Partida Rol por web

Wanda iba a continuar avanzando con cautela, atenta a cualquier posible figura repentina, cuando en un brevísimo lapso de tiempo dos detonaciones prácticamente instantáneas tuvieron lugar a sus espaldas. La joven volvió sobre sus pasos a una velocidad inusitada para la gravedad de sus heridas, solo para observar horrorizada lo que acababa de ocurrir en el interior de la enfermería: Hans, impasible, portaba sus dos pistolas aún humeantes y a su lado otros dos cadáveres decoraban el lugar. Lo peor, sin duda, fue ver la mirada petrificante de Eva, fija directamente en ella, acusándola de no intervenir o haber hecho nada por impedirlo.

Algo se removió en lo más profundo de la pelirroja, intercambiando vistazos entre los cuerpos inertes y el hombre que los había ejecutado con una sangre fría difícil de imaginar.

—P-pero... ¿Pero por qué lo has hecho? —le cuestionó, con el ceño fruncido y los ojos brillosos—. ¡No hubiesen dicho nada! Eva nos hubiese ayudado en caso de necesitarlo... No merecía ese final... —continuó, leyendo en la mirada del hombre el verdadero significado de la palabra maldad. 

Viendo sus probables intenciones acerca del destino de la capitana, Wanda le agarró por las muñecas, para que no recargara de nuevo las armas, pese a que ahora sintiese miedo real de quien estaba siendo su protector a bordo del Rapaz.

—Basta de muertes, por favor —dijo, con un nudo en la garganta—. Marchémonos de aquí, pero sin más muertes y recuerdos aciagos que nos persigan...

Justo cuando estaba por añadir algo más, detectó un fugaz movimiento fuera de la estancia y atisbó entonces al cocinero del barco como testigo involuntario de lo que se producía allí dentro. La muchacha abrió los ojos de la sorpresa tras esa inesperada visita.

—Alvin, espera. ¡No es lo que parece! ¡Alvin! —gritó, tratando de alcanzarle, pese a que las heridas de su cuerpo le impidieran correr con mucha soltura. 

"¿Y qué es lo que parece?" —se preguntó casi al momento.

Sin dudarlo siquiera tras quedar al completo descubierto, dejó que el elemental de aire siendo el único que le quedaba, siga luchando contra Hendrika mientras buscó con cierta desesperación la forma de terminar todo esto porque más pronto que tarde moriría. 

Ya decidida a ponerse a riesgo, intentó dirigirse y comenzó a hacer fuerza para intentar que se caiga. Era evidente que nada la detenía a esta mujer, pero tal vez con un poco de maña, esto podría funcionar ya que las sogas están rodeando su pie sin que se haya dado cuenta. Eso sí la dejarían muy vulnerable, pero Anna estaba muy cansada. 

Cansada de todo.

Con el fuego neutralizado, Andrei alza la vista, buscando a Annalise, percatándose entonces de que está en una precaria situación. No tarda en echar a correr hacia ella, la empuñadura de su espada firmemente asida, y el escudo levantado.

Sin embargo, al ver que se lanza a empujar vehemente un cañón, asume que se trata de algo importante, por lo que apresuradamente llega hasta ella y empieza a hacer fuerza para moverlo también.

—Ah, Wanda... Tu candidez me asombra. Solo podemos estar seguros de una cosa: es ahora cuando no dirán nada —sentenció Hans sin apenas inmutarse—. Salvo casos verdaderamente excepcionales, nadie conoce mi nombre... —reveló de pronto en un tono confidencial. Y aún pareció que Hans iba a deslizar algún dato más cuando vio a aquel caracañado pelirrojo mirándole con rostro lívido desde la puerta.

—Tú... Pequeño... profanador... de sopas... —siseó Hans con un matiz peligrosísimo en la voz dirigiéndose a Alvin. Su perfil aquilino daba pavor ante la danza de las sombras de aquella terrorífica enfermería.

Wanda reaccionó más rápido que él y salió con rápida zancada en busca del cocinero, a pesar de su cojera.

Buena chica, pensó el Barón al tiempo que su fobia a los rastros salía a la luz de la forma más sanguinaria posible. No iba a dejar huellas. No iba a dejar testigos. No iba a dejar ni la misma sombra de su paso por el Rapaz.

