Partida Rol por web

Con una silenciosa carrera, Tybalt ensartó al engendro amarillo con el mismo ímpetu con el que había rajado al cabalista momentos antes. Pero éste ser era sin duda mucho más fuerte que su anterior oponente y prueba de ello fue el ataque que recibió como respuesta. La dificultad para recuperar su espada del pegajoso cuerpo de Farastu le impidió evitar el agarrón llevándose un arañazo de propina. El tiflin forcejeó en un mudo intento de liberarse pero enseguida tuvo que desistir para evitar el mordisco de la mole nauseabunda que lo aferraba. 

La magia de sus compañeros había blanco en la criatura pero ésta no parecía verse afectada por la mayoría de conjuros que importaban en su cuerpo. Y además de su resistencia a lo arcano había algo que repercutía de una manera más tangible sobre el guerrero y era ese asqueroso limo que Farastu segregaba. Así sería muy complicado liberarse del hostil abrazo... a menos que no le quedase otra alternativa que soltarlo. Aun en esa incómoda situación, Tybalt se las apañó para demostrarle a esa cosa amarilla que no era buena idea mantenerlo en brazos. Así que lo apuñaló dos veces con la misma fuerza que había demostrado hasta ahora, haciéndole ver que no se dejaría vencer por el simple hecho de tenerlo agarrado.

La cosa pintaba muy mal y todo era culpa suya.

Dónde estaba Flame cuando más la necesitaban? Ahora les vendría de perlas algo de su fuerza contra la resistencia mágica de Farastu.

Recordaba haberla visto salir corriendo. Esa mujer ya no era la de antes, se había vuelto blanda y cobarde. Tendría que ir la propia Leiath a buscarla y quitarla la cobardia a ostias (o a base de conjuros).

Dónde estaba esa lagartona? La bruja se puso de inmediato a la búsqueda de Flame para traerla de vuelta al combate y que ayudase a Tybalt.

El mago maldijo su debilidad en cuanto a la magia se refería y contempló con estupor cómo el Faratsu se defendía bien incluso con la magia de bajas temperaturas. Conocía bien a la criatura y sabía de sus resistencia natural a todo lo mágico. Aún así había tenido la esperanza de poder cegarlo para ayudar a los compañeros que se metieran con el en el cuerpo a cuerpo. Viéndose totalmente inútil a distancia guardó el puñal con el que había acabado con la vida del Cabalista y se aproximo a la bestia amarilla estoque en mano. Quizá si conseguía aproximarse por la espalda pudiera acabar con él de un sólo golpe mientras Tybalt y Jadewo lo distraían.

El rayo eléctrico lanzado por Aire no le hizo nada al Farastu, pero el cuerpo de Tybalt empezó a temblar espasmódicamente, contenido por el abrazo de la imponente criatura*...

El tiflin se recuperó para tratar de acuchillar al Farastu, pero descubrió que, a demas de pegajosa, su piel era extremadamante dura y difícil de rasgar.

Temiendo dañar accidentalmente a su compañero (no como Aire), el resto de viajeros planares se contuvieron en sus ataques. Los proyectiles mágicos del méfit convocado se estrellaron contra una barrera invisible, pero los de Alice alcanzaron a herir al bichejo amarillo. A parte de las heridas ocasionadas por la pelirroja, fue la espada de Jadewo la que se hundió, sin posibilidad de fallo, en el torso del Farastu. El grito sordo del Farastu (ahogado por el conjuro de silencio) no le salió gratis al caballero rubiales: su espada había quedado pegada al limo de la piel del monstruito.

Cabreado, el Farastu se dejó llevar por la furia...

Aquel ser era muy duro, y un formidable contendiente. Viendo la necesidad de golpear más duro, y maldiciendo por el silencio de la zona, el guerrero retrocedió unos pasos, hasta que escuchó el rugido del público enardecido por el combate, mientras se desembarazaba el escudo quedando así libres sus dos manos... con una sacudida de su diestra, el mandoble de hierro frío voló de su vaina a su mano para ser encantada acto seguido.

-¡Muto Vis!

