Partida Rol por web

Hobbits que se reunen con hobbits que se reunen con más hobbits. Hasta ahí todo normal. Foroglîr era consciente de que el tipo le había mirado, ponerse a seguirle ahora iba a llamar a buen seguro su atención. He ahí el dilema. Seguir o investigar a uno de los acompañantes de la reunión podía proporcionar o más información o mucha menos información que seguir al propio Fastolpah. Foroglîr lo dudó un instante y luego desistió. Seguiría vigilando la puerta. Tal vez saliera alguien más interesante. Sacó un pedazo de pan duro para hacer la espera más llevadera. Quitar gusanos era un entretenimiento magno.

-¿Qué esperanza le queda al pueblo del Norte?- Maldito viejo. En parte, llevaba razón. Pero sin embargo, el hobbit renegaba de tener fe en una persona. Eso se lo dejaba a las religiones. El prefería creer en las ideas, en las causas. Era cierto que el pueblo del Norte debía creer en una. Lo necesitaba si quería sobrevivir. Pero el pueblo creía en una persona. El bardo debería contentarse con que el pueblo creyese en Ardinwen, al menos éste, de momento, parecía ser el principal valedor y paladín de la defensa del Reino del Norte. No tenían más remedio. Fastolpah fumó en silencio.

La conversación no iba a dar más de si, así que el hobbit, la dio por concluida. Se levantó y tomo la infusión que estaba reposando en la ventana. Con tiento la acerco hacia la mesa y se la sirvió con cuidado y afecto al viejo tio. -Bebe anda, te sentirá bien. Demasiada cerveza has tomado ya en tu vida, déjanosla a los demás, que ya nos ocuparemos de ella. Tú, a tilas y poleos. Así podré seguir viviendo de ti un tiempo más.- Las palabras de Fastolpah carecían de cinismo, simplemente pretendía bromear con el viejo. Sentirse cómodo con él. Hacía tiempo que no lo hacía, quizás tanto como tiempo llevaba sin estar sobrio. Debía irse, pero prefirió gastar un poco más de su tiempo, y de la cerveza del tío, acompañándole. Contaron historias de juventud. Se rieron y fanfarronearon sobre quien había sido desvirgado antes o a quien le habían permitido llamar a la puerta de atrás de una moza primero. En más de una ocasión tuvo que desconectar de los usuales delirios del viejo, pero sin embargo, fue divertido. Mucho.

Después de este rato, Fastolpah estuvo listo. Tomo todos sus bártulos y le mostró una sonrisa al viejo tío. -Cuídate. Nos vemos esta noche en "tu taberna". Resérvame una canción antes de que me emborrache y te odie demasiado.- Sin más, el hobbit se dirigió a las Casas de Curación, pues tenía una cita. Intentaría sacarle todo o que fuera posible a aquella encantadora dama, y a poder ser, meterla también. Cuando salió, se aseguro de que nadie observaba o acechaba la casa. Tras asegurarse de que el tío no corría peligro cruzo las calles con paso y vista firme. Asegurándose de nuevo que nadie lo seguía. A medio camino, dio la vuelta a sus pasos, y volvió a la casa del tío. Dio una sigilosa ronda a la residencia asegurándose de que nadie la estuviera vigilando y se aseguró de que el viejo tío seguía sano y salvo dentro de su casa a través de los cristales. Tras ver que todo estaba en orden marchó atento a las Casas de Curación en busca de Ela Botavieja.

Si le preguntasen al hobbit a quién seguiría él, lo tendría claro. -A Friedegard Asadura, El Bardo Berde, aquel que hizo de su oficio, una ciencia...mi viejo tío.-

El hobbit sale por la puerta, lo notas tenso, cauto, mirando a ambos lados, precavido. Parece que trata de observar si le observan, y como no te pongas en movimiento, serás tú observador, quien será observado y descubierto.

Foroglîr se movió con premura para evitar ser visto en ese preciso instante. Quería abordar al hobbit, pero no a la puerta de aquella casa (de la que había tomado buena nota y ubicación). La gente era más difícil de tratar si creía que les habías pillado "con las manos en la masa", como solía decirse, se ponían a la defensiva, o nerviosos, o hacían verdaderas estupideces. Foroglîr intentó hacerse invisible entre la multitud y, viendo en qué dirección se dirigiría el hobbit, decidió esperarle a una docena de metros de allí, por la calle que correspondiese.

Tan pronto como el hobbit estuvo a su alcance, le hubiera visto o no, se acercó a él (o le tocó el hombro disimuladamente si estaba lo suficientemente cerca) y le comentó:

— Quizá es hora de que terminemos la conversación de ayer

La ciudad está bastante alterada, los acontecimientos de la mañana hacen que no sea un día habitual, y si ya de por sí es una ciudad alterada hoy lo es aún más. Sorprende la ausencia de niños en las calles, ni forman corrillos en las plazas, ni ríen mientras juegan, simplemente parecen haberse desvanecido, lo que demuestra el sentido común de sus padres.

Las colas en los comercios y el mercado aún abierto a estas horas son un buen indicativo del nerviosismo general. No obstante, en la parte en la que os encontráis de la ciudad (la zona acomodada) no hay ningún tipo de altercados. Suponéis que las cosas serían diferentes en caso de encontraros en la parte baja de la ciudad, dado que observáis cada cierto tiempo patrullas que traspasan la puerta y se dirigen al nivel inferior de la ciudad.

En estas está un pequeño hobbit, no pequeño en el estándar de su raza sino pequeño en el estándar humano, caminando por la calle cuando un humano ataviado de forma ciertamente andrajosa posa una mano sobre su hombro.

— Quizá es hora de que terminemos la conversación de ayer.