Partida Rol por web

Ten cuidado.

Ely sacudió la mano despreocupada: -Tranquilo. Solo es una…- ¡BOOM!. Las llamas la envolvieron unos interminables segundos, ennegreciendo la armadura de su padre y quemando las pomposas ropas de Afina que sobresalían por el cuello y mangas.

-¡Cof!¡Cof! Huele a pollo churrascado- Siseó la clériga aún aturdida. Al ver el humo saliendo por las juntas de la armadura gritó: –¡Joder, si soy yo!- Rodar por el pavimento de piedra no servía de nada. Solo pudo extinguir el incendio cuando sacó odre mágico y repitió frenéticamente la palabra “Chorro”, empapándose entera.

–¡Maldita sea! Esto es trabajo de zombis.- Protestó. Pero en ningún momento hizo ademán de pedir a Ulrka ir delante. La nigromante logró ponerse en pie con expresión muy digna y se atusó el pelo chamuscado. -¿Por dónde íbamos? Ah, sí. La palanca- Dijo bajando las escaleras y agarrando la palanca con ambas manos. (No sin antes buscar una segunda trampa).

-Bien. Ya estoy Urik. Cinco, dos, cuatro…Eh…Va. Le doy ya.- Gruñó con claros signos de conmoción por la explosión.

Acaricio suavemente la crin del Pegaso mientras le hablo al oído. Lo has hecho muy bien, amigo. Gracias por tu ayuda.

La explosión me saca de ese momento y miro en esa dirección. Afirmo a Ulrik y me monto en el Pegaso. Por favor, llévame allí le digo, aunque al principio se muestra un poco reticente. No en vano estoy pidiendo a una criatura del bien que vaya directamente donde hay otra maligna con intención de ayudarla.

Pero al final parece que su confianza en mí puede más y me lleva hasta allí, cuando ya Beth ha desaparecido escaleras abajo. Bajo con ella y espero por si no tuviera la fuerza suficiente para mover la palanca, o por si alguien acude al sonido de la explosión, con la espada solar y el escudo preparados.

Al bajar las palancas se escuchó un ruido mecánico. En la torre de Urik, dos varillas salieron del soporte haciendo que unas pequeñas garras metálicas se aferrasen a los muslos del paladín. Era doloroso, y lo peor de todo era que el mecanismo le había atrapado. ¿Con qué fin? En el torreón de las chicas no había ninguna trampa, tampoco había ningún guardián... ¿o sí?

A medida que el rastrillo se elevaba, la parte superior, que había estado oculta tras la mampostería del puente que unía a los torreones, asomó por encima de la piedra dejando el camino libre para los carruajes. Sin embargo, había algo mal, una especie de cieno enzarzado en el enrejado del rastrillo, el causante del ácido que goteaba a los que pasaban por la barbacana.

¡Cuidado! ¡Es una gelatina ocre! ¡No uséis contra ella armas cortantes, perforantes o energía eléctrica!-aconsejó Rodolfo desde el pescante.

El cieno tenía una montura a la que atacar en cada torre. En la de Urik seguía el ciervo volador, que sin Ely para darle órdenes no podría apartarse a tiempo del enemigo. En la torre de las chicas estaba el pegaso de Ashlyn, que aún recordaba con terror cómo fue quemada su montura arácnida. Los residuos de calor de la trampa de fuego atrajo a la gelatina hacia la trampilla de la izquierda. El pegaso aleteó y tomó vuelo poniéndose a salvo. El cieno cubrió la trampilla haciendo que la luz del sol mostrara su cuerpo translúcido. ¡Ahora Ely y Ashlyn no tenían escapatoria! El ácido goteó desde el techo quemando las mejillas blancas que miraban atónitas hacia arriba.

Observo la gelatina, parece que es momento de poner a prueba el sello del pantano. De momento dudo que el ácido nos afecte, si lo que decían sobre ese sello es correcto.

Hecho mano a mi cinturón pero veo que solo me queda un destello solar alquímico, y no sé si mi espada sería lo más efectivo contra esa cosa. Miro a Ely y la poción en mi mano. Quizás si se la tiro se aparte y podamos salir corriendo, pero si tienes algo que genere fuego lo preferiría a gastar este objeto.

La juventud de Ely le había privado de conocer a tantos monstruos como el doctor y no acabó de entender a qué referían sus gritos: -¿Qué dices Rodolfo?¿Una gelatina? Eso me suena a postre-

Una gota burbujeó en su mejilla y levantó la vista, topándose con un ser amorfo que les bloqueaba su única salida. -¡Cuidado!¡Hay una cosa enorme sobre nuestras cabezas!- Se apresuró a avisar.

Ely trató de recordar lo que Rodolfo acababa de decir y entonces comprendió dudas de Ashlyn sobre usar su flamante espada. –Coge mi maza del cinto o el Fuego del alquimista que llevo en la mochila-

La clériga aún podía golpear con su guantelete o lanzar conjuros. Lo del guantelete le pareció muy desesperado, así que dió un paso atrás, embrazó el escudo mágico y conjuró un arma espiritual hecha de fuerza para atacar aquella cosa.

