Partida Rol por web

Rechacé la lanza que me ofrecía mi escudero. Aún conservaba intacta la lanza del último envite, puesto que ser Erbin se había protegido bien. Maldite entre dientes mi último fallo y procuré centrarme para el siguiente golpe.

El cansancio empezaba a hacer mella en mí, y recordé las palabras del maestre... un combate largo sólo me perjudicaría. Tenía que tratar de derribar a Erbin cuanto antes... pero era muy difícil.

Coloqué la lanza, espoleé a mi caballo y cargué de nuevo intentando golpear al caballero.

La mano empezaba a sudarle... asió la misma lanza con fuerza e ignorando a su escudero por la gran concentración que tenía, volvió a la carga...

El cansancio empezaba a hacer mella en los dos jinetes, y la calidad del espectáculo empezó a menguar conforme ese cansancio aumentaba. Volvieron a cruzar sus caminos en la liza pero esta vez ninguno de ellos consiguió alcanzar al otro.

Erbin notó como una gota de sudor frío recorría su espalda, dentro de los guanteletes las manos también le sudaban y tuvo que levantar el visto de su yelmo para quitar el sudor que comenzaba a saltarle a los ojos. A Dalmau le iba parecido, le empezaban a doler las piernas y el trasero del esfuerzo que había hecho sobre el caballo para aguantar los golpes de su rival.

Estaba algo cansado, pero el recuerdo de su amada esposa, la responsabilidad de representar a su señor y el hecho de que estuviese delante de la Mano, hizo que sacase fuerzas de flaqueza y volviese contra Ser Dalmau con renovadas fuerzas...

Apenas podía mantenerme en la silla pero apreté los dientes y volví a cargar... Tenía que aguantar como fuera y derribar a ser Erbin.

No he visto que ella estuviera afectada...pero me acercaré a averiguarlo.

Con esfuerzo se levantó de la cama, buscó sus ropas, y su puñal. Salió de la tienda a la luz del sol, la justa parecía seguir, donde Ser Walder la había dejado. Encaminó sus pasos a las gradas.

Las gradas estaban abarrotadas de gente de muchos lugares distintos y llenas de colores vivos de estandartes y mil figuras diferentes de todos los lugares de poniente. Muchas caras y gentes se congregaban allí, aún entre los que no eran habitantes de Desembarco del Rey. Encontrar a una persona en concreto era una tarea complicada.

Justo cuando parecía que el espectáculo decaía por culpa del cansancio Erbin sacó un duro golpe que hizo que Ser Dalmau Greyjoy se tambaleara en su caballo.

La lanza golpeó en su costado, por debajo de su escudo y se partió en mil pedazos que llenaron el aire en torno a los dos contendientes. El golpe fue tal que Dalmau se vio desplazado hacía su derecha y quedó casi colgando de aquel lado de su caballo. El animal continuaba trotando hacía el frente y todos creyeron que Dalmau iba a caer pero con un desesperado impulso logró reponerse y aferrarse a aquella esperanza para continuar con posibilidades por escasas que fueran. Había intentado concentrarse al máximo para lograr un buen ataque, pero Erbin no había sido alcanzado en aquella ocasión. 

Por un momento se vio ganador, pero Ser Dalmau era un contrincante formidable...

Se acercó a su escudero y le alargó el mango de la lanza rota. Aprovechó para quitarse el guantelete, secarse bien la mano y echar un trago de agua.

En cuanto comprobó que Ser Dalmau estubo listo, se  preparó, volvió a su posición y con lanza nueva espoleó de nuevo a su caballo. El ver que casi tira a su oponente le había insuflado aun más moral...

El golpe había dolido, pero la armadura había aguantado el impacto. Al llegar junto a mi escudero apreté los dientes... y cambié de lanza. Lo tenía difícil. Ser Erbin era realmente muy bueno. Pero no iba a rendirme. Jamás. Y menos delante de su Majestad.

Lucharía hasta lograr derribar a Erbin, o hasta que él me tumbara.

Apresté la lanza y volví a lanzar al corcel a la carga...

Ser Walder no se dejó intimidar por el gran número de espectadores. Buscó un lugar desde el que observar la pista, quizá uno al extremo de la arena donde viera venir a los justadores para el cambio de lanza. Quizá así podría adivinar cómo se encontraban físicamente, aunque tras cuatro o cinco envites no era probable que estuviesen en sus mejores condiciones.

No era el mejor lugar para ver una justa, pues veía el choque desde el lado de los escuderos, pero sí podía ver las gradas, y a Sus Majestades los reyes.

