orient Express hace su parada en Viena. Aunque solo podéis vislumbrar retazos de la capital imperial desde las ventanillas. 

Algunos pasajeros han llegado a su destino, otros se empiezan su periplo. Entre ellos un aristócrata de sombrero de copa y elegantes quevedos, el conde Von Hofler, recomendado por el Profesor Smith, y debidamente informado por este por la moderna magia del telégrafo, con sus palabras cruzando silenciosamente el continente cual Mercurio de pies alados.

- Buenas tardes señorita y caballeros. He oído la llamada de mi amigo Julius Smith y uno mis fuerzas a las de ustedes. Cuenten conmigo para lo que necesiten.

El Doctor Saroch se reuniò con el resto del grupo antes de que llegara el Conde y les explicó de sus aventuras en el camarote de Menkaph y les pidió que no contaran a su nuevo aliado nada de los dos feces hasta que pudieran estar 100% seguros de que no era un agente más de Menkaph.

Los nervios hicieran que saludara al estilo oriental y, luego, apretando con ambas manos la diestra del conde y sacudiéndosela con energía.

—Muy honrado, señor conde. —Se presentó y presentó a todo el mundo, haciendo de maestro de ceremonias y pronto intentó acomodar a todo el mundo en algún saloncito o compartimento privado.

—Me temo que tenemos en casa al enemigo, conde. —Y se lanzó a narrar sus aventuras desde que salieron de Londres, deteniéndose de cuando en cuando para dejar que otros también metieran baza.

El  Doctor Saroch tosió fuertemente antes de que su compañero se fuera de la lengua y siguó con una versión reducida en a que ellos sí tenían un, pero sólo uno, y le preguntó si dados sus conocimientos les podría ayudar con el fez y a defenderlo de Menkaph.