Partida Rol por web

Muchos frentes abiertos. Onfale observaba desde la distancia el terrible combate que estaba teniendo lugar en la peculiar playa entre esa bestia amarilla y...¿un grupo de presidiarios? Paso a paso.- Se volvió a repetir queriéndose convencer de que ya lidiaría con ese problema más adelante. Al menos el destino le había vuelto a juntar con su lacayo Fosco, que se le pegaba como una garrapata en la piel del desaparecido Rufus.

- Mala hierba nunca muere, ¿verdad? Me alegro de verte. - Que Rufus no estuviera le recordaba que Das Vracken había desaparecido también, lo cual no era nada bueno. Estaba convencido de que su final estaba ligado al del consorte de aquella temible gitana. La odiaba en lo más profundo de su ser por haberlo arrojado al vacío y a la perdición. 

- ¡Ahora a por la mujer de la armadura!- Señaló el perfumista a la maga que guardaba el libro con las anotaciones que le había dado él. Con el asunto de Flame resuelto, lo siguiente era acabar con Faratsu. Pero, ¿qué podía hacer él en su estado?

Se escabulló hacia el enano que tocaba el tambor. La forma en que Onfale manipulaba el éter era peculiar, exquisita a ojos de los bárbaros de los que se rodeaba ahora. Pero aquel enano, que le recordaba al insufrible Babras, hacía sonar el burdo tambor y lo sentía reverberar en su interior, como cuando su maestro hacía sonar los cuencos forjados por enanos con siete metales diferentes, como siete eran los chakras por donde fluía la energía a través del cuerpo. Pasó junto al enano y junto a los otros dos desconocidos y trepó por la roca hasta la cima del promontorio. Desde allí observó al Faratsu, clavando en él su intensa mirada calculadora. Perezoso volvía a reptar entre los pliegues de sus amplias ropas y su ballesta reposaba cargada en su espalda.

Aire, con sus ojos devueltos a la normalidad, miró a su osito de peluche. Éste ya no estaba helado, pues el fogonazo de la mujer había derretido el hielo que le había afectado.

¡Aristóteles, estás vivo! dijo, abrazando a su osito. Unas pocas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Empezó a balancearse y a tararear una nana, pero se paró en seco. Volvió a llevarse a Aristóteles al oído.

¿Sí? ¿A por él? Es difícil, es muy fuerte contestó Aire, dando unos pasos hasta estar más próxima al muñeco amarillo.

Se quedó mirándole viendo cómo atacaba y cómo parecía que nada le hacía daño. Observó a su osito. ¿En serio crees que el ácido funcionaría? No se, probaré.

La muchacha se llevó la mano a su vestido, hasta que encontró una bolsa. Sus dedos toquetearon lo que había en su interior, hasta que localizó lo que necesitaba. Sacó la mano con el puño cerrado. Sus ojos volvían a ser del color del azabache. Movía el puño rítmicamente, apretando lo que tenía en su interior. Los murmullos se escapaban de sus labios. Abrió la mano, ya no había nada, excepto una masilla verde. Apuntó con el dedo índice a Farastu y el potingue se desplazó hacia la punta de su dedo. Allí empezó a brillar y, con una potente emisión lumínica, voló a por el muñeco diabólico.

Flame murió sorprendida como desaparecían todos sus compañeros, como la dejaban sola a ella y al fiel aliado de Alice, Trompicón. Aquel caballo volvía a caer gravemente herido, ajeno a cualquier tipo de curación que le hubiera hecho la bruja, y dolorido por culpa del fuego que les rodeaba. No podía créerselo, Trompicón le había salvado una vez la vida, en un momento en que sus fuerzas flaqueaban y nada podía hacer. El caballo y su amazona la salvaron para lograr hasta el punto en el que se encontraban ahora. Pero Flame se sentía totalmente incapaz de ayudarle ahora a él. El caballo moría gravemente quemado, y si Flame se paraba a atenderlo moriría con él.

Flame buscó a Alice con su mirada, negó con la cabeza queriendo decirla que había hecho todo lo que estaba en sus manos por salvarlo, pero no podía hacerlo. Era demasiado pesado para ella, no podría arrastrarlo. No podía hacer nada, tan solo huir de allí como si fuera una cobarde, dejando atrás a un animal que le había dado bastantes digustos, pero que también le había salvado en repetidas ocasiones la vida.

por la magia de Leiath y el aura de Flame.