Ya conocía a esa criatura. No sólo eso, sino que había tenido tiempo para reflexionar sobre ello, para pensar en qué estrategia hubiera podido ser la mejor para vencerlo en el primer combate que habían tenido contra él. Viendo que la magia apenas le afectaba, al menos la suya, débil y apagada, Onfale optó por escurrirse hasta su espalda. Ocupado como estaba apresando entre sus pegajosos brazos a Tybalt, Onfale tenía vía libre para examinar con detenimiento la morfología de su cuerpo. Un único ataque esperaba que fuera suficiente si era preciso, claro. Casi una operación quirúrjica, si se miraba desde esa perspectiva. Avanzó rápido pues esperaba que aura de silencio o la distracción del Faratsu hicieran que no posaran su atención en él. Con toda la saña dela que fue capaz lanzó el estoque como si de un afilado escalpelo se tratase.

La situación estaba siendo complicada, la maldita criatura repelía la magia y para colmo,  el tiflin  se estaba llevando todo el daño. Seguramente los espectadores estarían desfrutando con el combate. La maga se masajeo las sienes buscando algo de concentración. Piensa, piensa, piensa algo rápido.  Pero la mente de la maga seguía en blanco. Pues nada, otra vez a tirar de los clásicos. Proyectil mágico. 

Aire vio cómo su conjuro de electricidad pasaba del cuerpo de Farasto al de Tylbat. La muchacha analizó sorprendida. ¿También era resistente a la electricidad? No, no podía ser. ¿Inmune a todo? Quizá tenía algún tipo de resistencia a los conjuros.

Sólo había una forma de comprobarlo. Su mano se alzó sobre su cabeza. Cerró y abrió el puño cuando una luz azulada se hizo presente. Una pequeña esfera eléctrica levitaba tranquilamente sobre la palma de Aire.

La muchacha apuntó y lanzó contra Farastu. Esperó para ver si el conjuro esta vez sí que hacía efecto.

Las perspectivas no mejoraban, sobre todo después recibir con un mudo gesto de dolor la descarga destinada al Farastu. Tampoco parecía ser buena señal quedarse a merced del pegajoso engendro mientras intentaba morderlo y desgarrarlo mientras parecía entrar en un trance rabioso. Tybalt hacía todo lo posible por no convertirse en su merienda a la vez que se esforzaba por no perder su espada. Todo un alarde de capacidad multitarea. 

El semiinfernal no iba a dejar que los golpes fuesen en una única dirección. Estaba dispuesto a convertir aquello en un intercambio lanzándoles una nueva estocada. Por otra parte, no parecía un buen plan seguir sujeto por el Farastu y el espadachín forcejeó para intentar liberarse pero los efluvios de la criatura lo convertían en todo un desafío.

No veía a Flame por ninguna parte asi que cejó en su intento de dar con ella, no podia irse lejos dejando el combate.

Se giró y volvió hacia los contendientes. Intentó colocarse en una posición en la que su aura de defensa contra el mal afectase a Tybalt pero sin estar al alcance del demonio.

Antes de entrar en el aura del conjuro de silencio levantó una nueva plegaria a Hala para renovar su bendición sobre el grupo.

El estoque de Onfale se hundió justo cuando en el forcejeo Tybalt estaba más cerca. La punzada alcanzó al tiflin en la espalda, mientras la esfera eléctrica de Aire alcanzaba al Farastu en la suya. Los proyectiles mágicos de Aire se estrellaban contra el campo protector del demonio amarillo, evaporándose en el aire sin hacer daño alguno.

Entonces llegaron las lamentaciones.

En el más absoluto silencio, las garras del Farastu desgarraban a Tybalt mientras lo acercaba a sus fauces. Las mandíbulas amarillas se dislocaban como las de una constrictor abarcando la cabeza de Tybalt con cuernos y todo. Las cervicales se quebraban al arrancar la testa de cuajo.

Becky abrió la boca, como gritando, en plena área del conjuro de silencio. Llevada por la rabia, utilizó su cola demoniaca a modo de látigo, con más frustración que puntería. Se preguntaba si no sería mejor haber intentado algo antes. No había hecho nada por temor a dañar a Tybalt accidentalmente, quizás si lo hubiese hecho, ahora Tybalt estaría vivo.

Onfale solo podía pensar en la estocada propinada a su compañero por error.

La voz de Aristóteles le susurró a Aire que lo del relámpago no había sido muy buena idea.

Si Alice hubiese sido una mejor maga, puede que sus proyectiles sí hubiesen atravesado las defensas del Farastu.

A Jadewo le invadió la culpa: él retrocedió; en cierto modo, abandonó a Tybalt justo cuando le asesinaron.

