Partida Rol por web

La travesía se realizó sin sobresaltos, pero Annienor sólo respiró tranquilo al otro lado. Deshizo de inmediato la balsa, recuperando la cuerda y lo que le pareció de provecho. De vez en cuando miraba alrededor largamente con aire melancólico, pero con cierta avidez en el gesto, la cabeza adelantada. En una ocasión, rodilla a tierra enrollando cuerda, se agachó para tocar el suelo, y así permaneció un momento, mirando su mano abierta sobre la tierra de la que habían sido despojados cuando él apenas tenía noción de la vida. Era un brorroso recuerdo, casi un mito materializándose ante él; buena parte de lo que sabía de su propia tierra enraizaba en los relatos de los vencidos, su familia, su pueblo.

Saelh había hablado con tino, como solía, y ya Daebeg se mostraba de acuerdo. Annienor confirmó su convencimiento con voz decidida y tranquila.

-Vamos a los puertos. Comencemos por Eglarest, aunque parezca que ir ahora hacia el sur nos pille a desmano: si hay suerte en los puertos y muelles abandonados no habremos perdido el tiempo; y si Ulmo mira para otro lado, que a veces lo hace, caminaremos por la costa hacia Brithombar, rumbo norte. Si no hubiera barcos allí, no nos perdonaríamos no haber visitado Eglarest antes. Y en el peor de los casos, tener que seguir a pie, al menos estaremos más cerca de nuestro destino.*

El camino a Eglarest es sencillo, solo tenéis que descender el río Nenning hasta su desembocadura. Afortunadamente es una zona rica en alimentos; bayas, pescado, algas, fruta... No hay que alejarse mucho para encontrar sustento en esta región. Las patrullas de orcos no parecen dejarse ver en este lado del río, sin embargo es frecuente ver en la distancia patrullas al otro lado del río, a mas de una milla por las llanuras. Sin embargo esas patrullas parecen empecinadas en guardar la ribera oriental buscando siempre hacía el este.

La marcha os lleva semanas, el tiempo va cambiando según os acercáis al sur. Pronto las tormentas y la lluvia se hacen presentes, algo que facilita vuestra marcha de manera discreta hacía el sur. Antes del anochecer, al descrestar una colina escarpada, veis las ruinas de Eglarest cubiertas por una neblina densa y sombría. Las torres demolidas, las casas con tejados hundidos y el puerto de Cirdan desmoronado por el oleaje. Si queréis buscar una embarcación tendréis que explorar la ciudad abandonada.

El sol ya se empieza a perder por el horizonte y la luz mortecina de la luna y las estrellas empiezan a ser vuestra única referencia. La tormenta restalla a vuestras espaldas y un aire frío recorre la región.

Desde lo alto, en el ocaso y con la niebla, Eglarest es la perfecta ciudad muerta. Annienor da unas pataditas a una piedra en el suelo y mira de reojo a sus compañeros. Lo largo del camino y el aire triste del viejo puerto falathrim los tiene a todos un tanto abatidos.

-¿Qué pensáis? ¿Creéis que habrá enemigos ahí abajo? Lo dice con ligereza, intentando sacudirse las sensaciones opresivas de aquel paisaje gris y húmedo. La tormenta que podría llegar por detrás tampoco es halagüeña. -¿Deberíamos seguir el río hasta la desembocadura con los ojos bien abiertos, o rodear por la muralla (o lo que queda de ella) hasta toparnos por la costa? Los talleres de barcos suelen encontrarse a las afueras, y las barcas que pudieran estar en el río, seguramente... difícilmente quede alguna, pienso. Aunque me gustaría recorrer las calles que recorrieron mis padres, las de mi ciudad, aunque nunca lo haya sido de verdad, temo lo que podamos encontrar.

──Creo que si habrá enemigos. Apostaría más a encontrar fuera de la ciudad la barca de un pescador que gustaba de vivir en solitario y que ya no volvió a su casa después de la batalla que a mirar en los grandes sitios donde se hacían barcos. Tampoco íbamos a poder tripular nada más que algo muy pequeño.

Entre otras cosas porque al menos él no tenía ni idea de cómo hacerlo.

──Siento mucho tu perdida, primo, ──añadió, sabiendo cómo deseaba ir a pasear por las calles de su gente.

- El Enemigo acostumbra a no dejar las ruinas deshabitadas, ya sea por Orcos o por seres aún más siniestros. - Saelh pensó en espectros, vampiros y otros espíritus horribles, pero no quiso evocar en voz alta sus nombres, por miedo a invocarlos. - Así que sí, es posible que las ruinas estén vigiladas. Y sin embargo, no sé si una simple barca de pescadores sea suficiente para llevarnos hasta Lammoth. - Miró a Annienor. - ¿Quizá alguna pequeña embarcación a vela, aunque solo haya que repararla? No soy experto navegante, así que en asuntos del mar nos rendimos a tu experiencia, Annienor. Iremos donde tú creas más conveniente. - Saelh hablaba con voz calmada y examinaba las reacciones del falathrim; no debía ser fácil ver el hogar ancestral de tus ancestros destruido frente a ti.

