Partida Rol por web

Al escuchar las palabras de Kerri, el joven mago contuvo una carcajada. Sirya se había burlado cuando le explicaron que debía ser más cuidadosa y precisamente había cometido el error con el que había bromeado: algo había prendido. Quizás algo valioso, o quizás algo prescindible. Pero había sido una torpeza.

PERO sabía que se quedaría ahí. Y, en el hipotético caso de que Groland le reprendiera, ella sólo tenía que poner gesto de enfado y cruzar los brazos en el pecho para salirse con la suya. Groland. ¿Cómo era posible que hubiera cambiado tanto? ¿O es que siempre había sido así? Cuando le conoció era valiente, decidido y, a veces, un poco gruñón, pero siempre lo había considerado un amigo. Pero ahora sólo se guiaba por las faldas. Si no era Jerinor, era Sirya, y si no, ambas. Y le trataba con ese desdén, esa manera de llamarlo “mago”, como si fuera un ente desconocido, una sombra anodina al que no dirigirle más que un leve vistazo al cruzarse en su camino. Maldita sea, ¡cómo echaba de menos a Arue! ¡Y a Brand! Ellos sí que sabían cómo ponerle en su sitio. ¿Quizás había llegado la hora de tomar su propio camino?

Se incorporó y se apoyó en el báculo. Esperaría a que todos bajaran por la cuerda y él sería el último. No tenía ninguna prisa por internarse en la guardia de una criatura como aquella.

Sentada, encogida de hombros, observando la leve claridad anaranjada que se podía ver a través de la abertura, escuchó a Kerri. Abrió mucho los ojos, se atragantó, y al final se medio incorporó y avanzó, a gatas y con prisa, hasta la trampilla abierta. Se asomó por ella, miró hacia abajo, luego hacia Groland, y después hacia el sótano de nuevo, se quedó sin palabras y, tras unos segundos de incredulidad, se dejó caer en el suelo, sentándose otra vez. No podía creerse aquello.

– Eh, yo... – carraspeó, volvió a despuntar la cabeza a través del agujero, y suspiró –. A lo mejor era una trampa incendiaria y he evitado que muramos ahí abrasados, ¿no? O una trampa de ácido – dijo no muy convencida –. Y la antorcha la ha destruido. Esto... Uhm. Lo siento. Pero al menos sabemos que no hay enemigos acechando, esperando para tendernos una emboscada ¿no?

Lo cierto es que, por el momento, lejos de su actitud normalmente irónica y altiva, esta vez estaba avergonzada. Había hecho algo, de manera impulsiva tal vez, se había burlado de los temores fundamentados de uno de los dos únicos que la trataban con respeto, y encima él tenía razón. No sabía ni como disculparse –no estaba habituada–, pero aquello podía ser un buen comienzo. 

Joder, joder. Exclamo Jerinor mirando hacía el fondo del pozo y de este hacía Syria, Groland y el resto de sus compañeros para volver a exclamar- Joder. ¿Y ahora qué hacemos? Pensando en lo que podrían hacer. Sólo veo tres soluciones: Esperamos a que se extinga el fuego y avanzamos, los recibimos cuando salgan o sellamos este puto agujero. Buscando respuestas en los demás.

Groland observó la luz creciente en el subterráneo y luego miró atónito a la chica. Su profundo asombro impedía que el enfado tomara las riendas. Volvió a mirar a las llamas. Y a la chica. Y a las llamas. Y a la chica. Tenía el rostro rojo de furia.

—¿Es que no puedes estARTE QUIETA DE UNA P*TA VEZ!?!? —rugió iracundo. Señaló hacia las llamas.— ¡MIRA LO QUE HAS HECHO! ¿¡No puedes pensar tus acciones al menos dos p*tas veces!?

