Partida Rol por web

-¿Será posible? ¿Qué demonios es esto?--exclamó Babras, mezclando la indignación por haber perdido de nuevo su arma favorita con la sorpresa por descubrir al huargo mecánico.

No obstante, el valiente guerrero no se amedrentó y volvió a hacer gala de agallas. El viejo enano sacó la lanza que portaba a la espalda y atacó con ella al golem como bien pudo, pues después de la maldición de la gitana y del desalentador toque de la sombra sus movimientos se percibían ahora mucho más lentos y predecibles. Era como si hubiera cumplido cien años más de repente.

Tras ver que el enano ataca -y hierra el golpe- el guerrero se coloca delante de Babras y lanza un tajo ante aquella máquina, esperando que con los golpes combinados de todos ellos sea mas que suficiente para acabar con él. 

La maga mientras pensaba que podía hacer en el combate, disparo la ballesta contra el monstruo mecánico.

El virote de Alice silva en la oreja de Onfale y pasa sobre su hombro, muy, muy cerca. Ya es definitivo, o Alice les ha traicionado, o a las mujeres no se les debe permitir disparar ballestas o conducir carruajes. Tres plantas más arriba dijeron que no a la opción de un Rufus con ballesta. Deberían decir lo mismo de las pelirrojas. Más que nada por sentido común.

Los medianos trabajan en equipo, y flanqueando a la criatura consiguen dañarla un poco. Klasius, que está situado por detrás del huargo, retira la daga. Entonces, un gas sale del trasero de la bestia mecánica y rocía la cara de Klasius.

Pfffffff...

Efectivamente, vapor. Esta máquina trabaja con vapor para mover sus engranajes. Onfale y Azaron también le dan al bicho estopa. Lo que pasa es que al ser una máquina, y no sangrar, es díficil saber cuánta resistencia puede presentar antes de romperse.

Como siempre, Flame y Babras son los más débiles del grupo. Unos inútiles sin habilidad alguna. Leiath, por lo menos, desenfunda su daga y se une a la refriega. Hasta Rufus, herido como está, trata de ponerse en pie, con auténtico y estúpido espíritu luchador.

El Huargo no lo permite. Un mordisco fatal al cuello de Rufus lo devuelven al suelo. Ese ya no será una molestia. Y tal como se desembaraza del más peligroso de sus rivales, se lanza sobre Leiath, que está justo al lado. La sacerdotisa siente la presión de las mandíbulas en su muslo, y cómo tira de ella hacia el suelo.

Al ver caer a la buena de Leiath, Babras vuelve a echar pestes por la boca mentando a las tres Parcas y a los cuatro Infiernos en más de una ocasión. Rabioso y fuera de sí, aunque obviamente presa de un más que maltrecho estado, el enano maniobra para encontrar un hueco por el que punzar a la bestia mecánica. No obstante, acostumbrados a los poderosos impactos de la cadena armada, está claro que el viejo guerrero apenas puede mantener la lanza en alto, pues sólo una triste esquirla salta del cuerpo del nuestro fiero oponente.

Cuando el dardo pasó silbando a lado de su querida oreja el perfumista se encogió y un escalofrío recorrió su pescuezo. Era la segunda vez que la maga casi lo mataba. ¿Acaso quería quedarse con su valioso libro de conjuros?

- ¡Maldita zorrrnmfmfmf, bruja! No soy hijo de un elemental de aire, ¿sabes?- Si me pinchas sangro, me oirás cuando acabe esto. Ver a Leiath caer y a su querido Rufus sangrar le forzó a seguir encarando a aquellas poderosos y peligrosas fauces.

- ¡Un poco más!- Lanzo de nuevo a Perezoso en busca de los engranajes de aquella bestia-máquina.

El estoque Perezoso de Onfale mete la puntilla al constructo y la maquinaria se derrumba en un montón inservible de chatarra. Poco a poco, las heridas de Rufus sanan gracias al aura de la rubia. Su rabo ya no se mueve tan alegremente como siempre. Ha tenido una experiencia cercana a la muerte, y eso siempre afecta.

Por lo demás, la sala está vacía. En el ábside se encuentra la peana, con un pequeño rótulo que reza así: "Semper Fidelis, 339", seguramente las palabras mágicas que bastarían para "apagar" al golem.

