Partida Rol por web

Con un brusco movimiento, sacudió la sangre de su martillo. El sonido del metal al gemir le recordó que su blindaje había resultado gravemente dañado. Podía ver las aperturas que aquellas malas bestias habían causado, y más allá, el débil fulgor de aquella energía azulada. Se volvió y miró a los demás miembros de la comitiva. Todos portaban arcos y estaban indemnes, no como la aldeana y él. No le gustó del todo cómo se veía todo aquello.

El rugido del dragón le recordó que aquello estaba lejos de terminar. Sí, ellos tienen razón. Debemos escapar de aquí.

Aferrándose a su escudo —que, por otra parte, no le había servido de demasiado— siguió a la aldeana hacia la torre escudándose en las casas como hacía Draenna para no ser visto.

¿Y que hacemos con los enanos y la humana que venían con nosotros? Les dije que se alejaran del ataque de los kobolds, pero están en una situación muy precaria. No voy a dejarles allí confiando en que van a estar a salvo. - les dijo a todos sin dejar de estar asustada.

Volvió a asomar la cabeza hacia fuera para ver si el dragón podía verla y echó a correr en dirección por dónde habían venido. No sabía nada de la gente de Nidoverde, pero sus compañeros de caravana bien merecían una oportunidad de salir con vida de esta.

Draenna no tuvo que alejarse muchos metros. Bajando por la colina pudo ver las figuras de sus compañeros de viaje. Emthrane y los dos enanos corrían hacia allí tan rápido como podían. Cuando vieron a Draenna uno de los enanos comenzó a agitar su brazo para indicar que la habían visto y fueron corriendo a reunirse con ella.

Abdali no perdió más el tiempo, ya se había enfrentado una vez a un dragón y sabía que la bestia no iba a esperar a que el grupo decidiera qué hacer.

Están atacando la ciudad, no los alrededores- con esas palabras intentó frenar la acción de la elfa silvestre que parecía no darse cuenta de la situación real y quería prestar ayuda a aquellos que de momento no corrían peligro alguno-. La caravana estará a salvo si se aleja, ellos están bien. Los que van a morir si no hacemos algo son los ciudadanos. Hay que hablar con los guardianes de la fortaleza y ver cómo es la mejor manera de defenderlos del ataque.

El guerrero se puso el arco al hombro y marchó decidido hacia la fortaleza, ayudando por el camino a ancianos, niños y heridos que no pudieran moverse bien por sí solos.

El combate terminó antes de que pudiera disparar una vez más. Se quedó respirando para recuperar energías y seguir la búsqueda cuando escuchó a la mujer que debían ir al torreón a refugiarse. Iba contra todos sus sentidos en ese momento que quería seguir buscando a Talis, pero miró el cielo y el peso del ataque del dragón le pudo y existía una pequeña posibilidad de que Talis hubiera podido escapar con lo que acababa de suceder y estuviera refugiada allí o alguno de los cultistas al que le hubiera sobrepasado la situación. Poco más podía hacer que mirar en aquel torreón y preguntar a la gente por ella para que cuando acabara la amenaza continuara la búsqueda.

Asintió a las palabras de Joorin pues sus intereses ahora se centraban en el torreón y las palabras de Draenna le recordaron que lo que la mochila la había dejado en las carretas. Pero lo importante en esos momentos era sobrevivir para encontrar a Draenna y además encima llevaba lo necesario para sobrevivir. Se dirigió directo a la torre lo más rápido que pudo, escudarse contra la pared de las casas como estaban haciendo algunos de los compañeros poco serviría contra aquel aliento mortal. Lo importante era protegerse en el interior de estas y cuanto antes llegarán más protegidos estarían.

- Pues si ya estamos todos... Añadió el mediano al distinguir llegar a los mercaderes. - Marchemos hacia el torreón.

Su mirada se perdía nerviosa hacia el firmamento, observando con miedo el vuelo del dragón sobre la ciudad.

Y sin más dilación emprendió la marcha. Sus cortas piernas se movieron ligeras hacia aquel lugar mientras su tripa se bamboleaba rítmicamente.

Con un poco de suerte encontrarían a alguien que les explicara que había ocurrido allí. Si, alguien les ofrecería algo para comer. Sonrió tontamente para sus adentros.

El grupo comenzó a correr en dirección a la fortaleza siguiendo a la mujer y su familia. El lugar era un caos. Había grupos de gente corriendo hacia allí buscando refugio perseguidos por los asaltantes. Para sorpresa del grupo no todos eran kobolds sino que también parecía haber humanos entre ellos. De vez en cuando la sombra del dragón pasaba sobre el poblado ocultando la luna durante unos segundos, lo que era un recordatorio del peligro que se cernía sobre sus cabezas. 