Durante unos instantes, Groland volvió a observar ávidamente la luz en el sótano. Al comprobar que la situación sólo empeoraba, y tras unas cuantas pintorescas expresiones en su lengua natal, se levantó de un salto y comenzó a moverse por la habitación de un lado a otro, como un león enjaulado. Habría y cerraba las manos, tratando de calmarse.

—¡Dije que no debía venir con nosotros! ¡Lo dije! —gritó a los demás, señalando a Sirya, quizás para exculparse de haber permitido finalmente que les acompañara.— ¿¡Dónde está Flowright ahora!? ¡¡¡Maldita sea esa hija de drow!!! —Se encaró con la chica.— Si tuviera tiempo... ¡Maldita sea, yo mismo te devolvería con tu padre!

Pero poco después, tras respirar lentamente, su mente práctica se impuso a la rabia.

—No podemos bajar ahora —gruñó cabreado—. Y no voy a prestarme para apagar el fuego. Estaré fuera —dijo, mientras terminaba de recoger sus cosas—. Avisadme cuando se despeje.

El guerrero salió con sus pertrechos a la lluvia del patio.

Observó apenumbrada, triste, la reacción de Groland. Tenía razón, por supuesto, había actuado inconscientemente sin pensar, sin dejar que otros, como Kerri, ofreciera otra solución. Teniendo magia era fácil superar obstáculos como esos, pero ella no tenía magia, nunca la había tenido, y nunca había dependido de ella. Actuaba por instinto y siempre la había ido bien, solo que también había estado siempre protegida bajo el ala de su padre, de su tío, de todos ellos. 

Una vez más, miró la puerta –o el hueco dónde debería estar– por dónde se había marchado el guerrero. Una vez más, después, suspiró. Y en silencio, turbada por aquél explosivo regaño, se quedó mirando las llamas del sótano, esperando que se apagaran por si mismas, o que alguien diera alguna idea para acelerar el proceso que, de todas formas, tampoco debía durar mucho; al fin y al cabo, los fuegos alquímicos no solían ser muy largos, aunque si fuertes, como habían podido comprobar con el flan verde del que ahora no quedaba más que un charco cerca de dónde estaba ella sentada.

Tras unos tensos segundos, el resplandor que podían ver desde abajo menguó para, poco a poco, desaparecer. Fuera lo que fuera, ya era historia.

Kerri cogió la cuerda que estaba atada a la anilla de la pared y tiró un par de veces con fuerza, comprobando si aguantaba. Satisfecha con el resultado, se sentó en el borde del agujero, mirando a Rashaniel y a los demás - Será mejor que le aviséis que el fuego se ha apagado, yo voy a bajar ya, no podemos demorar más ésto -  y, con cuidado, se dejó caer cogiéndose a la misma, llegando abajo relatívamente rápido y sin excesivos problemas. Una vez allí, cogió la piedra y la levantó, iluminando la estancia, allí habían estado ya y no había nada nuevo.

Miró hacia arriba, a través del agujero que tenía encima de la cabeza - ¿Bajáis? - preguntó con voz neutral.

Wick murmuró una maldición y bajó detrás de Kerri, sin disimular la ira que sentía. Parecía desear encontrarse con algún enemigo para poder descargar su frustración contra él. Al llegar abajo, con ciertas dificultades, tiró dos veces de la cuerda en un movimiento mecánico, mientras se quedaba mirando el agujero que estaba en el suelo con algo de ansiedad.

Mientras el resto se decidían, la clérigo y el guardia esperaban.

No perdió detalle del estallido de rabia de Groland y el posterior silencio de Sirya, pero nuevamente prefirió mantenerse en silencio. Estaba demasiado dolido y decepcionado con su compañero como para decir algo, y menos para salir a buscarle. Que se mojara y enfriara la cabeza. Ya le irían a buscar las dos mujeres de su vida, que él se tomaría el descenso con calma - porque necesitaría tiempo para ello - e intentaría llegar sano y salvo hasta aquella tumba. Porque cada minuto que pasaba en aquellas ruinas eso era lo que le parecía el lugar: una tumba donde el mago acabaría sus días.

