Partida Rol por web

Un placer.- No se presentó como “Manson”, pensando que podrían ser personas distintas o un nombre inventado para la ocasión. Pero el vehículo es el mismo. Tenía demasiadas dudas y las armas seguían colgadas, totalmente visibles, mientras el paisaje pasaba por las ventanas, queriendo leer los carteles para ubicarse.

Era complicado sacar un poco de conversación en esa situación y no parecía que el vehículo fuera a darle más pistas de las que ya tenía, no teniendo más remedio que esperar un poco a que la distancia se acortara y supiera si realmente iban en la dirección correcta.

Cien dólares. Al parecer, Redbear tenía unos precios mucho más bajos y asequibles de lo que hubiera pensado, al menos para ellos. Aunque tenía lógica, pues seguramente las personas a las que transportase no tendrían mucho efectivo, por lo que para un matrimonio de clase baja cien dólares debía ser una fortuna.

-¿Suele ver a muchas personas por el bayou? -le preguntó a Dutch, mientras observaba cómo se ponían a aparejar la lancha motora. Bennet preguntó sutilmente, intentando averiguar si el nativo americano había visto a otras personas moverse con lanchas o barcas por el bayou-. Nos ha costado encontrar a alguien que supiera dónde encontrar a la Bruja del Árbol.

La camioneta se llenó de humo de tabaco y otros olores todavía menos agradables hasta convertir el habitáculo en casi irrespirable para la sargento Moira Greewrim. El aire acondicionado funcionaba, pero el sol estaba pegando fuerte en el vehículo y los tres estaban bastante juntos, por lo que comenzó a sudar al poco de ponerse en marcha.

Pronto dejaron la interestatal para adentrarse por un camino secundario. Moira se fijó en uno de los carteles indicadores y vio los nombres de Karnack y Uncertain escritos en ellos. La carretera era más estrecha, de un solo carril para cada dirección y por ella circulaban bastantes camiones y furgonetas.

Sara Blackman se mantenía en absoluto silencio con la vista perdida en el paisaje, pero Seymour iba silbando algunas de las canciones que sonaban en la emisora de radio local, cuyo DJ pronosticaba un día de intenso calor al mismo tiempo que deseaba un feliz martes a todos los habitantes de los dos condados. Ni una noticia sobre Benjamin McKnight ni sobre la investigación que se estaba llevando a cabo.

—Así que quiere ir a ver a los indios, agente —soltó de repente Seymour Blackman—. ¿Cree que esos paganos van a ayudarles con su caso? —se rió entre dientes.

—Claro que veo a mucha gente por el bayou. Y ahora en verano muchas más —respondió lacónicamente Redbear—. A la vidente loca esa no le gusta que cualquiera sepa donde vive.

Continuó aparejando el bote con destreza y rapidez mientras hablaba. Echó una pequeña mochila de primeros auxilios, se fue al garaje y apareció con una escopeta a la que le insertó varios cartuchos.

—Es por los caimanes, ¿saben? —explicó antes de que ninguno de los agentes tuvieran tiempo de contestar—. Esos hijos de puta tienen el pellejo bien duro.

Dejó el arma en la popa, junto al botiquín, comprobó que no le faltaba de nada e invitó sin mucho entusiasmo a los policías a subir.

Redbear no daba muestras de ser un gran conversador, por lo que Bennet dudaba que fuera a hablar demasiado sobre a quiénes solía ver por el bayou habitualmente. Tentado estuvo de preguntar sobre los Manson o Tim Mortimer, pero nada garantizaba que ese hombre pudiera estar al tanto de las actividades de estos, por lo que prefirió callar al respecto.

El ranger se adelantó al bote, subiendo a este con cuidado mientras dirigía una mirada hacia la escopeta que había depositado Dutch. Sabía que el nativo americano no hablaría demasiado, aunque quizá pudieran hacer que se le soltara un poco más la lengua.

-Esos caimanes... ¿Cómo de largos suelen ser? -le preguntó al nativo americano, con fingido interés-. Suelen atacar los botes, ¿no?

En mitad de ese silencio de conversaciones fingió prestar atención a la canción, aunque realmente ni la conocía, ni le importaba, ni siquiera terminaba de gustarle el estilo. Aun así, con la repetitiva melodía en algún momento tarareó unos segundos mientras miraba por la ventana, todavía pendiente de los carteles y los camiones que les rodeaban.

No busco ayuda, sino respuestas. - Volvió a conversar al escuchar la risa de Seymour, aunque dudaba que su pregunta fuera un interés real.- ¿Quién sabe? - Sonrió, todavía pendiente de la ventana aunque, por el rabillo del ojo, estuviera atenta a cualquier movimiento de ambos.- Tal vez haya sido un viaje en vano o me acerque más a los responsables. Todo es posible. – Le miró, esta vez sí, durante unos segundos para calibrar si había algún tipo de reacción antes de volver hacia la carretera.- ¿Conocéis a los McKnight?

