Partida Rol por web

Aquel lugar resultó ser una mina en cuanto a pruebas y evidencias.

Cinco pequeños sudarios fueron sacados de su improvisada fosa común, tan superficial que había sido solamente cuestión de suerte que los carroñeros no desenterraran los cuerpos. Dentro solamente quedaban huesos, pero las pruebas de ADN confirmarían que se trataba de los restos mortales de Samuel Tillman, David Blansky, Tanya Washington, Barbara Swanson y David Smith. Más difícil sería obtener restos de los asesinos en aquellos sudarios medio podridos por la humedad del suelo; pero los expertos del FBI se encargarían de rastrear cada centímetro cuadrado de aquellas telas.

La zona del “altar” también fue minuciosamente peinada y de allí se obtuvieron colillas, latas de cerveza vacía, una sudadera de adulto y, por algún obsceno motivo, un preservativo usado. Lewis y DeFuss se replantearon la hipótesis de los abusos a los niños, pero pronto concluyeron que no cuadraba con la locura fanática del reverendo. Lo más probable es que algunos de sus apóstoles se hubieran puesto cachondos antes o después de la ceremonia; un matiz que no arrojaba ningún consuelo a los agentes.

Con la información proporcionada por el sargento Bennet zarandearon un poco al ya rendido guardia de seguridad y les condujo al sitio donde habían hundido el coche de Eloise Smith, la madre de la pequeña de dos años, que tampoco había podido escapar de un destino horrible preparado por aquella banda de maníacos.

Ayudados de una grúa de la oficina del sheriff Taylor arrastraron fuera el vehículo y hallaron en su interior los huesos enfangados de la mujer. Con este nuevo asesinato la lista de crímenes se hizo un poco más larga.

Cuando hubieron terminado su jornada los dos policías se miraron un momento a los ojos, cansados pero triunfales: los tenían bien pillados por las pelotas; a todos. No iban a poder escapar ninguno de ellos. Bueno, con la excepción de la tarada de Peggy Slater, que había cogido el camino más rápido hacia el olvido.

La profesora Carter se envaró en la silla y trató de colocarse bien la ropa, la misma que llevaba desde la noche anterior en el pantano y que estaba sucia y apestaba a cieno y a sudor. Cruzó las piernas relajadamente y acarició el colgante del cuello, el conocido símbolo del culto.

—No pueden retenerme mucho más aquí —se adelantó a Bennet, empleando un tono de voz irritado y algo chillón—. Necesito ropa limpia, asearme y hablar con mi abogado. Benjamin McKnight está a salvo gracias a mí. Yo cuidé de él durante su…, mientras estuvo alejado de sus padres.

-Benjamin McKnight estará a salvo gracias a usted, pero no los demás niños -le dijo Bennet a la profesora Carter, en tono frío-. Sus compañeros lo están confesando todo. Mortimer, Teaspoon, Dutch... Sabemos que no fue un simple secuestro para pedir dinero a los McKnight. Sabemos que secuestraban a los pequeños para sacrificarlos en rituales relacionados con los cambios de estación y que su reverendo Rumsfeld era quien empuñaba el cuchillo de sacrificios... ¿Cómo podía usted dormir tranquila sabiendo lo que le estaba haciendo a unos críos? Tanya Washington, Daniel Manson, Loreen Eaglenest, Deborah Johnson -El ranger nombró precisamente a los niños de los que, según Dutch, Carter se había encargado de secuestrar-. Usted se ocupó de todos ellos. Los llevó hasta Rumsfeld...

A esas alturas, Bennet suponía que la profesora no iba a negar su implicación en los secuestros y haber sido parte del círculo más cercano del padre Rumsfeld. Decidió ir un poco más allá.

-Sabe que también mataron a una anciana inocente, ¿verdad? -le espetó, mirándola fijamente-. La Bruja del Árbol. ¿Quién lo hizo? ¿Fue Dutch o tal vez usted? Estuvieron esa noche en el bayou. Ustedes dos, Tim Mortimer y Oggie Teaspoon...

—Vamos a ver, agente Bennet —respondió con calma la detenida—. Si lo que pretende es que rompa a llorar, que confiese todos esos delitos que usted menciona y que, además, involucre al reverendo Alan Rumsfeld como cerebro criminal de los mismos, debe de haberse dado un golpe el la cabeza y haberse vuelto idiota.