Dejó el báculo y la ballesta firmemente aferrados a su espalda y empezó el descenso. La cuerda le quemaba las manos y sentía algo de vértigo al mirar hacia abajo, pero Rashaniel descendió lento y seguro. Cuando se unió a Kerri y a Wick, suspiró dejando libre la cuerda y sacudió las manos en su túnica. Tomó su ballesta y preparó un virote.

Todos habían ido bajando, bajo su mirada triste, envueltos en el tenso silencio que persistía sobre la habitación en la que, en esos instantes, ya solo se encontraban Jerinor y ella misma. Miró a la mujer, que no había dicho nada más, y suspiró. En todos y cada uno de ellos había podido ver la rabia, la decepción, o una mezcla de ambas ante sus acciones, y no había podido reprochárselo a ninguno. Ni había tenido fuerzas, ni motivos; se había equivocado, y lo sabía. 

Volvió a dejar escapar el aire, que sin querer había contenido, y se puso en pie con cierta dificultad, no porque la costara, ni siquiera por la tirante piel de las quemaduras de ácido ya prácticamente curadas, sino por la tensión, por la debilidad que aquella situación, aquella debilidad por no poder arreglar nada, la causaba. Miró hacia la puerta, pensó en salir a buscar al guerrero, y al final agachó la cabeza, negando, mientras se colocaba sus pertrechos a la espalda y el cinturón. 

– Avísale tú, por favor – dijo con un hilo de voz, hacia la guerrera, sin mirarla, antes de ponerse a descender también. 

La primera mano que colocó en la cuerda se le resbaló, de manera inconsciente, y peligrosa si hubiera sido otra situación. Gruñó, entrecerró los ojos, y golpeó uno de los nudos, frustrada, como si tuviera la culpa de todo. Después se frotó las palmas contra el pantalón, estiró el cuello, moviéndolo a los lados y haciéndolo crujir, y luego simplemente saltó sobre la maroma.

Su ligero peso y su habilidad con esas cosas la hizo, ahora si, descender rápido y de manera segura, llegando en unos instantes abajo, hasta que afianzó sus pies junto a Rash, al que no miró más que de reojo.

– Jerinor ha ido a por Groland – explicó, casi para ella misma, mientras preparaba su ballesta antes del siguiente descenso.

Asintiendo a las palabras de Sirya manteniendose en estado de mutismo, salio hacia fuera y posadando una mano sobre el hombro del grandullón, exclamo: Vamos! El fuego ya se extinguió y todos bajaron. Solos faltamos tu y yo.
Que harían sin nosotros esas almas descarriadas? Bajemos y acabemos con el mal que aquí habita. Regresando hacia el agujero y asiendo la cuerda comenzó a bajar su enorme y musculoso cuerpo con soltura y destreza

Cuando Jerinor salió, encontró a Groland junto a uno de los orcos muertos, observándolo, quizás preguntándose cosas. Cuando la mujer le llamó, el guerrero tardó unos segundos en abandonar al orco muerto y dirigirse de nuevo a la torre, en la que entró detrás de su compañera. Al ver que todos habían bajado ya, Groland no titubeó y pronto se hubo reunido con ellos.

Allí abajo todo estaba como lo habían dejado la última vez: calcinado. Sus cuerpos no estaban allí también de puro milagro. Las comprobaciones fueron breves.

—Echemos un vistazo ahí abajo —dijo, y extendió la mano hacia Kerri para que le pasara el guijarro luminiscente.

Sin muchos problemas llegaron abajo, ya que con la cuerda atada y asegurada, era bastante sencillo bajar, incluso con las pesadas armaduras o armas que portaban algunos. Otra cuestión diferente sería si tuvieran que hacerlo acosados por algún enemigo, o con prisas por estar a punto de quemarse. 

