Partida Rol por web

-Si, tenemos una balista en aquel lado-dijo señalando una de las murallas a la izquierda de la puerta. Varios soldados la estaban cargando pues habían fallado el disparo anterior.

La gente se arremolinó junto a la puerta del torreón siguiendo las indicaciones de Égida y Draenna. El pánico cundía mientras los soldados se afanaban en disparar sobre el dragón, aunque apenas parecía notarlo. 

El gobernador se acercó a Zendarión.

-¿Que haces? ¿Pretendes hablar con él?-le preguntó entre horrorizado y estupefacto, pero antes de que Zendarion le respondiese se escuchó la voz del dragón.

El dragón se mantuvo en el aire varios metros sobre la puerta del torreón. Cada batida de sus alas levantaba el polvo y difuminaba las volutas de humo de las antorchas. Mientras hablaba su voz reverberaba en el espacio como si hubiera un eco que viniese de su propia garganta y de su boca saltaban chispas.

-Estooo...-comenzó a responderle al gobernador, sencillamente no pensaba que huir sirviera de nada. El número de bandidos era muy superior a sus fuerzas y si solo un puñado los habían dejado maltrechos, no quería saber lo que sus comandantes podían hacer con sus escasos activos. Pero el dragón Lenninthon acaparó toda su atención.

- He oído que los dragones podéis tomar forma humana. Podría darte un tipo de placer mucho más intenso y duradero que destruir a estos mortales con un sólo hálito de tu poderoso aliento ¡Gran Lennithon de las Garras de la noche!.- Las flechas no habrían servido de nada, ¿Una balista podría cambiar en algo el resultado? Tenía que ganar tiempo como pudiera con esa lengua tan larga suya.- Podría componer para ti, baladas para hacer tus noches más amenas o una oda en tu honor que extendiera el temor y respeto hacia su majestuosidad, atrayendo así a aventureros con tesoros mucho más interesantes que las cuatro monedas de metal barato que hay aquí.- Tenía la ligera sensación de que no estaba vendiendo muy bien su producto.- O podríamos recuperar a tu camada, injustamente encerrada en una mina. Una mina humana, de esas mal hechas, no como las enanas de amplias galerías, no. Una de túneles oscuros y sucios, lo justo para que los humanos esclavizados por el poder del dinero entren a agusanar las montañas para sacar lo que tienen de valioso. En una tierra en la que no hay rebaño del que alimentarse ¿Qué será de ellos? Ratas y suciedad sin sitio para desplegar sus alas. Seguro que preferirías estar en un clima más...¿cálido? y despejado que esta lluviosa costa- terminó con un hilo de voz. Ahí se la estaba jugando. Todo el mundo sabía que los dragones rojos vivían en volcanes, los blancos en los glaciares al norte, los negros en los pantanos.Pero... ¿Donde narices vivía un dragón azul?.- Sin tener que colaborar...- Iba a decir servir, pero probablemente hubiera sido como pedirle que lo fulminase con un rayo.- ... con los que dicen ser tu Culto. Que te usan ¡Exponen! Exponen como un arma de vanguardia sin asumir ellos a peligro alguno y limitándote a luchar contra estos pueblecitos que ni siquiera te presentan peligro alguno. Podríamos colaborar contigo, si sólo nos dieras por muertos y no nos matases de verdad.

Valoraba el tiempo que les estaba ofreciendo Zendarion pero la mirada de Lennithon lo decía todo: se lo iba a comer.

Abdali corrió hacia la balista, ahora era el momento oportuno, cuando la inmensa bestia estaba distraída. Quizás fuera la única manera de evitar que se comiera al tiefling y fulminase con su aliento al resto de soldados que se mantenían valientemente sobre los muros defendiendo la fortaleza.

Joorin se mantuvo junto a sus amigos, ayudando en lo que podía a desalojar aquel lugar.