Leiath... oh, por Hala... Ella colocó la soga alrededor del cuello de Tybalt. Ella pidió el combate contra el Farastu. Y cuando todo esto acabase, ella tendría que explicar a Jadewo, sordo por el conjuro de silencio, que todo esto era culpa suya.

El méfit sí que no se sentía culpable. Él no tenía una relación tan estrecha con Tybalt, después de todo. El diablillo escupió una cortina de aire helado sobre el Farastu. Cuando la pequeña nevada se detuvo, Farastu seguía allí, masticando furibundo el cráneo de Tybalt hasta quebrar los huesos con la fuerza de sus mandíbulas. Sacó uno de los cuernos de Tybalt de su boca, con los dedos, y usó la punta del asta a modo de palillo.

No había podido hacer nada contra aquel ser, nada antes de que matara a Tybalt, pero aún estaba en sus manos el intentar evitar que habiera más muertes en el grupo.

Buscando el dejar el ser amarillento entre Onfale y él, el guerrero arcano descargó un potente ataque con el mandoble ahora mágico. El filo de hierro frío encantado de Jadewo empezó a crepitar con energía eléctrica un instante antes de enterrarse profundamente en el cuerpo nervudo del maldito ser amarillento, decargando un potente chasquido eléctrico en el demonio justo cuando el arma mordió con saña su cuerpo, como una manifestación física del celo justiciero del guerrero. Esta vez, incluso a pesar de la pegajosa piel del demonio, el filo arcano de Jadewo se liberó presta para ser descargada de nuevo.

Tarde o temprano la separación de Tybalt iba a llegar pues cuando acabara la misión debería volver a presentar sus servicios con su nueva ama. Sin embargo, Onfale siempre había conservado un resquicio de esperanza de poder arreglar aquello y conseguir la libertad del semi-infernal. Ahora ya no había nada que hacer. Con furia inusitada lanzó otro ataque al Faratsu, esta vez sí, con más puntería. Le clavó el estoque con saña. Fue rápido y veloz a pesar de que le hubiera gustado deleitarse con el momento. Sabía que su pegajoso limo podría hacer que su querido estoque se quedase pegado a él y, si no moría, el faratsu podría comérselo de postre. Giró sobre sí mismo, como una grácil bailarina, para alejarse del agarre de aquella bestia, sus fauces y sus garras. Tomó distancia para observar si caía ante todos los ataques que seguro acometerían sus compañeros como venganza por la muerte de Tybalt.

Contuvo un grito de terror al ver como la cabeza de Tybalt desaparecía dentro de las fauces del ser amarillo. El Farastu se había cobrado otra víctima. ¿Cuántas iban ya? ¿Cuántos compañeros y conocidos habían caído a manos de ese monstruo? Seguramente demasiados. Después del monologo filosófico se decidió a actuar, pero no se dejó llevar por la ira. Con pasos calculados empezó a preparar el hechizo que desencadenaría el segundo conjuro, primero lanzaría “impacto verdadero” después iría el Rayo abrasador.

Tylbat cayó, y el rostro de Aire no se inmutó. Pero la dulce niña Aire gritó dentro de ella, y lloró hasta desgarrarse. Aristóteles fue el único capaz de consolar a la niña con palabras, y con un gesto a la hechicera. Pues, aunque a la Aire maga no parecía afectarla, habían sido muchas horas con el semiinfernal, muchos combates y muchas vivencias. Saber que se quedaba con su nueva ama le daba igual, pero saber que esa cosa amarilla se le había cargado y ya se le había acabado la vida... Eso era diferente.

La fría mente analítica de Aire trabajaba a gran velocidad. Sabiendo algunas de las defensas y debilidades de Farastu, tenía que elegir el conjuro con velocidad. Se olvidaba del frío, del fuego y del ácido, por supuesto. Le quedaba la electricidad y el sonido. Por desgracia, y mientras Leiath no eliminase su conjuro de Silencio, sólo le quedaba la electricidad. Y, aunque la seguidora de Hala suprimiera su conjuro, tendría que vencer la resistencia que presentaba Farastu contra la magia.

No le quedaba muchas opciones, pero no podía fallar. Se concentró al igual que Alice. Un conjuro certero era mejor que cualquier otro conjuro.

-NOOOOOO!!!!

El grito de la bruja taladró los oidos de todos los presentes. Tybalt había caído y era culpa suya. Por Hala que haría todo lo que estuviese en su mano por traerle de vuelta. Pero para eso primero había que acabar con aquel limón monstruoso.

