Partida Rol por web

Cimbria sonrie ante la criatura muerta, a pesar de estar asqueada y aturdida por los efluvios del lugar. Con una filigrana, guarda su porra y toma conciencia de lo que hay alrededor...

"¿Que clase de lugar es este? Parece algun tipo de instalacion medica... o un laboratorio. No parece el tipo de cosa que se utiliza en una prospeccion minera"

Cuando escucha la peticion de Ishmael, Cimbria aprieta los labios hasta convertirlos en una fina linea...

Praetus, llevate a Mir y a Xanthia y asegura la zona. No os alejeis. Ishmael, toma una muestra y asegurate de que queda bien sellada. No quiero que nos pasemos mas tiempo del necesario en cuarentena"

Todavia con la mano sobre su pistola laser, Cimbria se acerca a la compleja instalacion de tubos y redomas, dejando que su instinto trabaje por ella y buscando cualquier pista de utilidad, que les ayude a saber a que se enfrentan.

Ishmael recibe la orden de Cimbria y, acto seguido, rebusca en su mochila hasta encontrar los tubitos de ensayo que les proporcionaron en la nave al venir a este miserable planeta. Saca uno de la funda, lo abre y, con sumo cuidado, recoge una muestra del extraño líquido. En ese momento bendiga al inventor de los guantes, ya que no le gustaría nada tocar esa cosa. Quién sabe lo que podrá ser.

Una vez recogida la muestra, lo cierra herméticamente y lo guarda en la mochila, en un lugar especial destinado a que no se pueda romper, en caso de golpes.

Se incorpora y alza su arma. Observa a Cimbria y después al entorno. Sus ojos, fríos, recorren la escena reparando en todo. Después, se gira hacia sus compañeros para exclamar con una sonrisa cruel:

La juerga se ha acabado aquí... ¿Qué decís? ¿Salimos?

Xanthia se deja caer a un lado, parece cansada, mientras los demás revisan la habitación y cogen muestras.

- Salgamos y acabemos de una vez... La próxima vez no pienso salir sin un jodido reciclador de aire. - Masculla Praetus mientras avanza con el rifle de nuevo entre sus manos. - Veamos que nos encontramos por aquí...

La acolita inquisitorial Cimbria rebusca en la mesa de trabajo, cogiendo notas, grabando en su mente todos los datos posibles para su posterior informe. Intenta, con poco exito, taparse la oca y la nariz ara no respirar el nocivo aire del laboratorio, pero la atmosfera esta tan cargada, que resulta casi imposible.

"Bien, recogamos, que aqui poco podemos hacer" Descuelga el fusil de caza de su hombro, comprueba el cargador y se encamina hacia la puerta cerrada del extremo del laboratorio "Por aqui. Todavia nos queda mucho por hacer antes de dar por concluida esta investigacion"

Cruzáis el pasillo y empujáis la puerta de la sala de enfrente, que cae por su propio peso, como apolillada.

Del interior de la habitación emana un resplandor rosáceo que cubre paredes, suelo y techo. Resulta repulsivo de contemplar... de sentirlo. Os da la impresión de que el color tiene vida propia, de que busca con sus pálidos dedos vuestra garganta, se encarama a ella y repta por vuestra tráquea hasta que el aire os falta y os veis obligados a vomitar. Resulta muy complicado dominar la náusea permanente que se revuelve en vuestros estómagos.

Paso a paso os internáis en la habitación, y a medida que avanzáis, el resplandor se hace más y más intenso, hasta que al fin localizáis la fuente: una gran piedra de material desconocido que aflora del propio suelo como un tumor desagradable. La piedra late con un ritmo irregular e ilógico, pero resuena en vuestros cráneos con tanta intensidad que la cabeza os da vueltas. El resplandor gana en fuerza con cada latido y en determinados momentos creéis ver criaturas agitándose a su impío compás, aunque las alucinaciones se van tan rápido como vinieron.

Aparte de ese quiste caótico, no hay nada más en la habitación; su presencia se ha impuesto a todo lo que aquí hubiera hasta el punto de negar su existencia. El vacío que lo rodea, aséptico y artificial, consigue reforzar aún más su alienígena existencia.

- Por el Trono de Terra... - Consigue mascullar antes de sufrir un breve aunque intenso ataque de arcadas y nauseas ante la visión y las sensaciones que despierta el objeto en él. - Qué demonios es eso? - Apuntó al objeto con el arma, señalando aunque a punto de disparar. - Eso no es humano, no es normal... Tenemos que destruir esta basura, sea lo que sea es una balsfemia que siga existiendo.

"¡¡Santa Madre del Emperador, que el Trono Dorado nos asista...!!"

La mandibula de Cimbria se descuelga de puro asombro, incapaz de creer lo que sus ojos le muestran...

"Todo carece de sentido... todo esto es imposible, una ilusion de nuestros sentidos"

La irrespirable atmosfera se confabula con la habitacion para robarle el aliento y sacudir su cabeza con un zumbido, que perfora sus timpanos y acribilla su cerebro. Incapaz de reaccionar, deja colgando el rifle de caza, sosteniendolo con negligencia.

De repente, la piedra se agita y vomita de sus entrañas retorcidas un ser malfornado y obsceno; una criatura verduzca de piel legamosa y garras amarillentas. Su carne correosa se desprende en ciertas partes de su cuerpo, dejando entrever hueso y vísceras. Una nube de moscas rodea al ser en todo momento, y de sus heridas abiertas brotan gusanos de todo tipo que chapotean alegremente entre el moco y la sangre. Su único ojo, una abertura a un alma sucia y corrupta, os calibra antes de actuar. Porta una enorma espada, herrumbrosa e impregnada en una sustancia tóxica que relumbra bajo la luz enfermiza.

La nausea inunda los sentidos de Cimbria como si se hubiese sumergido en un tanque de inmundicia. Su cordura se tambalea, debilitada por la fatiga y las heridas sufridas.

"!!!Santo Emperador¡¡¡ ¡¿Que ser de la Disformidad es este?!¡Es imposible, su existencia es una blasfemia!¡¡No debe existir!!

Una oleada de justa ira invade a la arbites, que hecha rodilla a tierra y el rifle al hombro, mientras un grito brota de sus garganta:

¡¡Blasfemia!!

El mundo de Cimbria se reduce entonces al dedo del gatillo y al ojo que enfoca la mira de su rifle. El latido de su corazon golpeando las sienes, se amortigua; su respiracion se detiene y compensa; su pulso se afirma... y un estampido resuena por la estancia.