Con las lanzas en ristre los dos justadores volvieron a cruzarse para golpearse duramente en un asalto que fue casi un calco del anterior. Erbin volvía a mostrar su habilidad sobre el caballo y a menos que cometiera un error tenía el combate prácticamente controlado, también podría ocurrir que los dioses le concedieran a Dalmau un milagro y ocurriera lo imposible. No había que olvidar que el siguiente asalto sería el séptimo y aquel era un número sagrado.

Pero salvo mediación divina la cosa no pintaba bien para Ser Dalmau, había recibido un duro golpe de nuevo, y esta vez había notado un pinchazo terrible bajo el brazo. Mientras se dirigía hacía su escudero para reanudar el combate llevó su mano enguantada al costado y se arrancó una astilla de la lanza de Erbin que se había clavado en la parte débil de su armadura. Notaba por dentro de la armadura como la sangre fluía poco a poco. Estaba herido.

Cerré los ojos y traté de concentrarme. El último golpe de ser Erbin casi me había tirado del caballo.

Pero al contrario de lo que muchos pensaban de los Greyjoy, yo no era ningún cobarde. Antes muerto que rendirme.

Sujeté la lanza como pude, procuré acomodarme en el caballo para que la armadura no me rozara demasiado en la herida, y cargué de nuevo contra aquel esquivo caballero.

Puede que la fortuna no estuviera conmigo, podía aceptar también que ser Erbin era mejor jinete, pero no había nadie más testarudo que yo.

Espoleé a mi corcel y encomendé mi lanza a los Antiguos Dioses...

Erbin se estaba trabajando bien el  combate, pero recordó el enemigo secreto que todos tenemos y ante el que su padre le previno

Confiarse demasiado, hijo, debes estar bien atento, nunca te confíes demasiado...

Sonó en su cabeza y, concentrado de nuevo y con lanza nueva se lanzó a por su bravo oponente

Erbin lanzó un golpe con su lanza que volvió a acertar en Ser Dalmau, aunque esta vez no fue tan contundente como en las dos ocasiones anteriores. La lanza se partió pero Dalmau tuvo que agradecer a su armadura que esta vez le protegiera de sufrir una herida más, que dadas las condiciones en las que estaba no parecía que pudiera resistir.

Dalmau se estrellaba una y otra vez contra una roca, atacara como atacara, daba igual que probara con todas las técnicas de justar que había aprendido desde que pudo montar y sostener una lanza. Erbin no solo no recibía ni un golpe, sino que además le daba golpes contundentes como respuesta.

No sabía que hacer ya....

Así que tiró al suelo el resto de la lanza con rabia, cogió una nueva, se giró y se lanzó de nuevo a por su oponente algo precipitadamente

El cansancio y el dolor empezaban a hacer mella. La herida que me había causado ser Erbin no hacía más que incomodarme y era cuestión de tiempo que el otro caballero ganara la contienda.

Aún así no pensaba rendirme. Justaría hasta el final, el Rey y la Mano no se merecían menos, tendrían espectáculo.

Fuera como fuese aguantaría sobre la silla. Apreté las piernas contra la silla, me agarré con el resto de mis fuerzas y apunté con la lanza antes de volver a cargar.

El norteño se precipitó en su ataque pero aún así logró alcanzar el hombro de Ser Dalmau, desafortunadamente para Erbin la armadura del hijo del hierro mitigó todo el golpe y apenas lo desestabilizó en su silla de montar.

No conseguía acabar de derribar al caballero de las Islas del Hierro, que demostraba mucha valentía y fiereza en empecinarse en seguir sobre el caballo aún a pesar de sus heridas que continuaban sangrando y ya era visibles para todos pues empezaron a empapar su pantalón. Era duro Dalmau, pero no lograba asestarle un golpe a su rival y cada vez la lanza pesaba más y más, y le resultaba difícil moverse con el dolor que sentía.

Había perdido la cuenta de las veces que había tratado de golpear a ser Erbin y había fallado. Sin embargo su rival le había golpeado todas y cada una de las veces, algunas de ellas de forma dura y contundente.

De todas formas Dalmau seguiría intentándolo... quizá lograra acertar a ser Erbin, quizá no. La otra opción que se le ocurría era lograr aguantar sobre su montura y que el cansancio empezara a hacer mella en ser Erbin y éste cometiera un error. Aunque debido a las heridas y el cansancio propio, Dalmau temía que él sería el primero en fallar.

Afiancé la lanza entre mi brazo y la armadura para que no se me escapara, apreté los dientes y cargué una vez más recordando el lema de mi casa: "Nosotros no sembramos". Estábamos hechos para la guerra y en cierto modo, la justa era una parte más de la guerra.

Parecía que entraba en una rutina, pegar, aguanta el golpe, pegar, aguante, sólo esperaba que los dioses le favorecieran un poco...