Partida Rol por web

Leyó aquellos papeles, más hubiera convenido que lo hiciera Ehödil, versado en las cosas de su pueblo, y no un ser rústico como él. Movía la cabeza apesadumbrado, pensando en ello. Sin duda, Mandos le había llamado demasiado pronto a rendir cuentas. Algo que ocurriría con todos los Noldor, a los que responsabilizaba de gran parte de los males que aquejaban a Arda. Qué triste que tanta belleza viniera acompañada de tantas otras cosas perversas.

Aunque la lengua de los Noldor fue prohibida por Thingol en todos los reinos de los Sindar, y los Elfos verde de Ossiriand no fueran dados a la erudición, algunas palabras eres capaz de entender de la alta lengua:

En las cuevas de..... donde aún las c...izas son.... la voz de .....y la maldición del.... Dejamos la reliquia donde el s...... de Uinen aún suena

El resto de frases parecen confusas, no las puedes entender.

──Venid, entre todos quizá consigamos traducir más. Yo no comprendo bien esta lengua, un poco, pero muy poco. Acercaos... ──Leyó en voz alta poniendo el dedo en lo que pronunciaba:

──"En las cuevas de..... donde aún las c...izas son.... la voz de .....y la maldición del.... Dejamos la reliquia donde el s...... de Uinen aún suena"

Luego señaló las partes que no entendía. ──Mirad, esto no lo comprendo bien. ¿Cómo lo véis?

Por otro lado, había tomado una protección de cuero repujado con multitud de figuras vegetales, una capa que parecía una sombra, unas botas y, sobre todo, una enorme daga (casi una espada corta) ceremonial.

Escuchó lo que Daebeg contaba sobre las palabras grabadas en la placa de mithril. Examinó el mapa de nuevo. - La voz y la maldición deben ser una referencia a Lammoth, donde se dice que, si gritas lo suficientemente fuerte, recibes el eco de voces desesperadas. - Los elfos decían que allí llegó el Enemigo Oscuro hasta la Tierra Media y que gritó para pedir la ayuda de los Balrogs cuando se enfrentó a la araña demonio Ungoliant. Ese grito maldito seguía reverberando en las laderas de las Ered Lómin. - Uinen es la Señora de los Mares. Quizá es una referencia a que en el lugar en el que está escondido el Cuerno, aún se puede escuchar el sonido del mar, aunque aún no se vea. 

No podía aportar mucha más información, así que mientras sus compañeros estudiaban el plano y las palabras de la placa de mithril, examinó la sala en busca de algún arco de buena calidad, flechas y quizá alguna prenda que le protegiera en el camino. Había oído maravillas sobre las botas y capas élficas, pero en esta cámara parecía más sencillo encontrar una coraza o una daga que una prenda de vestir.

Siguió las palabras de Daebeg y se aproximó para intentar descifrar el escrito.*

Pensando en las viejas tradiciones sobre los noldor; la maldición también podría referirse a la Maldición del Norte:

Lágrimas innumerables derramaréis; y los Valar cercaran Valinor contra vosotros, y os dejarán fuera, de modo que ni siquiera el eco de vuestro lamento pasará por sobre las montañas. Sobre la Casa de Fëanor la cólera de los Valar cae desde el Occidente hasta el extremo Oriente, y sobre todos los que los sigan caerá del mismo modo. El juramento los impulsará, pero también los traicionará, y aún llegará a arrebatarles los mismos tesoros que han jurado perseguir. A mal fin llegará todo lo que empiecen bien; y esto acontecerá por la traición del hermano al hermano, y por el temor a la traición. Serán para siempre los Desposeídos.

Eso te lleva a recordar que una de las traiciones entre hermanos fue la quema de las naves de los Teleri, abandonando al pueblo de Finrod y obligándolo a cruzar el Hielo crujiente (Helcaraxe). Puede tener algo que ver. 