-Ese es el dilema -respondió, sonriendo sin alegría, a los compañeros. -Los astilleros y careneros estarían en la desembocadura del río, zona resguardada pero con buen acceso al mar. Allí habría naves demasiado grandes para nosotros, en efecto, y quizás también, sólo quizás, algunas otras; pero temo mucho que sea uno de los lugares de la ciudad que más haya sufrido en los ataques, y que cualquier barco útil sirviese para transportar a los supervivientes en el viaje sin retorno hacia Balar. El sentido común me dice también que evitemos pasar más allá de las murallas. Y fuera de la ciudad... Podríamos encontrar pequeños lanchones a vela de pescadores que se gobiernan con dos hombres con los que costear hasta Lammoth. Podríamos encontrar alguno siguiendo la costa... O no.

Suspiró y estiró los músculos y los huesos de la espalda, recolocando el bagaje.

-Estoy con vosotros, rodeemos las murallas a distancia prudencial hasta la costa, sin entrar en la ciudad. Allí, a la vista de nuestras opciones, decidiremos si puede merecer la pena entrar en la ciudad por la orilla del mar en lugar de cruzarla para echar un vistazo al puerto (tal vez desde allí podamos atisbar algo o la distancia sea menor), o si definitivamente tomamos la dirección opuesta.

Irían a buscar al pescador sin nombre, muerto o tomado prisionero, pues no volvió a su barca. Era un perfil trazado que, de tan probable, podrían estar seguros de que estaba ahí, delante de ellos.

Pidió información adicional a su primo el falathrim sobre la zona que encontrarían y se preparó para ir en avanzadilla, como hasta ahora habían hecho. No le reprocharían si, de entre todos los posibles caminos, buscara los más cubiertos de los árboles que amaba. Pero ahora se sentía desgarrado, pues había visto el mar, y no menos amaba los bosques profundos y espesos del interior.

Es una zona de matorral bajo, te da cierta protección, aunque no es lo mismo que un bosque, la maleza ha crecido salvaje en torno a la ciudad y sus murallas semiderruídas. Por mucho que observas, no ves nada a la vista, ningún sonido, nada que indique la presencia de orcos. Solo sientes un frío desolador y un potente olor a tierra contra más te acercas. Estás seguro que ningún ser viviente ha podido verte acercarte, sería impensable, has sido silencioso, discreto, invisible. La embarcación se mecía en el embarcadero movida por las olas. 

Estás cien por cien convencido de que no hay orcos en las ruinas, harían ruido, olerían, tendrían centinelas y hogueras para calentarse, al menos quedarían restos... ¿Sería lo normal en un campamento? Además, durante vuestra marcha hacía Eglarest no habéis visto mensajeros o espías en la zona, así que es difícil que alguien os pudiera estar esperando tras conocer vuestra visita a Nargothrond.

No le parecía normal. ¿Ni siquiera hombres o, a saber, lobos? ¿Ni siquiera una camada de pájaros de mal agüero? No se fiaba. Daebeg hizo un par de intentos más, se acercó a la ciudad y a la costa, antes de volver al campamento, para rastrear bien las trochas, a ver qué era lo que se movía por ahí.

Daebeg se infiltra dentro de la ciudad con extremo cuidado, en un momento, veis como entra en las calles y sale de vuestra visual. Parece que vuestro compañero se ha decidido a investigar algo antes de volver.

Te introduces dentro de un hueco de las murallas, por el rabillo del ojo tienes la percepción de que algo se mueve, aunque al mirar, parece que solo son los arbustos que crecen entre las grietas de las piedras. No avanzas mucho, solo subes a un edificio semiderruido que te permite observar el interior de la población; todo está desierto. Si tuvieras que dar tu opinión, no hay nadie habitando las ruinas, ni orco, ni humano... Sinceramente, no crees que nadie fuera capaz de quedarse mucho tiempo en un lugar tan húmedo y frío, no puede ser bueno para los huesos.

Cuando bajabas, decidido a volver para informar, te pareció escuchar la inconfundible voz de una doncella élfica

Edairth Enni! Edraith Enni! Rehta! Rehta Alassenya!

El sonido de los gritos te dejó por un momento paralizado, esa voz, pedía auxilio, era una elfa, en peligro... Estabas convencido, tenía que estar en algún punto de la ciudad abandonada, quizás ella fuera la dueña de la barca o quizás vinieran a salvarla... 

Annienor se meso una punta del bigote, pasándose la lengua por los labios. -Esperémosle -sugirió-. Intentó sonar calmado sin conseguirlo, y tras un instante de vacilación aprestó el arco y las flechas y se quedó quieto, aguzando el oído. Nunca se sabe.

Saelh asintió silenciosamente a las palabras de Annienor. Del mismo modo que había hecho el falathrim, preparó su arco y sus flechas, en previsión de problemas.

¿Estaría siendo objeto de un encantamiento? Se acercó con mucha precaución...

Por mucho que te acercabas, no parecía que hubiera nadie, pero la voz se seguía alejando ¿Quizás los captores pretendían sacarla de la ciudad? Cada vez te sentías mas inquieto, las sombras no dejaban de oscilar y parecían moverse tras de sí, estás solo y empiezas a sentirte desorientado.

Tenía que seguir. Por primera vez fue consciente de que le llegaban quedos susurros de algún sitio de su mente. ¿Qué estaría ocurriendo? Pero no podía dejar a esa muchacha. Imposible: no sería digno de un hijo de su padre. Por tanto, envainó su arma, y muy silencioso siguió acechando y persiguiendo a quien fuera que estuviera forzando a un ser libre a que pidiera ayuda tan desesperado.