A unos metros de ellos pudieron ver un grupo de asaltantes que cruzaba la plaza del pueblo en su dirección. Cuatro humanos seguidos de un kobold corrían en su dirección aunque no parecían haberles visto sino que parecían ir buscando más víctimas o algo de valor a lo que echar mano.

Con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha Zendarión siguió a los demás dentro del torreón. Se encontraban en el centro del meollo y era el único lugar seguro por el momento. Ladrones, kobolds y toda suerte de aprovechados pululaban el lugar como urracas. Avanzaba pateando las piedras que encontraba por el camino, desquitandose su frustración ignorando el ruido que hacía

Cuando fue patente que el grupo iba a ser visto por los atacantes (no confiaba mucho en que el ser grandote metálico pudiera pasar desapercibido), intentó buscar cobertura en una de las esquinas de una casa para, desde ahí, preparar su arco y disparar en el momento que los bandidos fueran a atacarles.

Allí había enemigos de varias clases, pero encajaba con la idea mental de cómo se organizaría una secta que adorase a un dragón: humanos y kobolds. Los primeros, bueno, estaban por todas partes y no dudaba que muchos buscaban el camino fácil. Los segundos, con esa absurda idea de que descendían de las grandes sierpes encajaba en el trasfondo de "unirse al bando ganador". Y aunque Égida estaba ansioso por reducir a todos y cada uno de ellos a una masa gelatinosa de sangre y hueso, sabía que no era hora de detenerse a pelear. Eran demasiados y la prioridad era defender a esos habitantes.

El guerrero de tez aceitunada tomó su arco y se ocultó tras una casa, y Égida hizo lo propio, reduciendo también el brillo de sus ojos. Luego tomó la ballesta y preparó un virote por si era necesario reducir a esa patrulla rápidamente.

Como si de un ratón se tratara, el mediano se agazapado buscando algo de cobertura para esconderse y desde dónde pudiera disparar.

Sacó una de sus flechas del carcag y tensó su arco. Preparado para enfrentarse a la nueva amenaza.

Volvía a tener un nudo en el estómago. Aún no se acostumbraba a aquella sensación de jugarse la vida a cada instante.

Hizo un vistazo a sus nuevos compañeros de viaje, y un sentimiento de orgullo le reconfortó el corazón. - Son gente valiente, no cabe duda. Pensó para si el mediano.  - Toda una suerte haberlos encontrado.

Draenna que había estado parapetada tras el muro de alguna vivienda, se había aventurado colina arriba para avisar a los mercaderes. Cuando se cruzó con ellos les advirtió de que tuvieran cuidado.

- Todo el mundo se está refugiando allí. Venid, vamos.- les apresuró sin tener mucho cuidado en ocultarse debidamente. Lo importante era correr y resguardarse.

Una vez más, como si no pueda evitar el hipnótico vuelo de la bestia se la quedó mirando mientras escapaba.

- Es como el dragón de mi sueño... - - murmuró entre aturdida, aterrada y embelesada...

Avanzaron tras la mujer y su familia mientras Endozal no perdía ojo en ningún momento de lo que sucedía por las calles, buscando cualquier pista que le pudiera llevar a encontrar a Talis. El caos se había adueñado completamente de la ciudad y Endozal quería sacar ventaja fuera como fuera. Cualquier pista o detalle, el tiempo apremiaba y de forma constante notaba el zumbido de las alas del dragón sobrevolando por encima de ellos. La sensación de una muerte prematura rondaba su cabeza pero el bienestar de su amiga le hacia sobreponerse.

Se detuvo de inmediato al ver a cuatro humanos acompañados de un Kobold. No sólo aquellas criaturas habían atacado la ciudad. ¿podrían ser aquellos cultistas?

Se echó hacia un lado utilizando como coberturas las casas adyacentes haciendo uso de las dotes de sigilo que le había enseñado Tom y estudió a los humanos.

Los bandidos pasaron de largo sin percatarse del grupo que se escondía entre las sombras. Pudieron verlos de cerca. Iban armados con armaduras de cuero, con espadas y lanzas, escudos pero no parecían llevar ningún símbolo o estandarte parecían más un grupo de bandidos que un ejercito.

Cuando pasaron volvieron a ponerse en marcha. El torreón estaba cada vez más cerca. Ya podían ver la puerta. Otro grupo de kobolds y humanos pasó cerca pero lograron esquivarlos a tiempo. Varios grupos de refugiados corrían cerca de ellos hacia la puerta. En el suelo podían verse los cuerpos de algunos adversarios atravesados por las flechas de los guardias que defendían el torreón desde la muralla. A lo lejos se escuchó un estruendo. Las llamas surgían en un extremo del pueblo, el dragón había vuelto a atacar.