Leiath no se decidía por qué acción tomar; quitar el hechizo de silencio para poder atizarle con conjuros sónicos, o dejarlo para que no puediese, el muy maldito, convocar su propia magia.

No quiso arriesgarse  y lo dejó activo.

En su lugar convocó ella su propia magia, el poder que venía a ella a directamente de la gran Hala. No sabía si lo que iba a hacer serviría para mucho, pero por lo menos evitaría que escapase o utilizase algún poder de transportación.

La herida propiciada por la pericia de Onfale obligó al farastu a revolverse, y el mandoble de Jadewo llegó por la espalda, perpendicular a su gruesa y amarillenta nuca. La electricidad empezó a recorrer el cuerpo del tiflinófago, mientras a cámara lenta el filo de Jadewo empezaba a abrirse paso por la carne para separar cabeza de cuerpo.

Entonces Farastu empezó a parpadear... él no moriría ni aquí ni ahora. Aquella derrota solo era un contratiempo. Volvería al Cárceri tras haberse cobrado a uno de los aliados de Becky. Y con la información necesaria para saber dónde estaban y hacia dónde se dirigían.

La cadena del ancla conjurada por Leiath cruzó medio campo de batalla y se enroscó alrededor del cuerpo del farastu, que al instante dejó de parpadear. Atrapado, la espada de Jadewo continuó su trayectoria y terminó el trabajo. La cabeza del tenaz cazador de humanoides cayó al suelo, sin rodar debido a su pegajosa grasa, boqueando como un pez fuera del agua, como acto reflejo postmortem. La electricidad mágica acumulada en su cuerpo terminó en una pequeña explosión que levantó algo de arena del suelo del coso.

Becky dió saltos de alegría y corrió en dirección a Jadewo, seguramente amparándose en la victoria como excusa para restregarse un poco con el macizorro rubio.

Como gárgolas buitreando los restos, dos demonios emprendieron el vuelo desde las atalayas, descendiendo para recuperrar los cadáveres de Farastu y Tybalt, y convertirlos en nuevos muertos vivientes para mayor gloria de Orkus, que es de lo que se trataba en este torneo.

¡¡¡UN FUERTE APLAUSO PARA LOS EXCELENTES SIERVOS DE
ORKUS QUE NOS HAN DELEITADO CON SEMEJANTE ESPECTÁCULO!!!

Este era el momento. Si Onfale quería coger una muestra de la cabeza aplastada de Tybalt o de su cuerpo, antes de que se lo llevasen, era ahora o nunca...

Jadewo estaba en una situación similar: una vez disipado el humo, su cimitarra seguía pegada a la piel del farastu. Tenía que darse prisa para despegarla antes de que se la llevasen junto al monstruito amarillo.

Si con su estocada no quedó satisfecho del todo, ver cómo la cabeza del Faratsu se iba despegando poco a poco del cuerpo hizo que Onfale se deleitase con el delicioso momento. La venganza era un plato de buen gusto para el perfumista. Sin embargo, reconoció de inmediato el parpadeo emitido por el monstruo amarillo.

- ¡Se nos va...- Sus aptitudes innatas le permitían teletransportarse aún estando en el aura de silencio. Fue entonces cuando la providencial cadena de Leiath ató a su perseguidor en aquel plano, momento el cual aprovechó Jadewo para terminar su trabajo. La explosión provocada por la acumulación de magia levantó una nube de polvo que pronto se disiparía. Jadewo parecía aún con el filo de su arma pegada al limo del faratsu pero no podía ayudarle con uno de sus conjuros de grasa. Tenía algo más importante que hacer: recuperar alguna parte del cuerpo de Tybalt para que Leiath pudiera resucitarlo. Salió corriendo como un descosido y se lanzó de un salto al suelo de la arena deslizando su estiloso cuerpo por el suelo. Alargó la mano al pasar junto al cuerpo del semi-infernal tratando de agarrar algún miembro, cualquier cosa, a la desesperada.

Embriagado por la sensción de justicia, el joven Jadewo guardó el espadón y arrancó la cimitarra incrustada del cuerpo amarillento del horroroso ser. Momento en el que Becky se abalanzó sobre él, Jad, enmedio de un torrente de extrañas sensaciones, acercó a la rubia a su cuerpo y la beso sediento. Al final parecía que había logrado superar el vacío que dejara Evea días atrás.