-.-

Aquel día estaba siendo el más raro en la vida de la jóven bruja. Mira que había visto cosas extrañas durante lo que se podía considerar su primer viaje de aventuras, pero esto se llevaba la palma. Ahora el familiar de Alice le había trasladado a tierra firme! La maga la había salvado la vida.

Miró hacia la lava instintivamente. Trompicón. Una punzada de dolor se le clavó en el corazón. El pobre animal se hundia sin remedio. Más adelante, la mujer guerrera parecía haber salido casi del ardiente lago. Estaría herida pero sabía que era muy fuerte y se sobrepondría.

Como le había enseñado su madre, Leiath paró un segundo a visualizar la escena que se abría ante ella. Un campo de batalla al cual, desgraciadamente, ya se estaba habituando. Debía valorar a los heridos. Si quería salir de ahí viva tendría que mantener a los participantes en la liza con vida.

El sonido de unos tambores comenzaron a inundar los sentidos de la bruja. Antes no se habían dejado oir por el rugido de la lava, pero ahora los oía claros. POM, POM, POM. Los acompasados golpes eran extrañamente agradables, se metían en su cabeza y la animaban a la lucha. No había tiempo que perder.

A pocos pasos de la sanadora se encontraba un guerrero caído. Caído pero vivo. Leiath corrió hacia él y dejó que el poder de Hala cerrase sus heridas más serias.

El mediano siguió a Onfale. Estaba extrañado, no sabía bien que hacer. Se echó el arco al hombro, pero el mago corría demasiado. De reojo miraba a Flame, pero no podía hacer nada... y entonces vio a un bicho amarillo...

¡Maldito gato estúpido! Espero que sirvas para algo. Grita la maga enfurecida al astuto gato. ¡Maldito cuervo estúpido! Déjate engañar por un gato. Ya poco podía hacer por Flame y mucho menos por Trompicón, la historia del caballo tocaba a su fin. Pobre Trompicón, tanto sufrimiento para acabar su vida así. Había sido un fiel amigo que la había salvado de muchas situaciones y que la había metido en igual número de problemas.

Pero no era el momento de llorar, había que salir de viva de esa cueva. Miro a un lado y a otro valorando la situación. Había dos bandos el del tipo amarillo y repugnante, y el de los otros humanoides que hasta ahora les habían ayudado. Conclusión que hay que matar al tipo amarillo.

La maga se movió para tener una mejor posición para ver a su nuevo objetivo.

Las escurridizas imágenes de su padre llamándole desaparecen de su mente al tiempo que sus ojos se abren para ver la tierra que besa su rostro, como por impulso sus extremidades se disparan a un tiempo y le impulsan a incorporarse cual animal en cuatro patas, al mismo tiempo que desenvaina su estoque en la diestra y alista el hacha en la zurda, un rápido vuelco de su mirada le pone al tanto de la situación, a su lado una extraña lo mira satisfecha por lo que enseguida entiende que es a ella a la que debe el encontrarse de pie. – Una vez más es una mujer la que me trae de vuelta a la vida. – razona al tiempo que una ligera sonrisa se dibuja en su rostro. - Gracias, ahora será mejor que te alejes, ese bicho es mucho más fuerte de lo que su facha aparenta, o ¿quizás no?, dice la rubia loca que lo mejor es atacarlo en grupo. - 

Flame nada todo lo que puede. Sus dedos rozan ahora el disco mágico que tiene sobre su cabeza como si fuese el flotador que evita que se hunda.

La buena puntería de Tremens logra encasquillarle una nueva punta de flecha en su cuerpo amarillo, pero sin la magia necesaria para hacerle daño. El proyectil de Aire también atina, pero el ácido burbujea en la superficie de la piel de Farastu sin llegar a profanarla. Aristóteles es un necio.

El gato de Vaek es auyentado por los reproches de Alice, y corre en la oscuridad hasta perderse de vista. Hollín vuela en círculos, tras su fracaso también quiere mantener distancias con la furia de la maga. Alice y Leiath caminan juntas entre las rocas basálticas hasta el cuerpo tendido de Artho. Y entonces la magia de Leiath le devuelve la vida, renovando las esperanzas de poder dar la vuelta al sino de este combate...

Flop.

La cabeza de Richard rueda por el suelo tras ese ruido seco de la alabarda atravesándole el cuello. Su propia arma vuelta contra él en unas manos más competentes.

Ooooooh... Vorpalina. Fush-fush. Blrlrlrlrlr... Buen arma, hacha larga, ¡flop! Gjigjigjigji... ¡Flop!