Las garras le pillaron totalmente por sorpresa, clavándose profundamente en sus muslos, por donde empezó a gotear sangre. - ¡Argggghh! - protestó el paladín, convirtiendo su quejido en un gruñido furibundo. - Maldito vampiro...perro traidor...cobarde. - murmuraba Don Urik, cogiendo las garras y comenzando a hacer fuerza para sacarlas de su carne antes de que entraran más, la primera salió fácil, pero cuando comenzó con la segunda, el dolor que había sentido le hizo coger aire antes de volver a intentarlo. 

Dolía, vaya si dolía, pero no podía quedarse allí quieto, y menos mientras escuchaba lo que sucedía fuera. - ¡Ya voy...dadme un momento! - exclamó, soltando con un esfuerzo la segunda garra. 

Las piernas no le respondían del todo, el dolor había sido breve, pero muy intenso, y los músculos protestaban, heridos como estaban. Renqueante, comenzó a dirigirse a la otra torre, y tras escuchar a Rodolfo, sin saber con qué arma iba a atacar a aquella cosa que estaba atacando a las chicas. 

Mientras va de camino, pide ayuda - ¡Rodolfo, necesito una maza o algún arma para darle a esa cosa! - *sus entrenados ojos de caballero buscan por todas partes algo largo y duro con lo que poder batear a esa cosa. Una rama gorda, una de las armas más simples y antiguas, serviría, parecía mentira. 

¡Estoy en ello!-respondió Rodolfo a Urik, saltando del carromato hasta el carruaje fúnebre para rebuscar en las alforjas.

Urik cojeó escaleras arriba hasta el techo y empezó a avanzar hacia sus compañeras. El pegaso de Ashlyn voló en paralelo a Urik, invitándolo a subir. Eso le llevaría muy rápido hasta la acción. Pero entonces miró a la trampilla... Recordaba la palanca que activaba el rastrillo: un cilindro metálico de superficie curva.

En el interior del torreón del retrete, Elyzabeth tuvo la misma idea. Sería mucho más efectivo que un escudo que, al igual que Pincitas, se había ido hacía mucho tiempo (al inventario de Ashlyn).

La paladina subió las escaleras y golpeó a la criatura. ¿Qué es lo que había dicho Van Richten? Algo de no usar magia eléctrica, armas cortantes y armas... ¿Qué otro tipo de armas mencionó? Las púas de la maza de Elyzabeth desgarraron a la gelatina y un gran pegote, como un moco, fue bajando poco a poco hasta que el peso le desgajó del cuerpo principal. La nueva Gelatina avanzó hacia Elyzabeth y golpeó su hombro con uno de sus pseudópodos. Ahora tenían a dos enemigos: el que tapaba la salida, luchando con Ashlyn, y el que se coló en el torreón, luchando con Elyzabeth.

Bajó las escaleras renqueante, cuando se acordó de la palanca que activaba el rastrillo y la trampa. Pero estaba arriba*, así que no podía perder más tiempo y siguió adelante, confiando en que el Doctor le proporcionaría algo. Al llegar abajo, el pegaso de Ashlyn se puso a su altura, moviendo la cabeza nervioso y siguiendo su ritmo, y Don Urik no se lo pensó dos veces, se subió con cuidado al animal** y salieron disparados hacia la otra torre, donde pudo ver a las monstruosidades viscosas atacando a las mujeres. Sin pausa, lanzó al pegaso encima de la de Beth, había visto caballos pasar por encima de soldados enemigos, y sabía la contundencia y el destrozo que podían provocar. 

Claro que él, con una buena maza, o un simple palo, podía provocar bastante daño en esas cosas***. Dicho y hecho, las pezuñas del animal desparramaron parte de esa cosa por el suelo, pero era grande y habían dos.  

- ¡Rodolfo, date prisa!¡No aguantaremos mucho! - 

Una masa también burbujeante se ha desprendido de la original. Habida cuenta de nuestra resistencia al fuego, saco finalmente el vial de destello solar alquimico, una fuente inflamable.

Decido arrojarla contra el ser que nos tapa la salida. A continuación embrazo el escudo, la única otra posibilidad de un ataque contundente porque ya he visto que la Maza no vale.

Al fin Van Richten encontraba en las alforjas algo contundente con lo que golpear a la gelatina.

¡Bray, transfórmate en cuervo gigante! ¡Lobo, llévales esto!

El anciano entregó a Lobo el escudo ornamental que la semana pasada habían robado del tesoro de Strahd. El acero era fino, no estaba preparado para el combate. Era probable que un arma que valía por varios cientos de mazas pesadas se rompiera en aquel combate porque los héroes nunca se preocuparon de llevar el arma adecuada. Bray se transformó y esperó a que Lobo se subiera encima para llevarle al torreón.

En la trampilla, el cieno original intentaba alargar sus pseudópodos para golpear a Ashlyn en las escaleras. Elyzabeth mantenía a raya al otro engendro golpeándolo y empujándolo con el extremo opuesto de la gran lanza. Era díficil, porque el peso de la punta desbalanceaba el equilibrio del arma, pero el cieno no era un enemigo de gruesa piel ni músculos para apartarse ágilmente.