-¡Vamos, rápido!-un enano pelirrojo, pertrechado con una armadura, gritaba desde el gran portón haciendo gestos a los refugiados para que corrieran a resguardarse-¡Entrad!

Por fin el grupo al completo logró encontrar refugio.

Poco después de que el grupo entrase en el torreón la puerta se cerró. Tuvieron unos momentos para coger aire. A su alrededor en la pequeña plaza de armas había multitud de gente, los habitantes de Nidoverde, En sus rostros a la luz de las antorchas se reflejaba el dolor. Algunos estaban heridos aunque la mayor parte de los hombres y mujeres de Nidoverde parecían encontrarse bien. Varias familias se abrazaban entre ellos, se podían escuchar gimoteos, llantos y rezos. 

Los guardias corrían por las almenas disparando de vez en cuando sus arcos aunque parecían más asustados que otra cosa.

-¿Que eres?-la voz del enano les sacó de sus pensamientos. Miraba a Égida asombrado- Espero que no estés con esos rufianes por que...-el enano empuñaba la espada.

La mujer que acababan de rescatar se encontraba de rodillas abrazando a sus hijos pero enseguida se levantó.

-Scobert tranquilo. Ellos nos han salvado. Sin su ayuda habría muerto a las puertas de mi casa-le contó lo sucedido y como el grupo había luchado contra el grupo de kobolds.

El enano pareció tranquilizarse al escuchar el relato de la mujer.

-En ese caso, como suele decirse el enemigo de mi enemigo es mi amigo-dijo el pelirrojo guardando su espada y esbozando una sonrisa- mi nombre es Scobert, soy el castellano de Nidoverde. Disculpad si no puedo invitaros a una cerveza. Poneos cómodos donde podáis. Tengo que volver con el gobernador, si estáis heridos decídselo a uno de mis hombres y trataremos de ayudaros, es lo menos que podemos hacer-dijo el enano dándose la vuelta para entrar al interior de la torre.

Bum. Y con ese portazo, llegó el silencio, roto únicamente por los lamentos y cuchicheos de los asustados habitantes de Nidoverde. Y después... las miradas de miedo y sorpresa. Égida no lo entendió hasta que Scobert se dirigió a él enfurecido. Oh... claro. ¿Cómo podía juzgarles? Era una abominación mecánica con salpicaduras de sangre repartidas por todo el blindaje. Y además, parte de éste estaba seriamente dañado por los ataques de los Kobolds. Debía de aprovechar para asegurarse de seguir operativo para defender a esa gente.

Pero, ¿cómo lo haría? No tenía herramientas a mano para repararse, y seguramente necesitaría, como dijo Mugrim, de una herrería. ¿Quizás cubriéndose con planchas de acero?

En ese momento, preocupado como estaba por su bienestar, notó cómo las runas de los guanteletes brillaban con un fulgor ambarino. Era un fulgor cálido y reconfortante. Como una chimenea después de un día bajo una tormenta o una taberna amigable tras semanas en el mar. Ah... el mar. Y mientras disfrutaba de esa sensación, vio cómo las fisuras en el blindaje se cerraban, cubriéndose con ese fulgor tan maravilloso. Las abolladuras se recomponían e inflaban, y las ralladuras recuperaban su lustre inicial. ¡Qué maravilla!

—Maese Scobert, muchas gracias por vuestra hospitalidad en estos tiempos —Égida se sentía renovado y sin preocupaciones. Ahora que estaba fuera de peligro, podía encargarse de los demás. Y su principal prioridad era la mujer que había combatido a su lado y le había defendido.— Mi señora, atiendo al nombre de Égida. Gracias por hablar en nuestro nombre. ¿Puedo atender tus heridas?

Cuando las puertas se cerraron acogiendo a todos dentro, se permitió un respiro. Aún así estaba bastante seguro que si el dragón quería matarlos lo haría con fortaleza o sin ella. Pero por qué les atacaba? Una alianza de kóbolds, humanos y un dragón? Con qué fin?

Señor. - el calishita interceptó al enano antes de que este se marchase- Mi nombre es Abdali yn Iham, y vengo de parte de la Orden del Guantelete para ayudar en lo que sea necesario. Me pongo a su disposición.

Égida atendió a la mujer que, aunque le miraba con algo de extrañeza, permitió que le ayudase. Un clérigo de Chauntea se había acercado para curar las heridas de su marido y de otros heridos. Al parecer era el único que había allí y no daba a basto con todos los heridos.

El enano se giró hacia Abdali.

-¿Desde cuando se preocupa la orden del guantelete de Nidoverde? Ja!-dijo socarronamente- descansad y reunios conmigo en el interior en cuanto hayais recuperado fuerzas. Si sois tan buenos combatiendo quizás podrais ser de ayuda.