Desde lo alto pudo ver mucho mejor a esa bestia amarilla y lo que vio no le gustó nada. La cabeza e aquel hombre se despegó de su cuerpo como si su cuello fuera de mantequilla.Se obligó a desviar la mirada de aquel horror. Instintivamente el taimado perfumista se agachó para no ser visto. Se movió despacio, midiendo cada paso sobre la roca, sólo unos metros mientras agarraba la ballesta cargada de su espalda y apuntó lo mejor que pudo.

¡Pfffiiiuuu!

Mierda... ¡maldito puto bicho!

Tremens se echa a un lado mientras saca un vial de un bolsillo de su mochila, sin perder tiempo  tira con sus dientes del tapón antes de dejar el bote en el suelo y untar la cuerda del arco corto con un aceite espeso y oloroso.

De nada serviría morir con el puto vial intacto... 

-Distraedle. Pero que nadie se pegue a él, o le pasará lo mismo que al memo de Richard.

Apenas me da tiempo a darme cuenta de que estoy muerto. Sólo noto una sensación mareante de cambio de perspectiva. Ni siquiera llego a tener ganas de vomitar.

Pero qué demonios...?! - fue lo primero que se la pasó por la aturdida mente a la jóven bruja cuando vió volar la cabeza del calvo ese tras el tremendo golpe del engendro amarillo.

Creo que para arreglar eso, va a necesitar un siervo de Hala algo más poderoso que yo misma -JA, JA, JA- A Leiath le seguía dando la risa sin razón aparente.

A ver, guapo - dijo con descaro al guerrero que se había levantado tras su curación- mejor alejate tú, que  veo que andas algo perjudicado y mi diosa no tiene tiempo para gastar milagros en cualquiera.

¿Dónde estaba ahora su querido enano Babras y esa contundente cadena con la que había aniquilado al más poderoso mago de Lechberg? Podrían haberles venido muy bien ahora. Y lo más importante , ¿por qué se estaban poniendo de parte de los humanos y no de ese pobre bicho amarillo que esta siendo acorralado en lo que parecía su propia madriguera? Leiath estaba confusa.

El caso es que debían sobrevivir. El bicho no tenía muchas posibilidades aunque matase a un par más de ellos., asi que tomó una decisión.

- Veamos, criaturilla del averno si te gusta mi música tanto como la del enano del tambor...

Sacó un pequeño silvato de su bolsa de componentes mágicos y lo sopló con todas sus fuerzas hacía el demonio de la alabarda. El ruido que salió de él era irritante y desagradable.

La maga levanto los dedos apuntando a la gran masa amarilla, este era su momento de gloria, el momento de lanzar su gran hechizo. Empezó a recitar las palabras y hacer los gestos con teatralidad. Mas negro que la oscuridad, mas rojo que la sangre que fluye. Enterrado bajo la corriente del tiempo. Yo…. La maga paro de recitar. ¡MIERDA! No me acuerdo de la formula. Era cierto la maga no se acordaba del resto de la formula, era el hechizo nuevo, pero no había tenido tiempo de memorizarlo entero. Qué gran fallo.

Rápidamente metió la mano en la bolsa de componentes, saco los dedos impregnados en un polvo rojo y los chasqueo en dirección al gordo amarillo. Tres rayos de color rojo empezaron a revotar por las paredes de la cueva hasta que impactaron en el cuerpo fofo y amarillo.

Después la maga dio un paso hacia atrás para cubrirse detrás de las rocas.

La claridad de los ojos de Aire volvieron tras lanzar su dardo verde. Al ver cómo no hacía efecto, miró mal a Aristóteles. Fue a regañarle, al fin y al cabo, había sido por él... Pero algo le hizo mirar al muñeco horrendo.

Y supo lo que iba a pasar antes de que ocurriera. Vio en movimientos lentos el ataque de Farastu, cómo el arma se movía a gran velocidad hasta el cuello de Richard. La cabeza no se quedó ni un segundo sobre sus hombros. Aire sintió cómo caía y rebotaba contra la fría piedra.

La boca de la muchacha se desencajó al ver aquel espectáculo horrible. ¡Había matado de un golpe a Richard! Y ella estaba en primera fila. Evitó gritar, gracias a que Aristóteles se lo dijo. Pero no se iba a quedar allí. Empezó a moverse con rapidez mientras miraba hacia atrás. Tenía miedo. Quizá lo mejor era huir...