Quién sabe lo que puede suceder en un sótano desconocido, bajo un sello mágico, de la torre abandonada en un castillo en ruinas de un mago hace largo tiempo muerto.

Desde su posición, y tras que Kerri le diera el guijarro a Groland, pudieron observar una mesa de trabajo semi-circular en forma de U que bordeaba otro agujero cuadrado por todos lados excepto por uno, de hecho, era otra trampilla que había en el centro.

Dicha trampilla, de hierro y con inscripciones de San Cuthbert, tenía una anilla en uno de sus lados, pudiendo abrirse contra la mesa desde el lado que quedaba libre.

Encima de la mesa estaba la antorcha, ardiendo muy suavemente por uno de sus extremos, que Sirya había lanzado junto a unos vasos y jarras de cristal con formas extrañas, que les recordaron sin dudarlo al laboratorio de la casa de Fulbert. Debajo de la antorcha se apreciaban los restos de un montón de pergaminos totalmente calcinados, donde sólo unas pocas esquinas inservibles se habían salvado. 

Pero eso no fue lo que más les llamó la atención. 

Alrededor de la mesa, en las paredes, habían seis pedestales de piedra, con cuatro mesas entre ellos, llenos de cachivaches, más botellas con líquidos de todos los colores en ellas, algunos totalmente decantados, otros de tonos totalmente apagados o turbios. 

Pero es no fue lo que más les llamó la atención. 

Una puerta de madera, en un lateral de la habitación, permanecía cerrada, sin desvelar qué secretos contenía en su interior. 

Pero eso, de nuevo, no fue lo que más les llamó la atención. 

Lo que sí que llamó fuertemente su atención fueron los seis cadáveres de seis guerreros con armaduras y armas, tirados en el suelo de cualquier forma, con claros signos de haber sido atacados por un arma pesada y cortante, así como el cadáver de un Orco tendido en el suelo en medio de un charco de sangre, con una enorme hacha en sus exangües manos. 

Por otra parte, nada se movía allí abajo, ningún sonido, y sólo el olor a cerrado y algunos remanentes de productos químicos les llegaban a sus olfatos. 

La cuerda, que llegaba hasta el piso de abajo a duras penas, parecía invitarles a seguir su camino. *

La clérigo abrió la boca ligeramente sorprendida, observando con atención la escena y tratando de dilucidar si había algún peligro. Como nada se movía, decidió que podían arriesgarse, pero mejor lo consultaba primero. 

- ¿Bajamos? Parece que no hay peligro. Da la sensación de que se han matado unos a otros, ¿no? - preguntó sin dirigirse a nadie en particular. 

Al mirar por la segunda trampilla, aquella en donde anteriormente debía estar el sello mágico, dos escenas se formaron en su mente. Tres, en realidad, si contaba una muy fugaz que cruzó por su mente y que rápidamente desechó tras mirar de reojo a Groland. 

La primera fue acompañada por un estremecimiento. Fue al observar los seis cuerpos muertos que rodeaban al orco, aquello a lo que Kerri hizo, sin mayor  interés, mención. Para ella, estaba claro lo que había sucedido, y tal vez por primera vez, se alegraba de que no fueran lo únicos persiguiendo al liche. A sus ojos, estaba claro que Vortigern y sus secuaces habían logrado bajar hacía un rato, y allí se habían encontrado con la desagradable situación de que había vigilantes eternos –posiblemente aquellos guerreros no llevaban poco muertos, y a ella no le gustaban los muertos que no lo estaban del todo– protegiendo el lugar. No le pasó desapercibido el hecho de que hubiera seis cadáveres y seis pedestales, y de nuevo se descubrió aliviada de no haber tenido que darse cuenta en una situación más peligrosa, algo así como en medio de seis zombies que habían decidido despertar de su letargo. 