Hans Grüber no existe, se recordó.

Hans Grüber es historia.

Hans miró por última vez a Suzanne Matatigres.

—Quid pro quo —susurró enigmáticamente.

Luego tomó un cuchillo de uno de los caídos y se lo guardó en la manga de su túnica antes de salir al pasillo.

Hans salió la pasillo caminando con la cadencia de un espectro, como si la silueta de la Parca se tratase.

—Insólito resultado dada tu cojera, Wanda. Estoy impresionado. Sin duda mis habilidades como cirujano tienen una sólida reputación bien merecida... Ahem. Ahora solo resta acabar el trabajo... —apuntó, sombrío.

Hans miraba a Alvin con el mismo desapasionamiento que dedicaría la misma Muerte a un corderillo en el Día del Juicio Final.

—Wanda, él no es uno de los nuestros. Su sino estaba escrito. Es un hecho que este cobarde individuo jamás habría sobrevivido al motín. A las pruebas me remito: ha huido de la batalla en cubierta solo para encontrarse, claro, con su destino manifiesto...

Iba a añadir «Yo», pero Hans, algo preocupado por los vaivenes de conciencia de Wanda, deseaba comprobar la fortaleza mental y la sangre fría de la niña.

—Acaba con él. Hazlo rápido y larguémonos de aquí en silencio. Es nuestra oportunidad. El mástil del navío ha caído. No podrán navegar. No podrán perseguirnos. Están varados —Las frases eran cortas y precisas. Como un goteo continuo de calculada persuasión.

Hans se inclinó sobre el oído de Wanda. Su mano izquierda se aferró a su hombro.

—Sé que puedes hacerlo...

Wanda, pese a su cojera, alcanza a Alvin y lo toma firmemente de un brazo. El cocinero gira, tembloroso, para enfrentarse a la pelirroja.

—¿Que no es lo que parece? ¡¿No es lo que parece?! —chilla, histérico, con los ojos vidriosos y el cuerpo erizado—. ¡Los mató! ¡Vi cómo los mató! ¡Mató a Eva! ¡La mató! ¡Suéltame!

Hans deja a Suzanne en paz y se acerca lentamente hasta Wanda. Mátalo, le dice.

—Sólo quería huir de... de arriba... por favor, dejadme, dejadme, no he hecho nada, no, no he visto nada... Dafne, no le hagas caso, suéltame...

Una lágrima se desliza por su mejilla. Una sola lágrima. Tal vez sea lo último que Alvin llore antes de morir.

—Irónico. Huiste directo a tu fin, tú, abyecto torturador gastronómico... Tus amigos ya estaban muertos. He sido piadoso y acabado con su dolor, una cortesía que Hendrika van Haas se habría cuidado de alargar hasta lograr un desollado apurado —dijo con tono amenazador Hans, convertido en un demonio desde el tiroteo en la enfermería. Sus ojos chispeaban de puro odio.

¿Tan mala estaba la sopa de foca monje...?

—Solo puedo salvar a una persona. Y mi elección ya está hecha —sentenció—. Wanda... Eres tú o él. Tú... O él...

Hans empezaba a perder la poca paciencia que le quedaba.

Para cuando Wanda alcanzó a Alvin, la muchacha se encogía por el dolor tras realizar aquel esfuerzo, con una mano apretada en su costado. Notaba la tensión en el rostro del joven y en el de ella misma, como no podía ser de otra manera. ¿Qué palabras eran las adecuadas para convencerle? Intentó serenarse, para que así él también se tranquilizara. No les quedaba mucho tiempo. 

—Alvin, márchate de aquí ahora que puedes —le conminó—. La vida de pirata no te pega en absoluto. Este no es tu sitio... como tampoco es el mío —reconoció, muy a su pesar, tras dejar escapar un suspiro de resignación. Empezaba a comprender que quizá su padre tuviese razón en sus advertencias y hacerse a la mar era mucho más duro de lo que ella pensaba—. Seguro que puedes continuar cocinando para alguien en tierra firme o en otro barco que no tenga intenciones hostiles con el resto de tripulantes.  Se ve que no eres mala persona... —dijo, mirándolo con empatía y tristeza. No quería que sufriera daño—. Aprovecha para irte con nosotros...   