»Ustedes me encontraron en la cabaña del rancho Stark, de acuerdo; en el mismo lugar donde se hallaban otros tres detenidos por ustedes, correcto; yo llevaba en brazos al pequeño Benjamin McKnight, cierto. ¿Y? Nada de eso prueba que yo secuestrara al niño, de que yo hiciera lo propio con otros niños en connivencia con el reverendo Rumsfeld, de que los asesinara y por supuesto, que hiciera lo mismo con esa Bruja del Árbol.

»Tómele testimonio al pequeño y veamos qué dice de mí. Yo fui allí para salvar la vida de Benjamin, agente. No pienso cambiar ni una coma de mi declaración.

Scott escuchó a la profesora Carter. El ranger había conseguido hacer hablar a Mortimer, a Dutch o incluso a la lunática de Susan Delacroix. Ahora, sin embargo, estaba siendo incapaz de sacarle una confesión a una profesora de Educación Física. Quizá había subestimado para fuerza de voluntad de aquella mujer y su lealtad al padre Rumsfeld. Al escuchar a Carter, Bennet dejó escapar un bufido.

-Bueno, al menos lo intenté... Pase un buen día, señora Carter -dijo el ranger, sabiendo que no le sacaría nada más a esa mujer fácilmente.

Tras ello, Bennet se marchó con paso rápido.

Poco después, Bennet se reunía con Greenwrim y los federales en la oficina del sheriff Taylor. No sabía qué avances habían hecho sus compañeros, aunque esperaba que haber avisado a Lewis y Defuss sobre la implicación de Teaspoon en deshacerse del cuerpo de Eloise Smith hubiera sido de ayuda.

-No he podido sacarle nada a Diana Carter. Es más dura de lo que imaginaba -reveló el ranger a sus compañeros, ligeramente decepcionado de no haber podido conseguir nada más-. En cambio, Dutch sí que ha confesado su implicación. No he podido saber con seguridad si fue él quien mató a la Bruja del Árbol, pero por lo que dejó caer, diría que sí. Por ahora, creo que la única que queda sin interrogar es Jessica Heldal. Creo que ya tenemos recursos suficientes para ir con todo a por el padre Rumsfeld y yo pienso que podemos interrogarle directamente, aunque si lo preferís podemos ir primero a interrogar a Heldal. Como prefiráis.

-No hace falta Heldal. Tenemos confesiones de más de la mitad de ellos supuestos feligreses, además de todas las pruebas que les sitúan en el sitio del crimen. Rumsfeld va a tener muy difícil el negar todos los dedos que le señalan.- Lewis suspiró y miró hacia la pelirroja. Desde el principio les había costado crear relación, pero aquello ya estaba terminando y para bien o para mal las decisiones habían sido tomadas. Así que le dio unas palmadas suaves en la espalda, en tono amistoso. -¿Conseguiste algo con Fallon, Greenwrim?-

Les miró a todos. -Es hora. Enfrentemos a este satanista y acabemos de una vez por todas.-

 Los agentes del FBI habían vuelto de su investigación en los alrededores de la fábrica armamentística abandonada, encontrado básicamente una mina de oro para cerrar el caso. Los cadáveres que faltaban se iban alineando con los que iban encontrando, e incluso pudieron cerrar de una vez por todas el interrogante de Eloise Smith. Aunque con la peor respuesta que se podían imaginar. Ahora estaban los cuatro discutiendo los últimos preparativos para ir contra el reverendo.

- Tenemos los cuerpos, tenemos las confesiones... dentro de algunas horas tendremos pruebas de ADN que van a hundir más en el barro a esta panda de hij... como sea, están acabados. Rumsfeld va a tener que hacer piruetas narrativas para defenderse de todo lo que le vamos a llevar.

-Creo que con todo lo que tenemos, hay suficiente para poner a Rumsfeld contra las cuerdas, incluso sin haberle sacado nada más a Heldal o a Fallon -indició Bennet, sabiendo que contaban con los interrogatorios de gran parte de los apóstoles de Rumsfeld-. Por mí, adelante, hora de enfrentarnos al reverendo.

El reverendo Rumsfeld fue trasladado por la tarde-noche desde el hospital de Marshall hasta la oficina del sheriff del condado, en la misma localidad. La dirección del hospital no pudo negarse, pues habían pasado más de 24 horas desde que sufriera una herida en el brazo y no había surgido ninguna complicación.

Junto a él caminaba Julian Luttwak, su abogado, un tipo de aspecto estirado que venía directamente desde Austin y que tenía fama de llevar casos difíciles. No había puesto muchas pegas, salvo la insistencia en que su cliente fuera esposado debido a la herida; pero la agente especial Adele Lewis se mostró inflexible y el pastor tuvo que soportar los grilletes hasta que entró en la sala de interrogatorios.