Lo segundo que llegó a su mente, un hilo del que tiró con interés creciente, fue el hecho de que hubiera una puerta, cerrada, a un lado de la sala. Salivó con solo pensar en los secretos que allí se escondían, al darse cuenta de que podían ser para ella... Para ellos. Por supuesto, tendría que perder un poco de tiempo en abrirla –si estaba cerrada, es porque algo impedía lo contrario–, pero estaba segura de que los demás lo entenderían y apoyarían el que lo hiciera. Pese a todo lo ocurrido, era su campo, estaba allí por eso, y quien sabía que habría dentro. Podría ser, incluso, algo con lo que acabar con el liche. Merecía, sin duda, la pena probar. 

La tercera idea, por el contrario, apenas duró, menos de lo que una estrella fugaz tarda en desaparecer en el fuego. Tenía que ver con los pergaminos, el pequeño incendió, unas bromas, y...Bueno, nada que mereciera la pena decir en aquella situación, viendo el humor de los demás. Quedarse callada, tranquila y obedecer eran, en realidad, las mejores medidas que podía tomar hasta que pidieran su opinión. 

Eso, por supuesto, incluía no tener tampoco que bajar la primera, ni ofrecerse a ellos. Volviendo al primer planteamiento que se le había ocurrido, estaba claro que el orco estaba muerto, muerto del todo. Pero que los demás no se fueran a levantar, por ello no apostaría, ni dinero, ni mucho menos su vida.

Cuando Rashaniel se asomó al agujero y comprobó lo que había allí abajo, frunció el ceño inmediatamente. Seis pedestales, seis guardianes, una abertura en el suelo con marcas del santo Cuthbert... Aquello tenía pinta de ser un ritual de protección, una medida preventiva para evitar que algún indeseable avanzará más allá y despertara al Liche que aguardaba pacientemente en su interior. Quizás esos pergaminos habrían arrojado algo de luz al asunto. Quizás tendrían respuestas que esperaban. Pero por supuesto, alguien había tenido la genial idea de quemarlos. El mago negó para sí.

- Voy echando un vistazo a ver si hay algo que se pueda aprovechar - dijo, visiblemente molesto.

Pero fue descuidado. Estaba distraído, pensando en lo que Sirya podría haber hecho desaparecer por su supina estupidez, y no sujetó la cuerda con fuerza. Sus dedos se resbalaron, y sintió cómo caía al vacío.

A la luz mágica del pedrusco, Groland observó la estancia: la mesa de trabajo con la trampilla de hierro en medio, los seis pedestales, las cuatro mesas, los cachivaches, los restos calcinados y rotos de pergaminos y redomas, la puerta de madera… Y los cuerpos.

—Por Tempus… —murmuró el guerrero. Aquello no era lo que había esperado descubrir.

Las dudas se agolpaban en su sesera, hasta que surgió la chispa. Sin saberlo, Groland había llegado a las mismas conclusiones que Sirya y Rash. Necesitaba ver esos cadáveres de cerca, y especialmente el del orco. La trampilla y la puerta podían esperar. Cuando Rash comenzó a bajar, Groland lanzó la mano hacia él para evitar que descendiera. Inadvertidamente, había salvado a su compañero de un leñazo.

—¡Espera, mago! —dijo tratando de alcanzarlo, pero Jerinor y Sirya se habían interpuesto en el medio...

Podía ver las miradas de rechazo ante lo que había hecho. El rencor que suscitaban sus acciones, la molestia que les suponía estar con ella y los reparos, cada vez más patentes, que sentían por haberla llevado. En especial el mago. El enfado de Rash era más que patente en sus gestos, en sus palabras, casi hasta pareció coger con furia la cuerda. Y a lo mejor fue por eso que la soltó, dándose cuenta de que la maroma no tenía nada que ver en todo aquello.

Durante un instante no se lo creyó, en realidad. Al ver como el mestizo se dejaba caer pensó que era una broma, que en seguida mostraría sus habilidades mágicas y simplemente descendería levitando, o tal vez que su sangre élfica se haría patente y volvería a colgarse con gracia. No fue así. 