- Maese Zendarión, que está haciendo? Comentó incrédulo a Endozal. La verdad es que admiraba a aquel tipo. Cuanto valor demostraba en aquel instante. Ojalá sirviera para distraer al dragón y poder salir de ahí.

Cada vez que oía al dragón Endozal se hacía pequeño, casi tanto como su amigo Joorin que estaba a su lado mirándole sin comprender lo que estaba haciendo el tieflin. Simplemente se encogió de hombros pues no era capaz de centrarse en las palabras de este mientras el caos y las palabras del dragón resonaban en su cabeza.

- Sigue a Égida y Draenna. le dijo con la voz temblorosa pues eran las únicas referencias que tenía en ese momento. Observó como Abdali corría hacia la zona donde los soldados lanzaban sus saetas. Quiso gritarle que no lo hiciera pero su voz se ahogó entre el alboroto del lugar.

Égida estaba demasiado ocupado con poner a salvo a los aldeanos como para preocuparse por nadie más. Sabía que Draenna estaba con él, y por el rabillo del ojo creía ver a Endozal, pero a nadie más. No podía culparles por hacer lo que consideraban correcto, ya fuera intentar abatir al dragón o huir a la primera de cambio. Eso estaba en el corazón de cada uno.

Abrió la puerta del túnel de un empellón y señaló al interior— ¡Vamos, entrad!— él se quedaría atrás, porque quería asegurarse que cuanta más gente se salvara, mejor. Eso le permitió ver al dragón en toda su plenitud, a Joorin y Endozal, y Abdali corriendo hacia la muralla buscando la ballesta. Que sea lo que los dioses quieran.

Abdali había subido a la muralla corriendo hacia donde se encontraba Scobert y la Balista. Joorin estaba junto al tiefling sin ser muy consciente del riesgo que corría mientras Endozal trataba de apartarle de él. Égida y Draenna ayudados por el Gobernador Nighthill socorrían a la gente. 

El dragón emitió una risa atronadora cuando escuchó las propuestas que Zendarión le proponía, riéndose de él. Entonces el gran dragón se revolvió en el aire y dando un rápido rodeo aterrizó en la muralla justo frente a Abdali, golpeando fuertemente con la cola al enano pelirrojo que salió despedido cayendo al patio de armas a unos metros del tiefling y el mediano. Había sido tan rápido que apenas había tenido tiempo a reaccionar. El golpe había aplastado su armadura a la altura del pecho y brotaba sangre por su boca mientras yacía inerte en el suelo. Abdali podía ver ahora al dragón de cerca, sentía como su pelo se erizaba debido a la electricidad del ambiente. Por un momento el tiempo pareció detenerse excepto por la lluvia.

Hasta que la voz de dragón resonó de nuevo.

El dragón bajó la cabeza mirando directamente a Zendarión, con sus garras clavándose en el camino de ronda de las almenas.

En aquel momento un relámpago blanquecino salió de las fauces en dirección a Zendarión.

Por un momento, la terrible escena en la que se enfrentó al dragón rojo para intentar salvar a su familia se dibujó de nuevo frente a él. En esta ocasión en lugar de sus padres y hermanas, eran dos de los nuevos compañeros que había conocido durante el viaje a Nidoverde y en vez de sus queridas ovejas, un montón de soldados.

Pero la frustración y el miedo eran el mismo. Sus manos temblaron y casi erró el tiro.

Esperaba haber rozado al menos al monstruo para desviar su atención y que no se ensañase con el tiefling.

El aire se llenó del olor del ozono. Como un pensamiento salvaje, acudió a su cabeza, entendía por qué era un dragón azul. O mejor dicho, dragona. Era azul como el halo que envuelve a las centellas y los relámpagos, azul los arcos de energía de las exhibiciones de los gnomos, azul como el truco que usaban los magos contra los guerreros enlatados que se ponían pesados, azul del rayo.

