Partida Rol por web

Rumsfeld se quebraba, pero iba dando tiros al aire para no caer solo. Por supuesto no tardó en recibir el propio, teniendo tantas ganas de decirle que si no lo hubiera detenido, ahora estaría en la morgue en vez de la sala de interrogatorios.

Observó cómo Bennet y Lewis se marchaban, dejándoles solos para que continuaran con un interrogatorio que, para ella, ya había concluido. Por su parte Moira se mantuvo en silencio, dejando que la incomodidad y la vigilancia fueran sus armas en esta ocasión.

 DeFuss entendió el plan que estaba intentando llevar adelante su compañera. Rápidamente se ausentó de la sala de interrogatorios y convocó al equipo de búsqueda que la había acompañado en el bayou hace unas horas atrás. Definitivamente un grupo de confianza. Antes de irse, entró nuevamente a la sala para avisar de su misión en voz alta. Con tal de hacer tambalear un poco más al ya inestable reverendo.

- Lewis, iré con un equipo a la residencia de Rumsfeld. Quizá el reverendo nos queira ahorrar el tiempo y decirnos si vamos a encontrar algo allí. De lo contrario... espero que el resto del interrogatorio sea fructífero.

El agente especial DeFuss reunió rápidamente un equipo de media docena de hombres y mujeres y juntos pusieron rumbo a Smithland. Durante los veinte minutos escasos que tardó la travesía conduciendo su Lincoln, el veterano policía tuvo tiempo de reflexionar acerca de todo lo sucedido en el interrogatorio del reverendo Rumsfeld. Estaba a punto de derrumbarse pero el tipo parecía querer llevarse por delante a todo el mundo, entre ellos al magnate local al que le había secuestrado el hijo.

Llegaron a la iglesia del reverendo Rumsfeld en Smithland. Un edificio pequeño, modesto pero bien cuidado y a todas luces insuficiente para la gran cantidad de fieles que decía tener. Junto a ella se levantaba la también muy modesta vivienda del pastor, pintada de blanco pero con la fachada cubierta de pintadas amenazadoras que, sin duda, habían dejado allí la gente de McKinght o algún vecino enardecido por las noticias y la detención del reverendo.

Una de ellas: RUMSFELD, ARDERÁS EN EL INFIERNO, se le antojaba a Jordan un castigo demasiado lejano e improbable. Personalmente, como cualquier otro agente de la Ley, preferiría que antes pagara aquí en la Tierra.

Forzaron las puertas de la iglesia y de la casa con la autoridad que les confería las órdenes que previamente habían obtenido de la Justicia federal y tras una primera visual todo parecía correcto, ordenado y en su sitio. A DeFuss le llamó la atención, no obstante, la gran cantidad de libros que el reverendo tenía distribuidos entre una habitación de la vivienda y la parte trasera de la iglesia; pero ninguno de ellos parecía sugerir relación alguna con la práctica de la magia negra; ni de ninguna otra, a decir verdad.

Los seis agentes iban de un lugar a otro, con exquisita profesionalidad, mientras Jordan DeFuss les iba coordinando y buscando él mismo.

Bennet acompañó a Lewis al exterior de la sala, escuchando la reprimenda que le soltaba.

-No. No le estoy ofreciendo ninguna salida. Solo quiero que crea que se la ofrezco -le indicó el ranger a Lewis, en tono frío-. Ese hombre es un fanático, pero lo que ha dicho sobre McKnight... No creo que esté mintiendo. No es nuestro caso, pero no dejan de ser menores. ¿Por qué ese aprendiz de mecánico es distinto de todos los niños a los que Rumsfeld ha matado? Si desaprovechamos esta oportunidad, puede que perdamos la opción de llevar a McKnight y los Pickett ante la justicia. Yo digo que presionemos a Rumsfeld, dejemos que hable y ofrezca datos pero no le ofrezcamos nada sobre seguro. Y si McKnight llegase a saber quién ha expuesto esa información sobre él, la cadena perpetua iba a ser lo de menos para Rumsfeld... -indicó Bennet, convencido de que McKnight trataría de tomarse la justicia por su mano con el sacerdote, del mismo modo en que había hecho con los Manson.

Adele resopló. -No entiendes lo que acabas de hacer, ¿cierto?- Miró hacia la puerta de interrogaciones, y luego volvió a centrarse en el hombre. -Hasta ahora, hemos logrado que el reverendo se sienta tan presionado, que su orgullo esté tan en entredicho, que está ignorando a su abogado, hundiéndose a si mismo con cada frase. Pero al sugerirle, aún sin intención de cumplirlo, que hablar de Mcknight puede "reducirle la condena" o incluso, darle la posibilidad de que se le ingrese en una institución mental... No sé si ese abogado que tiene ya hubiera pensando en esa posibilidad, pero con tus palabras refuerzas la idea de que eso es posible. Ahora será más difícil que logremos que siga hablando de si mismo, e incluso puede que ya no hable más en este interrogatorio. ¿Que clase de justicia recibirán esos niños asesinados si Rumsfeld termina en una institución mental en vez de la cárcel? ¿Un sitio donde tendrá atención personalizada, cuidados, buena comida y tratos? Joder, sería como pagarle la jubilación en un retiro para ancianos. Ese hombre no merece un final feliz.-

