Partida Rol por web

Dreyden hizo que Kell descendiera hasta estar al alcance del doble conjuro y sacó un pedazo de cuero del zurrón, pasó las manos por encima y canturreó:

-د بركه الدروع

Eulendileas salió corriendo al ver cómo Kell volaba alrededor de ellos. No le hacía falta que nadie le dijera nada, si había sobrevivido tanto tiempo era por su audacia y saber detectar el peligro. Incluso Guau sabía que no era el momento de hacer el tonto, y salió corriendo a esconderse.

Desde su escondite, extrajo una flecha y apuntó a la mantícora. Esperó a que la criatura se acercara lo suficiente para soltar su flecha

La criatura atacó confiada al apotecario, momento que aprovechó el guerrero para tensar el arco y volver a disparar una de sus flechas.

Se apresuró demasiado por la prisa de volver a guarecerse tras la protección del árbol.

La mantícora esquivó la flecha lanzada por Fausto, así como la de Demetrio, pero la que le envió el pequeño Eulendileas no, pues se le clavó entre ambos ojos. La mantícora fue capaz de descubrir al rival que tanto daño le había causado y se lanzó en picado contra él.

La criatura había elegido víctima, por un momento a Fausto le pareció que el pequeño Eulendilas se hacía muy pequeño ante la imponente bestia. Por un momento al guerrero se le pasó por la cabeza en que la tranquilidad volvería a su mundo si la mantícora se almorzaba al mediano. Pero ese segundo no le impidió encajar de nuevo una flecha y apuntar al híbrido.

La madera crujió cuando la llevó hasta atrás del todo. Un quejido que se convirtió en gruñido, la de la criatura cuando el astil de madera se incrustó en su cuerpo.

Al notar que la carga de la mantícora la pone a tiro, Zurkor aprovecha para lanzar su dardo con fuerza antes de acercarse al monstruo con su guja, dispuesto a utilizarla contra el mismo.

Sus ojos de guerrero identificaron el objetivo del vuelo de la bestia voladora por lo que se acercó a su compañero mediano, preparándose a golpear en cuanto la tuviera a su alcance

Zurkor, plantó sus pies firmemente en el suelo y se preparó para demostrar el daño que podía hacer con su arma. Cuidadosamente la balanceó de un lado a otro esperando que la mantícora se acercase lo suficiente como para que el filo de la guja pudiera cruzarle todo el pecho. Y cuando creyó que la distancia era la ideal, movió su arma con destreza y velocidad, apuntando al centro del pecho del monstruo que descendía sobre ellos

Tras su primer movimiento, casi sin darse cuenta, inclinó su arma y la dejo correr en sentido contrario, dispuesto a volver a cortar la roja piel del lanza-púas volador

Arraman sacó su ballesta y preparó un virote. No se le daba especialmente bien aquel arma pero siempre era mejor que nada. De todas maneras, viendo maniobrar a sus compañeros, seguramente su intervención no sería necesaria.

Al ver cómo la flecha se clavaba en los ojos de la mantícora, Eulendileas estuvo a punto de saltar alrededor de todos, para que vieran lo fuerte y grandioso que era él con su arco. Pero no tuvo tiempo. El grito de dolor de la criatura, acompañado de su mirada de asesina en serie, le paralizó la alegría.

Su cerebro se dividió en dos, y no sabía a quien escuchar. Por una parte, su parte aventurera le dijo que sacara otra flecha, esperara el momento justo y le clavara el hierro del arma en el ojo. La otra, que tenía una voz bien parecida a la de su madre, le gritaba como desesperado que huyera y se escondiera, que sería comida de mantícora y no sacaría nada bueno de eso.

Pero Eulendileas, como no, tenía cierta atracción hacia lo peligroso. Y no se podía ser un héroe si no se hacía algo heróico.

Se quedó quieto y sacó otra flecha. Apuntó al bicho volador y esperó unos instantes para tenerle en la mejor posición. Dejó que la flecha surcara la distancia que les separaba, esperando que se clavara en el ojo del bicho.

El sargento apotecario confiaba en la destreza de sus compañeros pero la mantícora caía en picado sobre el imberbe muchachoque apenas iba equipado, de manera que se lanzó al lado de Eulendileas y alzó su escudo al aire, esperando poder servirle de cobertura si la bestia no moría antes de finalizar su carga.

- ¡Atención, novillero!

Antes de que la mantícora fuera capaz de alcanzar a su objetivo los aventureros lograron darla alcance con sus ataques a distancia. El cuerpo de la criatura cayó desplomado contra el suelo, liberándolos a todos de lo que parecía una terrible amenaza pero que se había quedado en tan solo una mera anécdota y principalmente una pérdida de tiempo.

Así que ya iba siendo hora de irse en busca de los aventureros perdidos, pues parecía que podían estar en peligro, y más aún cuando los enemigos que podían aparecer en ese camino no solo eran simples orcos.