Estaba demasiado fascinado por la luz para entender que ocurría, y cuando lo hizo se planteo tirarse de la torre, tal vez la caída no lo matase del todo, tal vez cayera en una cama blanda que el fuego no había consumido. Sin embargo, no tenía grandes esperanzas. No era especialmente rápido, ni fuerte, ni duro. La vida solamente le había dado descaro sin igual, pero esta vez no se iba a salir con la suya escupiendo unos cuantos dientes rotos que fuese a sanar después. 

Corrió, sin pensarlo, deseando que la suerte le sonriera, al menos, esta vez. 

¿Llegó a sentirlo siquiera? Cómo esa energía crepitante lo bañaba, que visto desde fuera era un terror de dolor y pánico, pero desde dentro sólo era un espectáculo de luz. ¿se sentirían así los que recibían las descargas de energía que usaba por arma?

Si el dragón era la parca, acababa de soplar su vela.

El rayo impactó contra Zendarión de salió volando hacia atrás por la fuerza del impacto, rodando por el suelo no muy lejos de la puerta por donde sus compañeros estaban poniendo a la gente a salvo. La piel del tiefling comenzó a arder, no una gran llamarada, pero podía verse como se iba oscureciendo, volviéndose de un color rojo más oscuro y sanguinoliento y en algunas zonas incluso negro. Era como si estuviese ardiendo por dentro. El dolor debía ser insoportable para nadie pero por suerte para el desgraciado tiefling ya estaba inconsciente. 

La risa del dragón retumbó como un trueno que pronto se convirtió en un rugido de dolor. Abdali había logrado clavarle un virote en el muslo de una de las patas traseras. El dragón se revolvió con furia golpeando con su cola la balista haciendola astillas y lanzando por los aires a Abdali. Despúes el dragón miró con furia tras él y emprendió el vuelo, rompiendo con el impulso las almenas en las que se apoyaba para, finalmente, perderse entre las negras nubes. Después todo quedo en silencio.

Como si el cielo se hubiera rasgado, un trueno cayó.

El blindaje de Égida vibró y lo sacudió como una campana, y estaba seguro de que si hubiera tenido globos oculares habría quedado cegado al mirar directamente el eléctrico hálito de Lennithon. Tanto poder contenido en una monstruosa bestia de garras afiladas como lanzas, dientes como espadas y un blindaje impenetrable. Eran como insectos intentando picotear un buey.

Lo peor había pasado. Las buenas gentes de Nidoverde estaban a salvo ahora que el dragón se había marchado —con un tenebroso recordatorio respecto a sus huevos— ya satisfecho, y quedaba atender a los heridos. Tras ayudar a la gente a salir de nuevo del túnel se dirigió hacia Scobert para evaluar su situación. Era un buen tipo que se había sacrificado para proteger a su pueblo de aquella criatura, iba a darlo todo para que volviera al mundo de los vivos.

- Noooooo! Un gritó desgarrador surgió de la garganta de mediano. 

Primero la luz cegadora, el ruido indescriptible y el olor a quemado. Joorin cerró los ojos, dañados por la luz intensa. Se protegió instintivamente con el brazo. 

Sentía miedo, no, más bien pánico. Zendarión estaba allí. Hacia un instante estaba allí, justo donde había lanzado su aliento el dragón.

Sus aún cegados ojos no le dejaban ver la escena. Oía como el dragón se alejaba volando, riendo. Y la lluvia caía, gota a gota sobre lo que antes había sido un patio de armas.

Las formas, lentamente, volvieron a dibujarse en sus retinas. Recuperando la visión. Y lo vio. El cuerpo de Zendarión había salido despedido hasta donde se encontraba. Se le hizo un nudo en el estómago al pobre Joorin. Rabia, impotencia. Le temblaron las piernas ante la imagen del cuerpo de su compañero. Las lágrimas corrieron por sus mejillas sin ni siquiera darse cuenta.

El mediano corrió hacia Zendarión. Moqueaba. Con la cara desencajada.

- No podéis hacer algo? Gritó desesperado hacia donde se encontraban el resto de compañeros. No sabía si Zendarión estaba vivo o muerto. Su corazón le dolía, parecía a punto de romperse. Nunca había experimentado la muerte de alguien cercano de ese modo.