Se cruzó de brazos. -No digo que el muchacho sea menos importante, Bennet. Pero no es nuestro caso, no en este momento. Y si se vuelve nuestro caso, prefiero buscar otros testigos que no sean Rumsfeld. ¿Quieres dar justicia al muchacho? Habla con los padres, con la familia, averigua si no es la primera vez que pasa. Pero no jodas mi investigación. Así que te lo digo en este momento: ¿vas a centrarte en nuestro caso? ¿Quieres dar justicia a Theresa O'Hara, a Luisa y Eleanor Smith? ¿A todos estos niños que sólo nos tienen a nosotros? Porque si no es así, si piensas insistir en pedir pruebas de Mcknight... Voy a sacarte de este caso de inmediato, y no volverás a entrar a la sala de interrogación. ¿Me has entendido?- Le miró, imponente a pesar de ser el Ranger más alto que ella, y esperó su respuesta.

Julian Luttwak fue el primero en mostrar su incomodidad ante la presencia de la silenciosa sargento Greenwrim. Miraba a la agente y a su defendido, tratando a todas luces de encontrar la forma de poder comunicarse con él sin que ella se enterase de nada. Sin embargo, el reverendo también parecía contener sus gestos y expresiones, aunque estaba claro que las últimas palabras de Scott Bennet habían calado en él.

Moira se sentía agotada mentalmente ahora que el silencio se había apoderado de aquella sala pequeña y cargada de un aire cálido y pesado, por eso no pudo evitar que el abogado le pasara una nota al pastor que la leyó deprisa y la arrugó hasta hacerla una bola.

Bennet supo que no debía discutir con Lewis. Tenían a Rumsfeld y probablemente no hubiera nada que el sacerdote pudiera hacer para librarse de prisión, eso ya era un hecho, aunque por la decisión de la federal, lo que fuera que McKnight estaba haciendo durante sus fiestas, seguiría sucediendo. Por más que habían tenido que lidiar con el magnate, aquel no era su caso, si bien el ranger no podía soportar la idea de que McKnight iba a salir indemne de sus acciones.

Aquello iba directamente en contra de todo en lo que creía. Dejar a McKnight libre cuando, tal vez, no fuese muy distinto de Rumsfeld... Para Bennet, esa decisión iba directamente contra sus principios.

-Entendido. No insistiré en pedirle pruebas sobre McKnight -accedió Bennet, de mala gana, sabiendo que dada aquella situación, tenía que tragarse su orgullo-. Espero que puedas vivir con la decisión que acabas de tomar, Lewis. -Se aproximó hacia la puerta, con intención de regresar a la sala de interrogatorios si la federal no tenía nada más que decirle.

Lewis entró nuevamente, retomando la actitud de profesionalismo y seguridad en si misma. Ni siquiera miró nuevamente a Bennet, sino que se centró de inmediato en los presentes. -¿Por donde íbamos? Ah sí, nos hablaba de que no teníamos nada con que basarnos, ¿correcto? No debéis preocuparos, en unos minutos el agente DeFuss me estará informando de todo lo que hallemos en su capilla y la casa parroquial. Espero no te incomode la idea, reverendo. Ya sabes, que manos impuras toquen y manoseen sus objetos. ¿Tienes objetos propios, Rumsfeld? Nunca me ha quedado claro eso, si te soy sincera. Tengo entendido que los que se unen al clero no llevan nada de su vida privada. "Deja todo atrás y sígueme", ¿cierto? Es lo que Cristo manda a todos los que le siguen. Así que no deberías estar preocupado de que muevan y remuevan entre las cosas...-

Nuevamente había enfocado su atención en Rumsfeld, ignorando la presencia del abogado, y procurando que el tema Mcknight no volviera a tomar el protagonismo de hacia unos minutos.

 DeFuss se dirigió con todo su equipo de especialistas hacia la casita de Rumsfeld, aquella pequeña cabina al lado de su casi igual de pequeña iglesia. Realmente no parecía el lugar de trabajo de alguien tan elevado y arrogante como aquel reverendo; pero seguramente todo ese lugar tenía que ver más con la percepción que las personas tuvieran de él. O quizá realmente el cura era una persona simple y nada vanidosa en lo material.

 El detective comenzó la requisa con profunda minucia, al punto en el que literalmente cada libro era examinado hoja por hoja. Los agentes que acompañaban a DeFuss sabían que el hombre quería dar vuelta todo. Encontrar lo más mínimo que les ayudara en el caso, aunque signficara quedarse allí toda la tarde. Ya lo habían visto quedarse despierto durante días en búsqueda del paradero de los cadáveres. Lo haría de vuelta por esto.

- Gente, tengan especial ojo para buscar el símbolo de la secta. Ya saben, ese que está en el expediente y que tiene la forma de... eh... ¡bah, no me lo hagan describirlo! Solo busquenlo...