—Un macho adulto puede medir más de cuatro metros y pesar media tonelada —respondió mientras subían todos a la barca, asegurándose de que no zozobrara demasiado—. Eso es como dos veces la altura de su compañero —señaló al agente DeFuss y levantó un poco la escopeta—. Es lo menos que puedo hacer para protegerles.

Dejó el arma en su sitio, arrancó el motor y emprendieron el viaje. Primero salieron a aguas más abiertas, luego viraron hacia el norte y se internaron en lo que parecía ser un ramal de agua bordeado por árboles cubiertos de musgo. Las nubes de mosquitos hicieron acto de presencia y comenzaron a cebarse en los rostros y manos cubiertos de sudor de los agentes. Dutch Redbear sonrió al verles palmear desesperados y esperó un par de minutos antes de pasarles un spray repelente de insectos.

Tuvieron ocasión de ver el perfil semi sumergido de un par de caimanes, aunque el guía no les dijo nada sobre ellos, tal vez porque pensaba que los policías no estaban allí para hacer turismo. Finalmente, tras más de media hora de lento recorrido por las aguas pantanosas, llegaron a un lugar fantasmagórico, donde el aire parecía espesarse aún más y donde el sol entraba con trabajo por entre las copas de los árboles.

—Es ahí —les señaló el barquero una casa construída sobre el fondo cenagoso y casi cubierta por la vegetación circundante

A Adele Lewis el corazón le dio un vuelco al reconocer el lugar y la casa como aquella imagen que vio en su sueño mientras dormía en el coche viajando desde Nueva Orleans con Max. No entendía cómo era posible aquello, quizás se trataba de una mala jugada del cerebro, un dejà vu, simplemente; pero no podía evitar tener el vello del cuerpo erizado y sentir un escalofrío a pesar del bochorno.

—Yo me quedo fuera. No quiero tener nada que ver con paganos —dijo besando un colgante que tenía en su cuello.

—McKnight es un pecador despreciable que se merece cualquier cosa mala que le pase —rompió su silencio Sarah Blackman con voz ronca de fumadora empedernida—. Aunque tú no te libras de ser también una buscona calienta braguetas, por mucha placa de ranger que muestres.

Seymour sonrió pero Moira se dio cuenta de que el tipo estaba atento a cualquier reacción de ella. Sarah la miraba con una profunda mueca de desprecio, sin quitarse las oscuras gafas de sol. La furgoneta dio un giro brusco y se internó por un camino de tierra antes de que la agente pudiera percatarse de ninguna señal indicativa.

Sara se echó mano a la cintura para sacar algo de ella...

Adele tragó fuerte, pero se contuvo de hacer comentario. Suficiente misticismo había involucrado en aquel caso como para que también empezara a creer en visiones. El último comentario de Dutch hizo que la mujer le mirara con mucha curiosidad, y en especial que intentara visualizar el colgante que aquel hombre había besado. ¿Un crucifijo o algún otro símbolo?

Comenzaba a no gustarle el que aquel hombre se fuera a quedar allá afuera solo, de hecho no le extrañaría que se diera a la fuga luego de dejarlos en aquel lugar, quizás abandonado. De todos modos, intercambió una mirada con sus compañeros mientras empezaban a subir. -¿Quién quiere llevar la voz cantante?- Preguntó mirando a ambos. -Quizás no sea necesario que estemos los tres con ella. Alguno podría quedarse con Redbear...-

 Aquel sujeto probaba ser difícil para conversaciones o charlas casuales, pero no era nada comparado con DeFuss. Ante la poca necesidad de entablar conversación durante el recorrido en el bayou, el agente veterano mantuvo un silencio sepulcral. Solo se quejaba en voz baja de los mosquitos y de la humedad. Además de levantar las cejas cuando Dutch dijo que un caimán macho podía medir el doble que Jordan. No sabía cómo sentirse de ser usado como unidad de medida.

 Llegaron a la casa de la bruja, y la necesidad de establecer una estrategia surgía. Lewis traía un punto interesante, que quizá no habían pensado con mucho detenimiento antes: aquella vidente podría sentirse intimidada o incómoda con la presencia de no uno ni dos sino TRES agentes en la puerta de su casa.

- De los tres, creo que soy el más... peculiar a la vista. Yo me puedo quedar aquí en el bote, vigilando por si pasa algo aquí afuera, si creen que es necesario.

 DeFuss echó una mirada por el bayou, apreciando únicamente humedad, aguas marrones y mucha vegeatación pesada. Nada particularmente interesante o relevante a la investigación.

- Quizá me ponga a interrogar a los caimanes...

Teniendo claro que la superaban en posición y número, necesitaba recuperar la ventaja con una distracción lo suficientemente grande como para ganar tiempo. Armandose de valor, intentó agarrar el volante para hacer un giro brusco ya fuera para volcar el vehículo o estamparse contra algo. 

