Partida Rol por web

El elfo cogió la caja y la observó buscando algún mecanismo de trampa. Por desgracia para él, que no hubiera un mecanismo no significaba que no hubiera una trampa y cuando lo abrió un chorro de ácido salió de allí mágicamente y le impacto en el abdomen, quemando parte de su ropa y su piel.

Dentro de la caja se encontraba un enorme libro de conjuros, algo gastado, pues se notaba que se usaba para viajar con él, pero en buen estado.

- Auch, ¿estás bien?- preguntó al elfo cuando le saltó la trampa. Al ver por encima del hombro de Grend´Dail que se trataba solo de un libro, el guerrero perdió todo interés y se marchó hacia la escalera.

- Bueno, voy subiendo si eso- susurró.

Joder.

Exclamó el elfo al llenarse de ácido. Sóltó rápidamente la caja y empezó a restregarse para tratar de quitarse el que tenía, no fuera a quemarle la ropa que llevaba. En la ilusión no lo parecía, pero la chaqueta que llevaba realmente era su favorita y odiaría tener que cambiarla.

Al menos no había sido todo malo, ya que si le quitaban a un mago su libro de conjuros normalmente le hacias una putada gorda.

Parecía que su artefacto tuvo éxito, aunque por la reacción de uno de los recientes miembros del grupo el proceso de encendido no había sido el mejor. Toca seguir probando, pensó el constructo mientras ascendía por los peldaños al interior de la torre. El lugar parecía desierto, aunque se movían en silencio y con cuidado para no llamar demasiado la atención, hasta que la curiosidad de Grend - no podía culparle, él habría hecho lo mismo - recibió un castigo en forma de una vaharada de ácido.

- Déjame ayudarte - mencionó Égida, corriendo a ayudarle mientras echaba mano a su cintura. Fue un gesto mecánico, casi instintivo, y luego pareció suspirar y llamó la atención de Airic para que le lanzara su odre de agua. Vertió el contenido sobre el hechicero, aunque el conjuro que camuflaba su aspecto no le permitía ver con claridad dónde debía limpiar.

Pese a la ayuda de Égida y Airic el Ácido traspasó parte de la ropa del elfo y le llegó a quemar la piel, en algunas zonas causando bastante daño.

Mientras tanto, Abdali subia hacia el piso superior por las escaleras. La cámara superior era una combinación entre un salón y una oficia, y una pequeña chimenea en la pared oeste que proveía de calor la estancia. Un escritorio, una silla acolchada y un banco estaba ubicados cerca de la chimenea, de lo contrario sería como un enorme cuarto vacío pues no tenía ni siquiera decoración. Además, igual que en el piso inferior, había dos puertas más y las escaleras continuaban hacia un tercer y último piso.

Auauauau. Será posible. ¿Donde has aprendido a curar a gente de carne y hueso?

Aunque a pesar de sus protestas el elfo sabía bien que él no se había estado lo que se dice muy quieto a la hora de dejarse ayudar. No le gustaba que le tocasen, a menos que fuese de cierto caracter. Y desde luego no le apetecía nada aquello con el mini golem.

Aguantando un grito de dolor, Grend hizo de tripas corazón y subió al siguiente piso mientras guardaba el libro de hechizos en su mochila, junto a la túnica.

No sé. El que esté tan desierto todo, a pesar de la distracción, me escama. Y no lo digo con segundas que conste.

Sonrió ante el último comentario.

- Si eres así de bueno con las trampas, que las hadas nos pillen confesadas.

Pero a continuación dibujó en el aire unas líneas imaginarias mientras pronunciaba palabras en la lengua de las hadas, y las quemaduras pasaron de un color rojo intenso a un naranja como intermedio entre una naranja y un pomelo, con los bordes del color de la menta fresca. En el ambiente se percibió un olor a flore de madreselva regada con agua de lluvia y un ligerísimo regusto a ozono como el que queda tras una tormenta eléctrica en una tarde de otoño.