La proposición de huida era real; Alvin, pese a ser un "pirata", no parecía peligroso y a lo mejor podría empezar una vida fuera del Rapaz. Sin embargo, Wanda no contaba con la sombría aparición de Hans a su lado, quien pérfido y sibilino como él solo, se deslizaba igual que un cuchillo se abre hueco entre la cavidad torácica en busca de un órgano letal. La chica sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal, mientras se giraba hacia el hombre al escucharle. No podía ser verdad lo que acababa de decir. 

—¿Matarle? ¿Yo? —preguntó, con un deje de confusión—. No... Es mentira... Tiene que haber otra manera... Él no nos ha hecho nada...  

Se le formó un nudo en la garganta y tuvo que tragar varias veces saliva, para autoconvencerse de que no estaba inmersa en un sueño... o en una pesadilla. Tanteó en uno de los bolsillos hasta hacerse con el desgastado puñal que la acompañaba. Lo sacó, con una mano temblorosa y nada decidida, mirando al cocinero fijamente. "Esta no es la solución... Este no puede ser el único camino" —pensó, sintiendo que el pulso se le aceleraba y su corazón bombeaba sangre cada vez más deprisa, fruto de los nervios que atenazaban su cuerpo. El arma blanca le pesaba y ardía a partes iguales en la mano. Apretó el puño con fuerza, sujetando el mango con firmeza y levantándolo por encima de su cabeza, lo bajó a gran velocidad cerca del rostro del muchacho gritando hasta el punto de rasgarse las cuerdas vocales. La punta se quedó a escasos centímetros de uno de los iris de Alvin. 

Wanda había vacilado en el último momento. Era imposible, su naturaleza no era aquella y había quedado demostrado en ese preciso instante. 

—¡No lo voy a hacer! ¡No puedo! ¡Maldito seas! —negó con la cabeza, para enfatizar su movimiento, con lágrimas discurriendo por sus mejillas—. ¿Me has oído, Hans? No voy a quitarle la vida —dijo, aguantándole el pulso visual al Barón de Münchausen—. No soy una asesina como vos. Y desde luego no pienso matar a alguien inocente que no lo merece —En su tez se adivinaba un tono rojizo, tal vez de vergüenza—. Ma-Máteme a mí si así su conciencia está tranquila, pero al menos mis manos estarán limpias...

Y tras decir aquello, dejó caer el puñal al suelo, mientras hundía los hombros, aparentemente derrotada. Su decisión estaba tomada.

Hendrika se bate con el elemental de aire. Un corte, una estocada, una finta y un golpe lateral. Consigue alejar a la criatura lo suficiente como para quedar libre. En ese momento Hendrika ve lo que ha causado: el barco ha perdido uno de sus mástiles, dos decenas de hombres yacen muertos en el caos de la batalla, la sangre que lo cubre todo...

Y sonríe, porque Hendrika sabe que del caos saldrá victoriosa. Ahora tan sólo necesita el libro, pero para eso tendrá que volver a lidiar con el falso doctor, de quien se ocupará luego. Entonces ve a Annalise, indefensa, debilitada, que echa a correr a través del barco hasta el trozo de mástil quebrado que tambalea en la borda del barco, a punto de caerse al agua. Annalise empuja el mástil con el hombro, haciendo fuerza para terminar de tumbarlo.

El empujón de Annalise no es suficiente, pero Andrei se coloca a su lado, y juntos empujan el gigantesco mástil hasta que oyen un crujido. La madera comienza a moverse. Hendrika desenfunda la pistola y apunta a Andrei, que está desguarecido. Hora de terminar lo que empezó hace semanas, cuando apuñaló a Grigori por la espalda y disparó a Bjorn en el corazón, antes de arrojar sus cuerpos al mar.

—Por Ludo —murmura.