Todo se había tratado de llevar con la más absoluta discreción; pero fue un esfuerzo futil. Desde la mañana temprano una muchedumbre de lugareños, gente del condado vecino, medios de comunicación y los padres de algunos de las víctimas rodeaban el edificio con gran estridencia. El sheriff Taylor tuvo que pedir ayuda a la Policía Local de Marshall para mantener el orden, sobre todo cuando una turba rabiosa encabezada por AK-47 Will trató de entrar por la fuerza en las dependencias del sheriff, enfrentándose incluso a algunos agentes del FBI. Afortunadamente todo terminó sin heridos aunque sí con algunos detenidos.

Los ánimos estaban tan caldeados como aquel tórrido atardecer de junio y, sin embargo, Alan Rumsfeld no daba muestras de la más mínima inquietud. Guardó silencio durante todo el camino, salvo algunas palabras que cruzó en susurros con su abogado. Se sentó en la incómoda silla de la sala de interrogatorios con la espalda recta y las manos sobre el regazo, con la mirada perdida en algún punto de la pared de enfrente. Julian Luttwak desplegó sobre la mesa de manera pulcra algunos papeles y una pluma; él también aguardaba paciente.

Los cuatro investigadores les estaban monitoreando a través de la cámara instalada en la sala de interrogatorios. Había llegado el gran momento. Las pruebas de ADN de la casa de la Bruja del Árbol no estaban todavía y la identificación de los restos todavía tardaría mucho más; pero había que entrar con lo que tenían. Los cuatro iban a estar bastante apretados e incómodos allí dentro pero no había otro remedio.

Lewis fue la primera en entrar. Lo hizo con una total tranquilidad, trayendo su propia carpeta con papeles mientras se posicionaba frente al reverendo. No le miró hasta estar bien sentada, y cuando lo hizo mantuvo los ojos en los de él, intentando que todo el enojo y asco que sentía no brotara de sus labios. -Empecemos. Alan Rumsfeld, se le acusa de ser el autor intelectual de la serie de secuestros a niños realizados en al menos los últimos cuatro años, y autor material del asesinato de estos niños. Tenemos pruebas que le ubican en la escena del crimen, además de confesiones de sus cómplices, que fueron testigos de sus actos. Tenemos el intento de asesinato a agentes federales durante su captura. Tenemos, en fin, más que suficiente para armar un caso contra usted dónde la gran duda quedará entre si darle cadena perpetua o aplicar la pena máxima. Eso dependerá de lo que diga ahora.- Abrió la carpeta y realizó una rápida mirada a los documentos dentro, antes de volver a mirar al hombre. -¿Por qué lo hizo?-

Bennet dejó que fuera Lewis quien tomase la iniciativa en el interrogatorio. Al fin y al cabo, era la federal que se encontraba al mando. La afroamericana había sido directa con el padre Rumsfeld y, mientras ella hablaba, Bennet dirigió una mirada hacia Luttwak. No solo era el abogado que defendería a Rumsfeld, sino también el hombre al que tendría que entregarle el grimorio que había pertenecido a Rumsfeld.

-Las rencillas entre sus propios apóstoles fueron suficientes para que se culpasen los unos a los otros y le involucrasen a usted -añadió el ranger, en tono provocador, decidiendo ser directo con Rumsfeld. Esperaba que sus palabras sirvieran para apoyar el discuro de Lewis-. Algunos de ellos no estaban dispuestos a caer solos.

No obstante, le resultaba inevitable no pensar en la identificación del ADN en la casa de la Bruja del Árbol. Hubiera querido tener aquella prueba para utilizarla contra Rumsfeld, pero aún no habían obtenido los resultados. Tenían que enfrentarle con lo que tenían y, en principio, no era poco.

El reverendo Rumsfeld mantuvo la calma y esbozó una sonrisa beatífica. Luttwak, su abogado, se acercó a su oreja y le susurró algo. El pastor asintió y sostuvo la mirada de los agentes de policía, pero no dijo nada.

—Mi cliente no está obligado a contestar —intervino el letrado. A pesar de que Bennet no le perdía de vista, Luttwak actuaba como si no supiera realmente nada acerca del acuerdo sobre el grimorio. Con elegancia y parsimonia agarró su pluma y escribió algunas notas en su cuaderno.