Naturalmente, todos esos matices fueron precibidos por Lirio. Para los demás fue un cambio de color y un olor un tanto raro, a secas. Las gentes de los mundos civilizados solo percibían colores muy primarios y solo apreciaban los matices olfativos de los buenos vinos, y eso último no todos.

Abdali, que seguía de reconocimiento, muy pendiente a cualquier ruido que no fuera el de sus compañeros, fue hacia una de las puertas y puso la oreja. 

—Luego te echo un vistazo con calma, ¿sí? —comentó el forjado, tras ver cómo Lirio usaba su magia para sanar las heridas de Grend. Algo le decía que no había sido curado del todo, pero con la magia que le camuflaba no podía confirmarlo*. Mientras el resto iba analizando las puertas, él abría camino hacia delante: era el menos sigiloso por su tamaño y el ruido que hacía al caminar, pero era el más resistente.

Grend miró un poco con mala cara cuando el bardo dijo aquello, aunque se le pasó en cuanto le lanzó una curación.

Vaya. Una de cal y una de arena. Eso está bien. Muchas gracias.

Como el guerrero ya estaba comprobando las habitaciones, el elfo se dirigió a las escaleras. Estaba seguro de que se le pasaría algo importante si alguien más no miraba, pero tampoco iban a entrar todos apretujados al mismo sitio. Mejor estar un poco desperdigados.

Abdali avanzó y miró en la puerta. Parecía ser el dormitorio de alguien  amueblado con una cama, una mesa cubierta de mantas con una jofaina y artículos de aseo (peine, cepillo, jabón, esencias líquidas). Y un taburete. Alfombras cubrían la mayoría del suelo. La habitación estaba vacía, excepto por un enorme cuervo que estaba encerrado en una jaula. Al otro lado de la habitación había otra puerta, entornada, aunque no parecía haber nadie dentro*.

Por otro lado, Endozal, seguido de Grend'Dail subieron un poco las escaleras hasta el último piso. No llegaron a entrar en él, pero si se acercaron lo justo como para no escuchar a nadie. O quien estuviese arriba era muy silencioso, o en aquel momento la torre estaba vacía.

A Lirio las habitaciones de los demás no solían interesarle mucho, siempre había preferido dormir al raso, o bajo los árboles, o como mucho en alguna cueva natural. Y allí no solía usar camas complejas, más allá de una buena capa de musgo y hojarasca.

Así que dejó que los civilizados revisasen las cosas de otros civilizados, mientras él bloqueaba con firmeza la puerta de entrada usando una sólida silla de roble contra la cerradura.

El forjado hizo gestos a sus compañeros para que siguieran escaleras arriba: si no había nadie - aparentemente - en las habitaciones laterales, debían seguir buscando a su objetivo antes de que alguien subiera a curiosear.

Como abajo ya estaban revisando las habitaciones, o eso esperaba Grend, el elfo subió del todo a la planta siguiente al no escuchar ruido alguno.

-Si hay que investigar todo mejor ir adelantando por si acaso-

Comentó a Endozal para que le acompañara.

El guerrero pensaba que primero debían cerciorarse de que no hubiera nadie en la torre y luego ponerse a curiosear, así que subió las escaleras con cuidado y todo lo silencioso que pudo, que no era mucho, atento a que alguien les estuviera preparando una sorpresa allá arriba.

Tal y como se veía desde fuera del castillo, los antiguos Astrólogos habían convertido el nivel superior de la torre en un observatorio astrológico. En medio de la sala había un enorme dispositivo que fue lo primero que llamó la atención de Abdali y Grend'Dail. Era un telescopio bastante grande apoyado contra un ventanal abierto, que parecía ser utilizado actualmente a pesar de que muchas de sus piezas estaban en mal estado y tenían óxido. Sin embargo, allí no había nadie más, ni siquiera aquellos a quien buscaban. Tampoco pudieron buscar mucho más, pues de pronto algunas estatuas, gárgolas que adornaban la torre por la parte exterior de la cúpula, cobraron vida y se lanzaron sobre los aventureros reventando los cristales a su paso.