Tardó medio segundo en darse cuenta de que no, que de verdad había resbalado, y apenas un parpadeo más en lanzar su mano para agarrar al arcano de la túnica, cogiéndole por los pelos, aunque consciente de que tampoco le iba a mantener mucho así. No era demasiado fuerte, y aunque él pesara poco...

– Voy a necesitar ayuda... – lamentó en voz baja, un susurro, sin querer hacer mucho ruido.

Pero era tarde. Demasiado tarde. Le había cogido, si, pero no le podía mantener, y apenas unos segundos después sus dedos resbalaron de la tela, dejándole de nuevo a su suerte...

Jerinor se encontraba investigando la estancia cerciorándose de que el orco estuviera bien muerto al igual que los esqueletos. Parecía como si hubiera habido un combate entre estos y el orco, saliendo este último mal parado. Mujer de naturaleza desconfiada balanceando su espada miraba a los cadáveres desde arriba comenzó a trocear los esqueletos para que estos no pudieran ser alzados contra ellos. Justo cuando llegaba el turno del feo orco, Rash parecía hacer una locura escurriéndose por la cuerda hacía la planta inferior. En un alarde de socorrerle no llego a tiempo para ayudarlo. Sin embargo, un atisbo de esperanza surgió al ver a Sirya agarrando sus ropajes abalanzándose hacía él. Con un ultimo esfuerzo sobrehumano la fairhalliana intento agarrar al mago y a Sirya.

Niego con la cabeza ante tanta incompetencia, Sirya que inicialmente no la había rechazado se había revelado como totalmente independiente y sin problemas de quedarse con todo si nadie decía nada, lo peor había sido lo de la poción, crucial si ella,(Kerri), caía en combate, pero a la descerebrada de turno le había importado un carajo, ahora entendía mas incluso sus acciones locas que la llevaron a tener que ser resucitada, había mirado la espada de Shandrill, aquella preciosa espada que podía salvarles la vida estaba semi-estropeada, esperaba que Shandrill pudiera decirla donde repararla, de todas maneras, tenia otro arma, pero esa espada seguramente seria fundamental para acabar con el Lich, si es que eso era posible. Miro al Rash y recordó como había sido menospreciado con su golpe final y su idea de rayo, pero Kerri estaba entonces demasiado ensimismada con el destrozo de la espada que no se había percatado de eso, y ahora ya era tarde para decir nada, asi que se mantuvo en silencio. Al bajar casi resbala pero consiguió aguantarse, y después observo todo aquello. había unos cadáveres que podría expulsar o al menos retener, lo que no le preocupaba, pero por si las moscas Jerinor se encargo de machacar a conciencia. Un Orco muerto con su arma que caería en la refriega, la trampilla del suelo que llevaria al lich, que la dejo a un lado por estar cerrada, mas redomas que seguramente serian magicas, pero ahora no tenia el hechizo de detectar la magia, si de leerla, lo que hubiera venido bien para leer los pergaminos que se habian quemado. y por ultimo la puerta del lateral. Iba a decir algo cuando ni cortos ni perezosos, tanto Rash, como la loca de Sirya abrieron la tapa y se lanzaron al interior, sin dejar que ella la revisara y observara, menos mal a que Jerinor estuvo atenta y consiguio agarrarles a tiempo. Momento en el que digo:- Insensatos!, Jerinor subelos!, primero hay que revisar esta estancia y ver que no nos pueden acorralar hay abajo! Recordó sus momentos de locura y lo que había sucedido, ahora pensaba mas y actuaba menos, y raro era que Rash se lanzara de cabeza al agujero, sin ni siquiera intentar ver que tenían esas pócimas de los pedestales, debia estar realmente cabreado y asqueado para pasar esta oportunidad. Luego dijo, deberíamos ver las pócimas y después la puerta, comprobar los cadáveres por si tienen algo útil, en especial el orco, Luego grave miro a Sirya y la pregunto, cuantos vistes con el mago aquel?, porque aqui esta el cadaver de arriba y el orco... Por ultimo mirarían la puerta y después de revisarlo ella bajaría, si eran tan inconscientes de bajar sin una cleriga es que estaban muy mal. Luego sin diriguirse a nadie en concreto pregunto:- Alguien sabe usar bien la honda?? Y de la misma cogió tres guijarros y lanzo el segundo hechizo de piedra mágica, teniendo una munición de 6 piedras mágicas especiales contra muertos vivientes. Si nadie sabia usarla, los tiraría ella que si sabia. Luego sin mas escucho y observo, a la par que miro con detenimiento cada parte de la estancia para saber que se podría aprovechar.