Hendrika no se da cuenta de que tiene el pie enredado en las sogas del mástil. Annalise y Andrei le dan otro empujón más y, ahora sí, el mástil termina de caer al agua con un estruendo. El mástil arrastra consigo todo lo que estaba atado a él, como un par de barriles y un cañón. La cuerda que unía al cañón y al mástil se tensa en torno al pie de Hendrika, convirtiéndose en una trampa mortal.

Hendrika pierde el equilibrio justo al mismo momento en que dispara. La bala pasa zumbando por al lado del rostro de Andrei. Ella cae de boca al suelo. El mástil empieza a hundirse y se lleva consigo al cañón... y a Hendrika, que es arrastrada por la cubierta. Intenta aferrarse a los tablones del suelo pero no sirve de nada. Sus dedos dejan un rastro de sangre allí donde sus uñas se rompen y se quedan clavadas en la madera.

Hendrika grita con desesperación hasta que cae por la borda, al agua, y el peso del cañón y el mástil que atrapan su pie es demasiado y la lleva hacia el fondo del océano. Abajo, abajo, abajo. Hendrika se hunde en las profundidades y el agua salada le llena los pulmones. Se remueve con desesperación, pero es demasiado tarde: el destino de los ahogados la espera. La oscuridad del mar se cierra en torno a ella, la recibe y la abraza hasta que finalmente el cuerpo de Hendrika van Haas desaparece por completo de vista.

Los pocos piratas de Hendrika que aún están vivos, al ver que su líder se hunde en el mar, se rinden de inmediato. Arrojan los sables al suelo y levantan las manos. Se ponen de rodillas y piden piedad. Del bando leal a Suzanne apenas queda otro puñado de piratas, entre ellos Jan el Bello, que ha estado combatiendo pero que fue herido de unos espadazos, amén de los dedos que le rompió Hendrika. El saldo total es macabro: el barco está destrozado, los cadáveres se apilan sobre la cubierta, y el olor a muerte es insoportable. 

Wilbur, rengueando a causa de su herida, pero sano y salvo, se acerca a ustedes.

—Ha terminado —dice con cansancio—. Annalise, duquesa, pensé que iban a... Ah, por Dios. Ha terminado y estamos vivos.

De lo que sucede en la cubieta inferior, con el doctor y con Dafne, no hay noticias.

Hans no se inmutó en un primer momento, pero en su mirada podía leerse sin mácula para el error el inconfundible aura de un juez preternatural, dispuesto a dictar la sentencia final.

Eran los suyos ojos oscuros, no por el color de sus iris, sino por la profundidad desde la que horadaban el alma de Wanda y Alvin. La mirada de Hans parecía tener más edad que su propio cuerpo. Brillaba vaticinando atesorar los vestigios de un pasado siniestro y parecía advertir que aquel lúgubre y extravagante individuo que casi es pasado a cuchillo al ser rescatado por los tripulantes del Rapaz comprendía a la perfección que, para sobrevivir, se ha de estar dispuesto a hacer cualquier cosa.

Cualquier cosa.

Sus ojos bailaron en un lentísimo vals desde los vidriosos ojos claros de Wanda hasta los aterrados globos oculares de Alvin mientras la muchacha vacilaba y lamentaba el destino del torturador gastronómico.

@Wanda: No soy una asesina como vos. Y desde luego no pienso matar a alguien inocente que no lo merece

—Tsk... No seas absurda. Jamás mato por un precio. Este es un lamentable pero necesario caso de ocultación de pruebas. Gajes del oficio para un criminal nato como yo. ¿Merecer? ¿Quién no lo merece...? —inquirió con gélido aliento Hans de un modo retórico.

Según la lógica del Barón, todos, más tarde o temprano, somos pecadores en este pavoroso mundo lleno de crueldad. Alvin bien podría parecer un cordero, pero había presenciado algo que podría ser malinterpretado en contra de ellos, con énfasis en el condicional del verbo poder. Hans no iba a permitirlo bajo ninguna circunstancia.

Para cuando Wanda dejó caer el cuchillo, repentinamente, de la diestra de Hans, oculto bajo la túnica, emergió un colmillo de hierro guardado con secreto celo. El puñal voló raudo directo al corazón de Alvin.