Ya solo queda un largo y oscuro pasillo, pero los aventureros se vuelven a parar para admirar cómo algunas de sus heridas se cierran.

Esto no me gusta nada - musitó la bruja mirando hacia el oscuro pasillo. Le parecía una mala idea continuar.

Parecía que los tesoros que guardaba esa torre no iban a estar al alcance del grupo, y menos en aquel estado. Estarían siendo demasiado codiciosos?

La maga se colgó rápidamente la ballesta a la espalda, y empezó a disimular que ella no había disparado la ballesta. Con un podo de suerte puede que piensen que ha sido una trampa. Pero claramente el grupo no se iba a creer una mentira tan burda. Si no le doliera la barriga, no estuvieran temblando de miedo y no se encontrara indefensa sin hechizos puede que se le hubiera ocurrido una escusa mejor o simplemente hubiera tenido el sentido común de no disparar la ballesta en una situación como esa.

Miro el monstruo mecánico, luego miro el pedestal sin nada, y luego miro al grupo. ¿Alguien ha comprobado si el pedestal tiene trampas? Podría ser una pista de que nos podemos encontrar si seguimos avanzando.

Cuando cayó el ingenio mecánico Onfale miró con cierta incredulidad a su estoque. Le estaba cogiendo cariño a la nueva forma de su familiar. Se lo colgó del cinturón y comenzó a rebuscar entre los restos esparcidos por el suelo alguna pista o algo que pudiera serles de utilidad. Si el perfumista entretenía sus manos con algo podría ahogar así las ganas de rebanarle el cuello a Alice.

- Fosco, busca en el pedestal. - Ordenó Onfale al mediano como solía hacer él con su perro, Rufus. 

Antes de volver a hablar, dejó que el reconfortante aura de la mujer dragón hiciera su trabajo.

- ¿Qué hacemos ahora?¿Seguimos?- Estaban bastante tocados y, si la mayor fuerza bruta del grupo era él mismo, iban apañados. Sin embargo, no podía haber muchas cosas vivas allí dentro, pero claro, eso no era problema con las brumas inundándolo todo. El pasadizo parecía haber estado bien cerrado durante mucho tiempo.

Fosco se acercó a su amigo Rufus lanzó una lagrimita y le ayudo a reincorporarse, tras esto un látigo de seda chasqueó su oído, la voz del mago... Bua, tendré que seguirle el rollo.  Y ahí fue el mediano a registrar el pedestal con sumo cuidado de no encontrarse una trampa. Tras revisar el pedestal iría a por el Huargo. Destriparía a aquel cabrón en busca de algo útil...

Al ver caer desecho el ingenio mecánico suelto un pesado suspiro de tranquilidad y más aún al ver recuperarse a Rufus, que a punto había estado morir por su instinto de levantarse de nuevo ante el enemigo.

Observo el  compromiso en el que ha puesto a la maga ese mal disparo de ballesta y me acerco a ella para tenderla el cetro solar.

- Alice, ¿Podrías llevar esto? Si hay más enemigos aquí dentro me sentiría más tranquilo si puedo usar ambas manos en combate.

Lo que no dije es que el eunuco se sentiría mucho más tranquilo de que ella no estuviese manejando la ballesta.

-¿Os habéis vuelto completamente locos o qué?--inquirió el malhumorado enano dando la nota de nuevo--Hemos venido a por las lanzas y ya las tenemos. ¿Para qué demonios vamos a seguir buscando problemas? Pero, ¿vosotros os habéis visto? Si estamos todos hechos unos harapos...

Y, de hecho, ahora os percatáis del lamentable estado que presenta el viejo guerrero. Sorprendentemente, ni siquiera el supuesto aura curativa de Flame parece afectarle lo más mínimo.

- Habla por ti. Dijo mirando Flame mal a Babras. Realmente aquel estado de inutilidad le había hecho sentirse francamente mal. Pensaba que Azaron, el repugnante enano y ella, eran la fuerza mayor del grupo, y estaban en un estado lamentable, no por heridas ni nada de eso, sino por todo lo que se les había acumulado.