En el momento que Rash cogió la cuerda y bajó un palmo, se resbaló, probablemente por el enfado que le hizo no fijarse en lo que estaba haciendo. Una cuerda, por simple que sea, puede ser traicionera si no prestas atención. 

Rash cayó manoteando en el aire y golpeando con sus muñecas en los bordes del agujero en un intento desesperado por agarrarse. Le saldrían sendos moratones en no mucho tiempo, pero quizás eso ya no tendría importancia. Sirya y Jerinor se lanzaron hacia adelante, con unos reflejos de gato, para agarrar al mago en su caída. Jerinor consiguió agarrarlo en el mismo momento que parecía que iba a desaparecer por el agujero, teniendo que dejarse caer al suelo y alargando el brazo a través del mismo, el movimiento de vaivén hizo que Rash se golpeara con la coronilla contra el techo de abajo, mordiéndose el interior de la boca, pero afortunadamente para él, sin mayores consecuencias gracias al intenso entrenamiento al que había sido sometida la fornida Jerinor, que aguantó el peso del mago sin problemas. Allí tumbada vio como Sirya, que también había intentado agarrar al mago pero no había llegado a tiempo, braceaba una o dos veces en el aire y, con cara de sorpresa y casi de indignación, caía de cabeza hacia abajo, colándose por el agujero como un nadador se tiraría a un lago de agua. 

Groland y Kerri tenían el tiempo justo para intentar agarrarla. 

Por un momento, se vio morir. 

Cuando sus dedos se resbalaron de la cuerda, durante ese escaso segundo, sorprendentemente, lo que más le llamó la atención fue la sensación de quemazón en su piel. No la alarmante atracción gravitatoria de la tierra que hacía que cayera a una muerte irremediable o, por lo menos, al inevitable romper de huesos. No, fue el leve enrojecimiento de sus dedos, unidos a unos brazos que se agitaban como si intentase volar. ¿Ese sería su estúpido último pensamiento?

Y de repente, una mano robusta le cogió con fuerza. Una mano amiga. Una mano que le apretó como si quisiera arrancarle la extremidad del sitio, y que sin embargo, había impedido que siguiera cayendo. ¡Jerinor!

- ¡Ah! - dijo, a medio camino entre el dolor y la sorpresa. Pero no podría aguantar por mucho tiempo. La presión era demasiado fuerte y el peso de su mochila tiraba hacia abajo, sumando dificultad a una maniobra que ya tendría que estar resultando complicada a la fairhiliana. Extendió el otro brazo con temblorosos movimientos y se aferró a la cuerda que no debía haber soltado. Primero una mano. Enrrolló la cuerda alrededor de ella para que resultara más complicado soltarse, y luego, con lágrimas a punto de salir del balcón de sus ojos, asintió a Jerinor. A su compañera. A su amiga. Liberó la otra mano y se apretó contra la cuerda como si fuera el lugar más seguro del mundo.

Descendió lentamente, aunque no bajó del todo al siguiente nivel. Algo le decía que había cosas que no veía, y podría ser peligroso.