Karel Drum tomó un hacha de una mano y un escudo de torre. No había entre la armería, pieza de armadura que le sirviera, pero encontró cuatro anillos que enseñó a sus compañeros y tomó uno a continuación, cada anillo era diferente e ignoraba que haría cada anillo.

Creo que ha llegado la hora de marcharse.

De entre los tesoros de la cámara de Nargothrond, Saelh encontró diversos objetos que intuyó le servirían bien en los días venideros: una hermosa daga élfica, tan afilada que pensó que podría cortar el viento en dos, y al mismo tiempo bien equilibrada. Tenía su propia vaina de cuero repujado, que ató a su cinturón.

Entre las armaduras había una cota de cuero adornada con hermosos motivos florales. Sus correajes eran de excelente calidad y, con pequeños ajustes, logró que le encajaran de modo cómodo. También encontró una capa similar a la de Daebeg, parecida a una sombra, que originalmente se tejió pensando en alguien de su tamaño y complexión. Quizá el tejedor que la fabricó pensó en que vestiría a un príncipe élfico, y Saelh pensó en lo que habría opinado de que un simple montaraz de los Edain lo fuera a llevar ahora.

Finalmente, encontró un hermoso carcaj de cuero blanco, adornado con remaches de plata. En su interior había una gran cantidad de flechas de excelente calidad, equilibradas y fuertes, y con distintas puntas, algunas pensadas para causar grandes heridas y otras, para atravesar las armaduras más resistentes. Las plumas de las flechas eran negras. A su lado había un excelente arco de acero hueco, de una calidad nunca vista por el montaraz. Era ligero pero increíblemente resistente. Dudó sobre si sería lo bastante flexible, pero después de montar la cuerda y probarlo, decidió que era un arma magnífica. Se resistió a dejar su viejo arco, pero al fin decidió que, para la misión que tenían aún por delante, debería equiparse con lo mejor que pudiera encontrar.

Cuando Maese Drûm se acercó a él y les mostró los anillos, cogió uno de ellos y se lo puso. - Que estos anillos sean un símbolo de nuestra comunidad y de la ayuda que nos prestaremos los unos a los otros en las pruebas venideras. 

Estaban listos para partir.

Leyó y releyó las runas, y no dijo nada, ceñudo, mientras se pertrechaba con un arco digno de los noldor y un puñado de flechas de la misma factura. También eligió una capa en la que intuía la presencia de la magia de los altos elfos, una espada corta y un pequeño escudo. Por último, se llevó al cuello un colgante con hermosas piedras en diferentes azules incrustadas en plata, y lo ocultó bajo la malla.

-Tal vez se refieran a la Quema de los Barcos. Las cenizas mencionadas en la inscripción, quiero decir. Nadie entre los falathrim recuerda un crimen de los noldor más atroz que la quema de las naves de los Teleri en la Boca de Drengist, en Lammoth. Losgar fue el lugar, en el litoral norte del estuario. Donde la Maldición del Norte comenzó a hacerse realidad y las desdichas de la Casa de Fëanor dieron su primer fruto. Si esas cenizas se refieren a las de los barcos telerin, la cueva donde se hala el Cuerno puede estar en aquellos parajes.

Escuchó con aire respetuoso las palabras de Saelh, mirándolo con seriedad; también él tomó un anillo de los que el enano ponía a su alcance, y saludó gravemente ambos.

La capa y las botas, pues se decía que de aquí habían salido los útiles más ingeniosos para ayudar a los torpes noldor a valerse en la espesura como si fueran elfos verdes. La armadura porque le había parecido hermosa. La daga porque había sentido cómo el arma le llamaba... Y el anillo como regalo de alguien a quien no pertenecía. Y ya tenía dos. Aprovechando que entre ellos y el enemigo había una sólida puerta, se puso el que había encontrado primero, y exploró una vez más, con el ánimo de aprender el lenguaje de la joya, si es que tenía alguno.

──Un momento de paz, ──dijo alzando la mano.