La biblioteca del pastor no destacaba por nada en especial, salvo porque los libros eran casi todos bastante viejos. Destacaban sobre ellos una vieja biblia anglicana, impresa en el siglo XVII y una serie de manuales para aprender latín de forma autodidacta.

Pero más interesante aún fueron el resto de hallazgos. En los dinteles de puertas y ventanas de cada habitación de aquella casa y de la propia iglesia, tenían grabado el mismo símbolo que habían visto en la cabaña del secuestro de Benjamin, en la barcaza abandonada y en el colgante que habían recogido en el sendero de Uncertain.

Entre las notas personales del reverendo hallaron un buen número de documentos bancarios y fiscales, referidos a préstamos, avales y contratos en los que era parte interesada, avalista, o tomador, pero nunca beneficiario de los mismos. También una libreta con anotaciones bastante crípticas.

Finalmente, en un cuartillo de herramientas de la iglesia encontraron unas curiosas varillas de pegajoso incienso de color gris, algunos bocetos casi infantiles de objetos, fotografías de todos y cada uno de los miembros del culto, incluyendo a los doce “apóstoles” que estaban detenidos o fallecidos en el caso de los Blackman, media docena de artesas con arcilla fresca y, lo más llamativo de todo: un puñal precioso de hoja curva con el filo en el interior.

 La búsqueda había dado más frutos de los que DeFuss se hubiese imaginado en toda su carrera como detective. Tanto fue así, que realmente se planteó que el reverendo debería haber creido que tenía un ángel guardián protegiéndole o que nunca iban a dudar de él, porque ningún delincuente podía ser tan descuidado de dejar todas aquellas cosas en su residencia. Realmente los agentes habían llegado en el momento justo para atrapar al sabandija con los panatlones bajos. Y Jordan no podíua evitar sentir orgullo por el trabajo bien hecho. Los agentes que tenía alrededor casi podían ver una sonrisa asomándose en las comisuras de sus labios.

 El veterano agarró su móvil y se dispuso rápidamente a llamar a la jefa, aunque no obtuvo respuesta ya que seguramente estaba dentro de la sala paseando a Rumsfeld por el infierno terrenal. Luego llamó a Bennet, pensando que aquel tipo iba a estar disponible, pero seguramente estaba igual de enfrascado en aquel interrogatorio como paar contestar. Por lo que DeFuss terminó hablando con Moira. Se le escuchaba emocionado, un aspecto raro para él.

- Greenwrim, no lo vas a creer... ¡este lugar es una puta mina de oro! Ese maldito símbolo sectario esta hasta en la sopa que tomó esta mañana. En cada puerta, en cada rincón... también hay libros de contaduría relacionados con cada movimiento alrededor de las familias de las víctimas. Y el cuchillo... Oh, Dios, entre las fotos de los apóstoles y montones de arcilla encontré un cuchillo curvado. Estoy seguro, tan seguro como de que soy negro como el café, de que tengo aquí el arma homicida. Dile todo esto a Lewis, pero dile antes que se siente porque se va a caer de culo al suelo... ¡y usen la información con cuidado, coño! Que entre ustedes tres, todavía no sé quién es más inpredecible...

Scott había regresado junto a Lewis a la sala del interrogatorio. No obstante, lejos de seguir preguntando a Rumsfeld, el ranger cruzó los brazos sobre el pecho y permaneció en silencio, escuchando las palabras de la federal y dejando que ella fuera quien tomara la delantera durante el interrogatorio.

Su teléfono móvil se mantenía en silencio, por lo que no escuchó la llamada del agente DeFuss.

—Necesito que me dejen a solas con mi cliente unos minutos —pidió mansamente Julian Luttwak—. Concédanmelo o el reverendo Rumsfeld habrá terminado su declaración. Si se niegan reuniré las pruebas necesarias para demostrar que este interrogatorio ha sido conducido para forzar a mi cliente a declarar lo que ustedes quieren que declare. Es una persona de edad avanzada, lleva aquí metido mucho tiempo, en un cuarto pequeño y caluroso, con cuatro agentes amenazándole y amenazándome a mí. Todo está grabado y me sería muy fácil convencer al juez de que no admita este interrogatorio como prueba, no digamos ya al jurado.

»¿Qué me dicen? ¿Tenemos derecho a un descanso o no? Reverendo, ¿quiere algo de beber o de comer? —el pastor negó con la cabeza al principio pero luego dijo agua, solo agua en voz queda.

Tras notas vibrar su teléfono, se había apartado a una esquina de la salita de interrogatorios para atender la llamada al ver de quién se trataba. Intentó mantener en todo momento cara de póker para que el acusado no pudiera saber qué ocurriera aunque por dentro estaba felicitando el trabajo de su compañero.

De acuerdo.- Fue lo único que dijo a DeFuss antes de colgar y regresar a la mesa, donde seguían con su lucha particular.

Tomó el bloc de notas que siempre llevaba consigo y se dispuso a escribir un resumen de apenas un par de palabras, centrándose en lo que había encontrado. Después, teniendo especial cuidado de que no pudieran saber qué había escrito, le pasó la nota tanto a Bennet como a Lewis por debajo de la mesa para que estuvieran al tanto.