Partida Rol por web

Pasaba el tiempo y Daebeg no regresaba, ya llevaba casi una hora dentro de la ciudad.

Saelh miró a sus compañeros. - Ha pasado demasiado tiempo. Creo que deberíamos ir a buscarlo, pues temo que puede haberle sucedido algo.

Sientes que llevas una hora dentro de las murallas, pero no encuentras nada solo te empiezas a sentir algo cansado. Sin embargo sigues buscando hasta que la voz parece llevarte a un edificio. Entre las columnas, a distancia segura de tí, una figura brotó, no andaba, solo parecía que había fluido desde las sombras. Parecía una mujer, de piel pálida, pero sus brazos terminaban en garras y de ellos se formaban unas alas membranosas, los elfos solo conocían a una criatura así a través de La Balada de Leithan, de la cruel Thuriwenthil.

Su mirada se clavó en tus ojos, viste el inmenso abismo negro que lo envolvía todo...

Descansa, elfo, pronto todo habrá acabado...

Si... Se acercó. Era... Tan... ¿Hermosa?

Karel miro a Annienor y Saelh de forma alterna.

Os seguiré decidáis, lo que decidáis 

Tardó, pero al rato terminó por asentir vigorosamente. Cuando Saelh y Karel encontraron su rostro, no encontraron en él brava determinación ni confiada seguridad. O no se preocupaba por ocultar su nerviosismo, o no lo conseguía.

-Vamos entonces...

Avanzó con paso quedo y cuidadoso, mirando bien donde pisaba, atisbando los primeros muros de la ciudad y los oscuros accesos entre las edificaciones. Saelh solía abrir la marcha por sus buenas cualidades como ojeador, pero Annienor se esforzó por colaborar buscando cualquier rastro del elfo que los había precedido por aquellas calles, cuya naturaleza melancólica resultaba ahora sombría y amenazante.

A medio camino se dio cuenta. Por fortuna no traicionó el hecho con ningún gesto, y se acercó lo suficiente como para activar la palabra de mando de su anillo. Apuntaba al rostro. Intentaba cegarla, distraerla, despistar, porque sabía que no era rival... Nada más descargar el poder del anillo, se dio la vuelta y se fue corriendo de ahí.

Annienor encontró un rastro de pisadas sobre la arena, eran frescas y en lo alto del edificio la marca de unas garras que se clavaban en la roca, cuando iba a hablar un destello azulado en la lejanía, como un relámpago helado iluminó las ruinas y una fina lluvia de hielo cayó y al cabo de dos segundo un grito estremecedor quebró el silencio mientras una criatura alada se alzaba en mitad de la ciudad y volaba enfurecida.

Tu rayo impactó en plena cara de la criatura, sorprendiéndola y dejándola inmóvil, lo que te dio tiempo para salir huyendo por los callejones. Un grito helado, frío y punzante, se alzó y escuchaste el aleteo membranoso de la criatura al echarse a volar furiosa. Solo te atreviste a mirar de reojo para ver como la criatura graznaba furiosa dentro de tu cabeza.

Maldito.... infame... ¡morirás!... No, mejor aún, te someteré y serás mi esclavo... me servirás, miserable

Una sensación extraña recorre vuestro cuerpo, el sudor frío, temblores... los vellos de punta, algo estremecedor se mueve a vuestro alrededor...

El enano miró a su alrededor...

Algo maligno se ha adueñado del lugar... escupió en el suelo, fijando los pies y empuñando su hacha. Permaneced alertas amigos míos.

No es necesario que Saelh escuche las palabras de Drûm para saber que algo los está acechando. Algo que no es natural, que no es de este mundo y que no puede ser vencido por arcos, flechas ni lanzas forjadas por los hombres. Quizá los Elfos puedan hacer frente al horror que los acecha, pues son inmortales y fuertes de espíritu. Y Saelh admira la determinación y valentía del Naugrim, que ya empuña su hacha.

Pero Saelh es solo un Hombre, y siente que lo que ahora les rodea es algo que supera sus fuerzas. Se queda paralizado de miedo, como un cervatillo asustado ante las fauces del lobo, incapaz de moverse ni siquiera para defenderse.

"Como las ratas", estas eran gentes del bosque muy admiradas por su pueblo: siendo más débiles que la mayoría, dominaban aquellos terrenos sobre los que realmente decidían ejercer su poder. Como ellas, Daebeg decidió ocultarse. El ser volaba, y parecía telepático. Intentó no pensar en nada.

Unas figuras brillantes os rodean, serán una docena o más. Parecen hombres, armados para la guerra y perfectamente formados para entrar en batalla. Los escudos lucen las insignias de Ulfang “el traidor” y muchos de ellos muestran el emblema de Angbad. Se disponen para atacaros.

Escondido en los callejones derruidos, buscando caminos cubiertos. En un momento dado observas como la sombra alada ya no es visible en el cielo. Una punzada fría te recorre al verla de pie, con las garras clavadas en la roca de un arco del edificio frente a tu posición...

Te veo, pequeña alimaña... Tu alma me pertenece ya... Sírveme, obedéceme y yo te daré poder y felicidad, dime que deseas Elfo, y te lo concederé...

Ahora distingues las sombras que veías antes, espectros de hombres recorren las calles abandonadas y desoladas. Ataviados como guerreros marchan por las calles con sus armas. La voz de la vampiresa acaricia tu mente con la suavidad del terciopelo, es demasiado fácil, no volverías a luchar más... sería tan... cómodo.

Tenía ya el arco dispuesto, y la flecha en él, a medio tensar. De pronto lo pensó mejor. ¿No le parecía escuchar la voz de su madre?

──¿Mamá? ¿Qué haces aquí? ¿Me has seguido?

Guardó las armas y se acercó a su madre.

La vampiresa sonrió.

ve, tráeme al resto de ellos... 

Daebeg, por tanto, volvió sobre sus pasos. Diría: "venid, he encontrado algo". No era tonto, sabía perfectamente que no era muy habilidoso en el arte del engaño. Cuanta menos información diera, mejor.