Sientes una corriente de energía que recorre tu brazo, gélida y helada, el anillo se siente húmedo, aunque cuando no lo tenías puesto no se sentía así. No tienes claro su uso, pero esto puede ser una pista.

Daebeg sentía algo, era claro. Alzó el dedo con el anillo del agua, ya que así había comenzado a llamarlo en su momento. Buscó con él, se movió por toda la sala, usándolo como si fuera un zahorí.

Karel aguzó el oído. Se escuchaba el alboroto de arriba, los orcos parecían nerviosos.

Creo que no hay tiempo para eso Dijo visiblemente preocupado. Debemos marcharnos, ya habrá tiempo para esto cuando estemos en un lugar seguro.

Dijo buscando una salida en la sala. 

OS RECUERDO LA DESCRIPCIÓN DE LA SALA

──Este es un lugar seguro. Fuera no será tan seguro como esto. ──Mientras lo decía, hablando un poco ido, tomaba agua de su odre y la vertía sobre el anillo.

──Pero la salida debería ser por ahí. Sin embargo te aconsejo que descanses mientras puedas. Luego nos tocará correr otra vez.

- Ese túnel debería llevarnos al exterior. - dijo Saelh. - Probablemente es una salida secreta de Nargothrond. - Miró a Daebeg, al cual consideraba prácticamente el líder de la expedición en estos momentos. - Este sitio es seguro pero no creo que lo sea durante mucho más tiempo ya. No deberíamos demorar el proseguir nuestra misión. 

En su cabeza ya está maquinando cómo llegar hasta Lammoth. Podrían ir en barco, si lograran volver hasta las bocas del Sirion. ¿Tratar de llegar hasta las Falas y encontrar una embarcación? ¿Ir hacia el norte y atravesar las montañas? Todas las opciones tenían sus riesgos.

Mientras pensaba en ello, observó el busto de Finrod Felagund y el hermoso yelmo plateado. - ¿Nadie quiere llevarse el yelmo del gran Rey de los Elfos? Me duele pensar que se quedará aquí, pues el corazón me dice que somos los últimos de los Pueblos Libres que pisarán estas estancias. No uso nunca yelmo, pues me dificulta la visión... pero estaría dispuesto a llevármelo, aunque solo fuera para entregárselo a algún Príncipe de vuestro pueblo, - dijo, mirando a Daebeg y Annienor. - como presente.

──Te perdono por tu ignorancia, Saelh, pues si bien somos primos lejanos, los Noldor y nosotros no somos el mismo pueblo. Hay, incluso, más distancia entre nuestras gentes que entre las tres casas de los hombres. Y hay una sombra entre nosotros, también. Pero si crees que debe honrarse su memoria, no diré que no, pues se trata de un acto de generosidad. A mi, sin embargo, no me llaman las obras de sus manos. Hubiera deseado escuchar su música, pero eso se ha perdido.

El montaraz se llevó la mano al pecho y bajó la cabeza. - Te pido disculpas, Daebeg, pues no quería ofenderte. Mas creo que cogeré el yelmo, y lo entregaré a algún príncipe de los Noldor. Lamentaría dejarlo aquí. - Dicho lo cual, Saelh cogió el casco plateado y lo echó a su zurrón. 

Escrutaba la boca del pasadizo que, con su levísimo resplandor, parecía señalar una posible salida; aunque quién sabe cómo se encontraría tal salida en estos azarosos tiempos...

Las palabras de Saelh llamaron la atención de Annienor. Asintió, sonriendo. -Yo también había considerado llevar el yelmo con nosotros, Saelh. Una lástima dejarlo perderse aquí. Como todo esto, por otra parte...

Hizo un gesto con la mano, abarcando toda la estancia, quizás la fortaleza entera.

-Por mi parte, si no te interesan estas semillas Aenion, me las llevaré. Tal vez en manos de alguien sabio tengan su utilidad.

Diciendo esto último, echó un vistazo alrededor, luego a sus compañeros de viaje y preguntó, con tono ligero:

-¿Nos vamos?