Bennet no dudó en echarse aquel spray repente de insectos, sabiendo que era mejor prevenir que curar. Sus ojos se fijaron en los caimanes que vieron durante el camino, aunque no dijo nada al respecto. Desde luego, el bayou era un lugar peligroso.

Una vez frente a la casa de la Bruja del Árbol, les tocaba decidir cómo distribuirse, y DeFuss había decidido que sería él quien se quedara junto a Redbear, por lo que Bennet decidió que acompañaría a Lewis. Al fin y al cabo, quizá la Bruja pudiera arrojar algo de luz sobre los símbolos que parecían caracterizar a ese culto.

-Voy con usted, Lewis. Creo que dos seremos suficientes para hablar con ella -le indicó a la afroamericana.

Los agentes Lewis y Bennet llamaron a la puerta de la casa y esperaron. Nadie acudió a la llamada, de modo que probaron de nuevo. Era imposible que la Bruja del Árbol, si estaba en casa, no hubiera escuchado el motor fueraborda. Antes de que tuvieran tiempo de golpear el marco de la puerta una vez más oyeron una voz débil pero firme que les invitaba a entrar.

—Pasen, está abierto —sonó muy cerca de la entrada, aunque cuando empujaron la puerta se dieron cuenta de que allí no había nadie. Se encontraron con una habitación que ocupaba todo el ancho de la casa y, al menos la mitad del largo de la misma. Tenía aspecto de salón, comedor y cocina; pero estaba decorado de la manera más estrafalaria que podían imaginarse: todo repleto de cachivaches, telas, amuletos, figuras, imágenes..., como cabría esperarse del recibidor de cualquier vidente de las que aparecían en películas y seriales de televisión. El aire estaba impregnado de un aroma dulzón y pegajoso, una mezcla de sándalo y cien aceites más que disimulaban completamente la peste que emanaba del pantano, pero que no ayudaba nada a reducir el calor y el bochorno que hacía también allí dentro. Tan sólo un viejo ventilador movía el ambiente cargado de la sala.

Al fondo, en un corto recibidor se abrió una puerta y emergió de ella una señora mayor afroamericana, bastante desaliñada y a la que le costaba trabajo andar. Iba mirando el suelo para no tropezar con los tablones mal clavados y no habia mirado a los dos policías. Cuando alcanzó el salón y se acercó a una butaca de ratán con el respaldo elevado fue cuando finalmente elevó la vista hacia ellos.

—Disculpen mis piernas tan torpes..., tengo que tener cuidado para no caerme... Díganme en qué puedo ayud... —iba diciendo mientras caminaba hasta que se detuvo de repente al ver el aspecto de los dos recién llegados. La beatífica sonrisa que afloraba en su rostro se congeló primero y se tornó en una fina línea de labios apretados después—. ¿Qué quieren? —fue su seca pregunta.

El pesado 4x4 salió de la calzada cuando Moira, pillando totalmente por sorpresa a Seymour Blackman, agarró y tiró con fuerza del volante. El vehículo rozó lateralmente el tronco de un árbol, rebotó violentamente en él y continuó atravesando el terreno no asfaltado y cubierto de vegetación que orillaba la carretera. Los tres ocupantes fueron golpeados contra las palancas y bordes duros del salpicadero.

—¡Maldita zorra chiflada! —escupió el conductor tratando de recuperar el control de la camioneta.

En ese momento, la mano armada de Sara con un gran cuchillo de caza en ella, voló hacia el abdomen de la ranger...

No sabía exactamente con qué se había dado ni el punto exacto de su cuerpo que más tarde tendría moratones, pero tampoco podía quedarse a averiguarlo ni pedir tregua. Es más, como si fuera un espíritu la voz de su abuelo diciendo “si hay dolor es que sigues viva” mientras recitaba el lema de la familia resonaba en su cabeza, siendo suficiente para no decaer.

Aprovechando la inercia tras el golpe, intentó apartarse de Sarah al ver de reojo que sacaba un arma, queriendo poner distancia y poder agarrar su mano para intentar desarmarla antes de que el coche se detuviera, de una forma u otra.

La inercia provocada por el gran tonelaje de la camioneta le hacía rodar con gran velocidad a pesar del terreno abrupto, y Seymour era incapaz de recuperar el control. Bajaron por una pequeña pendiente en diagonal, la rueda delantera izquierda se metió en un hoyo y el vehículo volcó y comenzó a dar vueltas sobre sí mismo.

Moira, que a duras penas había logrado mantener alejada la mano del cuchillo de Sarah, se dio cuenta de que su cuerpo se elevaba del asiento para chocar con el techo de la camioneta y luego rodar por el interior de la cabina, junto al de su rival. Durante un tiempo que pareció interminable dieron vueltas como la ropa en una lavadora, hasta que la furgoneta se detuvo al chocar contra un gran árbol, quedándose bocabajo.