Cuando el combate finalizó todos menos el enano se acercaron a la mujer curativa y se dejaron cubrir por el brillo blanquecino que emitía la escama de su frente. Poco a poco sus heridas se iban sanando, y Flame se reconfortaba al sentirse al menos un poco útil en toda aquella situación. Por lo menos, "su magia" no se acababa nunca.

Después se puso a contemplar la zona en la que se encontraban, y a rebuscar no solo en el pedestal sino un poco más allá. El olor que había notado cuando rompieron la pared no podría provenir de una habitación cerrada. Tenía que haber algo más en aquel lugar, y sabiendo lo que estaba pasando allí, seguramente no fuera nada bueno.

Pero el caso, es que llegados ya hasta ese punto, era absurdo retroceder, así que, en vista de que no quedaba más remedio, lo mejor sería seguir avanzando, a pesar de que no estuviesen al cien por cien de sus capacidades y de que el enano pareciese un mugriento vagabundo.

Leiath, obediente, se puso al resguardo de la magia curativa de la enigmática mujer guerrera. Todos se acercaban a ella como si de una hoguera en un día frio se tratara, todos menos su querido enano.

Qué pasaba con ellos? Tanto se odiaban como para ni si quiera tener la compasión de curarle o ser curado. Tanto desprecio... eso solo podía terminar en una cosa, ya lo había visto con algunos jóvenes del pueblo; la pasión del odio a veces se confundía con otra pasión reprimida.

Cuando se imaginó a los dos valientes guerreros enzarzados en una calurosa pelea amorosa, no pudo más que echarse a reír.

Temiendo parecer completamente loca, intentó taparse la boca para contener la risa y que no se la notase mucho.

Aun con leves espamos de risa se dirigió al enano.

-Maese Babras, porfavor, reuniros aqui con nosotros y dejadme mirar vuestras heridas.

Sacó su maletín de curas para remendar en lo posible los cortes y magulladuras del guerrero.

-Gracias, mi señora.

Buscando tranquilamente, pasan los minutos...

La peana presenta cuatro puntos libres de polvo, correspondientes a las cuatro patas del huargo mecánico cuando ocupaba el lugar. Debió estar ahí durante años, hasta que el ruido de derribar la pared con el pico le "despertó".

El huargo está muy cascado, pero entre todos sacan unas cuarenta libras en chatarra, lo que equivale a unas doscientas monedas en materiales para la construcción de gólems, pero que puede ser revendido por cien piezas de oro a cualquier gitano vistana y su fragoneta.

Después se aventuran en el pasillo. Rufus se adelanta, corriendo alegremente... inconsciente de lo peligroso que es hacer eso en una mazmorra... Un glifo mágico se activa en el suelo, y el morro de Rufus se aplasta contra algo invisible. Cuando Alice llega con el cetro solar, se para ante el muro de fuerza transparente e ilumina el final del pasillo.

Del otro lado de la pared, está el tesoro: un cuadro, una magnífica obra de arte que Strahd puso a salvo de los bárbaros Terg. De un valor incalculable en su momento, quizás capaz de pagar si fuese vendido a miles de mercenarios y retomar Barovia en caso de que los Terg vencieran. Otra manera de verlo es que este lugar, con el cuadro que representa a una mujer desnuda sobre una concha, fuese el sitio en el que el Conde guardaba el porno.

Ironicamente, lo que Strahd trataba de poner a salvo con tanto mimo, había llevado a la destrucción de la obra. La humedad y el moho propios de la mazmorra habían carcomido la tela y las pinturas originales. Ahora ya solo quedaba reconocible un pequeño retal del total de la obra.

Sin embargo, a los pies del caballete que sostenía el cuadro, había también un cofre cerrado que prometía sí tener algo valioso.

Al cabo de unos segundos, de los bordes del muro invisible hacia el centro, aparecieron y se deslizaron un montón de letras luminosas. Cuando habían ocupado su lugar, mostraban el siguiente mensaje en rima asonante:

DE LOS ENANOS, LA ESCRITURA.

DE LOS SACERDOTES, SU GLIFO.

DE LAS LETRAS, JUNTAR UNA

PARA PODER ABRIR EL PASILLO.