- JA! si esto es lo más peligroso que encontraremos, no tendremos problemas - aseguró Zurkor dirigiéndose a la mantícora caída para buscar el dardo que le había lanzado

El mediano se sentía orgulloso de su puntería y estaba mas que dispuesto a seguir demostrando sus habilidades marciales, por lo que propuso - Sigamos, si ese semiorco nos dijo la verdad ya sabemos hacia donde debemos ir -

- Solo nos queda rescatar a esos prisioneros y volver para cobrar la recompensa - añadió derrochando optimismo - Que tan difícil puede ser? -

Jed se acercó a la manticora y la examinó de cerca.

-¿Alguno sabe despellejar? Estoy seguro de que podemos vender su piel a un buen precio. 

El mago se dejó caer de rodillas. Estaba cansado. Últimamente abusaba demasiado de su magia.

-Empiezo a notar el efecto de tanto combate. Pronto necesitaré descansar para recuperar mis conjuros.

La mantícora cayó a los pies del mediano que, con ojos como platos, vio a la criatura emitir su último grito. Se pasó el dorso de la mano por la frente. Por poco.

Uf, mi madre tenía razón. No son animales de compañía aún así, no pudo evitar salir corriendo y subirse al lomo de la mantícora muerta No, no me gusta. No es para nada cómoda se bajó y se alejó unos pasos para ver la escena global Sí, mejor que ella esté muerta a que nosotros seamos su comida, sí.

Demetrio rió entre dientes, la fortuna les había sonreído y no había más sangre derramada entre sus compañeros de armas.

- Jejejejeje, buenos disparos, felicidades.

Examinó alrededor para luego cruzar miradas con Jed y negó con la cabeza antes de envainar su espada y echarse el escudo a la espalda. El sargento apotecario no sabía de peletería ni haría más que un gran destrozo sobre el cuerpo del monstruo.

- Usted dirá, capitán -dice dirigiéndose a Zurkor- con el maestro arcanista cansado podríamos tener dificultades si nos encontramos con un enemigo numeroso pero si paramos puede que perdamos el ritmo de la persecución.

- Eh... yo... - el mediano, repentinamente, se queda sin palabras. El no se consideraba capitán del grupo ni nada similar, por lo que la pregunta del sargento lo sorprendió.

- NO se - terminó reconociendo - quizás debamos avanzar algo más y descansar más cerca del campamento que nombró el semiorco. Pero yo de conjuros no entiendo demasiado - agregó - Si Jed prefiere descansar, podemos hacerlo, aunque, como dije, creo que es mejor acercarnos un poco más -

Esta bien. Podemos avanzar mas. Kell nos avisara de posible imprevistos - dijo Jed.

El mago estaba mermado pero ayn tenia un par de trucos en la manga y, ademas, sus aliados habian probado ser muy habiles y capaces de desenvolverse sin el.

Fausto se acercó al cuerpo de la criatura para ver si alguna de las flechas clavadas podría ser reutilizable. Con el cuchillo horadó la piel y la carne y trató de extraerlas.

Después se acercó al resto del grupo... Continuemos, ya habrá tiempo de descansar.

La noche estaba a punto de caer, pero al final logran cruzar una gran cantidad de ciénagas desoladas sin tener que perder el tiempo en ningún otro desafortunado incidente. Finalmente y en pleno ocaso, los aventureros lograron alcanzar lo que parecía ser la Ciudadela Gris. Justo en ese momento, se puso a llover.

La lluvia cae, y un espeso manto de bruma baja cubre la tierra. Más allá del velo gris, una descolorida fortaleza se alza amenazadoramente sobre un gran montículo de roca negra. Ninguna luz surge del abandonado edificio. En algún lugar al norte y al este de la ciudadela, a varios cientos de metros de distancias, se escuchan orcos. Muchos orcos. Afortunadamente están suficientemente lejos como para que no supongan un problema. Al menos no de momento. 

Ahora el verdadero problema radicaba en cómo entrar en la fortaleza: 

• Habría que abrirse paso a través de la puerta principal, el modo más directo y sin lugar a dudas el más peligroso.
• Otra opción sería buscar una sección del muro más accesible por donde poder escalar, a pesar de que la lluvia hace que la muralla sea mucho más resbaladiza de lo normal. 
• Con algo de astucia, magia y picardía, podrían disfrazarse como orcos y engañar así a los guardias de la puerta.
• También podrían organizar una gran distracción, al menos una que sea lo suficientemente grande y duradera fuera de las murallas, provocando así que muchos de los orcos se alejen de la entrada y creando una situación de alerta en todo el recinto.
• Y por último recurrir a la magia y el sigilo, con discreción y los conjuros adecuados, podrían adentrarse hasta el interior de la ciudadela sin llamar la atención.

Dreyden observó aquel panorama con gesto serio.

-Veamos, para superar la muralla yo podría lanzar hasta 3 conjuros de invisibilidad, levitar hasta arriba de la muralla y descolgaros una cuerda pero agotaría todo mi repertorio de conjuros poderosos. Habría que olvidarse de la nube brillante cegadora.

Otra posibilidad es esperar unos días y aprovecharlos para escribir los conjuros de invisibilidad suficientes para todos en pergamino, lo que me permitiría hacer lo mismo pero sin agotar mis energías arcanas. Esta opción solo nos costaría dinero y tiempo.