Mientras se acercaban el resto, Don Urik lanzó al pegaso de nuevo hacia aquella cosa gelatinosa, pasando por encima y "galopando" con violencia en su parte superior, lanzando pedazos de la criatura a un lado y a otro. - ¡Te estás portando de maravilla chico! - le dijo al pegaso, golpeando con suavidad el lateral del cuello de su montura al llegar al final de su carga y comenzar la vuelta. 

Al girar, se percató que la criatura se había desparramado y ya no contaba con la consistencia suficiente como para erguirse de nuevo. - ¡Una menos! ¡Bien por tí, pegaso! - 

Lanzo un nuevo golpe con el escudo a la gelatina con la que estoy combatiendo, buscando terminar de una vez con ella. Aguanta un poco más, Ely, enseguida estoy contigo.

Tras el golpe me giro para apoyar a la nigromante en su lucha particular contra otra de esas cosas.

 Espera, tienes un moco en la nariz. ¡Deja que te ayude a quitártelo!-dijo, golpeando con el extremo opuesto de su lanza como si fuese un vulgar bastoncillo-. Ah, no... tú eres el moco. ¡Ja!

A pesar de las bravuconadas, la gelatina ocre que acosaba a Ely seguía causando problemas. Ashlyn se unió a ella tras deshacerse de la masa madre, lo que libró la trampilla para que Lobo y Urik pudieran entrar. No así el pegaso, que con la envergadura de sus alas era demasiado grande como para bajar.

Furiosa, descargos dos nuevos golpes con mi escudo contra esa cosa. Joder, voy a necesitar lavar el escudo después digo, mirando a Ely.

No tengo dudas de que el escudo del pantano nos ha salvado de sufrir daños. Estas cosas suelen ser ácidas.

Tras desmontar y "armarse", el caballero se acercó a la gelatina, pero Ashlyn, cual lavandera furiosa con una mancha tozuda, le dio varios golpes acabando con aquella cosa. - Vaya, buen golpe. - le dijo, animándola. 

Miró alrededor y se aseguró de que no hubiera nada más. - Deberíamos movernos. Ahora, eso de no llamar la atención...creo que ya nos podemos olvidar. ¿Por dónde vamos ahora? - preguntó. 

Al final todo fue un susto. Bajaron en sus monturas voladoras para reunirse de nuevo con los dos carruajes. Cruzaron el puente y cruzaron los muros. Estaban en el patio de armas, con la fachada del edificio principal ante ellos. Al frente estaban las puertas dobles que llevaban al corazón del castillo. Pero a izquierda y derecha había dos portones para carruajes que les permitieron rodear el edificio hasta la fachada trasera de las cúpulas azules de la catedral.

Llegaron a un patio apacible, en el que se escuchaba el trinar de los pajarillos y había un bucólico jardín, con un pilón con la estatua de un querubín meando agua, y un cobertizo muy cuqui. Entre el verde frondoso, vieron una melena rubia. Al acercarse más, reconocieron que esos cabellos pertenecían a un viejo conocido: Jander, el elfo solar vampiro bueno (o buenorro según Elyzabeth, más concretamente). Estaba arrodillado ante la tierra, removiéndola con una pequeña pala de jardinería, trasplantando un pequeño arbolito. Se giró despacio al oírles llegar y les miró fijamente. Tenía los ojos extraños, con las pupilas muy dilatadas, como si estuviese drogado o bajo algún trance mágico.

No sé porqué. Vuestras caras me resultan familiares. Supongo que no tiene importancia-dijo, volviendo a centrarse en su trabajo de jardinería.

En cuanto pudo, Lobo tomó el escudo que Rodolfo le ofrecía y subió a la espalda de Bray que lo llevó junto al resto. Sin embargo, para cuando llegaron, todo aquello había terminado. Esperó a que el resto del grupo se preparara para tomar un nuevo camino y, sin decir nada más, se preparó para seguirlos. 

Una vez llegaron junto al vampiro, Lobo puso de forma instintiva la mano sobre el arco, pero por algún motivo no les atacó, por lo que decidió esperar para ver como se desarrollaba todo aquello. 

Consiguieron llegar a la parte trasera sin ningún percance más, pero Don Urik no pudo quitarse de encima la sensación de que estaban siendo vigilados. Al quedarse mirando la zona de atrás, se percataron de la presencia de Jander, y el caballero, al igual que su compañero Lobo, se puso en guardia, aunque en su caso, desenvainó la espada y la cogió bien fuerte a dos manos, encarado al elfo vampiro. 

La mirada de éste era translúcida, como si estuviera bajo alguna influencia, y el paladín se temió lo peor, que el Conde estuviera observándoles a través de su lacayo, aunque bien podría ser que no, y que matarlo alertara a Stradh, si es que no estaba alertado ya con el jaleo que habían montado en la entrada. 

- ¿Y bien, qué hacemos? - repitió a sus compañeros. 

En esa simple pregunta habían muchas implicaciones, si lo mataban o no, si seguían adelante por allí o buscaban otro camino...