—No tienes ni la menor idea... —advirtió amenazador mientras hundía la hoja en el pecho—. De lo vomitiva que es tu maldita sopa, pequeño bastardo...

El puñal destroza el pecho de Alvin. La camisa del cocinero se tiñe de rojo. Su mano se aferra a una cadena que le cuelga del cuello, que tiene el símbolo de la Iglesia de Fenre: un corazón atravesado por una espada. El muchacho, muriendo, se orina encima.

—¿Dafne? —la llama, de rodillas, mientras la vida se le escapa—. ¿Estoy h-herido, Dafne? Creo que... que...

Intenta recordar alguna oración sin éxito. Un último pensamiento, desencajado, desubicado e impertinente, cruza por su mente, alentado por las palabras de Hans.

—M-mi sopa... ¿Mi s-sopa es m-mala?

Al morir se desploma con tanta pesadez que su rostro golpea el suelo y se rompe los dientes.

Era su final, Annalise sintió en todo su cuerpo que ya no tenía demasiado para ofrecer ante aquella mujer y sólo le quedó aquel mástil que empujaba con fuerza junto a Andrei. Le dolió en el corazón escuchar que ella hacía todo por Ludo y vaya a saber el destino que le había dado a sus amigos cuando dijo que se los había cargado minutos atrás. Pero por alguna razón, Fenre era piadoso con aquellos que tenían buen corazón y pese a tener un arma apuntando a una alquimista que se exponía con tal de lograr el cometido, fue la caída de aquello lo que dictaminó el final de Hendrika. 

Todo sucedió demasiado rápido, las sogas cedieron y enredaron las piernas de la mujer, tanto que cuando finalmente cayó aquel objeto al agua se llevó todo consigo, incluida la mujer. Finalmente como si fuera una obra divina, allí quedaron en pie delante de una devastación. Los lacayos se rendieron y la joven solo buscó los brazos de su amigo para encontrar la calma en ello. Lo habían logrado, pese a todo, lo lograron. 

—Gracias a Fenre, lo hicimos. Lo hicimos, Andrei. 

Al escuchar las palabras de Wilbur, lo miró aún pegada al cuerpo del muchacho ya que estaba abrazada a él y asintió. 

—Llevas la verdad, aun así la justicia siempre irá hacia el lado bueno. Hoy hemos vencido al mal y viviremos un día más, gracias por resistir. 

Sin más, sus ojos regresaron a los de su compañero. No podían creerlo, aunque claro Anna quería el libro porque no se fiaba de aquel Doctor, en absoluto. 

—El libro... Tenemos que ir por él. 

—¡NOOO!  

Wanda se lanzó en un fútil intento para evitar que Alvin cayera, taponando la herida de la que manaba la sangre a borbotones. Era absurdo, su destino estaba sentenciado desde que la hoja de Hans se hundió en su pecho. Lo único que podía hacer por él era permanecer a su lado en sus últimos estertores de existencia; ser una voz tranquilizadora antes de que llegara la calma. 

—Lo siento, Alvin... Lo siento... No es culpa tuya... No es culpa tuya —susurró, impotente, viendo cómo la vida se desvanecía del cuerpo del joven cocinero de súbito.  

Estaba rota. No aguantaba más tanta espiral de violencia y muerte a su alrededor. Se agachó para coger la cadena que rodeaba el cuello del muchacho, con el fin de ponérsela ella. 

—Ahora yo llevaré este símbolo por ti. En tu honor —musitó, derramando unas lágrimas sinceras sobre el inerte cadáver de alguien que había estado en el lugar equivocado, en el momento equivocado. “Pero no deja de ser un alma inocente” —se dijo, apenada.

Al girarse, una mueca de odio estaba dibujada en sus facciones, atravesando entonces con la mirada al ejecutor de Alvin. Le gustaría tanto hacer una cosa en concreto con él... Lástima no disponer de las fuerzas ni del valor suficientes para llevarlo a cabo.

—Si alguna vez tuvo algo parecido a un corazón, eso fue hace muchísimo tiempo... Porque ya no queda nada en su interior —sentenció con dureza—. Usted no es una persona que siente y padece como las demás, es una mala bestia... —se incorporó, sin apartar en ningún instante la vista de los ojos de Hans—. No pienso marcharme con vos a recorrer mundo. Prefiero quedarme aquí, varada en mitad del océano, antes que continuar dejando un reguero de cadáveres tras de mí con esa sangre fría... 