Pero no podía. ¿Dónde iba a ir? Había emprendido esa misión para escapar de todo eso, y ahora no podía renunciar. Aminoró la marcha justo cuando vio a Fosco. Se quedó sorprendida. ¡Era un niño! Seguramente, sería su hijo, o eso le dijo Aristóteles. ¡Y una madre no iba a huir sin su hijo!

Tranquilo, bonito, yo te protejo le dijo la joven poniéndose a su lado. Desde allí apuntó con el dedo al techo, imitando gestos y palabras que había hecho instantes antes. Sus ojos oscuros desprendían fuego cuando dos proyectiles juguetearon entre ellos, buscando el cuerpo de Farastu.

El silencio dominó la situación durante un segundo que se hizo eterno. Ni siquiera el contacto del acero con el frágil cuello de Richard emitió en más mínimo sonido... Tan solo el caer de la cabeza y el posterior impacto contra el suelo devolvió el ritmo a la realidad.

Kaevhas contempló la situación estupefacto pues, de no haberse retirado, podría haber sido él mismo el decapitado. Una terrible verdad abrumó la mente del mago, pues la muerte los acechaba a todos y cada uno. A duras penas pudo reponerse lo suficiente como para poder actuar. "Vamos, si no te mueves terminarás igual." Se dijo a sí mismo para salir de su parálisis temporal. Tan solo tenía una opción si quería salir vivo de ahí y huir no estaba contemplado. Así que una renovada determinación, Kaevhas concentró de nuevo su poder. Nuevamente una esfera se formó levitando a escasos centímetros de la palma de su mano. El orbe emitía un vaho helado mientras se formaba y alcanzaba el tamaño adecuado. -¡In glaciem orbis!- Exclamó al tiempo que la helada esfera salía disparada desde su mano hacia el terrible carcelero.

Tras lanzar su conjuro apresuradamente, el mago corrió a ponerse a cubierto tras las rocas que tenía a su lado. Farastu ya había demostrado ser un poderoso adversario en un combate cuerpo a cuerpo. Y Kaevhas no iba a cometer el error de facilitarle las cosas al amarillento carcelero.

Flame tan solo se preocupaba por salvar su ardiente trasero, y no ardiente porque estuviera tremenda la mujer, que también, sino ardiente de que el fuego que había tras él la estaba achicharrando. Observó como la mujer de cabellos rubios se había ocupado de acercarle aquella cosa flotante que para la mujer sería su salvación, aunque era cierto que tampoco es que ya lo necesitase, porque llegados a ese punto podría haber seguido nadando y el resultado no hubiera sido muy diferente.

El caso es que no estaba preocupada por lo que podría encontrarse en la playa, estaba claro que aquello que le sucedía en aquel momento era más preocupante que cualquier cosa. Así que, una vez que estuviera a resguardo y flotando en aquel disco, ya contemplaría qué era lo que estaba pasando más allá. Ya vería a aquel tipo muerto con su cabeza desprendida, y a la cosa amarillenta que entre todos estaban preocupados de destrozar. De hecho seguramente tendría que ir ella, como siempre para poner fin a la batalla de la caverna en la que se encontraban.

No hay esperanza ni oportunidad de victoria. Solo queda esconderse. Lo hace Onfale, justo antes de que su virote se rompa contra el enemigo haciéndose astillas. Lo hace Kaevhas, después de que Farastu esquivase su frío rayo. Lo hacen Alice y Aire, después de que sus flechas mágicas reboten en la piel amarillenta. Lo hace Leiath, después de... ¡Sí! ¡Al fin! ¡Magia que funciona! La explosión de sonido lacera la piel de Farastu y unas cuantas lascas salen despedidas de la roca negra cercana. Pero el carcelero agita la cabeza, orientándose de nuevo en medio del caos en sus oídos.

A pocos pies de allí, Tremens unta su arco con aceite lubricante. Arriba y abajo, arriba y abajo... No para de menear la mano. Más allá, Flame desciende del disco mágico al fin en la playa. A su lado, Becky empieza a conjurar.

চর্বি-dice Becky, acompañándolo con unos pases de manos.

Los poros del suelo, a los pies de Farastu, empiezan a burbujear formando un charco de grasa muy parecido al que suda el ser amarillo poco antes de tropezar y caer. Con dificultad, se pone de nuevo en pie tratando de mantener el equilibrio.

¿Funcionó? ¡Funcionó! ¿Veis, niños? Son momentos como este los que demuestran que la evocación es basura.