Al mediano le costaba respirar, y sus ojos se anegaban en lágrimas junto al cuerpo quemado del brujo. Empapados por la lluvia. Casi parecía que el cielo llorara.

Las piernas de Abdali fallaron haciéndole caer de rodillas en el suelo cuando el dragón se elevó en los aires y desapareció. Ante él se encontraba el cuerpo chamuscado del atrevido infernal. Había fallado de nuevo.

Lo siento...- murmuró creyendo que Zendarion le escucharía desde el más allá. Una vez más, quedaba patente que tenía mucho que aprender antes de poder derrotar una bestia tan magnifica y aterradora.

También estaba claro que Lennithon había tenido un propósito y que una vez cumplido, se había marchado sin más. No los había matado a todos simplemente porque no le apetecía. El propósito que le había traído a Nidoverde habría que buscarlo en el campamento de los bandidos, donde guardaban los huevos del dragón.

La elfa quedó paralizada cuando, de pronto, el fogonazo de un relámpago se reflejó en la entrada del túnel. El dragón había atacado... cualquiera, ya fuese por ganar tiempo sacrificándose de forma heróica o por simple inconsciencia, estaría ya muerto.

La gente gritó atemorizada y Draenna, impotente, sin saber muy bien que hacer ante la situación, siguió tranquilizándolos. - Seguid avanzando por los túneles, pero cruceis la puerta aún. - les advirtió, esperando que por algún capricho del destino el dragón les dejara en paz.

Y para su sorpresa así fue. Todavía podía entender alguna de sus palabras, graves y potentes retumbando en el aire nauseabundo por los cadáveres de rata y el agua estancada.

- Aguardad, no os confiéis... - dijo mientras la gente bajaba la voz y poco a poco un silencio tenso reinó bajo los arcos de piedra.

El sonido de la lluvia volvió a escucharse, mezclado con el rumor del arroyo. Pero el combate parecía haber terminado.

En la oscura noche, los humanos asustados y apretujados entre sí, en aquel hueco estrecho horadado por el hombre, quedaron largo tiempo en silencio. No tenían antorchas encendidas siquiera, pues habían huido con lo puesto. La humedad les calaba en los huesos y lo único que empezaba ahora a oírse era el lamento de algunos niños supervivientes.

El sonido de la voz del Dragón le seguía atormentando, para él eran simples gusanos y como tal, desató su irá en forma de su aliento. Al oír el estruendo que produjo contra el torreón los gritos de los soldados calcinados y el olor a carne quemada le pudo y se dejó caer de rodillas. No eran nadie. Quería volver con sus padres, quería volver a la seguridad de su cocina y quería estar escuchando como ocurrían estas cosas de la boca de Tom. Pero no ser protagonista de ellos. Con una mirada hacia el patio desde dónde estaba comprobó el desastre desatado, la muerte y los destrozos materiales. 

Se encogió aún más y escondió su cabeza entre sus rodillas mientras se apoyaba contra la pared, las lágrimas se deslizaban por su rostro escondido, incapaz de hacer nada por su amiga con tamaña bestia de por medio.

Cualquiera que pasara por su lado podría escuchar como susurraba un sólo nombre continuamente: Talis.

En cuanto el dragón se fue el gobernador corrió hacia Scobert. Los soldados, visiblemente más tranquilos tras ver que la amenaza de una muerte segura se perdía entre las nubes empezaron a reaccionar tratando de socorrer a los heridos.

-¡Edayan! ¡Rápido, creo que siguen vivos!-gritaba el gobernador mientras varios soldados se atendían unos a otros. Uno de ellos cogió a Abdali y le ayudó a ponerse en pie tratando de meterlo en la torre ya que podía caminar.

No podía decirse lo mismo de Zendarion o el enano pelirrojo que yacían en medio del patio de armas sin dar señales de vida más que una leve respiración.