Miró a sus espaldas durante unos segundos, por si veía a alguien acercándose hasta ellos.

—Hasta nunca jamás, Herr Grüber. Que Fenre se apiade de todos sus actos —dijo, a modo de despedida, dispuesta a marcharse de aquella zona del barco.

—Si alguna vez tuvo algo parecido a un corazón, eso fue hace muchísimo tiempo... Porque ya no queda nada en su interior —sentenció con dureza—.

—Eso es rigurosamente cierto —replicó el anciano con un leve asentimiento al tiempo que limpiaba el cuchillo con la manga de su túnica—. Primero se astilló. Luego se resquebrajó, haciéndose pedazos. Y más tarde... Más tarde descubrí que no lo necesitaba... —explicó con un deje desdeñoso en su voz. Hans hablaba ahora muy despacio, como si le hubiese abandonado ese impulso asesino que le había conducido a exterminar toda forma de vida en el Rapaz durante un lapso de cinco sangrientísimos minutos.

Miró a Wanda con la misma impronta que un buitre admira un joven y prometedor proyecto de suculenta carroña.

—Te hace débil... Te lastra. ¿Por qué si no crees que tu padre te abandonó? —La pregunta resonó como el chasquido del acero de un florete al desviar una estocada para introducirse en el costillar hasta el guardamanos. Era de esas preguntas que a Hans le encantaba lanzar a bocajarro. Retóricas, sin respuesta ingeniosa posible.

—Seré sincero, niña... Tenía grandes expectativas contigo. He vislumbrado tu fascinante potencial. He intuido el diamante en bruto que reluce en tu interior... Y sin embargo, tienes el peor de los defectos en este mundo: eres piadosa  —Hans jamás había llamado a Wanda niña. Tampoco se había dirigido a ella con un matiz despectivo. No hasta ahora—. En verdad hoy es un día singular. He salvado dos vidas... Y he terminado con cinco. Hacía... doce años y tres meses que no acababa con la vida de alguien... Pero hay algo que no he podido matar...

Hans pareció sumirse en una abstracción cogitabunda. Bañado por las sombras del pasillo y con ese olor a sangre emanando de él tras salir milagrosa -o quizás diabólica- mente de la enfermería, el hombre al que Wanda había conocido semanas antes a bordo del Venturoso se desmenuzaba ante sus ojos revelando su verdadera y lupina naturaleza.

El anciano sonrió. Y era una sonrisa escalofriante. Y melancólica.

—...tu inocencia.

La densidad del eterno silencio ensordeció el entrechocar de los aceros en cubierta. La hoja de Hans refulgió con un haz cegador en la oscuridad. 

Aún sonreía.

—Sé que aún la tienes —dijo de repente—. Y me parece justo que así sea. Quizás Fenre, en su sabiduría, tenga a bien unir nuestros caminos en un futuro cercano. Me gustaría ver en qué te has convertido, Wanda Weiß. Me gustaría ver... si este mundo es capaz de quebrarte...

>> Hasta entonces... Adiós. Hmmmm-hmmm-hmm-hm...

Dando un par de pasos atrás, Hans Grüber se refugió al abrigo de las sombras mientras su icónica risa se iba perdiendo en la oscuridad. Y luego, solo reinó el silencio.

Bajan por la escalera que da a la cubierta inferior, donde estaban Dafne y el doctor. Lo que hay allí abajo es otro reguero de cadáveres. El primero que ven es el de Alvin, el cocinero. Está tendido en el suelo, boca abajo, muerto de una puñalada al corazón.

Al lado de donde estaba el cuerpo de Alvin, está ubicada la enfermería del barco. Es una habitación pequeña, pero un solo vistazo demuestra que fue arrasada en medio de un tiroteo. Huele a pólvora y muerte. Y hay cuerpos. Tres de ellos son de piratas de Hendrika.

Otro es Amputapatas. Fue asesinado de un disparo a la cabeza que le dio en el ojo.